Seis han sido el total de islas indonesas que hemos rodado, y como suele suceder cada una ha sido un mundo.
El paisaje, la gente, la experiencia… podríamos dedicar un largo escrito a cada una pero hemos decidido resumir y contaros aquí un poquito de cada; así, como uno de esos platos de turrones que en estas fechas aparecen a la hora del postre….. un pedacito de cada isla…..
y… ¡¡que aproveche!!:
JAVA
¡¡Tráfico!! si, no fue una novedad.
Ya nos lo habían dicho otros ciclistas, y es que hay tanto tráfico en Java (sobre todo en el oeste) que la gente ha comenzado a ganarse la vida con/de él, os cuento:
Se plantan en el medio del atasco, del cruce o del semáforo, se traen un pito de casa y comienzan a intentar organizar, dar vía libre por aquí, parar a aquellos de allá, y así hacer que el enredo se deshaga. Agradecidos los conductores, les brindan alargando la mano por la ventanilla a la que pasan a su lado, unas monedas o algún billete, por su ayuda, por su trabajo.
Otros (y ésto fue confuso en un principio y chistoso finalmente) son más estratégicos: colocados en las curvas cerradas de los puertos de montaña, las más empinadas, esas en las que los camiones cargados que suben tienen que abrirse para poder tomarlas, esas en las que frenar no es una opción pues si lo hicieran sería un grave problema el arrancar de nuevo: demasiada inclinación para tal carga.
Es por eso que les son tan útiles estas gentes que, colocadas en las curvas, al verles llegar cortan el tráfico del sentido contrario y les dan paso. Los camioneros les lanzan los billetes al pasar y pitan en señal de agradecimiento.
Una vez pasada la zona centro de la isla, empezó lo bueno.
Hasta ese momento lo que habíamos disfrutado de los días de pedaleo no habían sido los paisajes ni el rodar sino la gente en general, pero sobre todo una cosa: las comunidades o asociaciones de bicis, es decir, los clubes ciclistas.
A través de una página de facebook: «warmshowers indonesia» formada por ciclistas, se van pasando la información y todos saben sobre las novedades en la isla en todo lo referente a bicis.
Así fue como todos se enteraron que andábamos cruzándola, que íbamos a encontrar un amigo que venía a pedalear por unos días con nosotros, y bueno, casi de toda nuestra vida. Nos convertimos en conocidos para todos y día a día, se volcaron en ayudarnos, acompañarnos, hospedarnos, habituallarnos…. todo, todo. Nos vinieron en varias ocasiones a recibir unos 10-15 kms antes de la ciudad, en grupo, y juntos pedaleábamos hasta la casa del que ese día se había ofrecido a hospedarnos.
En el momento de salida se repetía lo mismo: todos, en grupo salíamos hasta que el tráfico característico de las ciudades bajaba y allí, en ese mismo momento ya estaban pasando la información a los que nos estarían esperando en otro pueblo.
Todo esto, nos ha hecho llevar un ritmo más alto, hacer bastantes más kilómetros y muchas, muchas menos paradas.
Tener ya en la mañana un sitio al que llegar es algo realmente inusual, atípico para nosotros pero, que nos ha hecho disfrutar, conocer a montones de gente y llevar mejor el tráfico y los atascos.
De algún modo el trato con ciclistas nos ha hecho más ciclistas.
Tras cruzar el centro de la isla, llegó la fiesta, dura pero… fiesta.
En el este de la isla de Java se sitúan dos enormes y espectaculares volcanes activos: el Bromo y el Ijen. Elegimos verlos aún a sabiendas de que cogíamos una ruta muy, muy dura, y que haríamos más kilómetros de los necesarios para cruzar la isla, pero, como cruzar no es el fin y llegar no es el motivo de movernos, la decisión era clara: queremos conocer lo más interesante, lugares de naturaleza en estado salvaje… ¡¡esos son los nuestros!! ¡¡ahí vamos!!.
