Manipur, momentos y palabras.

La guinda del pastel, el gran final de este recorrido por los estados del noreste de India fue como no podía ser de otro modo: algo grande.
Llegamos sin saberlo en el momento perfecto al lugar adecuado para presenciar el «Festival de la plantación de la Semilla», según nos acercábamos a Ukhrul y mientras tomábamos un té en una pequeña chocita de madera al borde de la carretera, la sonriente y dulce mujer nos contaba en un inglés sorprendentemente bueno, lo que al día siguiente se celebraba: «Una vez al año se reúnen gentes que vienen de todos los estados, incluso del país vecino (Myanmar) y que representan a cada una de las tribus que forman la comunidad Naga. Hemos sido divididos por fronteras y burocracia, pero seguimos siendo una comunidad y este festival se creó en el intento de que ese sentimiento no se pierda. Es un festival de los Naga y para los Naga»- nos decía – «os podéis sentir afortunados pues va a ser algo difícil de olvidar.»
Y así fue.

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Un inesperado cocktail de gentes y tradiciones con una variedad tal que no dábamos crédito a tanta riqueza cultural, por más que lo teníamos ante nuestros ojos.
Todos estos estados del noreste de India nos han asombrado por lo extraordinario de sus gentes y rincones, por su abundante diversidad por lo que ha sido imposible hablar de ellos como un «todo», y decidimos dedicar una entrada del blog a cada uno.

Mucho que contar, que recordar y compartir de cada estado.

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En el último de ellos, Manipur, tan sólo pedaleamos 300kms, pocos para hablar de él como si de algo conocido se tratase. Con una pasada tan superflua uno puede retener imágenes, saborear momentos pero… no da para apenas enterarse de nada. Lo que sí, es que nos trajo la dicha de pedalear de nuevo en el llano.
¡¡Cuánto tiempo sin rodar tan suave y sencillo!! cuánto sin que la inercia nos hiciera avanzar sin darle a las piernas, así, como por arte de magia, sin apenas esfuerzo alguno. Pedaleando en el llano, olvidábamos incluso el peso de las alforjas.

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Tan corto el tiempo en Manipur que hemos decidido contaros en este post algo diferente esta vez.

Queremos compartir con vosotr@s palabras, las que aparecieron en esos encuentros en la noche junto a un fuego, las que surgieron alrededor de una mesa bebiendo una taza de té en una parada durante las horas de pedaleo, palabras que nos susurraron o que nos gritaron, unas pocas de esas que por algún motivo han quedado grabadas en nuestra memoria.

Han sido muchas las noches y días que hemos pasado con los misioneros católicos. Comunidades en las que comida, sonrisas, ducha y cama nunca, jamás son negadas a quienes pasan pidiendo cobijo.
Son muchas las historias que os podriamos contar, interesantes las conversaciones, pero las palabras del padre en la escuela de Ukhul nos resultaron aún más dulces que los pasteles que comíamos mientras charlábamos alrededor de la vieja y redonda mesa camilla:
«La religión es algo que me convierte en mejor ser humano. Para mí, un cristiano es aquel que intenta ser mejor persona cada día. No digo que lo consiga pero si que es aquel que aunque falle, la siguiente vez, vuelva a intentarlo de nuevo.»SAMSUNG CSC

(Un cartel al borde de la carretera que dice así: «Deja EXISTIR y comienza a VIVIR.»)

Un muchacho de vida humilde y tranquila, nos invitaba a dormir esa noche en su casa tras encontrarnos en su pequeña aldea, en la tarde, mientras buscábamos una tiendita donde poder conseguir algo de arroz para la cena.
Esa noche y en la sencilla y tradicional cocina, sentados alrededor del fuego hablamos de muchas cosas del mundo y de nosotros, de sentimientos y de sueños, también de algo que creemos os puede resultar curioso: la situación en relacción al empleo en Nagaland y en toda India.
Ya habíamos oído a otras gentes de otros estados contar exactamente lo mismo, pero este muchacho lo explicó en un tono tan claro y sencillo que no nos podemos resistir a compartíroslo:
-«Aquí casi podemos decir que no existe el trabajo privado.- nos decía-. La gente no tiene dinero y por lo tanto no pueden crear su propio negocio y mucho menos montar una compañía o algo parecido.
Nosotros hemos vivido siempre sin usar apenas el dinero, la tierra lo da casi todo y para vivir, basta con trabajarla.
Si lo que quieres es tener un trabajo para conseguir dinero, entonces la única opción real es conseguir un puesto de funcionario pero… ¿sabéis cómo se consigue aquí un puesto del gobierno?.»
(Aunque ya habíamos oído por otros lo que nos iba a contar, nos hicimos los tontos con la intención de volver a escucharlo por alguien de otro estado, por alguien que no tenía nada que ver con quienes ya nos lo habían dicho, para de algún modo, saber y reconfirmar si ésta es una realidad que se da en toda India).
-«Esos trabajos se compran. Si como suena, esos trabajos cuestan dinero, tienen un precio.»
-«Pero… ¿cómo se le puede poner precio a un puesto de trabajo?»- preguntó Aitor aprovechando la pausa – «¿quién decide cuánto vale?.»
-«Es muy fácil»- contestó al tiempo que le salía una risa sarcástica con un claro toque de indignación- «Todo depende del dinero que conseguirás de tu trabajo, si, lo que se llama «dinero extra». Lo que quiero decir es que, como aquí todo se compra (desde el permiso de conducir, al título universitario, incluso en ciertas áreas de India compras a tu propia esposa) una vez en tu puesto de trabajo, otros vendrán a comprar tus favores y en relación a lo que mensualmente te puedas sacar con esos extras, se calcula lo que vale el puesto. Así es como funciona, es triste pero es la realidad que además os puedo asegurar, se da en toda India.»

