México 2

Descansando en una ciudad bonita

Descansando en un pueblo tranquilo.

Después de Bajar del Pico Orizaba me tome un día de descanso porque tuve unas agujetas que casi no me podía mover. Sobre todo de la bajada ya que los cuádriceps no están acostumbrados a trabajar de esa forma. Hacía muchísimo tiempo que no me dolían los músculos de esa forma. Y como lo mejor para que se pasen las agujetas dicen que es el ejercicio, al día siguiente me subí a la bicicleta y le di caña otra vez.

Uno se encuentra con diferentes ragos según cambia de estado.

Pasé por Tehuacan ya que tenia una amiga que me estaba esperando. Eran unas personas muy humildes, pero como ocurre en estas familias, tenían un corazón tan grande que mi estancia en su casa fue un regalo insuperable.

Esta ciudad es conocida en todo México por las maquiladoras. Está llena de fábricas donde las mujeres pasan todo el día cosiendo pantalones vaqueros o los llamados jeans por 4 Euros al día. Jeans que después en el mercado se venden a mas de 100 Euros la prenda.

Las familias tienen que hacer malabares para poder comprar fruta en los mercados.

Personalmente no se como era la esclavitud hace 100 años, pero trabajar por un sueldo que no te da ni para llegar a final de mes mal comiendo, lo llamo esclavitud.

Por el camino parada a tomar un bañito.

La siguiente parada fue Oaxaca ciudad. La capital del estado de Oaxaca, que junto a Chiapas son los estados más etnicos que hay en todo México. Uno encuentra todo tipo de gente, indígenas que llevan viviendo en esas tierras miles de años, y que pensando que en la ciudad les va a ir mejor, bajan de las zonas altas, cometiendo un gran error con la esperanza de encontrar una mejor vida.

En las montañas de Oaxaca de camino a la capital. Vivac bien comodo con vistas alucinantes.

En pocos días se dan cuenta de que no van a encontrar trabajo y que en la ciudad nadie les va a ayudar. En su aldea siempre tenían la posibilidad de cultivando la tierra, llevarse un plato de comida a la boca y que en caso de necesidad tenían al lado al vecino que siempre está dispuesto a echarles una mano. Mientras que aquí en la ciudad ni hay tierra donde plantar nada, y el o ella es otra persona anónima entre miles, donde nadie le conoce ni se preocupa por el.

La vida es dura en la ciudad.

A mi me gustó esta ciudad. Tenía algo especial que hizo que al sentirme tan bien, decidiera quedarme unos días extras disfrutando de las pequeñas rutinas que me creo las pocas veces que paro en un lugar así.

La rutina que más disfruto es la de tomarme todas las mañanas mi café solo o con leche en la misma cafetería, entablando una pequeña relación con el o la camarera que me encuentro a diario. Me llevo un libro o el cuaderno donde anoto cosas que vivo e me pasan por la cabeza, y paso un tiempo muy agradable.

placeres de la vida

De allí decidí tirar para la costa del pacífico. La idea era ir hacia Puerto escondido y de allí seguir la costa hasta Salina cruz.

Como no podía ser de otra forma me encontré a una pareja que casi me hacen prometerles que no iba a tomar esa carretera, ya que decían que solían asaltar a viajeros que pasaban por allí.

Este árbol Cactus me volvió loco cuando lo vi.

La verdad que esto es algo que me ha cansado de México, el tener en la cabeza esa pequeña preocupación constante de que alguien podría lastimarme.

De camino a la costa vi tanta gente peregrinando a Santa Catarina de Juquila, que no me pude aguantar y cambiando de planes, alargando un día mas las subidas por estas montañas, pasé a ver que era lo que atraía a tanta gente.

Uniéndome a unos peregrinos en el camino.

Lo de siempre, una iglesia tremenda, y un montón de negocios alrededor. Lo mejor de todo es que había unos speakers puestos alrededor del lugar sagrado, y pude escuchar lo que decía el santísimo cura, padre, pastor o lo que sea que se llame a esa persona que no decía más que tonterías. Hacia tiempo que no escuchaba decir en el nombre de dios tantas sandeces.

La verdad tengo que decir que salí corriendo sin mirar otra vez hacia atrás.

La costa me gustó, sobre todo una playa que se llama “playa de rocas blancas”. Descansé unos días, comiendo pescado y durmiendo en la tienda de campaña junto otros mexicanos. Ningún extranjero a parte de mi. Mexicanos bien educados con los que se podía hablar de todo tipo de cosas. Fueron 3 días de paz y tranquilidad.

Me vino bien, ya que unas noches antes me lleve el único susto que tuve en México. No me asaltaron, …. al final no pasó nada, pero fue un aviso para recordarme que tengo que parar de pedalear antes de que oscurezca. No lo hice queriendo, pero iba subiendo y no encontraba ningún lugar donde parar.

Mariano, el vendedor de helados que después de haber trabajado en EE.UU se volvió para tener una vida más tranquila con menos dinero.

Pasé por lugares conocidos como Cipolite, Masunte… lugares preparados para el turismo extranjero y local, donde uno cuando entra en esos lugares, se da cuenta de que podría estar en México, Tailandia, Tanzania o España.

Tortugas deshovando.

Tortuguitas recien salidas del cascaron. Escavando suben a la superficie de la arena y corren al agua.

Llegaban mis padres y mi hermana de visita a Cancún. Que regalo poderles recibir en el aeropuerto, y pasar con ellos 15 días visitando los lugares más interesantes de la península del Yucatan. Playas, ruinas Mayas y cenotes. Interesante esto de los cenotes. Unos agujeros en la tierra donde se forman pozas de agua dulce, donde los Mayas se abastecían para beber e incluso construían los pueblos alrededor de donde encontraban alguno.

Bañarse en estos cenotes de agua cristalina, en penumbra bajo la luz que entra `por el boquete en el suelo es una experiencia muy linda.

Los pasé tan bien que se me hizo cortísimo y llegó el día de despedirnos. Aunque ya han venido a todos los continentes por los que he pasado y nos hemos despedido muchas veces, nunca consigo aguantarme las lágrimas y siempre se me escapa alguna.

La pirámide de Chichen-itza. Una de las más visitadas en estas tierras.

Había dejado la bicicleta en Tehuantepec, en el Istmo, y desde allí me toco subir puertos de montaña que después de la inactividad, me costo más de la cuenta. Tuve la suerte de encontrarme a Rafael, un Nicaragüense, que estaba pedaleando por estos lares, y compartimos el viaje unos 5 o 6 dias. Me encanta conocer a gente especial como esta persona, que sin tener la vida resuelta y con toda la incertidumbre del mundo agarra una bicicleta nada especial y el material necesario y se embarca en una aventura que de momento le va de maravilla.

Hermano, fue un regalo compartir contigo los vientos huracanados de la ventosa, que nos tiró a los dos al suelo, y todas las platicas de esos días.

Nos separamos en Tuxtla Gutierrez, y me hice solo la subida hasta San Cristobal de las casas. Menuda subida, casi la palmo, pero como siempre, todo tiene su final y en este caso no iba a ser diferente. Se acabo la subida y bajando unos pocos kilometros llegue a este pueblo-ciudad donde descanse otros 5 días.

San Cristobal de las casas.

San Cristobal de las casas situado a 2500 metros de altura tiene una temperatura ideal. Otra lugar de esos que me apunto para volver y pasar una temporada. Café y cacao del bueno. Todas las comodidades y servicios para estar a gusto y encontrarse con turista, y dos calles más allá, gente local con los que compartir su día a día.

