El gran trompazo

La secuencia de la bici dando bandazos en la empinada cuesta abajo, el sonido de la rueda a gran velocidad, el no poder parar y ser consciente de que caes…..se me quedó grabado en lo profundo y, en los tres primeros días de estar en cama sin apenas poder moverme, se me repetía como una pesadilla que me sacaba del estado trance-sueño en el que en esos dias pasé la mayor parte del tiempo, se repetía y se repetía y después volvía al trance.

Caer. Esto es casi lo único que nos puede parar y así estamos,
parados desde hace ya 20 dias.
Caer.Sentir el duro golpe y el áspero asfalto.

Llevábamos tantos kms en el norte de Angola de mala pista y de arena, de empujar las bicis y no poder pedalear a más de 12km/h que al entrar en estas zonas petrolíferas de Cabinda (un pedazo de Angola en el interior de Congo) donde los chinos ya pasaron dejando un nuevo y pulido asfalto, me emocioné… de más.

Caer.Ver desde el suelo a Aitor que ajeno a lo que acababa de suceder tras él, continuaba bajando la larga cuesta. Sentir como chorrea algo por mi cara, tocar y ver la mano empapada en sangre, darme cuenta de que esta vez el golpe ha sido serio. Intento gritar pero no tengo fuerzas para llamar a Aitor que ya desaparece de mi vista, miro atras y veo la bici y una alforja fuera, casi en el medio de la carretera pero no puedo levantarme a recogerlas, a penas puedo moverme y siento calor en la cara, en el hombro, en las piernas….dolor, escozor y calor. De repente, dos coches pasan justo a mi lado frenando al ver lo sucedido; levanto la mano con un enorme esfuerzo y sacando todas mis fuerzas, le digo a un hombre de uno de los coches que ha quedado parado a mi lado que continue y avise a mi marido que va «ahi mais adiante». Escucho como este da el recado a gritos a otro coche y baja para ayudarme, la gente comienza a agolparse a mi alrededor… siento dolor en la pierna, cadera. En el hombro tengo una punzada intensa que no me deja ni girar la mano, las costillas…. y la sangre que no deja de chorrear del lado izquierdo de mi cara. Estoy segura de que me la he reventao entera, me quema, me arde y duele, la siento ya hinchadisima y pregunto como la tengo a una mujer que parece , haber tomado el mando de la situaciÓn y grita a todos lo que han de hacer mientras intenta parar la hemorragia. No me contesta, está nerviosa y alterada y desisto de intentar hablar, me siento muy mareada y cansada. Oigo gritos que discuten a que hospital llevarme, todos están nerviosos, alterados.

Entre la gente veo a Aitor asustado. Nuestras miradas se encuentran, al ver que lo miro y que estoy consciente le veo relajar el gesto. Lo siguiente, fué sentir como me elevaba sin hacer el más mínimo esfuerzo, la mujer los organizó a todos para que me transportaran como por arte de mágia al otro lado de la carretera, donde un coche espera para llevarnos al hospital.

El conductor nos tocó rana pues estaba bastante borracho pero, el hombre entre el susto, la prisa y la borrachera, se las supo manejar y aunque, casi acaba con todos nosotros finalmente entre pitidos y movimiento, gritos a otros conductores, más pitidos y frenazos, llegamos al hospital. Mi cuerpo tiembla, no puedo ni mover un milimetro nada, desde el hombro hasta la mano. La pierna tampoco me responde y es dificil salir del coche y la cara….siento miedo de pensar como está y busco en la mirada de la gente, el gesto, la reacción con la que medir el grado de destrozo que tengo en ella.

Gente agolpada en las paredes, camillas con enfermos en los pasillos, cuerpos debilitados, sentados, tumbados en cualquier parte, todos agolpados, mosquitos, calor, humedad…..y la sala de curas: una sala de 3 metros por 2 con un olor horrible a meaos viejos y sangre. Un doctor se me acerca, mete el dedo en mi ojo casi cerrado, se asoma y susurra «gracias a Deus»…..mmmm dulces palabras……
Lo que ví y experimente en ese hospital daría para escribir casi un libro: suciedad, sangre, acinamiento, dolor. Todos juntos en la pequeña sala, cada uno sangrando por un lado, buscando la forma de mantenernos enteros aún estando partíos. Sufrimiento.
En el centro de la pequeña sala, un doctor con 4 enfermeras dando un punto aquí y otro allá. Parecíamos animales más que personas y, cuando me llego el turno, realmente dude de si me estaba curando o me estaban pegando con su falta total de tacto y delicadeza.
-«Esto es africa, es lo que hay, tengo que respirar y mantenerme tranquila»-me decía a mi misma a cada rato y rezaba para que la anestesia hiciera efecto a la hora de coser algo en la zona del ojo.
Tras unas 4 horas que duró la experiencia «Hospital gubernamental Angoleño» ya estaba curada y muy lentamente avanzaba arrastrando el cuerpo literalmente hacia la calle. Allí esperaban las bicis y de repente, nos encontramos en la puerta, con una ciudad (Cabinda) ante nosotros, donde una noche en una cutre-cutre pensión te sale por ¡¡50 Euros!! y en un hotel normal por 100.

