De isla en isla y tiro por que me toca

 

Seis han sido el total de islas indonesas que hemos rodado, y como suele suceder cada una ha sido un mundo.

El paisaje, la gente, la experiencia… podríamos dedicar un largo escrito a cada una pero hemos decidido resumir y contaros aquí un poquito de cada; así, como uno de esos platos de turrones que en estas fechas aparecen a la hora del postre….. un pedacito de cada isla…..
y… ¡¡que aproveche!!:

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JAVA

¡¡Tráfico!! si, no fue una novedad.
Ya nos lo habían dicho otros ciclistas, y es que hay tanto tráfico en Java (sobre todo en el oeste) que la gente ha comenzado a ganarse la vida con/de él, os cuento:
Se plantan en el medio del atasco, del cruce o del semáforo, se traen un pito de casa y comienzan a intentar organizar, dar vía libre por aquí, parar a aquellos de allá, y así hacer que el enredo se deshaga. Agradecidos los conductores, les brindan alargando la mano por la ventanilla a la que pasan a su lado, unas monedas o algún billete, por su ayuda, por su trabajo.

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Otros (y ésto fue confuso en un principio y chistoso finalmente) son más estratégicos: colocados en las curvas cerradas de los puertos de montaña, las más empinadas, esas en las que los camiones cargados que suben tienen que abrirse para poder tomarlas, esas en las que frenar no es una opción pues si lo hicieran sería un grave problema el arrancar de nuevo: demasiada inclinación para tal carga.
Es por eso que les son tan útiles estas gentes que, colocadas en las curvas, al verles llegar cortan el tráfico del sentido contrario y les dan paso. Los camioneros les lanzan los billetes al pasar y pitan en señal de agradecimiento.

Una vez pasada la zona centro de la isla, empezó lo bueno.
Hasta ese momento lo que habíamos disfrutado de los días de pedaleo no habían sido los paisajes ni el rodar sino la gente en general, pero sobre todo una cosa: las comunidades o asociaciones de bicis, es decir,  los clubes ciclistas.

A través de una página de facebook: «warmshowers indonesia» formada por ciclistas, se van pasando la información y todos saben sobre las novedades en la isla en todo lo referente a bicis.
Así fue como todos se enteraron que andábamos cruzándola, que íbamos a encontrar un amigo que venía a pedalear por unos días con nosotros, y bueno, casi de toda nuestra vida. Nos convertimos en conocidos para todos y día a día, se volcaron en ayudarnos, acompañarnos, hospedarnos, habituallarnos…. todo, todo. Nos vinieron en varias ocasiones a recibir unos 10-15 kms antes de la ciudad, en grupo, y juntos pedaleábamos hasta la casa del que ese día se había ofrecido a hospedarnos.

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En el momento de salida se repetía lo mismo: todos, en grupo salíamos hasta que el tráfico característico de las ciudades bajaba y allí, en ese mismo momento ya estaban pasando la información a los que nos estarían esperando en otro pueblo.

Todo esto, nos ha hecho llevar un ritmo más alto, hacer bastantes más kilómetros y muchas, muchas  menos paradas.

Tener ya en la mañana un sitio al que llegar es algo realmente inusual, atípico para nosotros pero, que nos ha hecho disfrutar, conocer a montones de gente y llevar mejor el tráfico y los atascos.

De algún modo el trato con ciclistas nos ha hecho más ciclistas.

Tras cruzar el centro de la isla, llegó la fiesta, dura pero… fiesta.

En el este de la isla de Java se sitúan dos enormes y espectaculares volcanes activos: el Bromo y el Ijen. Elegimos verlos aún a sabiendas de que cogíamos una ruta muy, muy dura, y que haríamos más kilómetros de los necesarios para cruzar la isla, pero, como cruzar no es el fin y llegar no es el motivo de movernos, la decisión era clara: queremos conocer lo más interesante, lugares de naturaleza en estado salvaje… ¡¡esos son los nuestros!! ¡¡ahí vamos!!.