En Chiapas se mezcla culturas y rituales de todo tipo.

Justo antes de salir de Mexico, tome otro desvío para acercarme a las cascadas de El Chiflón. Espectacular el agua color turquesa de este río. Verla caer por esas cascadas tan altas, y poder dormir con el sonido del agua de fondo, fué la despedida perfecta de este fantástico país, que me ha regalado muchísimos buenos momentos y encuentros. Donde he hecho amigos que se que van a serlo para siempre.

Me encanta ver diferentes mezclas de gente.

Un país muy especial que lo que más destacaría es su variedad étnica, colorido, cultura culinaria y sobre todo su humor. Me encanta el humor Mexicano.

Y por supuesto, a pesar de su reputación, es un país super seguro.

Volveré seguro.

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Diez años viajando por el mundo, con una casa montada en una bici, más de un millón de anécdotas y casi los 100.000 kilómetros pedaleados

Aitor y Laura dejaron atrás la vida que se considera como “normal” para pasar a ser nómadas sobre dos ruedas. Rompieron con todo, vendieron las pertenencias y a lomos de sus bicicletas han recorrido ya todos los continentes (menos la Antártida). 

Este libro narra en primera persona y con voz de mujer, los primeros 3 años de este largo viaje que de largo, no entra en un solo libro: Asia, China, Asia Central, Irán, la península arábiga y África; mucha, mucha África; fueron para Aitor, casi 52.000 kilómetros, para Laura 33.000, siempre a ritmo de pedal.

Sin un plan trazado fijo, y moviéndose al ritmo que marca el corazón y la intuición, cruzaron el Himalaya, durmieron en cuevas, selvas, desiertos, escuelas, bosques, iglesias y muy a menudo con gente. Tan vulnerables como fuertes, aprendieron a tomar lo que viene, como viene: la dureza y la alegría, el sufrimiento, el frío, el calor, la lluvia, la noche, el miedo, la ira, la alegría, la hospitalidad, el desprecio, la belleza….

De todo ello habla este libro de un viaje en bici por el mundo pero también, y de forma paralela, de un viaje interno, hacia dentro.

Una pedalada más.

Casi siempre suele empezar de una idea, un comentario que alguien hizo, cualquier cosa que hizo ese click en la cabeza. A partir de ahí uno empieza a soñar despierto. A imaginarse viviendo ese sueño. Disfrutando de las cosas que experimentaría.

A mi me ocurrió así. Incluso lo soñé mientras dormía. Ahí comprendí que era eso lo que quería vivir algún día.
Pero ese algún día se pospone en el tiempo, y si uno no tiene cuidado, esa idea,ese sueño comienza a perder fuerza hasta que se olvida.

Hay que decidirse, hay que dar el primer paso. Siempre es el que más cuesta. Hace falta valor para darlo, y sobre todo para dejar atrás a los que quieres y te quieren. Valor para comenzar, haciendo el primer movimiento, que es el que más miedo da.

A partir de ahí lo peor ya ha pasado, ahora solo queda entregarse al 100% y todo viene dado. Una vez que empiezas a hacerlo de corazón sin pensar con la cabeza, todo es fácil y no requiere ninguna valentía. Sobre todo porque te das cuenta que la mayoría de la gente en este mundo está dispuesta a ayudarte cuando lo necesites, y no hay nada que temer.

Un día miras atras, y te das cuenta de todo lo que has vivido y aprendido. Das las gracias por toda esa gente que ha estado contigo y te ha enseñado, que te ha apoyado, que te ha hospedado y alimentado sin esperar nada a cambio. Tambien toda esa gente que se ha aprovechado de tu ignorancia y te ha cobrado uno centimos mas caro lo que compraste o ha intentado hacerte algo peor. Así tiene que ser, porque no puede haber Yin sin Yang.

bonito número

Por eso doy las gracias a todos, absolutamente a todas las personas que me he encontrado en el camino, que nos hemos cruzado una mirada, una sonrisa, un guiño. Sin todos ellos yo solo no podría de ninguna forma haber llegado hasta aquí y aun tener ganas de continuar.

Todo lo explica la letra «Y»

Si nos ponemos en la base de la letra «Y» y comenzamos a recorrerla hacia arriba, hay un momento en que vamos a llegar a un punto de incertidumbre,
un punto en que de todas-todas hemos de decidir; hemos de tomar uno de los dos caminos que se nos presentan. A veces sucede en la vida, podríamos llamarlo «momento Y».

Esta vez escribo con nombre y en singular, soy Laura y voy a usar esta entrada para agradeceros y también, para despedirme.

Escuchando una voz interna que habla solo a veces, que es la que me guía siempre y que viene de lo profundo; he decidido echar pie a tierra, esto acaba de suceder, esta recién salido del horno. Amo el viajar en bici pero… algo en las profundidades me pide más; hay cosas que hace tiempo claman por su turno, por ser vividas, saboreadas y… la vida del «bici-nómadismo» te toma en un 200%.

En esa parada, caminando entre las secuoyas californianas

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me hicieron un par de encerronas de las buenas todas esas cosas que tengo pendientes por hacer, gritaban reclamando su turno y ademas… ¡¡ya!!, sin mas esperas, sin excusas. Son todas esas cosas que tengo ganas de hacer y no hago, pero que siguen ahí esperando siempre,
son esas cosas que cada vez que pienso en ellas, se me llena el pecho de alegría y la respiración se hace mas profunda, cojo mas aire, se abren los ojos.
Ellas… entre todas ellas me han convencido de echar el pie al suelo, dejar la bici a un lado.
«Ni para mi el viaje comenzó con la bici, ni voy a quedar atrapada en una vida que no desee por bajarme de ella», le repito a mis miedos cuando aparecen
diciendo que ¿a ver a donde voy?, que ¿a ver que voy a hacer?, que ¿como?, que tal… que esto y que lo otro.

Aitor sigue amig@s, ¡por supuesto que sigue!, es mas a día de hoy esta en ruta, rodando, ahora en solitario, del mismo modo que empezó su viaje.

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Dejare sea sea el quien os cuente en la próxima entrada del blog donde y anda y como va, porque por supuesto se de el… tras todos estos años, tras tanto
como hemos vivido juntos y compartido… por el simple hecho de que nuestros caminos se bifurquen no vamos a queremos menos; o a perder el contacto ni
nada de eso. Esto suma, suma en la vida de ambos.
Solo os adelanto que sigue hacia el sur del continente americano, imagino que rodara mas rápido y que sus noches bajo las estrellas serán mas silenciosas,
mas profundas, es lo que tiene el viaje en solitario… profundidad.

También os cuento otro secreto, con su permiso: metió sus botas de trekking en las alforjas, las de hacer expediciones, no las de las subiditas suaves.
Su espíritu montañero y sudamerica por delante con todas esas cumbres, volcanes…. creo que nos contara mucho mas que un viaje en bici, de aquí en adelante.

El libro sobre los tres primeros años de este viaje juntos, desde el comienzo en Nepal, hasta el final de Africa, ya esta parido; es mas, el maquetador lo anda
rematando. Ha sido una autoedicion en la que Aitor el primero, amigos y también familiares han aportado sus ganas y su tiempo para ayudarme a empujar, a que
saliera y… en breve lo colgare aqui en el blog, en Facebook tambien (Laura Aitor Plantate) y sera algo asi como lanzarlo al mundo, para que haga lo que tenga que
hacer y llegue a donde haya de llegar; mi parte, ya esta hecha.

