… más de Kenia.

La siguiente aventura que nos esperaba era ascender desde la llanura desértica hasta los pies del Monte Kenia que aparecía nevadito entre las nubes. El cambio fué impresionante, no dabamos crédito a lo que teníamos ante nuestros ojos, a tan sólo 25 kms de la reseca llanura desértica aparecía sorprendentemente tal abundacia de agua que descendía de las cumbres, que parecía habíamos cambiado de estado, de mundo o tal vez de planeta. Al tiempo que maravillados observábamos el cambio, éste a su vez traía ciertas preguntas que se salían de nuestra comprensión, ¿cómo era posible que semejante caudal, es decir, caudales no fueran dirigidos y aprovechados para hacerlo llegar a esas gentes y animales que a poco más de 20kms estaban literalmente muriendo de sed?, ¿es que nadie se había dado cuenta? (o quizá es que necesitan esos muertos todos los años, por hambrunas o sed para seguir cobrando y recibiendo de otros países cientos, miles de Euros en ayudas)….

Boquiabiertos y con una extraña sensación de dolorosa injusticia, de impotencia e indignación recorrimos la carretera que de forma circular bordea el monte, el cuál, nos tuvimos que conformar con ver de lejos pues los desorbitados precios para entrar en la zona y poder subir, lo hacen inalcanzable para nuestros bolsillos.

Es lo que tiene África, si hay algo bonito, salvaje, diferente…lo declaran parque nacional y listo, 100 dólares por cabeza o 200, según les dé, precios realmente desorbitados que nos han impedido ver interesantes rincones. A algo que aún no han conseguido ponerle precio es al recorrer el mundo, a conocer a las gentes que lo pueblan, a sentarte en una esquina de un mercado para, simplemente observar el paso; eso, sigue siendo gratis y más interesante y enriquecedor finalmente, que subir ningún monte (al menos para nosotros).

Animales por todas partes, eso fué lo que encontramos al salir de Nairobi. Tras alejarnos unos 40-50kms de la gran urbe, la carretera se puso buena y lo mejor, tranquiliiita. Fué entonces que los animales empezaron a aparecer, aquí, allá; hasta acabar habiéndolos por todos lados. Hasta ahora tan sólo habíamos visto a los dic-dic (los antílopes más pequeños del mundo) que al principio nos sorprendieron mucho y después se convirtieron en algo de lo más cotidiano, al igual que los escorpiones, que todas las noches nos hacían visitas en busca del calor del hornillo merodeando entre nuestros pies y bártulos de cocinar; parecía que venían hambrientos a saltar a la cazuela y pegarse un festín tras el largo y caluroso día. Cada mañana teníamos que mantenerlos también a raya a la hora de recoger la tienda de campaña pues, de nuevo buscando calor, se habían metido en la noche debajo, entre ésta y la tierra y sin saberlo habíamos compartido con ellos el descanso y quién sabe, quizás los sueños. Todo ésto sucedía en la pista de entrada al país, en aquellos duros días pero aquí en el sur del país todo era muy diferente: cebras, jirafas, antílopes, ñúes; allá donde miráramos lo poblaban todo. Y aún fueron a más cuando dejamos atrás la carretera general para, coger de nuevo una pista que nos llevaría directamente a los pies del Kilimanjaro.

Salir de Kenia fué todo un regalo pues pedaleábamos hacia la frontera con esa idílica imagen ante nosotros: la sabana. Poblada de animales libres por todas partes y allá, detrás el Kilimanjaro en el horizonte coronado por la nieve observándonos a todos con esa tranquilidad y calma africanas del, tan sólo, estar. Sin más añadidos.  

Kenia

Por fín terminamos la famosa pista en la que por 550kms hemos estado saboreando lo agrio de la vida de estas gentes, a los que les tocó vivir en estas áridas y calurosas tierras. Comienza nada más pasar la frontera con Kenia y aunque al principio parece una pista sin más, poco a poco se empieza a poner feo y uno comienza a comprender el porqué de su fama.

La pista formada por montones de piedras sueltas y pequeñas, de arena y tierra, nos hacía el avanzar una misión casi imposible debido a que las bicis se hundían entre las piedras y constantemente nos hacía perder el equilíbrio, lo cuál iba haciendo menguar nuestras fuerzas debido al esfuerzo de tener que cargar las pesadas bicicletas para ponerlas de nuevo en vertical y tras eso, las primeras pedaladas para salir de entre las piedras que requieren un duro sobre-esfuerzo. Ésta era una tarea casi constante y agotadora que nos iba debilitando poco a poco.