Nos habíamos reunido finalmente con Angel justo antes de la primera ascensión. Nos conocimos cuando nos hospedó en su casa de Figueres (en nuestro pedalear el norte de España allá por el año 2011) y justo cuándo iba a comenzar su primer viaje en bici. Desde entonces ha viajado ya unos cuantos buenos kms por el mundo, e incluso ha escrito un par de libros al respecto. Clown (payaso gestual) no sólo de profesión sino de espíritu, trabaja a veces en circos y cuando no tiene bolos, se monta en la bici y recorre el mundo aquí o allá.
En la ascensión sufrimos todos, sufrimos los tres, era lo esperado, sabíamos de antemano en lo que nos metíamos, una ascensión memorable, de muchos, muchos kilómetros con unos desniveles de esos que te hacen reventar las piernas, los brazos, el cuello, incluso los dientes duelen de apretar la mandíbula, ¡¡nada de broma el bromo!!!. Extenuante pero…. mereció la pena.
Tras dormir un rato apiñados los tres en la tienda de campaña, justo tras pasar la cumbre, nos despertábamos un par de horas antes del amanecer.
Era de noche si, hacia frío, también, no teníamos referencias y los 11 kms de la caldera del volcán resultaron ser de tierra-arena pero, aún con todo, la experiencia fue de lo más especial.
La luna llena en lo alto, el silencio, el volcán vivo bajo nuestros pies…. y así llegamos a unas casetas colocadas ahí, en el medio de la nada aparente. Un lugar donde unos pocos hacen negocio con los turistas que atrae este espectáculo de la naturaleza como es Bromo.
Dejamos las bicis allí y nos echamos a andar para intentar llegar a tiempo: había que encontrar el lugar por dónde poder subir las paredes del volcán y así, desde arriba contemplar el amanecer: la danza de las luces, los colores y las sombras con las densas nubes de humo que brotaban del centro del volcán, y aunque nos perdimos y salimos rozados, arañados y mojados, llegamos a tiempo.
Mereció la pena, todo, aquello fue simplemente… majestuoso.
El Ijen nos tocó al día siguiente, aquí no hay tregua, otra subida parecida a la del Bromo, esta vez lo que nos esperaba arriba nos hizo silenciar pero también tragar saliva y sentir un agujero en el estómago.
La mayor parte de turistas que vienen hasta aquí lo hacen atraídos por «las luces azules»: a eso de las 2-3 de la madrugada y metiéndose dentro de la caldera del volcán puedes ser testigo de un mágico efecto que los gases del volcán generan, luces azules, si, azul como el fuego de las cocinas de gas, un azul que baila y danza entre el humo que emana del volcán y se mueve a un lado, a otro. Algo así como una aurora boreal dentro del crater.
Pero allí hay algo más.
Allí hay gente, gente que trabaja tan duro como nunca vimos.
Allí abajo el ambiente es hostil, dentro de la caldera de un volcán los ojos escuecen, la garganta también, has de cubrirte la cara con mascarillas o como en nuestro caso con un trapo húmedo pero, la mayor parte de estos mineros están desprotegidos, sin guantes, sin calzado adecuado…. se les oye toser, toser, toser. Son unos 80-90 los kilos de azufre que cargan sobre sus hombros mientras escalan, arriba, por la empinada pared del volcán, sudando, dándolo todo.
Alrededor turistas, hablan, les sacan fotos. Los turistas vienen hacen la foto y se van, ellos estarán aquí hoy y también mañana, ésto es lo único que hay para ellos.
El amanecer, los trabajadores, los turistas, el sudor, las fotos, esos ojos, las risas, la tos… tener todo eso ante nosotros trajo silencio, un profundo y pesado silencio, un silencio que cayó en nuestros hombros cargado de preguntas sin respuesta, de impotencia.
A veces en éste recorrer el mundo hay que tragar saliva, una saliva que sabe amarga y que quema, hay momentos que te hacen replantear todo, que duelen y ante los cuales… nada puedes hacer, solo tragar y aprender.