Nos habíamos reunido finalmente con Angel justo antes de la primera ascensión. Nos conocimos cuando nos hospedó en su casa de Figueres (en nuestro pedalear el norte de España allá por el año 2011) y  justo cuándo iba a comenzar su primer viaje en bici. Desde entonces ha viajado ya unos cuantos buenos kms por el mundo, e incluso ha escrito un par de libros al respecto. Clown (payaso gestual) no sólo de profesión sino de espíritu, trabaja a veces en circos y cuando no tiene bolos, se monta en la bici y recorre el mundo aquí o allá.

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En la ascensión sufrimos todos, sufrimos los tres, era lo esperado, sabíamos de antemano en lo que nos metíamos, una ascensión memorable, de muchos, muchos kilómetros con unos desniveles de esos que te hacen reventar las piernas, los brazos, el cuello, incluso los dientes duelen de apretar la mandíbula, ¡¡nada de broma el bromo!!!. Extenuante pero…. mereció la pena.

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Tras dormir un rato apiñados los tres en la tienda de campaña, justo tras pasar la cumbre, nos despertábamos un par de horas antes del amanecer.

Era de noche si, hacia frío, también, no teníamos referencias y los 11 kms de la caldera del volcán resultaron ser de tierra-arena pero, aún con todo, la experiencia fue de lo más especial.
La luna llena en lo alto, el silencio, el volcán vivo bajo nuestros pies…. y así llegamos a unas casetas colocadas ahí, en el medio de la nada aparente. Un lugar donde unos pocos hacen negocio con los turistas que atrae este espectáculo de la naturaleza como es Bromo.

Dejamos las bicis allí y nos echamos a andar para intentar llegar a tiempo: había que encontrar el lugar por dónde poder subir las paredes del volcán y así, desde arriba contemplar el amanecer: la danza de las luces, los colores y las sombras con las densas nubes de humo que brotaban del centro del volcán, y aunque nos perdimos y salimos rozados, arañados y mojados, llegamos a tiempo.

Mereció la pena, todo, aquello fue simplemente… majestuoso.

java6El Ijen nos tocó al día siguiente, aquí no hay tregua, otra subida parecida a la del Bromo, esta vez lo que nos esperaba arriba nos hizo silenciar pero también tragar saliva y sentir un agujero en el estómago.

La mayor parte de turistas que vienen hasta aquí lo hacen atraídos por «las luces azules»: a eso de las 2-3 de la madrugada y metiéndose dentro de la caldera del volcán puedes ser testigo de un mágico efecto que los gases del volcán generan, luces azules, si, azul como el fuego de las cocinas de gas, un azul que baila y danza entre el humo que emana del volcán y se mueve a un lado, a otro. Algo así como una aurora boreal dentro del crater.

Pero allí hay algo más.

Allí hay gente, gente que trabaja tan duro como nunca vimos.

Allí abajo el ambiente es hostil, dentro de la caldera de un volcán los ojos escuecen, la garganta también, has de cubrirte la cara con mascarillas o como en nuestro caso con un trapo húmedo pero, la mayor parte de estos mineros están desprotegidos, sin guantes, sin calzado adecuado…. se les oye toser, toser, toser.  Son unos 80-90 los kilos de azufre que cargan sobre sus hombros mientras escalan, arriba, por la empinada pared del volcán, sudando, dándolo todo.

Alrededor turistas, hablan, les sacan fotos. Los turistas vienen hacen la foto y se van, ellos estarán aquí hoy y también mañana, ésto es lo único que hay para ellos.

El amanecer, los trabajadores, los turistas, el sudor, las fotos, esos ojos, las risas, la tos… tener todo eso ante nosotros trajo silencio, un profundo y pesado silencio, un silencio que cayó en nuestros hombros cargado de preguntas sin respuesta, de impotencia.

A veces en éste recorrer el mundo hay que tragar saliva, una saliva que sabe amarga y que quema, hay momentos que te hacen replantear todo, que duelen y ante los cuales… nada puedes hacer, solo tragar y aprender.

