Un poco más de sudáfrica

De nuevo hicimos de las nuestras y sin escuchar las prevenciones y consejos, nos metimos de lleno en lo que supuestamente eran las tierras más peligrosas del país, exceptuando la capital: el Transkei. Una zona que siempre fue «negra», lo fue antes, durante y despues del apartheid y por lo tanto, la mayoría de los blancos lo desconocen totalmente pues no se atreven (en su mayoría) ni a pasar en coche.
Nos habían aconsejado, pedido incluso, que evitáramos esta zona, que nos robarían y podrían llegar a matarnos en cualquier momento. La primera percepción fué que allá la gente era mas sonriente y amable. Muchos se sorprendían de vernos, pues los únicos blancos que por allí se ven, pasan a toda velocidad en sus enormes coches. Nos llegaron incluso a hacer fotos mientras cocinábamos y comíamos a un lado de la carretera, sus gestos y sonrisas eran de incredulidad primero, de aprobación y alegría después.

-”Cuanto miedo hay en este mundo”-comentába Aitor mientras comíamos -”cuanto miedo basado en no más que ignorancia.” -“Si, ese es el ingrediente principal del miedo, ni E-345 ni conservantes , ni colorantes. Ignorancia y un toque de sabor amargo para impulsar los efectos.”

Hemos seguido durmiendo con gentes aquí y allá, en granjas de caña de azúcar, de madereros, ganaderos, hemos compartido tiempo con granjeros de piñas, de rosas, de albaricoques, de ovejas de angora….casi en ninguno de esos lugares hemos tenido que preguntar pues en un 95% de las ocasiones, nos han invitado ellos.

Lo que llaman la “Sunshine coast”, es decir toda la costa al sudeste del país, ha sido un sitio para no olvidar: salvaje, pura, sin apenas edificaciones de ningún tipo; arenas claaaaras, y mar movido, dunas y vegetación en forma de arbustos hasta el borde mismo de la playa.También allí disfrutamos la hospitalidad de las gentes y pudimos observar los enormes grupos de delfines que avanzaban, los coletazos de las enormes ballenas y sus chorros de vapor en el horizonte, los tiburones y unas algas curiosísimas gordas redondas y rosadas, que poblaban la orilla y el mar y me hacian recordar las lenguas de vaca.

En Sudáfrica nos hemos aburguesado señores, vamos de casa en casa, de ducha en ducha, con cenitas, postres, y lo mejor de todo: muy buena gente. Ésta es vida fácil y sabrosona, pero os confesamos que echamos de menos el acampar libres, a nuestro antojo.

Vamos despaciiiito y con calma, tomando descansos que, al no estar cansados son mas bien paradas: un día pedaleo, un día nos quedamos, un día de viaje, un día social (afrikaaners, ingleses, hindúes, negros, mestizos, extranjeros que vinieron y se quedaron y cada uno con su punto de vista sobre la complicada historia pasada y presente de éste país. Interesante parar, escuchar y aprender de cada uno de ellos).
El motivo de este hacer tiempo son las lluvias en Angola y Camerún que son fuertes, torrenciales y refrenando un poco aquí, “alargamos los tiempos” y así cuando lleguemos a esas latitudes ya habrán pasado y es que, las lluvias amigos, son el mayor enemigo de los que así vivimos, como nómadas ahí fuera.

Y en nuestro avanzar, hemos llegado a un punto de esos importantes: “Cape Agulhas”, el punto más al sur del continente africano. Lugar dónde el océano Indico y el Atlántico se encuentran, el fín de un continente y allí, justo allí, encontramos a Noel, un hombre por el que mereció la pena pedalear hasta llegar a ese punto y tener el honor de conocerlo y compartir unos días en su casa de madera junto al océano. Noel ya pasó los 60, viajó durante años en su velero alrededor del mundo, uno de esos antiguos hippies que aún quedan en pie. Después su esposa lo dejó por una mujer:
-“Por una mujer, en eso amigos, si que ya no hay remedio”- nos decía resignado -”y asi se acabó mi viaje, no puedo dejar a mis hijas y marchar”.
Y allí vivía, frente a los dos océanos, soñando que un día volvería a surcarlos.

Toda Sudáfrica ha estado marcada por encuentros y es que, cuándo uno nos acogía, después a veces llamaba a su primo o amigo que vivía en otro lugar y que nos recibiría y ese a otro y así hemos rodado de casa en casa de familias enteras. Como en Ciudad del Cabo, donde pasamos más de 15 días (navidades incluidas) en casa de una maravillosa familia que ya, forma parte de la nuestra para siempre. Fué con y a través de ellos que conocimos esta maravilla de rincón, del cuál, fueron los alrededores de la ciudad lo que nos dejó prendados. Montañas y acantilados, laaaargas playas de agua fría pobladas de delfines, tiburones e incluso pinguinos chiquitos y tan echos al humano, que te puedes acercar y a veces tocar a alguno de ellos.

Nos vamos…mañana salimos ya en dirección norte. Hemos acabado, llegado al fin del lado este del continente, y ahora, toca subir, cambiar el sur por el norte pero antes, nos retiramos. Si, literalmente, pues nos dirigimos a hacer un retiro de meditación: un ejercicio mental para aprender a usar esta computadora que llevamos incorporada bajo el cuero cabelludo y que funciona 24 horas a todo trapo. Queremos enterarnos dónde esta la tecla que dice: STOP y así, convertirla en un instrumento y ser un poquito más libres.