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(cubierta, parte externa del libro, portada, contraportada y solapas)

Esta entrada es cortita, es poco para contados mucho; un cambio profundo en nuestras vidas que, como un corte… deja huella, una marca, y… también duele un poco.

Da miedo, si, a mi si me lo da
pero debajo de el hay una dulce sensación interna de querer hacer,                                     de saborear, de vivir todo eso que esta ahí, por ser vivido.
A ello voy con mis miedos de la mano.

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Gracias por habernos acompañado, ahora seré una acompañante mas de este blog, como vosotros, a través de el será un verdadero placer acompañar a Aitor
en su aventura en solitario por lo que va a ser, seguro, uno de los lugares mas espectaculares e impresionantes de todos estos años de viaje (para el van ya 12).

Muy, muy en breve, él os seguirá contando.

Gracias por haber estado, leído, contestado y seguido el blog; hacerme un hueco que ahora paso a sentarme entre vosotros para seguir a Aitor en su gran aventura.

Estados Unidos: vamos por partes.

Si algo hemos descubierto hasta ahora en los Estados Unidos es que los 
estados no tienen nada que ver entre sí, es más, parece que al pasar 
de uno a otro cambiaras de país porque incluso hasta las leyes varían; 
también el tipo de gente. 

Esto nos ha hecho pensar (en la bici uno tiene mucho tiempo para 
pensar) que EE. UU como fue realmente formado por inmigrantes, que 
es muy joven si lo comparamos con Europa, Asia o Africa y, suponemos
ambos que por eso, sucede que por regiones, por zonas, por estados... 
es tan y absolutamente diferente, pues fueron diferentes grupos de 
población, venidos de diferentes partes los que se asentaron, cada uno 
en su zona. 
Ha sido sorprendente e interesante el no haber encontrado para nada
esa norteamérica que teníamos en la cabeza de "hotdogs" y 
hamburguesas, de banderas y de 4x4 que... aunque la hay, no es lo que
abunda, o por lo menos en las regiones que nosotros hemos transitado. 
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Eso sí, se pueden decir cosas sorprendentes como que los gimnasios y
algunos supermercados abren las 24 horas, que el noventa por ciento de la
gente que esta en la calle (sin hogar) tienen problemas mentales, que es 
muy común alquilar almacenes (como si fueran garajes) para guardar las 
pertenencias extras que se tiene y que no caben ya en las casas.... esto quizá, 
es de lo que más nos ha sorprendido. 

También que su forma de hablar el inglés es mucho más divertida y
campechana, más expresiva y simpática que la de los demás países de habla 
inglesa que hasta ahora hemos visitado, uno, mientras tomábamos un café, 
nos decía (sobre el inglés):Los ingleses lo hicieron necesario y los americanos lo hicimos “cool” (guay)”.

 

Cruzamos directamente de Canadá a Montana cruzando el paralelo 
número 48 (en Alaska y Canadá, cuando se refieren a Estados Unidos lo 
llaman “lower 48” es decir “por debajo del paralelo 48”) y aunque cambiamos 
de país, no se percibía apenas algún cambio, lo que sentimos era que el 
terreno se resecaba y al tiempo que aparecían las vacas; desaparecían los 
osos y los mosquitos... Lo mejor: los bisontes, espectaculares, pachones y
 tranquilos pero... mejor no acercarse. 
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Zonas con más población y de repente, sin esperarlo en absoluto.... nos 
encontramos sumergidos en el más puro “lejano oeste”: coches viejos y 
grandes camionetas, sombreros y botas de cowboy, camisas atadas hasta 
el ultimo botón de arriba e incluso ¡¡espuelas!!, más de uno nos recuerda 
a lucky lucke... exactamente. 
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Casas con amplios porches y en ellos un par de esas grandes sillas-mecedora 
de madera, tan típicas de las películas.
-Have a Safe day- nos desea la gente. (“Tened un día en que estéis a salvo”)
-And you a happy day- les deseamos de vuelta. (“Y vosotros uno feliz”)

Calor, calor y muchos incendios.

También encontramos los primeros “Amihs”: se caracterizan por su manera 
de vestir al estilo siglo XVIII, y su resistencia a usar las modernas tecnologías, 
empezando por la televisión y muchos, incluso se niegan a usar el coche.
Estar entre ellos te hace saborear lo que sería viajar en el tiempo. Humildes 
y sencillos, también algo distantes.
En Idaho el sol ya comienza literalmente a doler, se siente que avanzamos 
al sur en línea recta y como el clima cambia poco a poco. 
Vamos por carreteras muy secundarias entre rocosas montañas en las que,
cuando el valle se cierra y se convierte en desfiladero.... nos parece ver a los 
indios allá arriba, dispuestos a protegerse organizando una emboscada a 
las caravanas de inmigrantes, que en busca de oro y riquezas avanzaban 
en estas tierras.

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La visita a Yellowston no estuvo mal, los geysers fueron lo más impresionante 
pero... sinceramente... cuando se viene de recorrer el estado del Yukón, las 
rocosas y los parques de Yasper y esa zona... no es nada del otro mundo, es 
más, hay tanta gente y coches, que solo dan ganas... ¡¡de marcharse a otro 
lugar!!, o... al menos es así para nosotros que, ya de tanto rodar el mundo, 
nos hemos hecho quiza un poco cascarrabias y peculiares. 
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Utah nos sorprendió por lo poco que sabíamos de este estado que es el de 
los mormones, un lugar en que el alcohol está prohibido entre estas gentes 
que, no beben ni café, pero que nos han brindado una hospitalidad como
nunca jamás hubiéramos podido imaginar en esta zona del mundo. 

¡¡Cuantos prejuicios aún siguen ensuciando nuestra visión del mundo!! y... 
¡¡que liberación es el deshacerse de ellos!!.


En la ciudad de Salt Lake, (el lago salado) nos recibía Steve y su mujer en 
su casa con todos los honores,
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al llegar tenían el jacuzzy de la terraza con vistas a la ciudad desde las alturas; encendido y preparado para que saltásemos a el directamente. Los conocimos

en Alasca, ellos viajaban en caravana con sus niñas y nos ofrecieron un café y bollos cuando nos vieron llegar sudados y cansados justo al sitio en que estaban aparcados. Allí nos ofrecieron su casa, abierta y sinceramente. Una maravillosa pareja que antes de tener las niñas viajaron con mochila y saben lo que es el viaje, han recibido hospitalidad y ayuda de otros y el ofrecerlo es una forma de devolver tanto como recibieron en su día. Así nos lo cuentan.

 

Decidimos hacer un alto en el camino, la costa californiana y especialmente 
las Secuoyas Gigantes nos andaban “llamando a gritos” y no había forma de 
pasar de largo sin hacerlas una visita así que ... teniendo la oportunidad de 
dejar las cosas en casa de nuestros amigos... decidimos visitar la costa. 

¿Cómo? De una manera inesperada, increíble, ejemplar y bellísima. 
Conocimos a Josh, un muchacho de la zona de San Francisco en casa de un 
“warmshowers” (el espacio de intenet en que la gente ofrece sus casas para
hospedas a otros que viajan en bici). 
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Estuvimos tres días juntos, hospedados por la misma persona y … al comentarle lo de la costa y lo que nos gustaría conocerla nos ofreció su coche. Nos dijo que su viaje iba a durar unos meses y que a el le vendría también bien si alguien se lo movía y no quedaba parado.

Por supuesto aceptamos.

