Malawi

Un país superpoblado que nos ha dado quebraderos de cabeza y ha echo que los días de pedaleo se alargaran a veces, incluso, hasta la noche en que abriendo mucho, mucho los ojos intentábamos distinguir los baches de la carretera y esquivar la gente que aún andaba por ella. Esperábamos que se acabara la zona habitada para acampar pero eso….. nunca pasaba. Lo curioso es que debíamos relucir en la oscuridad, pues cuando nosotros ya no los veímos, los niños continuaban gritando: “Musungu, Musungu (blanco, blanco)” al vernos pasar, seguido del “dame, dame” de costumbre.
Hemos descubierto que está muy relacionado la cantidad de ONG´S que hay en el país con la de gente que te pide, a más hay, más piden. Es por eso que cuándo en Malawi vimos que en cada aldea había un cartel de la comunidad europea, nos echamos a temblar y, con razón.
Después de pasar Kenia y Tanzania que en ese sentido son tranquilitas, Malawi se nos atragantó.
En un país en que se les ha dado así “gratuitamente” tanto, ha sucedido que no sólo han dejado de agradecer sino, que han pasado a creer que es su derecho el recibir y es nuestra obligación darles, por el simple echo de ser blancos. No piden, exigen y eso es muy desagradable. Cada día, en cada aldea la misma serenata, ese pedir con un feo tono de exigencia.

Un país estrechito y alargado, al igual que el lago que en su lado Este lo acompaña de arriba a abajo.
Bellos rincones pero para nosotros….demasiada gente. Un país muy turístico y por ello aún más, somos vistos como dos tarjetas de crédito con patas, es decir, con ruedas.
Pero forma parte del viaje y hay que hacerse a ello, a lo que te gusta y a lo que se atraganta.

Malawi fué el país del reencuentro de Aitor con su familia que hacía ya más de tres años en que comenzó a pedalear, no veía. Pasamos juntos 12 días en que aparcamos las bicis y nos convertimos en turistas convencionales. Fueron días fantásticos recorriendo el país de otro modo y redescubriéndolo todos juntos.
Trajeron un gran paquete con queso y chocolate, sillines nuevos, frutos secos y un montón de delicias que hace tiempo sólo veíamos en sueños.
La partida fué lo duro pero, el haber compartido tan intensos y bellos momentos nos calmaba el alma que flojita y con voz de pena, nos pedía solo pedalear de nuevo para volver a nutrirse de vida y llenarse de alegría.