Abría más, mucho más que contar de Java, siempre son más las historias que se quedan que lo que puede salir pero… sigamos, avancemos, continuemos con el viaje y crucemos en ferry a la siguiente isla:

BALI

Sinceramente de Bali no esperábamos mucho. Un lugar tan turístico… desde hace tantos años… bueno ya se sabe lo que hay en esos lugares, normalmente no algo que nosotros disfrutemos (aunque comprendemos y respetamos que otros si lo hagan, todo depende, siempre … depende. Ni bueno ni malo, ni mejor ni peor. Depende).

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Pero mira tu que esta isla vino a darnos de nuevo en los morros con nuestras expectativas, con nuestros juicios nos sacudió, y quedamos encantados, no solo por la semanita que nos pegamos en un hotel primo hermano del mismísimo paraíso: cabañas de madera y paja, jardines y flores en cada esquina, flores, flores, tantas que las había ¡¡hasta flotando en la piscina!!… Un lugar de reposo para el alma, para los ojos, para el espíritu y lo más sorprendente, a un precio de risa, y es que, entramos directos a recorrer la costa norte, justo el lado opuesto a lo más turístico y conocido de la isla y eso en los precios se nota.

De allá decidimos cruzar la isla por el centro y eso significaba ascender, pues son sólo montañas las que pueblan el interior.
Los hoteles eran caros y ¡¡no teníamos ganas de pagar tanto por dormir solo unas horas!!… mira, dormir, lo que es dormir…. nosotros… dormimos en cualquier lado.

Tras salirnos de la carretera principal y a base de ir improvisando, a sabiendas que la dirección a seguir era siempre hacia abajo, decidimos parar ya de anochecida (pues todo estaba poblado y no había manera de encontrar nada para acampar) y preguntar a unos que nos dieron buena vibración por un lugar para poner la tienda esa noche, y así fue que un vecino nos oyó y salió a ver que pasaba.

Un amable balinés que había trabajado en el pasado con turistas por muchos años, abajo en la costa, y por lo tanto hablaba muy buen inglés, mucho mejor que nosotros.  La noche, finalmente, la pasamos en su casa, charlamos, comimos con toda la familia e incluso visitamos el centro social de al lado, en el que andaban tocando música tradicional.

Amables, abiertos, sencillos nos volvieron a recordar que es mejor no opinar, ni formarse juicios de algo hasta que lo conoces.

En otro día de pedaleo llegábamos al puerto. Bali es una isla pequeñita, no llegábamos siquiera a los 200kms pedaleados y ya, se nos había acabado.

Llegábamos sin Angel pues éste era el punto final de la convivencia, nos habíamos despedido en el hotelillo pues, desde aquí, su ruta era otra.
Despedida y retome de nuestros ritmos, los cuales habían variado como también los de nuestro amigo.
Aún a pesar de las muchas diferencias en nuestras formas de viajar, el querer estar juntos, hizo que nos adaptáramos para crear un punto medio en común. Un gran personaje, un buen amigo, una experiencia sabrosa, sabrosa la de pedalear con él.

 

LOMBOK

Una isla chiquitilla en la que pedaleamos tan solo 92kms.

De nuevo tráfico pero esta vez venía unido a carreteras estrechas, nada agradable. En una parada escribía en el diario algo que explica muy bien la sensación que ambos compartíamos…. «Lombok, es como un jersey de esos de lana que pican y según te los pones ya te lo quieres quitar, lo mas rápido posible».

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Recién despiertos, antes de tomar el barco en la mañana.

Pues eso, lo bueno es que la experiencia duró un suspiro.

 

SUMBAWA

De esta isla todos nos habían comentado que no tenía nada, que no merecía la pena, pero fue llegar, y nos hizo dar cuenta de algo:
desde que comenzamos a pedalear en Indonesia, han sido bastantes las veces en que hemos tenido la sensación de que si, es un país muy chulo, unas islas bonitas, claro, si muy wapo pero… no sé… como que… algo le faltaba, algo sentíamos que… no se… faltaba.