Por un momento nos sentimos solos, perdidos,vulnerables y sin saber cómo hacer ni por dónde empezar, pues yo apenas podía moverme y con todas esas heridas abiertas daba miedo ver el polvo, basuras y suciedad reinantes por todos lados. Cuando habíamos pasado por sitios así antes nos daba igual, es más habíamos llegado incluso a acostumbrarnos a ello pero ahora…. la cosa había cambiado.

El estado de shock solo duró un momento y pasamos a la acción que nos llevó finalmente a una habitacion en la que yo quedé mientras Aitor iba a buscarse la vida: traer las bicis,comprar medicinas, buscar ayuda, comida……
Mientras él estaba fuera tuve que levantarme al baño lo cual fué toda una odisea pero lo peor lo tenía al pasar frente a un enorme espejo que había sobre el lavabo. Tenía miedo a ver mi cara, en que estado estaba. A juzgar por lo que sentía la imaginaba completamente deformada, quemada por el asfalto y el ojo…. no me atrevia a enfrentarme a lo que iba a ver pues sabía que me habían cosido por dos lados pero, el momento en que reuní fuerzas y a la tercera vez de pasar por allí, alcé la mirada y me ví, quedé sorprendida de encontrar que estaba muchísimo mejor de lo que esperaba y eso, junto a los calmantes y el valium, me ayudó a dormir.

El visado a punto de caducarnos y los 50Euros por noche que valía la pensión, eran un par de presiones aue nos tuvieron tensos hasta que, unas llamadas por parte de Aitor a las españolas que conocimos en la capital hicieron efecto y Saúl apareció ya en la noche por la puerta, con una sonrisa y un enfermero y nos ofreció su apoyo y ayuda, que nos supo mas dulce que los «ferrero roche» que también trajo con el.

Han sido dias difíciles pero ya han quedado atrás.
Aitor, después de recorrer la ciudad y preguntar en un sin fín de lugares, encontró un lugar: una misión católica en la que las monjitas estaban encantadas de recibirnos y ayudarnos. Nos hospedaron sin pagar nada en una habitación que tenían cerrada con electricidad y baño, un colchón que nos trajeron y una mesa…….¡¡todo lo que necesitabamos!!
¡¡Gracias a la vida!!
¡¡Lo que eché de menos una ventana en todos estos días!! o algo que mirar que no fueran las paredes y el techo. No ha sido fácil estar postrada en la cama por todo este tiempo, aún hoy sigo con el brazo colgando y la pierna semi-coja, las costras comienzan a caerse ya, pero todo va muy lento pues el calor y la humedad hace que la cicatrización aquí se alargue………..tiempo de paciencia.

Lo mejor: la buena gente. Los españoles que nos echaron una mano mandándonos al enfermero de la empresa que venía casi a diario a hacerme las curas, también con el tema del visado para extenderlo al máximo y a la hora de tener que salir del país nos acercaron hasta la frontera….las monjitas maravillosas que aún ocupadísimas como estaban, encontraban siempre un ratito para hacer una visita o pasar a traer un bollo o un pan de los que cocían en el horno, a tan solo unos metros para venderlo y sacar fondos para la misión-escuela. Simpáticas, llenas de vida, siempre sonriendo y haciendo bromas nos traían vida y alegría que sobre todo en los primeros días nos faltaban.
Y ahora en Punta Negra, el Congo, donde a través de internet encontramos a Celine, una francesa que nos ha abierto las puertas de la casa de par en par hasta que me recupere del todo.

Que bien estamos cuando estamos bien.
Que facil nos olvidamos que en un segundo todo puede acabar, venirse abajo, o podemos quedar enfermos, accidentados, heridos…
Cuan agradecidos (pienso) deberíamos estar cada día por estar vivos, por poder ver, por estar sanos…..
ya solo por eso somos ricos.

Angola

Angola….el primer país africano en que siento que me podría quedar («ficar»como dicen ellos) por un tiempo tranquilamente. Parece que tantos años de guerra no solo dejan las marcas de balas en los edificios, en las memorias, en las gentes, que no solo dejan centenares de inválidos debido a las minas que hoy en día siguen explotando. Parece que también dejan ganas nuevas de vivir, y pocas de meterse en problemas. Parece que ahora que vino la paz, todos han decidido disfrutar de ella y no cambiarla por nada.

