Nos vamos a casa.

Si, como habéis leído: nos vamos a casa. El invierno nos viene pisando los talones y en estas tierras, éste es un señor muy alto y fuerte que no se apiada de nada ni nadie y, por más que le damos a los pedales no nos lo podemos quitar de encima.

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Desde que tras “la Pamir” nos metimos por unos días en que nos declaramos oficialmente «en vacaciones» en el «Valle Whakan» (el cuál acompaña al rio Whakan, frontera natural entre éste país y su vecino Afganistan) no hemos vuelto casi a ver el sol. Subimos por el valle curiosos de ver a los Afganos cerquita, y nos sorprendimos de cuánta cercanía, ahí, al otro lado del río saludándonos a menudo los veíamos a diario. Ese otro lado del río parecía estar muchos años atrás en relación a éste y es que, si Tajikistán es humilde, Afganistán parecía serlo mucho más.

Fué la sincronicidad la que nos llevó a parar a comer algo justo en un punto en que desde el acantilado podíamos observar toda la vida de un pequeño pueblito que, en el otro lado y mucho más abajo se hallaba. Fué la curiosidad la que nos hizo asomarnos y descubrirlo. Era mediodía pero decidimos acampar y pasar el resto del día como dos vecinas cotillas: tomándo tés allí asomados, con la mirada clavada en lo que ante nuestros ojos se sucedía. Desde nuestra posición privilegiada podíamos ver los patios internos de las casas y las diferentes alturas del pueblo, el ir y venir de todos y cada uno. Era como estar ante un enorme belén viviente. Al estar mucho más altos, parecían no percartarse de nuestra presencia y, excitados y curiosos nos mantuvimos allí por horas disfrutando como niños.

Afganistan

El Sr. Invierno hizo su aparición a los pocos días y aunque se lo pedimos, se resistió a aguantar un poquito y refrenarse. LLuvia y nieve, frío y muy pocas horas de luz comenzaban a hacer de los días de pedaleo algo no tan divertido ni satisfactorio como hasta ahora.

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Andábamos pedaleando y contándonos el uno al otro en el tiempo de la comida, en el de antes de dormir, en las paradas cortas; la lista de cosas que íbamos a hacer en esa casa que a tan sólo unos 600kms nos esperaba y que iba a ser, nuestro refugio por un par de meses. Osh, una pequeñita ciudad en el sudoeste de Kyrgyzstan era el sito elegido al combinar el ser barato e interesante por la mezcla de gentes y culturas. Además el enorrrrme bazar nos haría más facil la época de invernación y la posibilidad de tener más de un fogón para cocinar, o poder tomar una ducha caliente cuando uno quiere, la luz eléctrica que nos permitiría alargar los días o un espacio donde sentarnos y estar calientes, nos hacía soñar despiertos mientras seguíamos avanzando cada día un poco más cerca.

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Al llegar a la frontera con Kyrgyzstan (a tan solo 3 días de que nuestra visa caducara) nos llevamos una sorpresa nada agradable: habían cerrado la frontera al paso de turistas hacía tan solo un par de días. Al principio creimos que era una broma de mal gusto pero los ademanes y gestos de los policias nos dejaban claro que era real y que además, no tenían muchas ganas de vernos por allí, que nos largáramos y nos buscasemos la vida.

No podíamos creerlo era como ir corriendo por un pasillo oscuro viendo la luz clara del día allá fuera y, justo unos metros antes de llegar, recibir un portazo en las narices.

Ambos reaccionamos bien y rápido sin quedarnos enganchados en malos humores o quejas, juicios o discursiones que ya, no valían de nada. Había que trazar un nuevo plan de inmediato para salir del país antes de que la visa se nos caducara, de otro modo íbamos a tener serios problemas con la policia y una enorme multa que, ni vendiendo todo lo que llevamos podríamos pagar.

La única opción para salir del país se hallaba a 800kms y no quedaba más remedio que buscar algo que nos hiciera avanzar a más velocidad de nuestra media en bici de 20km por hora, lo cuál, iba a ser todo un reto pues esa zona no estaba apenas habitada y, con el añadido de que habían cerrado la frontera también al trafico internacional de camiones, no quedaba por allí ni el apuntador.

El sol había desaparecido tras las montañas hacía rato, rondábamos los -20C y aún seguíamos rellenando papeles para poder volver a entrar al país de nuevo. A esas horas tendríamos que estar ya con todo montado pues el frío no perdona en estas latitudes y los guardias seguían recitándonos orgullosos la lista de jugadores del Barça y del Madrid.

– Abre la barrera de una p… vez tio – decía para mis adentros mientras asentia con una amable sonrisa – Yes, yes Iker Casillas…. yes. Bueno, bye bye.

Le dimos a los pedales lo mas rápido que podíamos para entrar de nuevo en calor, hasta llegar a una parada de autobús de piedra que habíamos visto al pasar y que nos podría servir de regugio. Llegamos ya con las últimas luces y a unos cientos de metros vimos movimiento de gente en una especie de nave gigante, algo parecido a un garaje de camiones. Decidimos acercarnos a pedir agua para poder cocinar, pues con todo el jaleo habíamos olvidado rellenar las botellas y… fué allí que la tortilla se volvió a dar la vuelta. Ya se sabe “una de cal….”.