Los estados del noreste han sido ricos en encuentros, en momentos, en gentes, en palabras ….demasiadas para ser contadas todas….

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Y la última historia para compartir, un momento simpático en ruta:

Andábamos pedaleando a la par en la carretera (cosa que no sucede a menudo debido a la diferencia de ritmos entre nosotros, que nos lleva por lo común, a ir separados desde unos cientos de metros a algún kilómetro incluso) cuando un pequeño hombre con su vieja bicicleta se puso a nuestra altura de repente.
Estábamos cruzando el estado de Assam, totalmente llano en el que mucha gente se mueve en bicicleta, la carretera estaba vacía porque justo ese día había convocada una huelga general (algo común en estos estados del noreste los cuales, en muchos aspectos, han sido dejados de lado y olvidados por la «gran India»).
Ocupamos los tres, por completo el carril en línea, avanzando entre la suave niebla mañanera que parecía no querer llegar a desaparecer por completo esa mañana.
Aitor a un lado y yo al otro, comenzamos a charlar con aquel hombrecillo. Tras las típicas preguntas de siempre que normalmente llevan hasta el mismo orden de aparición, nuestro amigo nos dijo que él era un hombre pobre, con un gesto de melancólica aceptación.
-¿Pobre?- le dijo Aitor- ¿estás seguro?.
-Si- contestó.
-Vamos a ver amigo- le dije yo desde el otro lado- ¿tienes casa?.
-Si- afirmó mientras le daba a los pedales.
-¿Y esposa?, ¿estás casado?- le preguntó Aitor desde el otro lado haciéndole girar la cabeza.
-¡Por supuesto!.
-¿Y hijos, tienes hijos?- era mi turno.
-Tengo dos, un chico y una chica.- dijo con un claro todo de orgullo.
-Y tus hijos…. ¿van a la escuela?- le volví a preguntar buscando que respondiera lo que era obvio pues en India, hay escuelas públicas por todas partes.
-Si, en nuestra aldea tenemos una escuela.
-¡Que bien!…¡Ah! y además tienes una bonita bicicleta- dijo Aitor apuntando a ella- y por lo que parece funciona a la perfección.
El asintió con la cabeza y sonrió.
El gesto, la mirada e incluso la postura de aquel hombre iban cambiando, transformándose con cada pregunta su cuerpo iba delicadamente estirándose hacia arriba, creciendo literalmente, la barbilla se elevaba y los hombros giraban hacia atrás, dándole un aire totalmente diferente, incluso comenzó a agarrar el manillar con más fuerza, con más brío. Aparentemente todo esto sucedía sin que él mismo fuera consciente de ello pero para nosotros, era realmente asombroso y nos animaba a seguir.
-Y parece, amigo, que tu salud es buena ¿cuántos años tienes si se puede saber?.
-Por supuesto, no hay problema, tengo 43 años.
-Asi que, aún te quedan muchos años por vivir- dijo Aitor en un todo de felicitación- y para cambiar, transformar las cosas.
-Si, es cierto, aún me siento joven y con fuerzas.
-Nosotros, amigo- le dije yo desde el otro lado acercándome un poco más a él, justo a unos centímetros de su bici mientras seguíamos, todos avanzando- hemos visto en el mundo gente realmente pobre, gentes que no tenían que llevarse a la boca ni que dar de comer a sus hijos, hemos visto familias enteras que vivían bajo un plástico en plena ciudad, sin nada más que desesperación por pertenencia. Hemos visto personas que ancianas, muy debilitadas y solas, caminaban al borde de la carreter, buscando algo que comer, perdidos, solos y sin rumbo, sin nadie ni nada. Esos amigo, esos son pobres.
-¿Sabes lo que eres tú?- me cortó Aitor desde el otro lado con un tono brillante de excitación- tu eres un tío con suerte, ¡¡fíjate en todo lo que tienes!!.