Atravesando estas tierras de las que tan mal nos hablaron, estamos encantados. De esos policias mafiosos que tanto nos previnieron no hay rastro, del peligro y del miedo que otros sintieron, no hay huella. De nuevo de lo cuentan a lo que es ….hay un abismo tan grande que roza lo opuesto.

Y más alegrias. El primer país en Africa en el que nadie nos ha pedido, ¡¡nadie!!. Sacan la mano al vernos pasar si, pero para saludar, es más, cuando por algún motivo hemos parado al lado de la carretera, muchos de ellos se han detenido para ver si todo iba bien…..¿en Africa?, sí. Aún no lo podemos creer. Pero que viva, que viva la vida y este pais.

Nada más cruzar la frontera descubrimos que no había carretera, a veces había un camino del ancho de un coche y de repente desaparecía y nos encontrábamos siguiendo senderos de animales, había tantos que no sabíamos cual coger y tras preguntar y recorrer algunos kms, nos dimos cuenta que no importaba cual pues se separaban y se unían a cada rato. Lo importante, era no perder la dirección hacia la que ibas y de vez en cuando parar para reorientarte y si hacía falta cambiar de sendero.

Tras coger la carretera general entendimos al ver, lo que otros nos habían contado y es que, Angola es famosa por sus carreteras y el horrible estado en que se encuentran. Aún con señales de la guerra: enormes agujeros, literalmente reventadas para evitar el traslado de gentes y de artilleria. Finalmente llegamos a Lubango dónde paramos acogidos por un angoleño descendiente de portugueses, que luchó en la guerra en un grupo de fuerzas especiales y nos contó en el tiempo que compartimos, un sin fín de historias y horrores de aquellos días, esos que lleva grabados ahí dentro y no podrá olvidar más.

Estuvimos juntos mucho más tiempo del pensado pues, tras los dos días de descanso y cuando arrancabamos, Aitor comenzó a no sentirse bien. Según pedaleábamos las rodillas le dolían más y más, se sentía mareado y cuando comenzó la fiebre nos dimos cuenta de que pasaba: Malaria. Nos habían hablado mucho de los síntomas y los tenía todos por lo que no pedaleamos un segundo más. Paramos un jeep que nos llevó de nuevo a la ciudad donde José nos recibió con los brazos abiertos. Allí pasamos algo más de una semana hasta que Aitor estuvo totalmente recuperado, pues uno de los peligros de esta enfermedad son las recaidas y más, cuando uno anda haciendo sobre-esfuerzos. José nos tuvo como a dos reyes hospedados en lo que próximamente sería un bar para moteros. En este tiempo y a través de él y su vida conocimos más profundamente la realidad de este país. La despedida fué una de las más bellas que nunca tuvimos, debido a un ritual angoleño que nos realizó en el último momento. Lagrimas, abrazos y de nuevo un gran amigo que quedaba atrás.

De allí pedaleamos hasta la costa donde extendimos nuestro visado sin problemas y como extra conocimo un grupo de españoles/as que nos acogieron. Unos trabajan en petroleras y otros en organizaciones de ayuda. Un grupo superfamiliar con los que nos sentimos en casa y otra cara del país nos fué revelada y es que, ¿que forma hay sino de conocer un país que el escuchar a sus gentes, los que lo pisan y lo viven día a día, unos y otras?

Y de allí hacia el norte Luanda, la capital de Angola. Nos habian contado horrores pero finalmente nos pareció bella. La mezcla entre los edificios coloniales dejados por los portugueses, con las ruinas de otros que fueron alcanzados por alguna bomba durante la guerra y nunca fueron restaurados, cobraba más extrañeza aún, cuando aparecían entre estos y aquellos, los impresionantes rascacielos que los chinos, construyen a día de hoy para empresas petroleras y de diamantes. Algo digno de ver.

El norte fué pura pista de tierra y arena, mucho sufrir y empujar para avanzar pero de nuevo, disfrutando con la alegría, hospitalidad y amabilidad de sus gentes y un añadido más: Angola es un país en el que el colonialismo portugués dejó huella y esas también nos hicieron sentir en casa, pequeñas cosas que hace tiempo no veíamos más que en sueños: aceitunas, pan de barra, queso, bidés en los cuartos de baño y……..¡¡coÑo!!….una Ñ , una Ñ, ¡¡leñe!!
¡¡ ÑA ÑE ÑI ÑO ÑUUUUUUUUUUUUUU !! ¡¡ay niña que morriña de eñe!!!!