Aquí nos dimos cuenta de qué:

No le faltaba, le sobraba: gente y tráfico.

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El hecho de que hubiera tanto de lo uno y/o de lo otro, no permitía esa tranquilidad del pedaleo, del acampar, de la cual estamos ambos enamorados hasta la médula y la cual nos hace seguir disfrutando y eligiendo esta forma de vida.

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Sumbawa nos lo brindaba a raudales, ese silencio, esa calma, naturaleza y tranquilidad, mar y costa que pedalear.

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Bella y pacífica Sumbawa, tranquila y humilde en medio del mar.

 

FLORES

Para poder llevar adelante el perfil de la isla de Flores hay que asalvajarse hay que tener…  ganas, hay que ser capaz de sufrir y aguantar, de subir para bajar y de seguido, volver a subir, y seguir de nuevo. Toda la isla es así:

Un cúmulo de volcanes, montones de ellos, uno tras otro y luego otro, en medio del inmenso mar.

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Aquí no valen los miramientos, ni las palabras, esta es una isla de hechos y punto, sino estás dispuesto, mejor saltársela.

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Literalmente Flores nos enamoró, por tener en sus 600 y pocos kms de largo todo lo que hasta ahora habíamos visto en Indonesia: selva, volcanes, playas paradisíacas, terrazas y campos de arroz, gentes tranquilas amables y sencillas, deliciosa y barata comida y si, muchas flores pero de verdad que si hubiera sido yo una de esos portugueses que al colonizarla la dieron el nombre, la hubiera llamado más que flores, montañas.

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Aún así y de nuevo: mereció la pena la dureza física que supuso el recorrerla.

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Como podréis imaginar, a estas alturas estábamos bien en forma, tras todas las islas montañosas recorridas en los últimos meses, las piernas rodaban sin apenas necesidad de descanso, acabábamos las jornadas sin poder creer la cantidad de kms que andábamos recorriendo. Estábamos preparados para el reto final en éste país, para el cuál debíamos tomar un barco, esta vez sería por dos días.

Esta última visita tenía un único fin: ponernos a prueba en la selva.

Nos dirigíamos a realizar una travesía en la plena y pura selva, una ruta que conocíamos  de oídas por dos cicloviajeros que nos habían pasado la información, dos que son dos de esos duros, locos que eligen las rutas más salvajes y bonitas. Sabíamos lo que nos esperaba y aunque sinceramente yo la temía con toda el alma…. estábamos lo más en forma que habíamos estado en mucho tiempo por lo que, si había un momento …. era éste y en barco, partimos hacia Sulawesi.

Mecidos por el mar, acomodados en las hamacas que conseguimos colgar del techo y acoplar justo sobre las bicis en una de las terracitas laterales del barco, repasábamos mentalmente los momentos que hasta ahora habían marcado el pasar por estas tierras Indonesas…

…los momentos vividos en los días de cruzar las selva,

… los gritos de los monos que nos contestaban al imitarles,

… el descubrir curiosidades como que el tronco de la hoja de la papaya (el rabito que la une a la rama) ese trozo, se usa como pajita para beber el agua de los cocos por ejemplo, pues aunque no lo parezca, está totalmente hueco por dentro.

… el seguir sintiendo tan claramente, a diario, que tras tantos años de pedaleo y de recorrer el mundo,  aún seguimos ambos seducidos, cautivados por el viaje a ritmo de pedal.

Y personalmente…. alguna que otra lágrima me escurría por las mejillas al tiempo que el corazón se me hacía una pasa cuando recordaba los momentos en que me informaron por internet de la muerte de mi abuelo… eso también lo tiene el viaje… uno se pierde a los que están lejos y a veces… se van.

En esos momentos se siente uno de repente lejos, cada metro duele, y la impotencia te agarra las manos, te amordaza.
Mi abuelo tenía algo así como un mantra que repetía a menudo y que llevo, y llevaré conmigo en su recuerdo, en su honor:

«Aunque te duela ¡¡camina!!»- decía apretando los dientes.