Un hombre se acercó al oirnos silbar y llamarlos desde fuera de la valla. Al llegar nos dió la mano y entre gestos nos hizo entender que el día anterior habíamos pasado por su aldea y lo habíamos saludado al pasar. Parecía estar encantado y cuando entendió lo sucedido y en la situación en que nos encontrábamos, su cara se tornó seria y tras pensar un segundo lo organizó todo. De nuevo entre gestos nos hizo comprender: iríamos con el en su camión hasta su pueblo que estaba 70kms en nuestra nueva dirección, cenaríamos, dormiríamos en su casa y al día siguiente nos ayudaría a encontrar una solución. Para cuando nos dimos cuenta estábamos ya en su casa con una cena de reyes frente a nosotros, calientes y dándo gracias a la vida.

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De nuevo a la carrera, esta vez en taxi compartido, la única opción de conseguir llegar a la frontera a tiempo. Desmontamos las bicis e hicimos casi magia para conseguir colocar todo dentro y que cerrara el maletero del Jeep, conseguimos un buen precio y descubrimos en el trayecto otra realidad del país de la que no nos habíamos dado cuenta: el montón de dinero que los policias recaudan ilegalmente de los conductores. Se colocan al borde de la carretera y levantando una porra negra que hacen girar estilosos, van parando a casi todo el que pasa. Los conductores se bajan con el carné en la mano y detras de el un billete. Es la forma de no tener problemas. Lo increible es la cantidad de policias que hay a lo largo de la carretera; en 400kms nos pararon 5 veces y ya, todos en el taxi mirábamos al conductor con pena y congoja.

Y de la capital, otra vez al norte por otra carretera secundaria, eso sí, esta vez las bicis y el equipaje iban mucho mejor colocados.

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Llegamos, finalmente llegamos (aunque el último día en los últimos kms nos perdimos y tuvimos que hacer kms extras pues, resulta, que había dos fronteras y nadie sabía cual era para nacionales y cual para extranjeros ). No le dimos un beso al policia en plena frente cuando por fín nos puso el sello porque … bueno, no era plan pero no por falta de ganas.

Pareciera que de repente al cruzar la frontera un echizo se hubiera disuelto y el mundo tuviera otro brillo y, bueno, de cierta forma si que lo tenía pues en este recorrido habíamos bajado mucho en altitud y de repente estábamos pedaleando en la llanura. El clima había cambiado, el sol brillaba en el cielo limpio y hizo las delicias de los tres últimos días de pedaleo.

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Y aquí estamos gente ¡¡en nuestra nueva casita de Osh!! disfrutando de lo lindo y aunque hay nieve y mucho frío, desde detrás del cristal …. miramos al Sr. Invierno ya, con otros ojos. 

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¡¡ Nos vamos de excursión !!

– ¡¡Nos vamos de excursión!!- gritaba saltando por la habitación de la pensión en la que desde hace 5 días estábamos hospedados (los dos primeros por hacer un descanso, los otros tres, esperando a que el tiempo volviera a ser bueno y nos permitiera continuar con el viaje).

Había elegido la broma de «la excursión» para tomar de otra manera lo que teníamos delante y coger fuerzas mentales, que son las que no pueden fallar en los momentos complicados.

– ¡¡Nos vamos de excursión!! – continué gritando con voz de niña mientras entre los brincos me ponía las mallas de invierno y la ropa de pedaleo.

Aitor saltó de la cama y comenzo a dar brincos en círculo.

– Sí, si, el cielo está despejado, hoy es el día. ¡¡Nos vamos!! – comenzó a gritar también el, con los brazos en alto.

El hombre de la pensión parecía ser el menos feliz de todos. Apareció en el patio con cara de sueño y media sonrisa, dispuesto a calentar como cada mañana, un poco de agua para llenarnos el enorme termo rojo que nos proveía de infusiones para casi todo el día.

-Neit, siboña neit, rajmat. Siboña ¡¡ peribalt !! (No hoy no gracias. hoy ¡¡el puerto!!)- le avisé de antemano.

– Yes -contestó- siboña pagoda haraso. (Si, hoy el tiempo es bueno)- dijo y tras ello, asomó a su rostro una bella sonrisa al ver nuestra excitación y alegría.

Tras el desayuno y unas compras de última hora, avanzamos sabiendo que por seguro, nos esperaba un día completo de ascensión. Según los lugareños habían dicho, teníamos 30kms para ascender algo más de 2.000 metros por una carretera que según todos, estaba cerrada, bloqueada por la nieve pero que, habíamos decidido atrevernos a pasar. No tan solo porque nos ahorrábamos 300 y pico kms, o porque sabíamos que nos olvidaríamos de tráfico, camiones, de tragar polvo… sino por la aventura, que para nosotros era tal pero para los lugareños mas bien, era una locura.

Casi cada uno que cruzábamos una vez girado en el cruce y comenzado la ascensión suave que nos empezaba a traer ya cuestones cortos nos hacia gestos con los brazos cruzados en señal de que estaba cerrado y gritaban «frío, frío».

Fueron sólo dos pequeños pueblos y tras los primeros diez kms, el control de la policía a pie de puerto dónde nos dijeron que había bastante nieve en la carretera y arriba hacia mucho frío, que los coches ya no pasaban y que anduviéramos con cuidado; después ya nada ni nadie nos intentó parar lo cual fué un alivio.

Ascendimos por unos kms más por un cerradísimo valle, tras ello y ya sin signos de asfalto, comenzó el largo zig-zag que nos iba haciendo ascender poco a poco pero con fuertes repechos. No había rastros de nieve en la carretera cuándo ya llevábamos 17km, lo cual nos hizo envalentonarnos.