Abría más, mucho más que contar de Java, siempre son más las historias que se quedan que lo que puede salir pero… sigamos, avancemos, continuemos con el viaje y crucemos en ferry a la siguiente isla:
BALI
Sinceramente de Bali no esperábamos mucho. Un lugar tan turístico… desde hace tantos años… bueno ya se sabe lo que hay en esos lugares, normalmente no algo que nosotros disfrutemos (aunque comprendemos y respetamos que otros si lo hagan, todo depende, siempre … depende. Ni bueno ni malo, ni mejor ni peor. Depende).
Pero mira tu que esta isla vino a darnos de nuevo en los morros con nuestras expectativas, con nuestros juicios nos sacudió, y quedamos encantados, no solo por la semanita que nos pegamos en un hotel primo hermano del mismísimo paraíso: cabañas de madera y paja, jardines y flores en cada esquina, flores, flores, tantas que las había ¡¡hasta flotando en la piscina!!… Un lugar de reposo para el alma, para los ojos, para el espíritu y lo más sorprendente, a un precio de risa, y es que, entramos directos a recorrer la costa norte, justo el lado opuesto a lo más turístico y conocido de la isla y eso en los precios se nota.
De allá decidimos cruzar la isla por el centro y eso significaba ascender, pues son sólo montañas las que pueblan el interior.
Los hoteles eran caros y ¡¡no teníamos ganas de pagar tanto por dormir solo unas horas!!… mira, dormir, lo que es dormir…. nosotros… dormimos en cualquier lado.
Tras salirnos de la carretera principal y a base de ir improvisando, a sabiendas que la dirección a seguir era siempre hacia abajo, decidimos parar ya de anochecida (pues todo estaba poblado y no había manera de encontrar nada para acampar) y preguntar a unos que nos dieron buena vibración por un lugar para poner la tienda esa noche, y así fue que un vecino nos oyó y salió a ver que pasaba.
Un amable balinés que había trabajado en el pasado con turistas por muchos años, abajo en la costa, y por lo tanto hablaba muy buen inglés, mucho mejor que nosotros. La noche, finalmente, la pasamos en su casa, charlamos, comimos con toda la familia e incluso visitamos el centro social de al lado, en el que andaban tocando música tradicional.
Amables, abiertos, sencillos nos volvieron a recordar que es mejor no opinar, ni formarse juicios de algo hasta que lo conoces.
En otro día de pedaleo llegábamos al puerto. Bali es una isla pequeñita, no llegábamos siquiera a los 200kms pedaleados y ya, se nos había acabado.
Llegábamos sin Angel pues éste era el punto final de la convivencia, nos habíamos despedido en el hotelillo pues, desde aquí, su ruta era otra.
Despedida y retome de nuestros ritmos, los cuales habían variado como también los de nuestro amigo.
Aún a pesar de las muchas diferencias en nuestras formas de viajar, el querer estar juntos, hizo que nos adaptáramos para crear un punto medio en común. Un gran personaje, un buen amigo, una experiencia sabrosa, sabrosa la de pedalear con él.
LOMBOK
Una isla chiquitilla en la que pedaleamos tan solo 92kms.
De nuevo tráfico pero esta vez venía unido a carreteras estrechas, nada agradable. En una parada escribía en el diario algo que explica muy bien la sensación que ambos compartíamos…. «Lombok, es como un jersey de esos de lana que pican y según te los pones ya te lo quieres quitar, lo mas rápido posible».

Recién despiertos, antes de tomar el barco en la mañana.
Pues eso, lo bueno es que la experiencia duró un suspiro.
SUMBAWA
De esta isla todos nos habían comentado que no tenía nada, que no merecía la pena, pero fue llegar, y nos hizo dar cuenta de algo:
desde que comenzamos a pedalear en Indonesia, han sido bastantes las veces en que hemos tenido la sensación de que si, es un país muy chulo, unas islas bonitas, claro, si muy wapo pero… no sé… como que… algo le faltaba, algo sentíamos que… no se… faltaba.