Tras tan sólo unos pocos metros que seguimos avanzando en silencio, nuestro amigo nos señaló la derecha y dijo que era la dirección a su casa, nos invitó a acompañarle pero habíamos de seguir, ahí nos despedíamos. Con una linda sonrisa, con otro gesto, e incluso pedaleando con más confianza, lo vimos avanzar y desaparecer por el estrecho camino de tierra que lo dirigía a su casa.
Continuamos nosotros también camino, hacia delante como siempre, con una traviesa y pilla sonrisa asomando al rostro.

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Nagaland, una vuelta atras en el tiempo.

El té y la selva juntos, bellísima mezcla.
Alternándose pueblan este montañoso distrito de Mon, el primero en recibirnos en Nagaland. Nunca antes ví una mezcla como esta, me tiene tan maravillada que no siento la dureza de las empinadas cuestas, ni las piedras, ni los baches del camino, nada importa ante tanta belleza.
El sufrimiento que supone este avanzar es el visado para entrar en estas tierras, y viendo lo que nos rodea…. aún dando el 200% me pareceria un chollo.

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Bellos rostros, bellas razas y tribus. Belleza y la más especial, en la gente mayor, los abuelos, las abuelas, esos que vivieron en los tiempos del «head hunting» (los tiempos de los cazadores de cabezas) si, tal y como habéis leido «cabezas, y si, cabezas humanas.

Cuando encontramos en internet la informaciónn a cerca de que en estas tierras se practicaba la caza de cabezas, nuestros ojos hacíann chirivitas:

-¿Que? ¿y eso es verdad? ¿siiiiiii?- no dábamos crédito a lo que leíamos sobre un estado con unas 16 tribus diferentes y rivales, que hasta los años 50 han practicado este «arte» y de entre ellos, los Konyak (la tribu que puebla el estado de Mon) parecían ser los más grandes y valerosos guerreros.

En sus constumbres estaba el tatuarse en relacción a las cabezas cazadas: si el tatuaje está en el pecho, el que lo lleva ha sido entrenado en el arte de cazar cabezas, si el tatuaje es en la cara, el que lo lleva ha cazado alguna y si es un gran cazador el tatuaje cubrirá también su cuello. La reina era la que tatuaba, ella y sólo ella, y se creía, que junto a la cabeza se capturaba el espíritu del guerrero y ciertos poderes mágicos….

¡¡Todo lo que leíamos nos sonaba tan único, tan increible!!,

nos parecía estar leyendo un libro de cuentos o historias fantásticas más que sobre una realidad. Por supuesto, ambos decidimos:

– Dejamos ahora mismo los planes a un lado y ¡¡¡vamos pa”lla!!!.

Ante algo así, todo puede esperar.
Una enorme curiosidad y un gran interés aderezados con un toque de morbo (que todo hay que decirlo) manaban de nuestro interior con este cambio a modo de energía que nos impulsaba, de felicidad que nos hacía sonreir, de agradecimiento, no solo por ir a vivir otra aventura sino, por el hecho de ser libres de cambiar de planes así, de un momento a otro.

El no habernos fijado ninguna meta, nos permitía y nos permite girar el timón sin explicaciones y cambiar de rumbo a nuestra voluntad, a nuestro antojo, y eso nos hace sentir millonarios en fortuna, libres y ligeros, aunque nuestras bicis pesen verdaderamente como un par de enormes camiones.

Así fué que en vez de seguir hacia la frontera con Myanmar (la cual teníamos ya a un tiro de piedra) nos desviamos 400kms para poder entrar en este estado de Nagalad por el norte y tenerlo enterito para ser cruzado, de nuevo un estado de pura montaña.

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Montañas, montañas, montañas es lo que hemos tenido en todo Nagaland: unos 800kms de un subir y bajar constante, de las cumbres a los valles, y a los rios, y de nuevo a la cumbre y al valle y al rio.
Hemos andado rodando por pequeñisimas y perdidas carreterillas junto a la frontera con Burma todo el tiempo, carreteras de esas de las que mas nos gustan:
las que la gente del lugar apenas toma y nadie sabe ni en que estado se encuentran de tan secundarias que han llegado a ser, dejadas, remotas, olvidadas……mmmm…. tan apetecibles.

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En estas tierras y sobre todo en el distrito de «Mon» las antiguas generaciones, los que aún quedan, son de lo mas especial y único que en muchos años vimos, quizá desde los Himba en Namibia no habíamos visto algo tan impactante.
Hombres y mujeres de caras tatuadas, de coloridos trajes, bolsos y sombreros con trozos de cuernos, cabellos enrrollados en madera tallada, collares de calaberas, sonrisas y ojos amables de quienes fueron guerreros y ahora viven en paz.