Así recorrimos la costa y nos pegamos un descanso de la bici. Las Secuoyas solo se pueden comparar a nuestro parecer, a los baobabs…. no es lo que ves… es lo que sientes, no es su belleza… es más bien su presencia lo que impacta, lo que deja mudo, lo que vibra en el aire, a su alrededor. Pura mágia. IMG_1824 IMG_1619 IMG_1588 Esta parada quedará para ambos marcada para siempre, no ha sido solo un descanso sino… un punto de inflexión, hay un antes y un después de la visita a California y… ya nada… es ni será lo mismo para ninguno de los dos.

El porque… el como… el que…. lo dejamos para la siguiente entrada pues, esta ya es tan larga que, seguramente y según los que saben de internet nos cuentan:

¡¡el … 80 % de los que comenzaron a leer esto ya nos habrán abandonado a estas alturas!!  🙂

Gracias infinitas, profundas y coloridas a quienes nos habéis acompañado en este contar, hasta aquí abajo, a los que leéis cada entrada hasta el final… gracias por vuestra atención y vuestro tiempo, porque, es para vosotr@s finalmente que este blog existe.

Gracias sinceras por vuestra compañía.

 
 
 

¿Que ha sido de nosotros?

¿Qué es de nosotros?, ¿Donde estamos?, ¿seguimos pedaleando?… de continuo nos han hecho estas preguntas en los últimos meses y… honestamente, aunque suene raro… en algunos momentos nosotros también nos lo auto-preguntamos.

¡¡Acabamos de mirar el blog y es que… se nos ha pasado ya un año desde la última entrada!! madre mía que poco profesionales y como tenemos las redes de abandonadas… nosotros para pescadores… con las redes así… ¡¡desde luego que no servíamos!!.

Os podemos resumir… desde Alaska pedaleamos hacia el sur y cruzamos Canadá, también, una buena parte de los Estados Unidos y después… nos fuimos de descanso; no nos pudimos resistir a un sorprendente ofrecimiento que fue eso… irresistible.

Fuimos hospedados en el estado de Montana en una gran casa en la que paran muchos ciclistas, pues el dueño hospeda a todo el que pasa. Allí, compartimos unos días con otro cicloviajero que en un sorprendente arranque, nos ofreció su coche para usarlo tranquilamente mientras el pedaleaba. Le quedaban aún unos meses de viaje y tenía el coche parado en Oackland, California.

-Podéis recogerlo allí y usarlo todo lo que queráis, después lo dejáis donde estaba y… listo. Incluso para mí será mejor porque el coche no estará parado. Vosotros decidís, haced lo que queráis pero os aviso… la costa californiana y las secuoyas gigantes son algo… que no os debéis perder… una vez que habéis llegado hasta aquí… ¿por qué no?.

Eso fue lo que nos dijimos uno a otro: “¿Por qué no?”. Con un visado largo, teniendo todo el tiempo del mundo y nada de prisa… además el descanso fisicamente nos venía de perlas, recorrer las tierras del norte finalmente había sido duro, sabroso, exquisito pero… estábamos tocados, ambos y… sí, ya habíamos pensado en las secuoyas, en que nos las íbamos a perder muy a pesar nuestro pero, quedaban tan lejos que… no había manera de mezclarlo todo; en bici hay que elegir.

Aceptamos y ni cortos ni perezosos, nos fuimos a San Francisco a recoger el coche. Las bicis se quedaban en Salt Lake City, en el estado de Utah, en casa de una gran pareja que habíamos conocido en Alaska y nos habían ofrecido su casa. Steve nos contaba que ambos han viajado mucho, y lo siguen haciendo siempre que pueden; no hay nada que disfruten más que devolver la hospitalidad que ellos en su día, en sus viajes habían ido recibiendo. Un gusto.

Arrancamos en coche hacia el norte y rodábamos (esta vez sin pedalear) la costa hacia arriba; visitando, conociendo, encontrando maravillosas gentes que nos han tirado por tierra de nuevo, el mito de los americanos que teníamos montado en nuestras cabezas.

Las secuoyas nos dejaban sin habla, literalmente. La presencia de esos árboles es algo inexplicable y único, tan solo lo podemos comparar con ponerte delante de un baobab africano. Impactante.

Haciendo kilómetros arriba y abajo, charlando y haciendo planes salía de continuo “el libro”; eso, el terminar el libro estaba aún pendiente.

En Nueva Zelanda le hice avanzar pero… quedaba el remate, el terminar de sacarlo, de materializarlo, bajarlo de “mi nube” personal y, decidimos que éste también podía ser el momento.

Así ha sido….un poco en Estados Unidos y ahora el remate final en España (a la que hemos llegado justo a final de Mayo) y está ya… casi, casi listo, casi, casi… quedan los remates finales.

Es como cuando tienes un bizcocho en el horno y suena el reloj, abres, lo sacas, lo observas, metes el cuchillo… “mmm… no, aún le queda otro poquito” y lo pones 5 minutos más. Lo mismo pero… en libro.

Ahora está el tema de decidir si editorial o autoedición y … parece que va a ser ésta última casi seguro por lo que… aún quedará algo más de tiempo y de labor que dedicar al proceso pero, lo gordo ya está hecho.

Para final de septiembre volvemos a volar al continente americano. Allí siguen las bicis a buen recaudo.

En este tiempo que nos queda, retomamos las redes y os contamos todo lo que tenemos en el tintero, esperando a salir, pendiente de ser compartido.

¡¡Ha sido maravilloso gente!! esas salvajes y puras tierras del norte…. han sido espectaculares aunque también hemos tenido algún susto pero…. lo dicho, os vamos poco a poco, poniendo al día.

Alaska, un nuevo continente.

Aterrrizar en Anchorage… Alaska.

Tierras pensadas, soñadas, imaginadas y de repente… ¡aquí estamos!. Ya desde el avión podemos ver glaciares, nieve, ríos, la costa y el mar, cumbres blancas…

el corazón late más fuerte, el gesto se torna una sonrisa fija que no nos la arranca ya ni el dolor de cuello o de culo provocado por tantas horas de avión.

Alaska ¡¡hemos llegado!!.

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De nuevo montamos las bicis en el mismo aeropuerto. Desparramamos todo primero y, colocando cada pieza, cada tornillo, cada bolsa, cada parte de lo que llevamos en su sitio preciso; damos forma de nuevo a las bicis, a las alforjas y con todo hecho… nos volvemos a sentir en casa.

¿Casa?, ¿que es casa?… para nosotros desde luego no es un lugar ni un punto en el espacio, es claramente un sentimiento interno que nos lo provoca esa sensación de avanzar suave montados en la bici con todo cargado, avanzando… pero también el estar en la tienda de campaña, o en un espacio natural…

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El mundo es casa.

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Alces en plena ciudad. Anchorage está rodeada de mar y de altas y picudas montañas coronadas por glaciares. Una cicloviajera nos ha hospedado en su casa. Nos quedamos tres días en los cuales hacemos alguna caminata a las montañas y nos abastecemos de lo necesario para emprender camino mientras permitimos que el cuerpo se adapte al brusco cambio que acaba de suceder, hemos volado de la punta de un hemisferio a la otra, diametralmente opuesta.

Luz, luz constante, todo el día y toda la noche… luz.

A eso hemos de acostumbrarnos, no hay siquiera un rato ésta desaparezca, la máximo a lo que llega es a un intento de atardecer que apenas se diferencia del resto del día. Aquí lo de irse a la cama es algo que hay que decidir mirando el reloj, si te descuidas son las 2 o las 3 de la madrugada y aún no te has acostado ni te has dado cuenta que son mas de las 5 de la tarde. La gente tiene cortinas gruesas y oscuras en casa, las cuales, cierran a cal y canto para poder conciliar el sueño.