-Aquí seguimos abuelo, seguimos caminando.

 

 

 

 

 

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Indonesia, la tierra prometida.

La llegada a Sumatra fue de lo más chistosa.

Como no tenemos apenas experiencia en volar con las bicis, las habíamos desmontado y metido en cajas de cartón como mandan los cánones (más tarde encontraríamos una forma más sencilla y menos trabajosa pero… sigamos por dónde íbamos, eso es otra historia) por lo que, al aterrizar en Sumatra teníamos que armar todo de nuevo en el mismo aeropuerto para poder arrancar a pedalear. Sabíamos que iba a hacer un calor de tres pares de narices y que si el aeropuerto era pequeño, podía tocarnos hacer todo el trabajo de montar las bicis y rehacer  las alforjas …  al sol.

Decidimos echarle cara al asunto y como no le hacíamos ningún mal a nadie y el aeropuerto era lo suficientemente grande como para no dar mucho el cante, nos hicimos los locos y dentro, allí mismo, abrimos las cajas, sacamos las herramientas  y nos pusimos manos a la obra, eso sí, con A/C, a la sombra y tranquilitos. Todo un regalo.

Nadie dijo nada, much@s pasaban y se reían, o se quedaban así como entre asustados y confusos  por lo inesperado y estrafalario de la escena.

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Llevábamos tiempo echando más y más cubos de esperanza, entusiasmo y expectación  a la montaña de ilusiones que ya habíamos construido en torno a la idea de pedalear Indonesia. Esperábamos de algún modo África: poblados, tribus, un lugar de esos en que uno siente haber retrocedido en el tiempo.

Las expectativas como ya bien sabemos por pura experiencia, no son más que obstáculos, inconvenientes, lastres que la mente construye y alimenta aún a sabiendas de que son ellas las causantes de la frustración. Un gran error por nuestra parte que nos trajo un gran chasco.

Lo que encontramos al salir del aeropuerto y  entrar en Medan, la capital, no difería apenas en nada con el sudeste asiático que dejábamos atrás. Un país muy desarrollado, con muchas facilidades y ni rastro de esa aventura en lo desconocido y remoto a la que veníamos dispuestos.

Tráfico, polución… nos recordaba a India, una India asiática y empezamos a hacernos teorías de porque el nombre de «Indo-nesia».

Los primeros días fueron del todo insípidos, avanzábamos  por avanzar, porque…  habíamos llegado, porque… estábamos ya aquí y poco más. Pedaleábamos haciendo caso obvio al tráfico, a la extrema y desorbitada expectación que generábamos  por ser extranjeros y a una forma de trato por parte de la gente, con la que no terminábamos de resonar ni de sentirnos a gusto.

Así fue cómo y porqué Sumatra en un principio se nos atragantó.

Día a día, se nos quedaba enganchada en las anginas, como cuando se tiene una espina de pescado de esas finas que no ahogan pero que, a cada trago la sientes, ahí, clavada.

Seguimos pedaleando sin perder la esperanza, sin generar juicios ni proclamar verdades, abiertos.

En una parada a tomar té, nos sinceramos y contándonos descubrimos que ambos sentíamos lo mismo, esto…. aburre. Más sudeste asiático.

El llegar al Lago Toba fue el primer respiro, el primer cambio, el primer saborcito rico.

Un lago dentro del cráter de un antiguo volcán, y en el centro del lago una isla.

Allí cruzamos en un pequeño barco y ya desde el mismo momento en que arrancábamos a pedalear, sentimos ambos como otra energía sin duda diferente, otra clara sensación  lo empapaba todo. Otra realidad.

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Un bucólico lugar de gentes tranquilas, de casas de lo más pintorescas que además, resulto ser  barato. Una habitación con baño al borde mismo del lago, tranquila y amplia: perfecto para el primer descanso en Indonesia,  para olvidar el tráfico y también las expectativas, resetear, vaciarnos y así, estar preparados para poder tomar lo que viniera más adelante, fuese lo que fuese.