Todos los hombres, desde los mayores a los más jovenes, llevan colgado a la espalda un tipo de machete alargado de mango largo que apenas pesa y que se cuelgan de una especie de funda hecha de madera que queda a su espalda, por supuesto, todo hecho a la manera más tradicional y artesana:

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– Esto no es una herramienta -comentaba Aitor la primera vez que tuvo uno en la mano- esto es un arma, herramienta si, pero de lucha. ¿Sabes porque lo sé? por el peso, está muy centrado, compensado entre las dos esquinas, si fuera un hacha el peso quedaría siempre delante pero estos…..mira, los puedes mover y girar muy rápido- explicaba mientras lo giraba ligeramente, con gracia y estilo.

Sintiéndolo mucho, amigos, hemos de deciros que las fotos que sacamos de estas gentes, o mejor dicho , de esta generación, son todas mentales. No tenemos una sola que colgar en la red, pero seguro que si queréis podéis encontrar imágenes que otr@s viajeros hayan conseguido.

Vimos tan claremente que no querían ser fotografiados, que no quedó ni un momento a la más mínima duda, es más, a menudo escapaban (siempre muy sutilmente) de nuestras miradas incluso, y ante tal actuación, por supuesto que ni sacamos la cámara de la funda ante su presencia.

Todos los días, cada uno de los días, hemos dormido en poblados y con gente.

Ante el aviso constante de que los grupos de guerrilleros que andan luchando por la independencia de Nagaland se hayan ocultos en los bosques, y no serían muy amigables con un par de forasteros, decidimos escuchar y en vez de acampar y retirarnos en la noche, acercarnos y estar, y conocer, y contar y escuchar, escuchar, escuchar…. cada noche junto a un fuego.

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Al igual que en Meghalaya, la constante ha sido esa, las noches junto al fuego, sentados en corro, sobre pequeñas banquetas de madera que no alzan mas que un palmo del suelo
Cercanía y calor en noches frías.

El hecho de que en todos los poblados hubiera alguien que hablaba inglés ha facilitado las cosas, y además ha hecho que la comunicación fuera mucho mas alla de lo superficial y aprendiéramos con ellos, de ellos, cosas como que son descendientes de los mongoles y que sus pueblos, si están siempre en lo alto de las colinas es debido a los continuos ataques que antes eran constantes entre tribus, incluso entre aldeas vecinas. Cada pueblo era considerado un reino y el Angh es el rey o administrador aunque, a la hora de tomar decisiones que afecten al pueblo, estás, aún a día de hoy, se toman en las asambleas de «los ancianos» formadas por un grupo de hombres de avanzada edad pues, debido a su experiencia de vida, son más capaces de decidir sabiamente por el bien de todos.
La voz de los mayores se escucha como consejera y sabia, siempre.

Aldeas impresionantes, hechas de casas de madera y paja con calaveras de búfalo colgando de los muros hacia el exterior en la parte frontal (llegamos a contar hasta diez en alguna casa)

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En el hogar de un joven profesor de inglés que vive con los padres, la mujer y su pequeña hija, nos hospedaron un dia, dormimos en una habitacion donde el escudo y las ropas tradicionales del padre estaban colgados de un perchero a un lado de la habitacion…. nos quedamos ambos con la boca abierta. Algo digno de ver: huesos, calaveras chiquitas, piel de animal y piedras, algo que incluso para ellos ya quedó atrás pero que aún respira, aún tiene vida aunque ya este a punto de extinguirse pues, como nos contaba este joven profe, los jovenes de ahora tienen tele y ven lo que hay fuera y…. lo quieren, no quieren trabajar más en el campo ni quedarse en las aldeas, quieren ciudad, coches, ropa, teléfonos, dinero y vivir como en esas novelas que ven en la tele.

Hasta hace pocos años eran felices aquí, así. No habían visto otra cosa y por lo tanto no había un… «mejor» y si no hay un mejor tampoco hay un … peor. Ahora si, ahora ha llegado la insatisfación, les ha llegado a traves del virus de la occidentalización, virus que parece no tener vacuna y  que segun vemos, se ha propagado por el mundo como la peste.

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Recordando encuentros, aparece ahora el «Angh» de un pueblecito llamado «Aboi» que nos llevó a dormir a casa de su hermano. Un hombre dulce y tranquilo con el que nos hubieramos quedado hablando por días, por semanas. Nos decía que el problema de los Naga (Nagas son el grupo de todas las tribus que pueblan Nagaland) es que en sus tierras han colocado una frontera y ellos, han quedado divididos en dos países diferentes, con todo lo que eso implica.
-Tambien- nos contaba mientras cruzábamos el mercado, caminando hacia la casa de su hermano- habéis de tener en cuenta, que fué solo en el 1970 que las tribus de este estado nos enteramos de que existía un mundo ahí fuera. Nagaland -nos decía ya con un té en la mano sentados en el porche de la casa- no fué conquistado por India sino por los ingleses, y fué cuando Inglaterra se marchó, cuando este estado pasó a formar parte de India. Nos entregaron a los hindúes y firmamos un tratado con ellos, que más que acuerdo fué un engaño, pues después, nunca se cumplió.