Salimos de la ciudad en dirección al norte sin saber realmente a donde nos dirigimos, nos han recomendado una pista que se haya bastante más al noroeste y que según nos cuentan es remota y espectacular pero… la chica que nos hospeda nos recomienda otra ruta diferente: la más directa a Canadá y, sin saber realmente cual será la decisión que tomaremos comenzamos a «hacer camino».

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La primera noche es de película, en la misma puerta de un supermercado y justo cuando nos íbamos, un par de militares se nos acercan; grandes, muy correctos y sonrientes, montados en un enorme, enorme «pick up» americano. Nos preguntan sobre el viaje y en seguida nos invitan a su casa, que no queda lejos, a comer salmón rojo a la plancha y pasar la noche. Aceptamos.

Interesante este primer encuentro y ver esa otra cara de la moneda con la que nunca hasta ahora habíamos tenido contacto. Inesperada la realidad de éstos hombres y sus ideas, su forma de ver el mundo. Por supuesto no faltan las anécdotas, las risas y… ¡¡las armas!!.

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Comienza el bosque, allá donde observes, hasta dónde la mirada alcanza… bosque; 360º de pura vida.

Finalmente y ya en el cruce de caminos nos decidimos por el noroeste, no tenemos prisa por llegar a Canadá y no hay motivo de buscar la ruta más corta; si hemos de elegir preferimos la más remota, real, salvaje, la que tenga menos tráfico y ya que estamos… queremos conocer el país antes de abandonarlo así que, teniendo en cuenta todo esto; sin duda la carretera Denali es la opción y «giramos el timón» dispuestos a recorrer las 212 millas (350kms) hacia el norte que nos distan del acceso a ella.

Aquí las medidas son diferentes, las distancias se miden en millas y no en kms, la altura se mide en pies y no en metros, el peso se mide en libras y no en gramos, e incluso la temperatura: aquí la miden en grados Fahrenheit y no en Celsius. Hay dos opciones… o te pones a sacar cuentas (en lo cual Aitor es una verdadera máquina) o decides (como yo), de una manera directamente proporcional a la cantidad de trabajo que te va a costar el andar calculando cada cosa; el olvidarte totalmente de los datos y… ¡¡listo, las cuentas hechas!! (la cual es quizá la opción más perezosa pero aún así, igual de digna).  

Somos de nuevo invitados en un pequeño pueblo a pasar la noche con una interesante pareja con los que de nuevo comemos salmón rojo a la plancha y aprendemos muchas más cosas sobre los osos.

Si, los osos. Eso es algo nuevo para nosotros pero que aquí es de lo más cotidiano. Andan por todas partes y hay que aprender a lidiar con ellos porque… un encuentro puede resultar en catástrofe total si no conoces ciertas normas de comportamiento.

Alaska, es el país del mundo con más población de ellos

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sobre todo oso Grizzly que son los marrones, los grandotes y que por cierto, no son los lindos y amables ositos de los dibujos animados, sino animales salvajes e impredecibles con los que hay que andarse con mucho cuidado; hay que aprender a respetarlos y ésta familia nos enseña de una interesante manera: hacemos entre todos una representación teatral de como sería un ataque.

-Así- nos dice David, el hombre- si alguna vez os sucede ya sabréis qué hacer pues ya lo hemos hecho y a quedado grabado, no tendréis ni que pensar. Como os he dicho, lo más importante en caso de ataque es nunca jamás correr pues si os ve hacerlo os va a atacará seguro, es su instinto; al veros correr se convierte en predador automáticamente.

Ya sabemos que hemos de colgar todas las noches las alforjas de la rama alta de un árbol alto bien alejado de la tienda; todas las que contengan comida o cualquier cosa con olor (incluso la pasta de dientes). Tampoco podemos cocinar cerca de la tienda para que no coja olor a comida, con todo esto, lo que tratamos de evitar es que se acerquen cuando dormimos en la noche. Los osos tienen un olfato por lo visto superdesarrollado y pueden oler a grandes distancias. Es por eso que añadimos algo personal a las precauciones, sin saber si valdrá o no para algo pero así nos sale hacer: cuando tenemos ganas de mear, lo vamos cada vez en un lugar diferente y en forma de círculo alrededor de la zona en la que estamos acampados, para esparcir  el «olor a humano» por la zona.

-Lo importante- me dice Aitor antes de ir a dormir esa misma noche- es que nosotros no somos su comida, no hay que tener miedo, solo tomar precauciones y no confiarnos.

-Sí, eso. Porque aunque no somos su comida, sí que quieren nuestra comida, y, según nos han dicho todos hasta ahora…. si se asustan… atacan así que, bueno, hemos de darles su espacio y como ha dicho David, si los vemos en la carretera, frenamos, les hablamos para que vean que somos humanos, o tocamos los timbres para que se vayan.- le contesto para repetir así de nuevo lo aprendido en estos días y en esa misma tarde.- ¡ah! y lo de mover los brazos arriba en el aire para parecer más grandes de lo que somos. Bueno… ya veremos.

Así hemos ido haciendo. El acampar con todos estos extras por hacer, requiere mucha más energía que nunca hasta ahora en ningún lugar de todos los que hemos recorrido pero aún así, merece la pena por el hecho de poder estar aquí, ver, rodar y experimentar éstas tierras.

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La opción de recorrer la carretera Denali fue finalmente un acierto; dura, sí, (sobre todo porque después de Nueva Zelanda y haber estado escribiendo el libro; estoy fuera de forma y el hecho de que estas tierras apenas estén habitadas hace que tengamos que cargar comida para muchos, muchos días y la bici pesa lo suyo. Hemos llegado a tener que cargar para 6, 7 e incluso ¡¡ 10 días !!).

La «Denali Higway», una pista rodeada de enormes y nevadas montañas, glaciares, ríos y llanuras infinitas sembradas de abetos y pinos a veces, otras, con simplemente tundra. Los lagos aparecen tan a menudo que se convierten en habituales, aquí y allá; embelleciendo el paisaje con sus tonos o reflejos y luz, siempre luz, y los pájaros activos durante toda la noche canturreando sin parar. Una noche que aquí, es un eterno atardecer.alaska 9895

A menudo paramos y contemplamos esta naturaleza en bruto en la que con nuestra imaginación, podemos ver perfectamente los tipis de los indios que sabemos, mucho tiempo atrás, habitaban éstas tierras. Vivían de la caza de Alces y Renos que son los principales habitantes de estas áreas junto con los osos, los castores y los montones de aves que en verano vuelven a aparecer.

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Silencio y paz pero algo más… ¡¡mosquitos!!… ¡¡dios!! tantos mosquitos como no podíamos imaginar… Hay montones de ellos que nos rodean y atacan si piedad incluso cuando pedaleamos (si bajas el ritmo por alguna razón) nos siguen en las cuestas arriba, nos rondan, nos acribillan la espalda, el culo, las piernas, mientras sudamos y andamos dándolo todo para avanzar en la cuesta… ¡¡nos sacan la mala leche los condenados!!… una verdadera pesadilla.