El desconocer el estado de la pista y saber que aún quedaban 400kms por delante, era algo que hacía flaquear también nuestras fuerzas mentales.

Era como el que trata de nadar en el mar contracorriente y deja todas sus fuerzas en el intento, avanzando, dándolo todo; gira la cabeza para recuperar el aliento y ver cómo de lejos está, y se encuentra con que la orilla sigue ahí mismo… no avanzó más que unos metros.

En las noches tras el esfuerzo agotador, no había parte del cuerpo que no nos doliera, brazos , espalda, cuello y… ¡¡ hasta la mandíbula de sujetarla !!.

Imposible hacer los kilómetros que en un primer momento habíamos calculado y eso añadía algo más a tan árdua experiencia y era, la escasez de agua.

El día más duro de todos, tan sólo fuimos capaces de hacer 35kms (dando para ello nuestro cien por cien) lo que hizo que no pudiésemos llegar al siguiente punto de agua. Con tan sólo el culo de la botella de litro y medio encaramos la noche sabiendo que, había que desayunar algo y aún quedaban muchos kms al día siguiente hasta la siguiente posibilidad de conseguirla.

El llegar a esos extremos nos enseñó mucho. Personalmente descubrí algo sorprendente: cuántos tragos hay dentro de un sorbo de agua, sí, muchos más de los que hubiera imaginado. Al sorber un trago, lo mantenía en la boca mientras pedaleábamos, pues recordaba haber leído en algún lado que eso te refresca y te calma la sed más que el tragarlo en sí; después muy poco a poco, iba tragando de él pequeños sorbos a cada rato, hasta que desaparecía. Aguantaba entonces el rato más largo que podía sin pensar en agua, ni en beber pero, debido al calor, según pasaban las horas aguantaba menos y entonces, echaba otro trago y sacaba de él los máximos sorbitos que podía, mientras todo el cuerpo como destartalado, se mantenía en equilibrio avanzando entre piedras, baches y arena.

Más que sobre una bici, me parecía estar montada en un toro mecánico, pero sin las vueltas. El reto, en vez de pedalear y avanzar, había pasado a ser mantenernos arriba de las bicis sin descoyuntarnos, y así, dejar que el tiempo pasara. Tras transcurrir unas 5 horas, ese día según el mapa y los cálculos de Aitor (que normalmente en esas cosas no falla una) llegaríamos a un pequeño poblado en el que podríamos saciar la sed.

La dureza de la vida, la dura realidad en que estas gentes viven, fué algo que saboreamos en nuestros propios paladares, y que observamos y conocimos en las paradas, cuando más adelante apareció de tanto en tanto alguna pequeñísima aldeita donde paramos a tomar té con ellos y hablar, hablar, hablar …..algo que acá en Kenia parece encantarles.

El echo de que por aquí casi todo el mundo hable en inglés nos a abierto las puertas de la comunicación y es que, hasta las gentes más tribales de las aldeas más pequeñas lo chapurrean.

Buena gente encontramos en esta ruta de la que todo el mundo nos contaba, era un sitio inseguro, en que te pueden robar…..nada de eso.

Conversando con la gente de las tribus, nos enteramos que los problemas son entre ellos, entre tribus. Conocimos a los Samburus, también a los Turkanas y unos y otros, nos contaron que los problemas se deben a que éste año no llegó la llúvia.

Los animales no tienen lugares donde pastar, el agua es cada vez más escasa y han de recorrer a veces más de 30kms para encontrar ese “oro líquido” y eso, los lleva a menudo a tener que sobrepasar los límites de sus territorios…. entonces llega la guerra, la lucha. Es la lucha por sobrevivir, la ley del más fuerte.

Impresionados, exhaustos, agradecidos y debilitados llegamos al asfalto de nuevo que, anunciaba no sólo el fín de la pista sino, la llegada de pueblos y lo que eso suponía: agua, tiendas, sombra y algo que ya habíamos olvidado pero que a juzgar por las miradas de todos necesitábamos con urgencia: ¡¡ una ducha !!.