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El resto de distritos que hemos cruzado han sido más suaves en cuanto a la hora de pedalearlos, algo más modernos y con menos dureza que el de Mon donde la lluvia, el barro, el stress de mojarse, las cuestas, los repechos, el frío, la ausencia de pueblos y el extremo de austeridad nos han hecho saborear una dureza generalizada y contínua sin descanso. Eso, nos ha hecho más fuertes.

Piernas duras como columnas de marmol. Después de días de pedaleo en estas tierras, nos siento asalvajados. Pedaleando estamos fuertes, me parece ver a dos jabalíes, nos da igual sube que baja. Avanzamos con ganas.

La mente también está fuerte y es que cuando aceptas mentalmente que hay que subir y bajar, que así va a ser por días y que la carretera es y va a ser mala y punto, entonces…. sí, se sufre pero de otro modo, no esperas nada, ninguna mejoría y por eso deja de importarte la dureza. Es así, es lo que toca y disfrutas también, todo va junto como una empanadilla, la masa y el relleno y en cada bocado, un poquito de cada.

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El saludo por excelencia en todo Nagaland varía entre:
– « All the best!! » (todo lo mejor) o el de «-Enjoy your trip !!!» (que disfrutes el viaje).
Las sonrisas y los buenos deseos al verte pasar son diarios, contínuos, casi en cada encuentro.
Un chaval nos comentaba al vernos, que el se da cuenta que hemos venido de muy, muy lejos hasta su pueblo y que ha de ayudarnos siempre que pueda y si no, al menos, enviarnos buenos deseos, eso es lo que ha de hacer, lo mínimo y lo más normal, no se puede concebir otro modo de actuar.

Os prometo que nunca antes, en ningún otro lugar (y mira que ya pasamos por lugares y países) me empujaron tantas veces para ayudarme a subir una cuesta, y han sido sobre todo los niños pero ha habido de todo, hombres y mujeres:
-«Let me help you!!» (deja que te ayude) y comienzan a empujar bien fuerte, triplicando la velocidad que llevo, y se rien, y yo me troncho, y ellos se rien más aún, y subimos, cansados tod@s, y también partidos de risa.

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Sí, Nagaland ha sido bello, un acierto total el habernos desviado y sin prisa alguna por seguir, ni por avanzar, haber tomado el tiempo de cruzar estas bellas, salvajes y tribales tierras de las que aún os podríamos contar algunas cuantas historias más, alguna increíble y de verdadera película, de esas que nos reservamos para los encuentros en vivo y en directo (no son cosas para ser contadas en un blog) y que nos han hecho crecer, aprender y como os decía antes, ser más fuertes.

Inolvidable Meghalaya.

Tras recuperar fuerzas volvemos decididos al ataque. De nuevo y sin pensarlo dos veces nos encaramamos a las montañas, sabemos que el llano de Assam sería más facil pero el perdernos en los bosques de los Khasi y conocer a esta tribu del estado de Meghalaya, que se rige por un sistema matrialcal, es una de las razones por las que hemos venido hasta aqui, por lo que, no serán unas cuantas cuestas las que nos paren.

Tranquilos y felices de dejar atrás el tráfico del llano, tomamos una estrecha y solitaria carreterilla que entre un verde y frondoso bosque, nos iba a dirigir hacia las montañas de la tribu Khasi.

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Nos costó una veintena de pequeños cruces de vecindario (en los que al preguntar por la dirección, los vecinos nos invitaron a té con galletas y nos hicieron regalos como arroz, limones y una especie de fular de algodón típico de la zona llamado «gamusa») y también un par de rectas en las que si o si, cualquier hijo de vecino tendría la seguridad de estar totalmente fuera de ruta, perdido entre los campos de arroz ya cosechado en esta época del año.

La encontramos finalmente cuando el maestro de la aldea nos dirigió con su bici al último cruce en el que ya no teníamos forma de perdernos. Cuando terminó de explicar y traducir a todos los chavales del pueblo (que se habían venido uniendo a lo que ya parecía una cabalgata) quienes erámos, lo que hacíamos, los porqués y lo que el añadía de propia mano, entonces y solo entonces marchamos viendo como un montón de gente desde el cruce, agitaba sus manos al aire en gesto de despedida.