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Un poco más adelante, unos cazadores que tomaban el almuerzo a un lado del camino, nos invitaron a té y a higos secos. No sabían si el puerto estaba abierto o cerrado pero nos dijeron que nos diéramos prisa, porque hacia las cuatro se pondría muy, muy frío.

Después de esa parada fué que todo comenzó a cambiar. Apareció la nieve en el camino y según íbamos ascendiendo, cada vez había más y más, hasta el punto de no permitirnos pedalear ni estar montados en la bici, imposible. Las ruedas derrapaban constantemente y perdíamos el equilibrio así que no quedaba otra que empujar. Lo bueno es que teníamos la huella de un coche que debía haber pasado un rato antes y, había aplastado la nieve por lo que siguiendo su rastro el esfuerzo se reducía a la mitad.

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Así seguimos, con un ojo en el camino y otro en el cielo pues, las nubes grises comenzaban a aparecer y la amenaza de tormenta era a cada momento más real.

La ascensión no era solo dura por los repechos, sino porque al haber solo una huella que abría camino en la nieve, los pies se hundian en ella haciendo dificil el caminar empujando las pesadas bicis con las que no podíamos recorrer más de 2 o 3 kms en una hora.

Todos en el pueblo coincidieron en decir que había 30kms a la cumbre pero, la señal del km 30 ya había quedado atrás y seguíamos ascendiendo rectas empinadas y observando como allí arriba, en la ladera, la carretera continuaba ascendiendo.

-“¿Lo has visto? Hace rato que pasamos ya el palo que indicaba los 30 kms y aún parece que queda mucho, mira allí arriba la carretera…. ¿Porque la gente hablará sin saber? ¡¡tio que vamos en bici!!.

-”Ya, bueno…ahora no te mosquees con ellos. Vamos, que hay que encontrar un sitio a resguardo para pasar la noche, fijaté como está el cielo va a caer una buena. Mira que hora es, hoy ya no pasamos el puerto ni pa dios.”

Cuándo las situaciones se ponen duras de verdad, he observado que arrevatos de mala leche en mi interior van y vienen como las olas del mar. Voy subiendo, empujando, sudando y congelada, dándolo todo pero tranquila y de repente un pensamiento se cruza y… ¡¡quiero matar a todos los que nos dijeron que eran 30kms!!, ¡¡quiero tirar la bici por el barranco!! (al pegarme con el pedal en la espinilla). En otros momentos veo a Aitor en las mismas cuando se le ha quedado encajada la bici en la nieve y tiene que levantarla a pulso para volver a coger la huella… por los gestos cualquiera desde la distancia diría que esta rezando pero yo sé que está maldiciendo, furioso lo mismo que yo unos momentos antes.

Una ruina a la derecha del camino que conservaba aún techo en los dos espacios inferiores (que debían de hacer de cuadra) nos hizo volver a respirar tranquilos. No solo porque sabíamos que ahora cayese lo que cayese estábamos a resguardo, sino también porque se acabó el empujar por hoy.

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Estábamos realmente agotados, extenuados por el esfuerzo de avanzar con nieve hasta las pantorrillas, de empujar, cargar, levantar la bici por las empinadas cuestas y el echo de que fuera ese quizá el sitio más guarros en que hemos dormido (por la mezcla de barro, cagadas de animal y algo de basura) no tuvo a penas importancia pues lo que queríamos era ya descansar y tener la seguridad de que pasaríamos la noche a cubierto de algo pues con nuestra tienda de campaña frente a una ventisca, estamos vendidos.

Sorprendentemente en la noche, cuando salimos a echar una meadilla, pudimos observar sobre nuestras cabezas un cielo totalmente despejado y estrellado. Así son las cumbres.

El día siguiente sufrimos de lo lindo pues aunque la cima estaba a tan solo 5 kms , la nieve era ya muy alta y las cuestas se acrecentaban. Una vez arriba no hubo tiempo para celebraciones pues las nubes grises que desde la mañana habían cubierto de nuevo el cielo, y un gélido y fuerte viento nos dejaban claro que ahora sí que no nos salvábamos de la ventisca. Así fue, comenzó a nevar y el viento se embalentonó, se puso tan fuerte que no nos permitía parar a descansar ni un momento pues en un segundo nos dejaba totalmente congelados.

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Pensamos realmente que lo más duro había pasado mientras comenzábamos a descender pero, no era así, tan solo se había trasformado la dureza.

En este lado nos esperaba mucha más nieve . Además, las huellas del coche en un cruce, desaparecieron por completo haciéndonos dudar de cual de las carreteras debíamos tomar, en las condiciones que estábamos era complicado incluso sacar el mapa y abrirlo, cuanto menos el decidir que camino tomar (pues no aparecía nada claro). Sabiendo que nos estábamos jugando el quedar perdidos en la montaña, nos la jugamos todas a una carta y continuamos bajando por la derecha pero ahora, éramos nosotros los que teníamos que abrir camino en la nieve… complicado, cansado, duro.

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Y así bajar entre los montones de nieve que en las curvas nos hacían a veces bajarnos para empujar pues no era posible pasar de otra forma, la tensión debido a la ventisca que teníamos pegada a la chepa me hizo en momentos sentir un enorme stres del cual solo me podía deshacer centrándome en la respiración, sintiéndola, escuchándola para olvidarme así del resto y no perder la concentración y reflejos necesarios para tan arduo descenso.