Aquí nos dimos cuenta de qué:
No le faltaba, le sobraba: gente y tráfico.
El hecho de que hubiera tanto de lo uno y/o de lo otro, no permitía esa tranquilidad del pedaleo, del acampar, de la cual estamos ambos enamorados hasta la médula y la cual nos hace seguir disfrutando y eligiendo esta forma de vida.
Sumbawa nos lo brindaba a raudales, ese silencio, esa calma, naturaleza y tranquilidad, mar y costa que pedalear.
Bella y pacífica Sumbawa, tranquila y humilde en medio del mar.
FLORES
Para poder llevar adelante el perfil de la isla de Flores hay que asalvajarse hay que tener… ganas, hay que ser capaz de sufrir y aguantar, de subir para bajar y de seguido, volver a subir, y seguir de nuevo. Toda la isla es así:
Un cúmulo de volcanes, montones de ellos, uno tras otro y luego otro, en medio del inmenso mar.
Aquí no valen los miramientos, ni las palabras, esta es una isla de hechos y punto, sino estás dispuesto, mejor saltársela.
Literalmente Flores nos enamoró, por tener en sus 600 y pocos kms de largo todo lo que hasta ahora habíamos visto en Indonesia: selva, volcanes, playas paradisíacas, terrazas y campos de arroz, gentes tranquilas amables y sencillas, deliciosa y barata comida y si, muchas flores pero de verdad que si hubiera sido yo una de esos portugueses que al colonizarla la dieron el nombre, la hubiera llamado más que flores, montañas.
Aún así y de nuevo: mereció la pena la dureza física que supuso el recorrerla.
Como podréis imaginar, a estas alturas estábamos bien en forma, tras todas las islas montañosas recorridas en los últimos meses, las piernas rodaban sin apenas necesidad de descanso, acabábamos las jornadas sin poder creer la cantidad de kms que andábamos recorriendo. Estábamos preparados para el reto final en éste país, para el cuál debíamos tomar un barco, esta vez sería por dos días.
Esta última visita tenía un único fin: ponernos a prueba en la selva.
Nos dirigíamos a realizar una travesía en la plena y pura selva, una ruta que conocíamos de oídas por dos cicloviajeros que nos habían pasado la información, dos que son dos de esos duros, locos que eligen las rutas más salvajes y bonitas. Sabíamos lo que nos esperaba y aunque sinceramente yo la temía con toda el alma…. estábamos lo más en forma que habíamos estado en mucho tiempo por lo que, si había un momento …. era éste y en barco, partimos hacia Sulawesi.
Mecidos por el mar, acomodados en las hamacas que conseguimos colgar del techo y acoplar justo sobre las bicis en una de las terracitas laterales del barco, repasábamos mentalmente los momentos que hasta ahora habían marcado el pasar por estas tierras Indonesas…
…los momentos vividos en los días de cruzar las selva,
… los gritos de los monos que nos contestaban al imitarles,
… el descubrir curiosidades como que el tronco de la hoja de la papaya (el rabito que la une a la rama) ese trozo, se usa como pajita para beber el agua de los cocos por ejemplo, pues aunque no lo parezca, está totalmente hueco por dentro.
… el seguir sintiendo tan claramente, a diario, que tras tantos años de pedaleo y de recorrer el mundo, aún seguimos ambos seducidos, cautivados por el viaje a ritmo de pedal.
Y personalmente…. alguna que otra lágrima me escurría por las mejillas al tiempo que el corazón se me hacía una pasa cuando recordaba los momentos en que me informaron por internet de la muerte de mi abuelo… eso también lo tiene el viaje… uno se pierde a los que están lejos y a veces… se van.
En esos momentos se siente uno de repente lejos, cada metro duele, y la impotencia te agarra las manos, te amordaza.
Mi abuelo tenía algo así como un mantra que repetía a menudo y que llevo, y llevaré conmigo en su recuerdo, en su honor:
«Aunque te duela ¡¡camina!!»- decía apretando los dientes.
-Aquí seguimos abuelo, seguimos caminando.
.