«De nuevo- me decía Aitor- otra experiencia que nos vuelve a enseñar que no hay color entre carreteras generales y secundarias, de unas a otras uno encuentra dos lugares totalmente diferentes, opuestos. Incluso estando a unos pocos kms una de otra. Recuerda ayer – el día anterior habíamos cruzado por unos kms una general- no solo el tráfico, sino la gente, los encuentros.Esto es calidad, no en el avanzar, sino en el resto que al final, para mí es lo más importante.»

Bosques, cuestas, bosques, sonrisas, cuestas, jungla y sonrisas y así subimos de nuevo a Meghalaya, esta vez más fuertes, con el ritmo del viaje ya cogido y preparados para lo que viniese.

La sencillez, simplicidad y los ritmos naturales aunados a la limpieza y el respeto por el entorno se trasformaron a más y a mejor según ascendíamos, la cosa era directamente proporcional, la mejor de las motivaciones para seguir subiendo a ritmo y con ganas. En esta zona incluso los lugares de descanso son de alta calidad…

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La simpatía que los Khasis nos iban provocando y el interés por el tema del matriarcado y de saber más sobre como eso marca una diferencia o no en una sociedad, nos hicieron ir acampando siempre, cada día, cerca de gente.
En la tarde y aún con unas cuantas horas de luz, nos parábamos en alguno de los escasos pueblos y dejábamos que sucediera algún encuentro, algún acercamiento, entonces y tras una charlita en la que el otro saciaba su curiosidad y se enteraba de quienes somos, de dónde venimos, de que es lo que tenemos ahí dentro de las alforjas… les acababamos explicando lo de siempre:

-Tenemos todo aqui, no os tenéis que preocupar por nosotros. Esto que parece una bicicleta es realmente una casa andante, solo necesitamos un sitio, un lugar en el que instalarnos y pasar la noche a salvo.

Sabemos de sobra que a salvo estamos pero es la forma o excusa que se nos ocurre (o la de «un sitio a cubierto») para que nos dejen un lugar, lo cual siempre han hecho encantados.

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Ha habido de todo: en una iglesia, en casas con familias, en centros comunales…. pero siempre fuera donde fuera no ha faltado el fuego, la hoguera en la noche alrededor de la cual tod@s, nos hemos sentado como cada día ellos hacen: muy juntitos, en sillas bajitas, juntando nuestras manos al frente para que el calor en las palmas (y en las puntas de los pies) ayudara a calentar el resto del cuerpo.
Cercanía, roce, tranquilidad y sensación de aún tan lejos: estar en casa.

Sonrisas y siempre alguien que hablaba inglés para comunicarnos y traducir. Dulces e inolvidables momentos en las noches junto al fuego en los que íbamos aprendiendo sobre ellos, sus vidas y algunas curiosidades como que el bambú, si es verde, para quemarlo en la hoguera hay que romperlo o hacerle un agujero pues sino, estalla. Bambú que aquí crece por doquier y que usan para todo… construir casas, mesas, sillas, bancos, cucharas, cocinar dentro de el colocado sobre las brasas, calentarse….

Una de las cosas más diferente a todo lo que nunca antes vimos, fué a los hombres cuidando de los niños, cargando los bebés incluso en el trabajo (llegamos a ver hasta un zapatero liado en la faena con el niño dormido) siempre colgados a la espalda con una manta alrededor.

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Y algo más sorprendente e inesperado: los chavales, los de entre 9 a 15, 16 años. Nunca antes vimos chicos de esa edad lavando la ropa de toda la familia; siempre hemos visto esa tarea en niñas, mujeres o incluso hombres, nunca antes en chicos.
Pero la mayor diferencia de todas la vivimos en nuestras carnes y a menudo nos hizo reir, nuna antes he escuchado tanto la palabra «madam». Aquí era yo la que decidía, la que había de hacer los registros en los hoteles y firmar cualquier cosa oficial o papel que hubiera que firmar, es la mujer la que está al cargo, la que hereda, la que pasa el apellido, la figura principal y por lo tanto yo lo era. Aitor es simplemente mi marido, un añadido sin demasiada importancia.

Habíamos descubierto en una de las paradas en un pueblito sin hotel de ningún tipo, que existen unas casas del gobierno las cuales usan sus oficiales como hoteles y que pidiendo permiso de antemano en las oficinas correspondientes, podíamos acceder a ellos: baratos, lujosos, limpios y tranquilísimos. Por eso tras cruzar las montañas y llegar a la Shillong (la capital) decidimos intentarlo de nuevo.

Esto nos llevó a las oficinas, en este caso y al ser ciudad, un par de enormes edificios y como siempre en todos los paises….
– Ahora a aquella ventanilla, no, ahora a aquella otra…
De pasillo en pasillo y siempre yo con los pasaportes en mano, era la que hablaba y a la que se dirigían, Aitor era invisible y estaba encantado con el tema.