-Vamos bien, vamos bien. Poco a poco.- Aitor repetía y repetía como un mantra que nos acompañó toda la bajada.

– ¡¡Mira ahí!!, ¡¡un pueblo!! -me grito sonriente cuando habíamos recorrido unos 20kms desde la cumbre.

Podíamos ver a tan solo unos kilómetros más abajo un pequeño pueblito. Desde las piernas hasta los mofletes se nos relajaron de golpe ante la visión.

Ese día lo pasamos allí con una familia que al vernos bajar de la cumbre, reventados, con los pies y zapatillas empapados totalmente y con dicha ventisca; salieron al camino y nos invitaron a su casa donde comimos, nos secamos, cenamos, dormimos y nos sentimos seguros.

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Al día siguiente renovados física y mentalmente, con todo seco y a punto, dijimos adiós a la familia y arrancamos de nuevo.

¡¡Menuda excursioncita!!.

La Pamir Highway

Los Pamires, el mundo en bruto, sin habitantes apenas que lo hayan tocado o transformado. Un mundo en estas altitudes demasiado duro y extremo como para que el ser humano pueda soportarlo. La cordillera del Pamir, una de las más altas del mundo, se podría decir que es un punto de reunión de varias cordilleras y junto al Tibet, era y es conocida como el “Techo del Mundo”.

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La carretera que la recorre y por la que nos aventuramos a cruzar estas tierras (Pamir Higway), fue construida por el ejercito soviético hace unos 80 años para facilitar el transporte de soldados y mercancías a esta inhospita región del planeta.
Osados y decididos comenzamos este recorrido por las alturas del que nos habíamos quedado con las ganas 4 años atrás, cuando cruzamos Kirgistán en dirección opuesta. No íbamos solos, compartíamos carretera con Javier (bicicleting) y Natalia. Los cuatro habíamos decidido hacer equipo y encarar juntos esta peliaguda aventura:  cruzar los Pamires a principios de Noviembre.

Salimos desde Sari-Tas en dirección sur hacia las enormes cumbres blancas que majestuosas parecían esperarnos tranquilas, observándonos mientras luchábamos contra el viento que parecía no querer dejarnos cambiar de país pero, este primer día era solo de acercamiento, sería al día siguiente (completo de subida) cuando ascenderíamos hasta los 4230m punto en que se halla la frontera.

Estas altitudes imponen limitaciones al ser humano, la más importante es la falta de oxigeno debido a la presión, uno la sufre hasta que el cuerpo poco a poco se va aclimatando. Así fue que en esta primera ascensión sufrimos de lo lindo.

Tu cuerpo puede, las piernas dan de sí, los cuadriceps aún no han empezado a quejarse, pero tu respiración parece indicar que estas al borde del paro cardíaco; incluso asusta oírse a uno mismo, es como oír la respiración de otro a tu lado. Paras no por cansancio, sino por temor a que los pulmones exploten, lo increíble es el tiempo que tras parar, aún necesitas para recobrar el aliento y … en cuanto arrancas, tras unos segundos, ya estas de nuevo. A menudo tuvimos que echar el pie a tierra y empujar la bici por unos metros hasta estar tan cansados que, subiéndonos al sillín y pedaleando recuperábamos fuerzas en los brazos que flaqueaban del esfuerzo y cuando ya no podíamos más, volver a empujar de nuevo.

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Si una cosa hemos repetido a menudo ha sido la increíble variedad que estas tierras te regalan, cada día parecía que recorríamos una zona del mundo diferente, nada de monotonía ni de aburrimiento, imposible no parar a cada rato para hacer una foto o comentar con los otros la asombrosa belleza del paisaje que nos rodeaba.

Tras descender de ese primer puerto, continuaba la planicie en la que comenzó a aparecer hielo en la carretera, lo cual era para mi una novedosa y excitante experiencia. Al principio con mucho miedo me dejaba deslizar por encima de la heladísima carretera recordando las palabras de Aitor, Javi y Natalia:
“-Tú como si fuera arena, no gires el manillar, siempre en recto y sobre todo no frenes.”
Con los brazos y el cuello rigidos y encogidos por la tensión, me metía en cada placa de hielo cerrando los ojos incluso a veces, totalmente aterrorizada ante ese avance al peligro desconocido. Tras unos kms fui soltando el miedo y por lo tanto siendo más capaz, fue de nuevo una lección que me recordaba que es el vivir las cosas lo que nos enseña, el atrevernos a experimentar lo que nos hace saborear el estar vivos, el seguir avanzando ante el miedo lo que nos hace crecer y aprender.

Uno de los momentos álgidos de la Pamir fue cuando tras una ligera cuesta y una vez pasada la cima, apareció ante nuestros ojos el lago Karakul (el cual fue creado por el choque de un meteorito hace más de 10 millones de años) y aquí, gente, va que ni pintado eso de:   “una imagen vale más que mil palabras”…

Además allí encontramos una de las poquísimas zonas habitadas de toda la Pamir, un pequeño pueblito con un par de lugares donde comprar lo básico, un pozo para coger agua y un nuevo amigo que nos invito a yoghourt, té y unas pequeñas bolas de masa frita. Con los pies calentitos y la cara limpia, la barriga llena y la bolsa de “la despensa” también; salimos alegres y animados a continuar la ruta.