Después del descanso empezaron las sorpresas y estas fueron de buenas a mejores: la gente y su trato, el tráfico e incluso la selva que nos rodeaba, ¡¡todo era diferente!! .

Bellos rincones y selva, mucha selva, bella y con tal abundancia que entrar en ella, vivir su interior era duro, a veces casi imposible pero, tan solo con atravesarla, con observarla desde la carretera podíamos sentir la recarga, la energía, tan solo con tomar algo de tiempo para mirarla, claramente, llegaba algo de vuelta.

Café, café y más café pero además del rico. De pueblo a pueblo te hacían notar el toque diferente que tiene el de esta nueva zona o, el olor del de aquella. Rico y baratillo, lo hacen como antiguamente, de puchero o simplemente tipo colacao, con el café ya en el vaso y un chorro de agua hirviendo, remover y reposar….mmmm…. que rico y que gustazo.

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Nasi Goreng (arroz con un huevo frito y algo de especias), Tofu y Temphe: las comidas más típicas y cotidianas. Íbamos de lo uno a lo otro y de vuelta a lo uno de nuevo, poca opción aparte de esto hay fuera de los puntos turísticos. Rico y baratillo, sano y con bastantes calorías para seguir tirando y tirando a pesar de las cuestas, esas, también comenzaron a ser rutina. Ya sabíamos por otros cicloviajeros de las empinadas pendientes de esta isla y al no pillarnos de sorpresa, las pudimos disfrutar con sufrimiento si, pero con alegría también.

Además flores, flores y una gran abundancia de agua. Agua a raudales:

Es impresionante ver cómo van de llenos aquí los ríos, no recuerdo haber visto nunca antes un país en que fueran así, todos  hasta arriba, apunto de rebosar.

Impresionante observar como esas enormes masas de agua  avanzan, observar cómo van creando, generando toda esta abundancia a su paso: abundancia de agua, de vida a borbotones, selva que crece como una explosión, maravilloso, impresionante.

El agua y el calor son  los protagonistas de los trópicos: agua que corre y que nutre, agua que hemos de beber como auténticos camellos debido al calor y a tanto sudar, de la mañana a la noche, hagas lo que hagas… aunque no hagas nada, siempre sudando a chorros. Agua a modo de humedad intensa en el ambiente, agua que cae del cielo en tromba, lluvia monzónica debió ser el diluvio universal, sin duda.

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Y calor, el calor del trópico….ufff, es un calor pesado que se te pega como un chicle a un zapato y no te suelta, ni te deja realmente descansar a no ser que te pongas bajo un ventilador o un chorro de aire acondicionado.

Éste, el calor, ha sido lo más difícil, sobre todo el nocturno. El no poder dormir hasta bien avanzada la noche, el estar sudando sobre la sábana sin saber ya de qué lado ponerte y, tras haber pasado todo el día pedaleando bajo el sol, el calor nocturno sobra, incomoda, no nos permite relajarnos, tampoco descansar. Cuando a veces nos hemos permitido el lujo de coger una habitación con aire acondicionado, algo que siempre se ha repetido ha sido el dormir, como troncos, como lirones, horas y horas y horas…. con todo lo que llevamos en las alforjas extendido por la habitación para que mientras nosotros descansamos por fin, profundamente, el aire seque la humedad que todas las cosas van absorbiendo con el paso de los días.

También contaros que ha habido algo que ha facilitado las noches y esas han sido las estaciones de policía, sí.

Ya otros ciclistas nos habían contado que en Sumatra, al estar superpoblado, no haber apenas hoteles y tener tanta selva, la mayoría habían optado por cruzarlo durmiendo en las comisarías y, quisimos probar.

A Aitor en un principio no le gustó nada la idea, su religión no se lo permite pero,  fue tan fácil, fuimos tan amablemente recibidos y nos simplificaba y abarataba tanto el día a día, que nos hicimos adictos. Nos llevamos un montón de buenos recuerdos, de risas y charlas.