Compramos en la capital al llegar, unas redes que se colocan alrededor de la cabeza: son como una funda que te colocas para que no te piquen ni en la cara ni en el cuello y ayudan, ¡¡vaya si ayudan!!. Aprendemos también, algunas normas de conducta para poder evitar los cientos de picaduras: al parar para cualquier cosa que vaya a tomar más de unos minutos hay que vestirse, aunque haga calor, hay que vestirse de largo y ponerse prendas gordas que no puedan traspasar; doble calcetín, doble pantalón, e incluso los guantes de invierno para evitar las picaduras en las manos, ¡¡imaginaos!!, y… por supuesto: la red en la cabeza, vamos que… parecemos astronautas más que cicloviajeros.

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La verdad es que lo de los mosquitos le quitan mucho de romántico a estas tierras porque a la hora de acampar, de cocinar… incluso de ir a mear…. los tienes ahí, al acecho y cansa, cansa mucho más que las cuestas o las pistas de tierra. En el otoño según nos cuentan, al bajar de nuevo las temperaturas desaparecen así que, si un día volvemos; será en otoño.

Días y días de comer solo arroz con ajo y aceite; las provisiones se van acabando y no nos queda más que eso. La escasez te hace apreciar más todo de nuevo: el saborear una manzana o algo tan simple como un trozo de pan, ha llegado a ser un momento a celebrar, una verdadera fiesta.

Bebemos agua de los arroyos y filtramos de los lagos. ¿Bañarnos?, en los ríos pero… ¡por partes!… el agua está bien fría, es agua que desciende directamente de los glaciares y aunque no saca la roña, despierta y alivia de un modo delicioso el intenso picor de los montones de picaduras que nos tatúan la piel.

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Piernas arañadas de tanto andar entre matorrales y piedras, arbustos y abetos.

El cuerpo, con el paso de los días y las semanas olvida la sensación de dormir en blando, del agua caliente y entonces… entonces una/uno ¡¡vale para todo!!, ¡¡puede hacer frente a todo!!. Esta sensación es la más pura, profunda y gratificante que en todos nuestros años de vida ambos hemos saboreado:

hacer vida salvaje y estar rodeados por ella… por animales libres… sin rastros de humanos… así debió de ser el mundo un día.

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Nueva Zelanda y las sorpresas.

Las cosas son como son y a menudo, nunca cómo imaginabas que serían.

Nos gusta a los seres humanos mirar el futuro y pintarlo a nuestro antojo, ponerle colores y formas, moldearlo como quién coge un pegote de plastilina y comienza a juguetear con él haciendo aparecer a su antojo personajes, formas, animales… pero… hace años me dí cuenta de que eso, lo de imaginar el futuro, lo de planearlo, más bien lo habría de meter en el «cajón de los vicios», o en el de los «entretenimientos» y no tomarlo muy en serio.

En sí no está mal, te da el impulso de avanzar, de seguir con entusiasmo hacia el plan pensado pero… es tan solo un juego y personalmente no me aferro ya a ello ni un segundo, pues sé por propia experiencia y a ciencia cierta que un encuentro, un suceso, un evento… hará que a medio camino todo se transforme hacia lo impensado, y lo inimaginable hará acto de presencia dejando el plan original a un lado, difuminado en el recuerdo. Finalmente… tan sólo un juego.

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Podemos afirmar ambos al mirar hacia atrás en nuestras vidas, que siempre la realidad superó finalmente nuestros mejores y más bonitos sueños, de ahí, de esa definitiva seguridad nace esta profunda y constante sensación de agradecimiento, que aún ante la aparente catástrofe mantenemos, a sabiendas de que no está todo dicho nunca, de que lo uno sigue a lo otro y de que ésto nos llevará a aquello, que nada concluye hasta la muerte y por lo tanto, todo puede suceder en cualquier momento.

Así ha pasado en Nueva Zelanda, lo inimaginable hizo acto de presencia. Atónitos vimos como los sucesos se estiraban, se encogían, giraban y transformaron la realidad hasta convertirla en un inesperado regalo, una oportunidad exquisita.

Os cuento….

El plan era estar casi cuatro meses en este país, y durante ellos pedalear las dos islas tranquilos, como siempre, dándole tiempo y cabida a todo para saborear al máximo el camino. Los padres y la hermana de Aitor vendrían en los últimos 25 días y juntos alquilaríamos una caravana y recorreríamos con ellos lo que más nos hubiera gustado, lo que quedara por descubrir. Tenían muchas ganas de venir, de ver cómo es este «otro lado del mundo», las antípodas de la península ibérica.

Pero todo se transformó…

Ya os contamos todo sobre el pedaleo en la isla norte en la anterior entrada del blog pero, algo quedó reservado y en secreto en ese escrito: todo comenzó con una ligera sensación interna de inapetencia hacia el pedaleo, Aitor lo iba disfrutando como siempre (teniendo en cuenta que tras los dos meses de visita a la familia ambos estábamos fuera de forma, y los principios con las bicis tan pesadas son bien duros) Me sentía fuera de lugar, haciendo algo que… de repente… no quería hacer.

Me descubría ensoñando, pensando en que llegara ya el descanso para… ¡¡escribir!!,

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el impulso superaba las ganas de viajar, de conocer, de ver y hacía perder el sentido a todo lo que no fuera sentarme a ello; continuar, si «continuar»: en la visita navideña a España había por fin, comenzado (tras muchos años de decir que «ya lo iba a hace», que… «ya me pongo en cualquier momento») oficialmente a escribir el libro de… bueno, los primeros 3 años de viaje, desde los comienzos hasta finalizar África.

Fui yo quién decidió el comenzar con ello pero… lo que no esperaba es lo que sucedió: el proceso en sí tomó vida propia y dejé literalmente de estar al mando. Era como si el libro desde otra dimensión necesitase de mis manos para materializarse y me usara para cobrar vida, no era ni soy yo quien se la da, es él quien a través de mí aparece por sí mismo.

Ambos, Aitor y yo éramos espectadores, testigos de esta sensación apareciendo, creciendo en mí hasta tomar tales dimensiones que nos hizo parar y tomar una decisión al respecto, pues seguir avanzando así carecía totalmente de sentido.

Había de parar y escribir. Y nos abrimos a las posibilidades, a mirar, a estar atentos a ver si aparecía algo o alguien…

Lo que estaba claro es que Aitor pedalearía la isla Sur, pero… ¿y yo?.

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Estando en el sur de la isla norte y ya finalizado todo lo que os contábamos en la anterior entrada, decidimos contar a los que habíamos conocido hasta el momento nuestra situación y hacerlos saber que buscábamos un sitio en el que pudiera estar, para seguir escribiendo. Fue así que nuestra historia llego a los oídos de Ron, un maravilloso personaje que hizo realidad lo impensable.

Me ofreció a estar sin limitación de tiempo en su casa de la playa. Un lugar que él solo usa los fines de semana y que superó toda expectativa posible: una de las casas más bellas y especiales que nunca vi. Amplia, rebosante de paz, con vistas al océano sobre el que cada tarde el sol se ponía allí enfrente, cada tarde. He pasado los últimos dos meses y medio allí, recluida en lo que sentía como un palacio de cristal en el que el libro cobraba vida en secreto, en silencio. Volando en el tiempo, jugando a traer recuerdos, contar lo que fue… aquellos ojos y aquellas palabras, el sabor de un momento, el sonido de un silencio, el tacto de una lágrima… todo junto, dolor y libertad, sufrimiento y pasión, logro y pena, adioses y bienvenidas… todo junto saliendo de «el saco de los recuerdos». Ir sacando de él uno a uno, quitándoles el polvo, colocándolos sobre la mesa, en el suelo… por todos lados y con todos fuera; ver y decidir en cual sumergirme para revivirlo y así poder compartirlo; cuál no cabe y había de meter de nuevo en el saco. Y así he ido formando el texto consciente de que un día unos ojos escucharán, al leer esas palabras mi voz silenciosa.