4.655m de altura alcanzamos al día siguiente. Sabíamos del puerto que nos esperaba, el paso «Akbaytal” y estábamos por lo tanto mentalizados. Finalmente, en esto de pedalear con bicis tan pesadas lo más importante no es la fuerza física, sino la mental, esa es la que te ayuda a volver a subir de nuevo a la bici cuando estás reventado, la que te empuja a continuar cuando el físico ya no da más y la que te hace alcanzar las cimas más extremas y agotadoras.
Cada uno a nuestro ritmo fuimos escalando a golpe de pedal, a ratos a pie, observando a los otros allá abajo o arriba, que dándolo todo compartian la hazaña y eso, ayudaba a continuar, seguir y seguir, recobrar las fuerzas, el aliento y… ¡arriba de nuevo!. El asfalto había desaparecido a principios del día y eso lo complicaba más, por otro lado, ya llevábamos unos días alrededor de los 4000m y la buena aclimatación se dejaba notar.                                                                                                                                Así alcanzamos la cima del puerto más alto de la Pamir.

Dormimos tras pasar la cumbre, en unas casas que los nómadas usan en la primavera y que encontramos abiertas y limpias. Allí paramos y fué toda una fiesta, chapatis, pasta y la tableta de chocolate que traíamos para celebrar este momento.

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El transitar estas inmensas extensiones en las alturas que en silencio y ajenas al resto del mundo aquí se hallan, mas que una proeza es un regalo. Grandiosidad, vastedad inaccesible en que uno se siente insignificante, nimio.

Silencio, el silencio del mundo y los sonidos que lo componen… paz y calma.

Bello si, pero también duro en momentos, ya que se está muy limitado en estas extremas tierras: el frío limita, el invierno también. Hay muchas menos horas de luz y por lo tanto menos tiempo de pedaleo, muchas horas en la tienda, esperando literalmente a que se haga de día, salga el sol y nos permita salir de nuevo de los sacos. Aparte, lo atareados que de repente estamos, hay mucho que hacer: el simple echo de obtener agua se complica cuando los manantiales y ríos están totalmente congelados; hay que coger nieve y derretirla en la cazuela poco a poco pues es una gran cantidad la que se necesita para llenar una botella de litro.

El frío en momentos ha sido tan intenso que dolía, pero el haber pedaleado este invierno en Europa me enseñó. Allí sufrí los sabañones y demás penas que esta vez, he evitado con tan solo adoptar unas costumbres que Aitor me fue dictando día a día. (Sobre éstas ya que nos han sido de gran utilidad, escribiremos la siguiente entrada ahora que tenemos tiempo y ganas pues creemos que os puede resultar interesante.)
Javier que lleva termómetro, nos iba informando de las temperaturas (que a veces es casi mejor no saber pues parece que aún te entra más frío) así os podemos contar que llegamos la noche más fría a los -28ºC, o que estábamos Naty y yo preparando el desayuno tan panchas con -16ºC diciendo: “parece que esta fresca la mañana, ¿no?”.
Y es que te “asalvajas”, así poco a poco y no te das ni cuenta pero cuando vuelves a tener contacto con la gente…lo ves claro.

Y más belleza cambiante y buena carretera, que da para pedalear relajada y observar el paisaje sobre todo cuando vas suavemente descendiendo altura, como pasó llegando a Murgab la pega es que comenzó el viento en contra en esas eternas rectas y los cuatro, haciendo relevos lo convertimos en algo mas divertido y ameno. Paradita a comer algo y llegar.

Allí hicimos un descansito de un día, el baño y lavar la ropa quedaron en utopía pero descubrimos un poco de como se vive aquí: en toda esta zona en el invierno no hay gas y la electricidad sólo la dan algunas horas en la noche en algunos de los pueblos, (normalmente a una intensidad bajísima). Aquí se vive en la escasez aunque no en la miseria, los alimentos son carisimos (incluso la harina que ha convertido el pan un articulo de lujo) y lo que se tiene es lo que los animales (yaks) proporcionan. Fue una sorpresa para nosotros el descubrir que éstos tan sólo dan 700ml de leche en un día. Nos contaban que en invierno beben té con sal y manteca de yak, es ésta una de sus pocas fuentes de calorias. Dura vida la de estas gentes.

Atrás quedo Murgab y también Javi y Nati pues ellos eligieron adentrarse en el Whakan Valley y nosotros curiosos por ver el “fin de fiesta”, decidimos recorrer la Pamir hasta el final.
Justo antes de bajar al valle, aún teníamos dos puertos más y nosotros andábamos ya casi de relax dando la dureza por terminada pero, tras el primer puerto en que el asfalto volvió a desaparecer y la tierra-arena-piedra nos lo puso difícil, un gélido viento en contra comenzó a azotarnos con dureza y el cielo comenzó a ponerse feo. Fue por eso que aunque el hambre avisó no paramos a comer, queríamos pasar el puerto cuanto antes pues sabemos que a los 4200m no se puede andar cantando eso de “que llueva, que llueva…”, es mejor salir zumbando y eso hicimos. Empapados en sudor por el esfuerzo, continuábamos hacia arriba luchando con el frío viento que se metía por las ranuras y nos iba robando el calor. El tiempo iba a peor y mi cuerpo estaba perdiendo calor y fuerzas, no habíamos comido desde la mañana, ya eran las tres y la pendiente, la lucha y el frío me estaban dejando poco a poco totalmente debilitada. Fue entonces que comencé a sentir mareo y decidimos parar a comer resguardados por una pequeña elevación junto a la carretera que era la única opción posible en aquel lugar. Había que comenzar a cocinar y prepararlo todo pero algo dentro me pedía dormir, tumbarme y dormir…. me puse toda la ropa intentando recuperar calor, pero tenía el frío metido y no lo conseguía, el viento continuaba y me sentía más y más débil. Aitor mientras, había preparado la comida y se aventuró a encontrar agua corriente en algún punto del congelado río. De repente sentí una fuente de calor cerquita, la única creo en muchos kms a la redonda: ¡¡ la olla express!! que soplaba un chorro de vapor caliente hacia arriba. Así, sentada casi encima de la olla sentía como ese chorro de calor estaba dando la vuelta a la situación y comenzaba a recuperarme.