Normalmente tenían una sala, oficina, zona techada o incluso una habitación propia que nos cedían y tras un rato de charlita y beber algo juntos, se ponían a lo suyo, respetaban al extremo el tema de la privacidad. La noche más curiosa y que merece la pena mención, fue cuando nos dijeron que la comisaria era tan pequeña que no tenían un lugar en que pudiéramos dormir pero que, como ese día no había ningún detenido, podíamos dormir en la celda y… así hicimos. Pasamos la noche enchironaos pero eso sí, con la puerta de abierta.

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Mañanas de “gorilas en la niebla”, niebla que hace parecer un sueño las montañas…. entrelazada en los árboles, descansando en las laderas, un espectáculo enmudecedor al que asistíamos en primera línea, también inolvidable fue la aparición del Kerinci.

Un volcán activo de 3800m de altura que apareció allá al frente, como un espejismo, humeante, vivo.

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Parecía observarnos en la continua y larrrrrga ascensión que se nos hizo eterna. Fue sin duda alguna, lo más duro de Sumatra.

Lo empinado de las cuestas, la inclinación de los repechos era tal que nos hacían pensar de continuo….  ”Bueno, después de este… ya tiene que venir un poco de llano, o quizá la cumbre, éstos son repechos de cumbre” pero… lo que había era otro y después otro, y así por muchos, muchos kms en los que nos quedamos sin nada para echarnos a la boca, pues no habíamos ni imaginado que sería tan larga y ni tan dura y no llevábamos comida suficiente.

Se hacía tarde, si parábamos a cocinar nos caería la noche en medio de la ascensión y queríamos terminar, no había ganas de tener que acampar en una curva, tras algún matorral…. Ya que estábamos en ello, lo queríamos rematar.

Llegamos al final de la ascensión con la noche asomando, cansados, hambrientos y satisfechos. Un pequeñísimo pueblo, un grupito de casas y una mezquita, preguntamos por un sitio para acampar y amablemente un hombrecillo de ojos brillantes y bella sonrisa nos ofreció una casa que estaba terminando de construir para pasar la noche:

-¡¡Toda para vosotros!! No acampéis, estamos altos y hará frío. Mañana si os quedáis un poco os llevo a las cascadas que tenemos a unos cientos de metros del pueblo, tenéis que verlas no hay nada igual.

Por supuesto, accedimos y si, verdaderamente hacía mucho tiempo que no veíamos un lugar tan mágico como ese rinconcito al que descendimos por unas largas escaleras rodeadas de verde, de musgo, de flores,  plantas y bellas mariposas. Una enorme cascada que brotaba mágicamente de la tierra y caía a borbotones , se perdía ante nuestros ojos al tiempo que con los rayos de sol que penetraban entre la vegetación nos regalaban un montón de pequeños arco-iris suspendidos en el espacio, aquí y allá.

-Un regalo amigo, no lo olvidaremos, no te olvidaremos, gracias de verdad.

Y como siempre …. marchar, seguir, es la vida del nómada, la dolorosa rutina que sucede a cada encuentro: la despedida.

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Planeamos la ruta de tal manera que recorreríamos los 2.500kms que tiene la isla, por montaña, añadimos  algún rodeo con el fin de esquivar en lo máximo posible las plantaciones de palma. Son tan extensas y se están comiendo la selva de tal modo que aun así tuvimos que pedalear por unos 300kms entre ella.

Belleza tétrica la de la palma, a los pies de la que nada crece, pareciera un cementerio, vivo pero… cementerio. La palma que se planta (como ya os contamos en la entrada de Malasia del 2013) para sacar ese veneno para el cuerpo humano que tan extendido está y que es el aceite de palma.