Finalmente llegamos a la jefa principal, una mujer de unos 50 años de pelo negro y formas anchas, tranquila, elegante y segura de sí misma, con la que tomamos un té mientras todo el tema burocrático se iba haciendo y la que nos contó algo interesante:

-Nosotras- nos decía mientras nos miraba tras sus gafas de pasta- a veces delegamos responsabilidad en los hombres, en eso no tenemos problemas. Como siempre hemos tenido el mando y el poder, no tenemos miedo a perderlo, por lo tanto no tenemos miedo a que los hombres nos quiten el puesto y por eso no nos importa delegar, hay hombres que también tienen poder, a nosotras no nos importa, a veces lo compartimos. Ellos también pueden hacer.

Encantados salimos de aquella oficina y casi enamorados de aquella mujer gracias a la cual, tuvimos una estancia a precio de risa en una de las mejores habitaciones que nunca vimos.

Y de ahí a la guinda del pastel: los puentes vivientes de Meghalaya.

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Un buen amigo fué quién nos habló de ellos pues nosotros, no sabíamos ni que existían.
Hechos con las raices de los árboles que dirigidas con el bambú se van entrelazando unas con otras y finalmente, tras muchos años, forman estos increíbles puentes en los que uno se siente trasportado a mundos de duendes, elfos y magia.

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Algo increíble y realmente digno de ver, pues por más que lo expliquemos o más fotos que colguemos nunca podremos hacer honor al lugar, al espacio, a los puentes, al estar allí. Maravilloso.

Merecieron la pena las cuestas, y las más de 3.000 escaleras que tuvimos que subir y bajar para acceder a ese lugar en el fondo del valle en que la jungla esconde dicho tesoro.

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Y como siempre, todo continuamente cambia, también tuvimos un buen susto que nos hizo temblar de miedo y, no, no fué el terremoto del vecino estado de Manipur (que si, que nos hizo temblar en la noche y pasar bastante miedo) sino la noticia de que el gobierno Hindú había decidido de la noche a la mañana pedir un permiso especial a los turistas que quisieran estar en estas zonas, y que debido a esa ley si queríamos seguir con nuestro viaje teníamos que cruzar India entera en tren (mas de 2000 kms) para conseguir el permiso en Delhi, de otro modo, teníamos de repente cerrado el acceso a Mianmar.

La pesadilla duró unos días y fuimos bastantes los turistas y viajeros que nos encontramos en un buen marrón pero, debido a presiones burocráticas, los Hindúes se arrepintieron y deshicieron de nuevo de la noche a la mañana tal ley y así, se pasó el susto.

¿Lo bueno del caso?…que mientras buscábamos e intercambiábamos desesperados con otros viajeros información de lo que estaba pasando, nos encontramos con un enlace en la red de un estado vecino del que hasta ahora no habíamos oido ni hablar: Nagaland.
Fué ver el reportaje de un español que estuvo allí y decidir que costara lo que costara queríamos ir y ver eso con nuestros propios ojos.

Asi fué que de un plumazo, borramos de nuestras mentes todo plan y reinventamos el viaje, ¡¡¡ plis, plas !!!: en vez de seguir hacia Myanmar nos iríamos al norte (un desvío de 800kms).

Aún relamiendonos de tanta belleza y hospitalidad, emprendimos un nuevo e inexperado camino que nos iba a trasportar no tanto en el espacio sino en el tiempo, pero eso….
eso dejémoslo para la siguiente, que por hoy, ya hemos charlado bastante.

De primero…. algo especial.

Ya estamos, andamos de nuevo en este cambio diario de lugar. En este recorrer, avanzar, circular, ir, andar, estar….. permanecer… marchar. Vivir en continuo movimiento, adaptación, cambio.

De nuevo la casa es el mundo: hoy este rincón, aquí la siesta, en este recodo del camino bajo las palmeras, a la sombra, que este medio dia…. hace calor. ¿Mañana?…. detrás de la casita de profesores en la escuela de la aldea (aprovechando que ahora los chavales están de vacaciones) ¿y después? quién sabe y …¿que importa realmente?; será, donde tenga que ser aquí o allá, ya sabremos cuando llegue el momento.

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Ya estamos en estos ritmos que son tan conocidos, cómodos y sencillos que los sentimos nuestros, propios.

Hace un par de dias encontro Aitor a una pareja de ciclistas (la primera desde que recomenzamos el pedaleo al sur de Sikkim, justo donde los estados del noreste de India comienzan) iban tan rápido que apenas tuvo tiempo de hablar con ellos: tenían 8 dias para llegar a la frontera con Myanmar que está a 800kms y aún con el cambio roto y la noche encima continuaron camino rápido, no habia tiempo para hablar, ni explicar demasiado, andaban en algo muy importante, tenian que dar la vuelta al mundo en dos años y el tiempo apremia… corre en contra.