Tras comer, subí a la bici al instante para no perder el calor recuperado y continué mientras Aitor, se quedaba allí recogiéndolo todo. Fue en la cima que me alcanzó, apareció tras de mí y juntos coronamos el último puerto escapando así del temporal y comenzando el descenso totalmente recuperados.

Ahí terminaba “el mundo de las alturas” y comenzaba el descenso a zonas habitadas.

Rescato de mi diario una frase que explica el sentimiento (compartido por Aitor) al comenzar a descender :

“El haber recorrido estas tierras entre la cordillera de Los Pamires me ha echo enamorarme de nuevo del mundo, de la vida, de la grandeza que nos rodea y sentir la conexión con la Tierra como hacia tiempo no sentía. 

Siento pena de salir de la Pamir, de volver al mundo. Una parte de mí sería feliz de convertirse en uno de esos leopardos de las nieves que rondan estas tierras y quedarme aquí eternamente…..”

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El valle hasta Khorog continuó siendo un regalo en cada giro, una sorpresa en cada curva de la carretera que serpenteante, acompaña al río en su descenso rodeada a ambos lados de las enormes cumbres nevadas. Allí conocimos a los Pamires, las gentes que desde tiempos inmemoriales habitan el valle y que destacan por su hospitalidad y su buen trato al viajero.

Siempre atentos, en cada pueblo a cada momento invitándote a comer, a té, a dormir, bastaba con cruzar la mirada con uno de ellos para recibir una invitación.

El encontrar ya en Khorog a nuestro amigo Dilnavoz, que hablaba un perfecto inglés, no solo nos hizo la vida más fácil (y barata) sino que nos hizo comprender mucho de la situación de la zona, de estas gentes y la represión a que están sometidos, de sus costumbres y tradiciones y quedamos algo así como enamorados de lo que de nuevo dejábamos atrás.

Jugando a la Oca en Central Asia.

Algo increible ha sucedido… ¡¡nos hemos echado una partida al juego de la Oca!!. Lo inaudito ha sido nuestro contrincante: el Cosmos, y lo más singular del caso es que nosotros hemos sido las fichas.

Sucedió en el mismo momento en que salimos de Samarkand en dirección a la frontera que habíamos elegido para entrar en Tajikistan y que se haya a tan solo 40kms al Este de ésta mítica y bella ciudad que atrás dejábamos: allí comenzó la partida. Resultó que la frontera estaba cerrada y fué algo así como «de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente». Lo duro, fué que «la corriente» nos hizo recorrer 400kms extras para poder entrar por la siguiente linea fronteriza; lo bueno, es que nos llevó a recorrer la zona del sudeste Uzbeco en que las montañas comienzan a aparecer junto con unas gentes totalmente diferentes que nos empezaban a hacer sentir la cercanía del pueblo Afgano. Nada que ver (ni el terreno ni sus gentes) con el Uzbequistán que hasta ahora habíamos conocido. Pero, no nos podíamos dormir en los laureles y cruzamos rápido estas tierras porque la partida continuaba y tras la frontera nos tocaba tirar.

En el centro del tablero y como premio, el motivo por el cual salimos de Europa en dirección al Este y en medio del invierno: recorrer la «Pamir Higway» (mítica carretera que atraviesa la cordillera de Los Pamires y que 4 años atrás cuando pedaleamos estas tierras en dirección opuesta, no pudimos realizar por no tener material adecuado para las bajas temperaturas que a tal altitud uno tiene que enfrentar).

 

Los dados nos hicieron avanzar hasta Dusanbe (la capital de este país) dónde descubrimos que los Tajikos no solo comparten con los Iranies el idioma sino también la forma de conducir que siendo ciclista, te hace jugarte el pescuezo a cada segundo. Aún así llegamos al camping donde sabíamos que tendríamos toda la información sobre los permisos y demás papeles que habíamos de sacar para alcanzar nuestra ansiada meta.

En esta casilla del tablero resultó que además teníamos regalo: un paquete de Ternua (nuestro sponsor, que nos cuida como una madre, o mejor, como una dulce abuela) con un par de buenos sacos de dormir, y buenas chaquetas para el frío nos esperaba en las manos de un amigo que se había ofrecido a recibirlo en su casa. Con ese material y el que ya teníamos, estábamos preparados para las más altas cumbres y el más duro frío.