Las zonas de selva más pura, descubrimos, son las de unión de dos estados o comunidades, la zona fronteriza normalmente significa un buen montón de kms a través de ella, una de las veces, encontramos ¡¡ buscadores de oro!!  y por supuesto paramos a ver y enterarnos como, que y de que manera hacían. Resultó interesante pero….ojo,¡¡¡ un trabajo bien duro para unas pepitas tan chiquitas!!!.

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Sumatra ha sido el único país en todo este buen montón de años de kilómetros y de lugares en que nos hemos sentido como estrellas de Hollywood, el pasar por esta isla nos ha hecho entenderlos y apiadarnos de ellos, sentir lástima.

La extrema atención de los locales por el extranjero es algo excesivo , descomunal, desmedido, incluso abusivo. Además, y aquí viene el problema es que en los tiempos que corren todos tienen teléfono, todos los teléfonos cámara y todos quieren un selfie con nosotros. No una foto no, un selfie, han de estar ellos en la foto, sino no les vale, incluso, no la quieren, han de aparecer en una foto que la mayor parte de las veces es algo vacío, una foto sin una historia detrás: no hemos hablado, no hemos cruzado siquiera una mirada y pretenden hacer una foto en que aparezcamos agarrados como viejos amigos.

Esto ha ido sucediendo día tras día, de la mañana a la noche, decenas de veces, fue tal el acoso y nos hizo sentir tal agobio, que un día nos llegamos a plantear no pedalear Indonesia más y largarnos a Australia.

Decidimos una vez pasado el calentón, esperar a ver que encontrábamos en la siguiente isla, Java, y con eso decidir.

Al final atravesar situaciones que no te gustan y tener que soportarlas, sobrellevarlas si o si… enseña y enriquece. Quizá el sabor no es bueno pero es enriquecedor sin lugar a dudas al final es cambiar la forma en que uno lo lleva, en que se toma. Es encontrar la forma de digerirlo  y no permitirse el quedarse rumiándolo pues esto solo vale para hacerlo más grande de lo que es y que además te águe la fiesta.

Y como siempre, cambia, todo cambia y así fue que cambiaron también los encuentros.

Contactamos a través de warmshowers con…… un muchacho bien majete que nos hospedó en su casa y nos ayudó salir de un verdadero marrón:

Tras una zona muy, muy embarrada, el desviador del cambio de Aitor digamos de un modo sencillo y para simplificar la explicación que se arrancó, directamente, entero, así, fuera de una. Esto significa en el 99% de las ocasiones tener que montarse en un camión o algo que te lleve a la siguiente tienda de bicis (que a saber dónde se puede encontrar una) y rezar en el trayecto por que tengan algún cambio en condiciones que poder colocarle a la bici, pero Aitor volvió de nuevo a hacer de lo imposible posible y a crear solución en dónde no había aparentemente alguna.

Dejó el cambio fijo y aunque costó un par de retoques más en el invento creado con una tapa  de un bote de plástico que nos dio una tendera, funcionó perfectamente para pedalear  los 100 y pico kms que quedaban por delante hasta la siguiente tienda de bicis eso si ¡ojo!: la bici iba sin cambios y eso por estas tierras de repechos de aúpa pero, llegamos.

Así fue que debido a la avería contactamos con la comunidad ciclista Indonesa que está formada por muchos pequeños clubs, en Curup por ejemplo, nos vinieron a recibir unos 20 kms antes del pueblo y nos trataron como a reyes desde el minuto uno, recibiéndonos, llevándonos de ruta con ellos, ofreciéndonos una hospitalidad desbordante, sus sonrisas y su amistad la cual guardaremos como un tesoro para el resto de los días.

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Finalmente y debido a esta hospitalidad recibida que se volvió a repetir en un par de ocasiones más con otros clubes ciclistas, mirábamos atrás a la isla desde el ferry que nos conducía a Java agradecidos, emocionados, sabiendo que esos serían días, momentos que siempre que rememoráramos nos traerían una sonrisa y un tembleque en el corazoncito de agradecimiento, alegría y añoranza.

sumatraa (Terima Kasih significa Gracias en Indoneso).