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Y mientras tanto… Aitor tomaba el barco hacia la isla Sur, embarcándose no solo en él sino y al mismo tiempo en una andanza de nuevo solitaria; como en los comienzos de su viaje cuando en el 2006 recorría como único tripulante de  su aventura, Nepal, India, el Sudeste Asiático, China y el Tibet (éste último de manera clandestina).aitor en solitario

De la Isla Sur cuenta maravillas.

Lo mejor, según dice, fue el momento de salirse del asfalto y tomar caminos, senderos para bicicletas que recorren la isla y en los cuales podía rodar totalmente solo sin rastro alguno de humanidad.

Impresionantes lagos que al recibir la luz del sol devuelven como regalo a quién los mira un tono turquesa intenso que deja sin palabras a cualquiera.

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En especial, dice, el lago Pukaki que con el monte Cook al fondo resultó no solo una visión, sino una vivencia que siempre quedará grabada en sus retinas y en el mismo alma. Un acierto fue el decidirse a recorrerlo por su orilla Este la cuál nadie toma pues todos se dirigen al Oeste, al asfalto; por la ruta que las guías de viaje recomiendan y por eso mismo, él se decidió a evitarla. Todo un acierto, repite, sin duda alguna.

El otoño le brindaba un regalo, los colores: rojizos, amarillos y una variedad tal de marrones que pintaban el paisaje, las enormes montañas,  los valles y los árboles de un modo espectacular, indescriptible.

El invierno que comenzaba a hacer acto de presencia hacía duro el acampar; las tardes gélidas y las mañanas heladas hacían muy difícil mantener el calor pero eso sí, con la lluvia tuvo tanta suerte, que nadie le creía cuando contaba que sólo fueron 3 días en mes y medio los que hizo acto de presencia. Afortunado Aitor, siempre.

Recorrido ya todo lo que quería ver, se encontró con unos días extras en que debía hacer tiempo hasta que llegara su familia; decidió entonces hacer una ruta más, una de 300 kms por pista, la «Alp2Ocean trail» que le volvería a llevar a los pies del monte Cook. A tope, a ritmo, sin tener que esperar por mí en las subidas; libre, fuerte y decidido volvía a saborear de nuevo la dificultad y la dureza, el superar límites y el darlo todo entre esas montañas que tras cada curvan le iban regalando un nuevo paisaje, a cual más espectacular, visiones que lo hacía echar el pie al suelo, parar, enmudecer. Abrazado a la soledad y al mundo al mismo tiempo disfrutó cada segundo, según explica, como un tesoro, como un regalo.

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Recogía a su familia con un especial brillo en los ojos que delataba la profundidad de todo lo que había vivido.

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Han sido 16 días de recorrer a lomos de la caravana, de la casa rodante y en familia la isla sur de nuevo, de visitar algún lugar que había quedado pendiente y compartir con ellos los descubrimientos que había hecho. Tras ello y ya en la isla norte, me recogían y en 6 días llegábamos tod@s a Auckland desde dónde ellos volaban de nuevo a casa y nosotros, tras empacar y ajustar en las cajas el peso permitido; tomábamos un avión con el que hemos cruzado el pacífico entero, entre sueño y sueño, y con un profundo dolor de culo y de cuello al mismo tiempo, descendíamos finalmente del avión en nuestro destino final… ¡¡¡Alaska!!!… aún no lo podemos creer y nos lo tenemos que repetir para poder hacerlo…

– ¡¡Eh, que… estamos en Alaska!!.

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De isla en isla y tiro por que me toca

 

Seis han sido el total de islas indonesas que hemos rodado, y como suele suceder cada una ha sido un mundo.

El paisaje, la gente, la experiencia… podríamos dedicar un largo escrito a cada una pero hemos decidido resumir y contaros aquí un poquito de cada; así, como uno de esos platos de turrones que en estas fechas aparecen a la hora del postre….. un pedacito de cada isla…..
y… ¡¡que aproveche!!:

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JAVA

¡¡Tráfico!! si, no fue una novedad.
Ya nos lo habían dicho otros ciclistas, y es que hay tanto tráfico en Java (sobre todo en el oeste) que la gente ha comenzado a ganarse la vida con/de él, os cuento:
Se plantan en el medio del atasco, del cruce o del semáforo, se traen un pito de casa y comienzan a intentar organizar, dar vía libre por aquí, parar a aquellos de allá, y así hacer que el enredo se deshaga. Agradecidos los conductores, les brindan alargando la mano por la ventanilla a la que pasan a su lado, unas monedas o algún billete, por su ayuda, por su trabajo.

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Otros (y ésto fue confuso en un principio y chistoso finalmente) son más estratégicos: colocados en las curvas cerradas de los puertos de montaña, las más empinadas, esas en las que los camiones cargados que suben tienen que abrirse para poder tomarlas, esas en las que frenar no es una opción pues si lo hicieran sería un grave problema el arrancar de nuevo: demasiada inclinación para tal carga.
Es por eso que les son tan útiles estas gentes que, colocadas en las curvas, al verles llegar cortan el tráfico del sentido contrario y les dan paso. Los camioneros les lanzan los billetes al pasar y pitan en señal de agradecimiento.

Una vez pasada la zona centro de la isla, empezó lo bueno.
Hasta ese momento lo que habíamos disfrutado de los días de pedaleo no habían sido los paisajes ni el rodar sino la gente en general, pero sobre todo una cosa: las comunidades o asociaciones de bicis, es decir,  los clubes ciclistas.

A través de una página de facebook: «warmshowers indonesia» formada por ciclistas, se van pasando la información y todos saben sobre las novedades en la isla en todo lo referente a bicis.
Así fue como todos se enteraron que andábamos cruzándola, que íbamos a encontrar un amigo que venía a pedalear por unos días con nosotros, y bueno, casi de toda nuestra vida. Nos convertimos en conocidos para todos y día a día, se volcaron en ayudarnos, acompañarnos, hospedarnos, habituallarnos…. todo, todo. Nos vinieron en varias ocasiones a recibir unos 10-15 kms antes de la ciudad, en grupo, y juntos pedaleábamos hasta la casa del que ese día se había ofrecido a hospedarnos.

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En el momento de salida se repetía lo mismo: todos, en grupo salíamos hasta que el tráfico característico de las ciudades bajaba y allí, en ese mismo momento ya estaban pasando la información a los que nos estarían esperando en otro pueblo.

Todo esto, nos ha hecho llevar un ritmo más alto, hacer bastantes más kilómetros y muchas, muchas  menos paradas.

Tener ya en la mañana un sitio al que llegar es algo realmente inusual, atípico para nosotros pero, que nos ha hecho disfrutar, conocer a montones de gente y llevar mejor el tráfico y los atascos.

De algún modo el trato con ciclistas nos ha hecho más ciclistas.

Tras cruzar el centro de la isla, llegó la fiesta, dura pero… fiesta.

En el este de la isla de Java se sitúan dos enormes y espectaculares volcanes activos: el Bromo y el Ijen. Elegimos verlos aún a sabiendas de que cogíamos una ruta muy, muy dura, y que haríamos más kilómetros de los necesarios para cruzar la isla, pero, como cruzar no es el fin y llegar no es el motivo de movernos, la decisión era clara: queremos conocer lo más interesante, lugares de naturaleza en estado salvaje… ¡¡esos son los nuestros!! ¡¡ahí vamos!!.

