Siempre el mundo me pareció muy grande, países lejanos, ciudades de místicos nombres que por su lejanía y desconocimiento evocaban exóticas ensoñaciones al imaginar sus gentes, sus calles, su vida cotidiana…. viajando en bicicleta todo de repente parece estar al alcance de la mano. Son días entre 70 a 90 kms los que hemos estado haciendo y aunque no viajamos a mas de 15-20 por hora, al mirar el mapa y ver como avanzamos parece que lo hiciéramos a una vertiginosa velocidad. Fijaros sino: ya pasamos Francia. Ayer mismo estábamos disfrutando de una pizza en Italia y hablando tranquilos con la gente que, aunque habla un idioma diferente nos entiende sin problemas.
Francia nos sorprendió primero por no ser tan cara como esperábamos; en los grandes supermercados encontramos los mismos precios que en España, eso sí, se acabaron los cafelitos que casi a veces pueden duplicar el precio pero, como no ha hecho ni la tercera parte del frío, no necesitamos entrar en ningún lugar a recobrar la vida en manos y pies que totalmente congelados dejaban ya de funcionar. Eso quedó atrás, desde que salimos de Figueres el tiempo se ha suavizado y nos ha hecho mucho más facilito y sabroso el día a día.
La constante en la costa ha sido el viento el cuál nos ha hecho pasar malos ratos pero, en seguida optamos por abolir las nacionales y tomar solo carreteras secundarias en las que tan solo teníamos que enfrentarnos a él y no nos jugábamos el pellejo con los camiones que, debido a la fuerza de nuestro amigo soplando, te hacen perder el equilibrio y en momentos parece que tiraran de tí al pasar para llevarte con ellos.
Guiados por gente local hemos encontrado bellísimos parajes en la costa en la que los flamencos rosados ajenos a todo dedican sus días a buscar comida en las lagunas, las cuales llenas de todo tipo de aves, forman un espectáculo digno de ver. Guiados por los locales y escapando de los camiones descubrimos que en Francia hay muchas vías verdes para bicicletas y que muchos de sus canales tienen adaptados caminos para éstas en los que puedes recorrer cientos de kms sin ver un solo coche. Dejándonos guiar y sin importarnos el hacer más kms hemos cruzado pueblos medievales conservados como antaño, otros, al más puro estilo francés con sus edificios de ventanas de madera y estrechas terracitas, elegantes como sus gentes a las que tomar café en terrazas, beber vino y comer queso parece encantar. Entre ellos, avanzando, hemos ido cruzando el lado Mediterráneo de éste país: caballos blancos y croassanes, llanuras, lagunas y mar, aves y viñas, sobre todo viñas…. eternos viñedos que nos fueron hablando a nuestro paso de la vida de hoy en día. ¿Queréis saber que nos contaron?, pues nos hicieron ver como crece una viña en su estado natural, parecen baobas u olivos, en el sentido de que cada una tiene una forma tan propia y diferente al resto, tan peculiar y bella que uno podría pasar horas admirando su belleza. El agricultor tan solo las ayuda a crecer para después recoger sus frutos cuando llegue el momento. Después llegó el tiempo de conocer a las que han vivido y crecido en campos creados para ser recolectados por máquinas y no más por manos humanas (que son lo más común hoy en día). Una vida desnaturalizada. Las viñas allí han perdido su peculiaridad y crecen todas como si fueran una misma que se repite constantemente, parecieran haber sido crucificadas. Guiadas por manos externas se han convertido en algo de lo que se sacar provecho pero que ha perdido su belleza natural, su personalidad propia, su diferencia del resto. Parecen crecer solo para enriquecer al amo, éste las ha estudiado por años y sabe como guiarlas y manipularlas desde la infancia para conseguir el mayor beneficio de ellas. Ya no son viñas vivas y bellas creciendo naturalmente a su manera, ya no tienen vida propia pues no tienen elección, unas redes casi invisibles las guían desde el comienzo. Su fín es producir para el beneficio de otro, de quien las riega y las manipula al mismo tiempo. Me pregunto al verlas en los campos si serán conscientes de esta manipulación, de su imposibilidad de elección, o si por el contrario creerán ser libres debido a que nunca conocieron otra forma o estado.
Ha sido interesante pedalear en Francia y conocer a sus gentes que siempre amables nos han brindado su hospitalidad y ayudado a conocer mejor el lugar por el que pasábamos. La hospitalidad en éstas tierras Europeas nada tiene que ver, por supuesto, con la de los países musulmanes, África o Ásia. Aquí el encuentro natural y espontáneo no existe, hay miedo hacia lo extraño, la gente te mira curiosa desde la distancia y, si tu mirada cruza la suya, ésta se apartará bruscamente evitando el encuentro. Así, adaptándonos al medio hemos tenido nuestra peculiar y gratificante forma de encontrarlos y ha sido a través de internet. Couchsurfing.com y Warmshowers.org, dos páginas dónde la gente ofrece un espacio, una ducha, un encuentro al viajero. El echo de que alguien que vive aquí ofrezca su espacio así abiertamente a un extraño, te asegura que encontrarás a alguien diferente, especial e interesante. Así ha sido en todos los casos, nos han abierto casas, pisos, azoteas personas sencillas y peculiares, llenas de vida y de ganas de compartir y cambiar un poquito este mundo del miedo y del centrarse en uno mismo y en lo de uno.
Hemos oído de sus labios las mismas palabras que oímos en España de otros acerca de cómo es la realidad en estos países, de qué están hartos y de que es tiempo de replantearse las cosas.
Así viaja con nosotros «¡¡Plántate!!» en Europa; después será un proyecto medioambiental pero en estas tierras es un mensaje de aliento a parar, observar la realidad, plantarse respecto a lo que uno no quiere y cambiando el hoy, el ahora, transformar este maravilloso mundo en que vivimos el cuál está repleto de buena gente que cómo tu y cómo yo quieren vivir tranquilos, felices y en paz. El resto son añadidos de esas manos que nos riegan y atan manipulando nuestros caminos de una forma muy sutil pero que finalmente transforma por completo e impide Ser a lo que realmente somos.