 

Fué entonces cuando el Cosmos (que juega con ventaja todo hay que decirlo) nos dejó boquiabiertos con su jugada, un «de oca a oca y tiro porque me toca» seguido de un «dados a dados y tiro porque me a tocado». Nos dieron la noticia nada más llegar: la Pamir Higway está cortada…bloqueada, cerrada al paso pues en la zona de Khorog había habido disturbios entre las diferentes etnias que allá conviven y el paso estaba prohibido a los turistas, es más, la carretera está cerrada incluso para la gente del país. Supuestamente esto había sucedido días atrás y ahora todo andaba más calmado, incluso, comenzaban los rumores de que en breve se volvería a abrir pero… todas las informaciones eran confusas y la única forma real de pasar era poniendo dólares por delante en cada control de policia. Algunos turistas se aventuraban a ir pero, parece que volvían y entre los que se encontraban en el camping había gran confusión y decepcionados estudiaban un cambio de planes en su recorrido. Así hicimos nosotros, pues ahora era nuestro turno de tirada y tras una noche de mover los dados en el cubilete (barajando posibilidades y aceptando esta aparente derrota), tiramos y movimos ficha saliendo al dia siguiente con un nuevo propósito: no perder el visado de china. (no sé si recordáis que en Uzbequistán nos habían dado un visado de tres meses chino pero, con una inesperada restricción que era entrar antes de veinte días y debido a ello, lo habíamos dado por perdido). Al menos podríamos continuar con nuestro viaje sin tener que perder tiempo y dinero en conseguir un nuevo visado.

Las informaciones que nos dieron otros ciclistas que allí se hallaban es que iba a ser de nuevo batallar contra el reloj, pues las carreteras parecían ser malas y teníamos algún puerto de montaña en el camino. Tal arriesgado era el propósito que la gente comenzaba a apostar entre si conseguiríamos o no nuestro nuevo cometido.

 

Así se fué sucediendo la partida, avanzando hacia China, pero la mala suerte reiterada hizo que en las siguientes tiradas nuestros dados no pasaran el dos y avanzábamos tan lento por el tablero (debido a contrarierades y pequeños problemas que nos iban retrasando) que hasta empezamos a mirar de reojo al Cosmos sospechando que de algún modo habia trucado los dados. Era tan lento nuestro avanzar y tantas las contrariedades que empezaban a hacer imposible la hazaña debido al retraso y, conscientes de que no llegábamos, cambiamos alguna de nuestras reglas de juego, nos tapamos los ojos para tirar esta baza y decidimos empezar a parar algún camión que nos cargara junto a las bicis y nos hiciera avanzar unos 100kms. Con tan sólo eso podríamos llegar seguro antes de que el tiempo de entrada caducase.

Tiramos de nuevo temblando literalmente pues la cercania de la meta nos hacia pensar por primera vez en la posibilidad de perder esta reñida partida: o caíamos en la oca que nos rebotara a la siguiente, o iba a ser dificil alcanzar a nuestro contrincante que con una media sonrisa nos observaba altivo adivinando nuestra inseguridad. Tiramos pero…. no fué suficiente para alcanzar la casilla que necesitábamos pues, aunque conseguimos parar un camión, tan solo nos acercó 30kms hacia adelante lo cual nos hizo renegar hasta de habernos subido. Aún así no perdimos la esperanza y seguimos jugando viendo como nuestro adversario caía en el calabozo y las siguientes dos tiradas eran nuestras….seguimos y seguimos en nuestro avanzar y en nuestro continuo (por primera vez en todo lo que llevamos de viaje) mirar al retrovisor a ver si venía algún otro camión que nos pegara otro empujón pero….nada, los dados parecían no querer pasar de tres.

La partida fué reñida en esta parte final en que el rostro de nuestro adversario se tornó serio y su arrogancia se transformó en preocupación, lo cual nos hizo (lo confesamos) engrandecernos en momentos.

 

Momentos los hubo para todo en este recorrer casillas, en las que a veces caímos en interesantes lugares como aquella noche que pasamos en una casa del altiplano Kirgyz en que ya no hay nada ni nadie, solo llanura, pues en estas fechas los nómadas que en primavera las pueblan ya se han retirado a tierras más bajas con los caballos y el ganado. En esa única y humilde casita en muchos kms a la redonda caimos con la suerte que el cubilete nos trajo de esa baza y fué así, que compartimos la noche con la joven pareja que alli se hallaba y con un par de muchachos que junto a ellos cuidaban de las vacas, ovejas y caballos. En esa noch,e descubrimos algo más de la vida de los Kirgyz; fué gracias sobre todo a la chica que tenía el don de gestualizar de tal modo que era dificil el no entenderla. Entre gestos, nos explicó que en verano también ellos viven en la yurta pero solo es posible desde marzo hasta finales de septiembre, después, se torna demasiado frío para aguantar allí y las gentes vuelven a sus pueblos con los animales menos, los que como ellos tienen una casita como ésta en que pueden sobrellevar el frio hasta finales de octubre en que se pone insoportable ya, para ellos y para los animales. Entonces descienden al pueblo donde pasan tan solo tres meses al año que según nos decía, son los que mas disfrutan:

-Aqui no hay nada, solo frío. – me decia en ruso en la mañana cuando la acompañé a llevar las vacas hasta un riachuelillo que a unos metros cruzaba la llanura.