Nos hicieron sonreir, agradecer y reafirmarnos en nuestros lentos ritmos, seguimos eligiendo la bici por lo lento, lo libre e independiente, por el contacto con el lugar y las gentes y seguimos eligiendo no tener prisa y en vez de cruzar para avanzar, estar en cada pedalada e intentar al máximo dar el tiempo a los encuentros… parar, quedarse un poco más, dejar que surja la conversación, la confianza, esperar hasta que desaparece la sorpresa que provocamos en un primer momento al que nos encuentra y ya, después, viéndonos más como un igual, que suceda el encuentro.

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Recorriendo andamos estos estados del noreste que tanta guerra le han dado a India queriendo independizarse y ahora entendemos los porqués… de nuevo… aunque no hay frontera legal, no queda ni el más mínimo lugar a la duda. Es claro que tras cruzar en la barca de madera y mimbre el rio Bramaputra, (que supone nada más y nada menos que tres horas y media de lento avanzar encaramados al tejadito, o sentado en los pequeños bancos de madera de la pequeña y cargada barca) todo cambia, lo llamarán como quieran pero éste lugar ya no es India más.

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El estado de Meghalaya es todo lo que nos habian contado y más, mucho más: tierras tribales, selva, abundancia, naturaleza e incluso según nos aseguran orangutanes pero esos… esos no los hemos visto.

mosaico pedaleando

Estamos a medio camino de cruzarlo y hasta ahora hemos estado con los musulmanes de Assam y nos metimos sin miramiento alguno en las montañas de los Garo la que dicen, tribu originaria de estas tierras que como curiosidad os contamos que aún hoy se rigen por el matriarcado: en la familia es la hija pequeña la que hereda, cuando un hombre se casa se va a vivir a la casa de la mujer, el apellido lo da la madre y los casamientos son por amor.

Estamos aún en seguir descubriéndolos, preguntando, viendo y descubriendo más de ellos. Gentes hospitalarias y amables, tranquilas y respetuosas, humildes y sinceras, pero nos tuvimos que bajar de las montañas porque literalmente mi cuerpo no daba para más.
En ésta zona de montaña las cuestas son de aúpa, contínuas sin parar, aquí un llano de 20 metros es un sueño, una utopía. Demasiado para llevar un año sin mirar la bici ni de reojo…

mosaico gente

Aitor va mejor y el podía haber cruzado los 350kms de montañas pero aunque os juro que lo intenté y lo puse todo…. en un cruce de caminos me rendí a la derrota, llevaba madia mañana de empujar en cada cuesta y con el ánimo por los suelos. Aitor con pena me escuchó y… ¿que iba a hacer? sucumbió a lo inminente… era demasiado. Bajamos de nuevo al llano y aquí estamos, rodando 4 dias extras al tiempo que avanzamos hacia el este. Pasado mañana volvemos al intento, no nos vamos a perder a esas gentes asi que por otra ruta subimos de nuevo a las montañas, ahora si, con unos cuantos kms más en las piernas y otros tantos dias de descanso que son, finalmente, en los que la forma se hace, se fija, se enraiza en los músculos y entonces…. ¡¡¡entonces ya no hay quien los pare!!!.

Las bicis son las que andaban de fiesta, después de haber estado todos estos meses paradas, después del viaje desmontadas en pedazos para cruzar india de lado a lado… tenían un susto parecido al nuestro cuando recibimos todo y lo desempacamos…. ¿todo esto llevamos? ¿y seguro que todo es necesario? cosa por cosa, a ver vamos a replantearnos, y así hicimos y si, llevamos lo justo al menos para nuestra forma de vida.

mosaico bicis

En eso estamos volver a poner el cuerpo y la mente en forma, moldear, asumir, retomar, fortalecer… mientras avanzamos estas bellas tierras que tanto nos recuerdan a Africa y tan poco (como os decía) a India.

Os contamos cuando las descubramos un poco más y cuando volvamos a salir de las montañas pues ahí arriba pocos saben siquiera que es un ordenador cuanto menos internet.

Estos pedacitos de mundo son los que siguen dando sentido a este continuar viaje, estos recovecos en que el turismo aún no ha hecho estragos, en que la gente es tan simple y pura, tan sencilla y feliz, son los que de nuevo dan sentido a estar, a ser, a compartirse, a la dureza del avanzar. Estos lugares en que derepente sientes claro que …. no hay nada que hacer, solo estar vivo. Sumergiéndose en las montañas donde no hay estimulos que aviven a la mente, a los deseos, a los quiero, a los debo, a los tengo….la mente se aquieta sola, se calma y se vuelve clara solo con estar aqui.

La naturaleza y la mujer, la naturaleza y el hombre… de la mano, en un intercambio justo en el que nadie pierde y todos ganan.

Paz, pureza, aire y agua limpios, calma, equilibrio, harmonía.