Parece que realmente estamos en época de fines, y lo que más me gusta de esas épocas es que le siguen los comienzos…
¡¡bendito devenir de fines y comienzos, que no acabe nunca!!

Sudáfrica

Sudáfrica. El país de las vallas, de las alarmas y sistemas de seguridad, el país de la separación y del miedo a parar en los stops para no ser robado, el país de las pistolas escondidas tras el cinturón y ….de la corrupción extendida a tal extremo que resulta como una pelicula cómica (aunque no tanto para el que tiene que vivir con ello diariamente).

Un lugar que en los principios estaba casi inhabitado, tan sólo los animales salvajes moraban en estas tierras y una sola tribu: “los Bosquimanos” pertenecientes a la étnia “San” los cuales poco a poco fueron expulsados de sus propias tierras. Pueblo nómada que según estúdios genéticos es el más antiguo de la tierra y que hoy en día, es una minoría en esta región. Aquí llegaron tribus del norte, los Coza, los Zulus y fueron acabando con ellos para instalarse en esta zona del continente. Más tarde llegaron los blancos que descendieron de barcos e hicieron lo mismo que las tribus del norte. Los “Afrikaans”, descendientes de la mezcla entre alemanes, franceses y holandeses que un día llegaron a Ciudad del Cabo y decidieron quedarse y cultivar la tierra.

Después desembarcaron los ingleses los cuales lucharon también incluso, con los Afrikaans y esa rivalidad aún a día de hoy se siente clara.
Un país de tribus, son 11 en total las que habitan en el país y todas ellas están limitadas a ellos mismos, a su gente, a crecer,crear y luchar por y para ellos y…..a odiar a los que no pertenecen a los suyos……
y el que odia tiene miedo…..
y con los frutos del miedo y del odio…nada se puede construir y menos una sociedad. El país del arcoiris es solo una utopía y aquí el odio y el rencor son palpables y claros. Es algo así como un: todos contra todos. La inseguridad es real y el crimen es algo cotidiano sobre todo en las grandes ciudades y en la zona Noreste del país.
Eso sí, todo ese odio y rencor desaparecen totalmente cuando tratan con extranjeros, gente como ellos dicen de “over seas” (más allá del mar). Cuando se dan cuenta que no perteneces al país, todo se derrumba y aparecen las sonrisas, el afecto, la persona que hay tras el dolor y los prejuicios emerge y se abre de una forma natural y sencilla.
Es por eso que para nosotros esta siendo bello el cruzar este país, teniendo encuentros y charlas cada día, pues con toda la inseguridad que reina, desde un principio decidimos que preguntaríamos en granjas para acampar dentro y siempre recibimos la misma respuesta:
-“No. Acampar ni pensarlo, pasad a la casa con nosotros.” Y allí cama, ducha caliente, cena, charla y desayuno (además de la invitación a quedarnos a descansar más días, que a menudo surge).

Buena gente que da sin intereses sólo, por el placer de dar.
Hemos dormido con blancos, hemos dormido con negros y entre todos nos van contando la diferente visión de esta complicada realidad que desde cada lado se lee de una diferente manera.

Ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos…simplemente son, y son diferentes y a veces, cuando en la diferencia no hay tolerancia…PLASH…..viene la explosión y desde lejos se los cataloga a unos de explosivos y a otros de explosionados, pero… es el choque lo que provoca la explosión, ni unos ni otros.

Hemos descubierto que aquí, nosotros pertenecemos a una tribu (aún sin haberlo elegido) y es a la de “los blancos”. Ellos siempre tienen cuidado de tí, te protegen y te tienen como a uno de los suyos y nunca, NUNCA, van a permitir que acampes por ahí o que tras el atardecer sigas pedaleando. Literalmente te paran en la carretera, detienen sus coches y te avisan que no es seguro, que ya se hace tarde y te invitan a dormir. Así descubrimos que ni siquiera teníamos que preguntar, pues las invitaciones surgían a diario, en la carretera, en el supermercado cuando parábamos en la tarde….

Cruzamos desde Botswana hasta el extremo más oriental del país, pasando por Pretoria (donde renovamos los pasaportes) y desde allá a Swaziland (un bello y pequeño país dentro de Sudáfrica de verdes montañas y amables gentes, que nunca lucharon, que siempre tuvieron paz y bastante igualdad entre todos los que lo pueblan, sean del color que sean, y la diferencia con respecto a Sudáfrica, se siente nada más cruzar la frontera). Después, y ya en direción sur bajamos hasta Sta Lucia, donde paramos a descansar el cuerpo y el alma: un pedazo de tierra entre el agua salada del mar y la dulce del río que aquí desemboc. Ballenas, hippos, cocodrilos y una vegetación verde y frondoooosa que lo deja a uno silenciado y atrapado ante tanta vida y belleza.

Tras ello y de nuevo tierra adentro y montaña arriba nos dirigimos a Lesotho, que es el segundo pequeño país dentro de Sudáfrica, una zona dura y montañosa, pura montaña. Bella de un modo totalmente diferente a todo lo que habíamos visto hasta ahora y es que, si hay algo que define y caracteriza a esta zona del continente africano, es la impresionante diversidad reinante.
Un bello y enoooooorme país en el que uno se podría tirar la vida entera, para descubrir el montón de bellos y variados rincones que lo forman.