Compartir con ella ese paseo en la mañana y el silencio, las sonrisas y el espacio, la comida y ese delicioso pan que ella misma amasa una vez por semana y que es el que alimenta junto a la carne a los duros hombres, que subidos en los caballos son los que dan la cara al frio de la mañana a la noche; me hizo sentir agraciada y agradecida. Al volver, encontré a Aitor ya preparado con los dados en la mano dispuesto a tirar de nuevo, soplandolos invitando así a la suerte a ponerse de nuestro lado.Al tirarlos, rodaron por el tablero mientras nosotros lo haciamos por la carretera en los últimos kms a la frontera, ansiosos y excitados, expectantes y entusiasmados llegamos al tiempo que los dados se paraban y vimos que una sorpresa más nos esperaba en esta partida que comenzaba a pasar de divertida a agónica: la frontera de China estaba cerrada por vacaciones durante los proximos ¡¡¡¡¡ 4 días !!!!.

Fue un pasar por el centro del tablero y de rebote caer directos en la casilla del «calabozo» en que por 4 días teníamos que esperar sin saber que sucedería pues nuestro día limite para entrar era al dia siguiente pero con 4 días de vacaciones por delante para cuando abrieran, nuestro visado estaría caducado y por lo tanto literalmente estabamos vendidos.

Podíamos escuchar la suave risa de nuestro contrincante que se tornó en carcajada cuando el dia que abrieron, el militar chino de máximo rango en la frontera nos dijo que nanai, que ni hablar que nos buscasemos la vida pues ese visado estaba caducado y la única solución era hacernos otro nuevo y sin más, siguió con su trabajo.

 

Si amigos, así es la vida esta baza fue una de las más duras de superar…. «del laberinto al 30», cuando ya has avanzado tanto que ya rozas tu sueño de repente….¡¡¡zas!!! todo desaparece y casi tienes que volver a empezar, después de haber sufrido, y sudado lo indecible, dçandolo todo en la carretera para llegar a tiempo.

Es lo que tienen también los viajes, hay que estar preparado para todo, lo bueno y lo malo, las risas y las desdichas y si consigues colocar ambas al mismo nivel, si consigues esa ecuanimidad que te hace mantenerte a flote ante la dificultad, entonces consigues el grado de general, las estrellas en el hombro que te dan la posibilidad de ver nuevos caminos, de no quedarte lamentándote y continuar hacia adelante.

Esta partida que estaba ya terminada para nosotros, que ya duraba demasiado para continuar siendo divertida parecía estar en su punto algido para nuestro amigo Cosmos que, triunfante saboreaba ya la victoria a tan solo una tirada de acabar con todo. Pero sucedió, que mientras el tiraba y rebotaba nosotros en el calabozo disfrutamos de veras, sí: nos dirigimos a Biskek (la capital de Kyrgyzstan a unos 900kms de la frontera de China donde dejamos nuestras bicis a buen recaudo) haciendo autostop, y convertidos en mochileros disfrutamos de tres dias de conocer gentes y montarnos en coches y camiones ajenos. Fué allí que liberados «del presidio» agarramos de nuevo los dados y esta vez sin cubilete ni nada los lanzamos con fuerza y ganas sobre el tablero y al contar las casillas descubrimos que lo que nos había traido el azar era la más oscura, la más terrorifica de todas: la del fondo negro con una calavera sonriente que nos anunciaba el fín de esta partida.

Si del laberinto al 30 ya fué dificil, esto lo fué aún más: la visa de china aquí solo se consigue a través de agencia, nunca a particulares, sin escepciones, por lo que cada uno teníamos que pagar ¡¡¡ 150 dólares !!! por un visado de un mes…… ahora si que para nosotros, se acabó la partida.

 

Rabiosos cogimos cada uno de una esquina del tablero y levantándonos de nuestros asientos lo lanzamos al aire con fichas y todo, mostrando así nuestro enojo y la impotencia que nos hizo perder el control y los estribos. Nuestro amigo el Cosmos, indignado, lo cogió al vuelo y nos mandó sentar de un gritó, unió nuestras cabezas y en voz muy baja nos habló:

dijo que a veces la desgracia trae la más alta dicha, que la aparente fatalidad no era sino la más alta fortuna, pero que ignorantes por no poder ver más allá nos creíamos encerrados en un desastre que no era tal…..

Siendo sinceros os puedo decir que ninguno de los dos comprendimos tales palabras pero ambos abandonamos la sala y caminamos por largo rato perdidos y confusos. Fué cuando llegamos de vuelta al camping que comprendimos a que se referia nuestro amigo. Encontramos allí a una pareja de viajeros polacos que nos dieron la noticia y de repente entendimos sus palabras. Nos contaron que la Pamir Higway por fín estaba abierta, que todo había vuelto a la calma, que en este mismo lugar en que estabamos se podía conseguir el permiso gratis y el visado para entrar de nuevo en el país, lo daban sin ningún problema en el mismo día.

Fué poco a poco que todo se fué desvaneciendo pues en un principio continuamos confusos, algo perdidos, pero así como se abre un nuevo día, como la luz comienza a clarear y de repente radiante, aparece el sol en el horizonte que calienta e ilumina, fuimos reaccionando y trazando un nuevo plan.

Al día siguiente hicimos el visado de Tajikistan y sacamos el permiso para la Pamir junto a una pareja de ciclistas españoles que se dirigian también hacia allá, habiamos decidido en el desayuno que los cuatro juntos nos aventurariamos en esos reinos de las alturas, en esa carretera que esperaba solitaria pues aunque recien abierta, ya nadie se aventuraba a cruzar por lo avanzado del invierno pero que aquí y ahora, solo por miedo al frío no nos íbamos a echar para atrás. Lo haríamos juntos.

Fué así que aprendimos que un final solo es final cuando viene de la mano de un comienzo y que a veces es el camino más escarpado el que conduce a la cima.