Nos habíamos reunido finalmente con Angel justo antes de la primera ascensión. Nos conocimos cuando nos hospedó en su casa de Figueres (en nuestro pedalear el norte de España allá por el año 2011) y  justo cuándo iba a comenzar su primer viaje en bici. Desde entonces ha viajado ya unos cuantos buenos kms por el mundo, e incluso ha escrito un par de libros al respecto. Clown (payaso gestual) no sólo de profesión sino de espíritu, trabaja a veces en circos y cuando no tiene bolos, se monta en la bici y recorre el mundo aquí o allá.

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En la ascensión sufrimos todos, sufrimos los tres, era lo esperado, sabíamos de antemano en lo que nos metíamos, una ascensión memorable, de muchos, muchos kilómetros con unos desniveles de esos que te hacen reventar las piernas, los brazos, el cuello, incluso los dientes duelen de apretar la mandíbula, ¡¡nada de broma el bromo!!!. Extenuante pero…. mereció la pena.

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Tras dormir un rato apiñados los tres en la tienda de campaña, justo tras pasar la cumbre, nos despertábamos un par de horas antes del amanecer.

Era de noche si, hacia frío, también, no teníamos referencias y los 11 kms de la caldera del volcán resultaron ser de tierra-arena pero, aún con todo, la experiencia fue de lo más especial.
La luna llena en lo alto, el silencio, el volcán vivo bajo nuestros pies…. y así llegamos a unas casetas colocadas ahí, en el medio de la nada aparente. Un lugar donde unos pocos hacen negocio con los turistas que atrae este espectáculo de la naturaleza como es Bromo.

Dejamos las bicis allí y nos echamos a andar para intentar llegar a tiempo: había que encontrar el lugar por dónde poder subir las paredes del volcán y así, desde arriba contemplar el amanecer: la danza de las luces, los colores y las sombras con las densas nubes de humo que brotaban del centro del volcán, y aunque nos perdimos y salimos rozados, arañados y mojados, llegamos a tiempo.

Mereció la pena, todo, aquello fue simplemente… majestuoso.

java6El Ijen nos tocó al día siguiente, aquí no hay tregua, otra subida parecida a la del Bromo, esta vez lo que nos esperaba arriba nos hizo silenciar pero también tragar saliva y sentir un agujero en el estómago.

La mayor parte de turistas que vienen hasta aquí lo hacen atraídos por «las luces azules»: a eso de las 2-3 de la madrugada y metiéndose dentro de la caldera del volcán puedes ser testigo de un mágico efecto que los gases del volcán generan, luces azules, si, azul como el fuego de las cocinas de gas, un azul que baila y danza entre el humo que emana del volcán y se mueve a un lado, a otro. Algo así como una aurora boreal dentro del crater.

Pero allí hay algo más.

Allí hay gente, gente que trabaja tan duro como nunca vimos.

Allí abajo el ambiente es hostil, dentro de la caldera de un volcán los ojos escuecen, la garganta también, has de cubrirte la cara con mascarillas o como en nuestro caso con un trapo húmedo pero, la mayor parte de estos mineros están desprotegidos, sin guantes, sin calzado adecuado…. se les oye toser, toser, toser.  Son unos 80-90 los kilos de azufre que cargan sobre sus hombros mientras escalan, arriba, por la empinada pared del volcán, sudando, dándolo todo.

Alrededor turistas, hablan, les sacan fotos. Los turistas vienen hacen la foto y se van, ellos estarán aquí hoy y también mañana, ésto es lo único que hay para ellos.

El amanecer, los trabajadores, los turistas, el sudor, las fotos, esos ojos, las risas, la tos… tener todo eso ante nosotros trajo silencio, un profundo y pesado silencio, un silencio que cayó en nuestros hombros cargado de preguntas sin respuesta, de impotencia.

A veces en éste recorrer el mundo hay que tragar saliva, una saliva que sabe amarga y que quema, hay momentos que te hacen replantear todo, que duelen y ante los cuales… nada puedes hacer, solo tragar y aprender.

Abría más, mucho más que contar de Java, siempre son más las historias que se quedan que lo que puede salir pero… sigamos, avancemos, continuemos con el viaje y crucemos en ferry a la siguiente isla:

BALI

Sinceramente de Bali no esperábamos mucho. Un lugar tan turístico… desde hace tantos años… bueno ya se sabe lo que hay en esos lugares, normalmente no algo que nosotros disfrutemos (aunque comprendemos y respetamos que otros si lo hagan, todo depende, siempre … depende. Ni bueno ni malo, ni mejor ni peor. Depende).

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Pero mira tu que esta isla vino a darnos de nuevo en los morros con nuestras expectativas, con nuestros juicios nos sacudió, y quedamos encantados, no solo por la semanita que nos pegamos en un hotel primo hermano del mismísimo paraíso: cabañas de madera y paja, jardines y flores en cada esquina, flores, flores, tantas que las había ¡¡hasta flotando en la piscina!!… Un lugar de reposo para el alma, para los ojos, para el espíritu y lo más sorprendente, a un precio de risa, y es que, entramos directos a recorrer la costa norte, justo el lado opuesto a lo más turístico y conocido de la isla y eso en los precios se nota.

De allá decidimos cruzar la isla por el centro y eso significaba ascender, pues son sólo montañas las que pueblan el interior.
Los hoteles eran caros y ¡¡no teníamos ganas de pagar tanto por dormir solo unas horas!!… mira, dormir, lo que es dormir…. nosotros… dormimos en cualquier lado.

Tras salirnos de la carretera principal y a base de ir improvisando, a sabiendas que la dirección a seguir era siempre hacia abajo, decidimos parar ya de anochecida (pues todo estaba poblado y no había manera de encontrar nada para acampar) y preguntar a unos que nos dieron buena vibración por un lugar para poner la tienda esa noche, y así fue que un vecino nos oyó y salió a ver que pasaba.

Un amable balinés que había trabajado en el pasado con turistas por muchos años, abajo en la costa, y por lo tanto hablaba muy buen inglés, mucho mejor que nosotros.  La noche, finalmente, la pasamos en su casa, charlamos, comimos con toda la familia e incluso visitamos el centro social de al lado, en el que andaban tocando música tradicional.

Amables, abiertos, sencillos nos volvieron a recordar que es mejor no opinar, ni formarse juicios de algo hasta que lo conoces.

En otro día de pedaleo llegábamos al puerto. Bali es una isla pequeñita, no llegábamos siquiera a los 200kms pedaleados y ya, se nos había acabado.

Llegábamos sin Angel pues éste era el punto final de la convivencia, nos habíamos despedido en el hotelillo pues, desde aquí, su ruta era otra.
Despedida y retome de nuestros ritmos, los cuales habían variado como también los de nuestro amigo.
Aún a pesar de las muchas diferencias en nuestras formas de viajar, el querer estar juntos, hizo que nos adaptáramos para crear un punto medio en común. Un gran personaje, un buen amigo, una experiencia sabrosa, sabrosa la de pedalear con él.

 

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Una isla chiquitilla en la que pedaleamos tan solo 92kms.

De nuevo tráfico pero esta vez venía unido a carreteras estrechas, nada agradable. En una parada escribía en el diario algo que explica muy bien la sensación que ambos compartíamos…. «Lombok, es como un jersey de esos de lana que pican y según te los pones ya te lo quieres quitar, lo mas rápido posible».

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Recién despiertos, antes de tomar el barco en la mañana.

Pues eso, lo bueno es que la experiencia duró un suspiro.

 

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De esta isla todos nos habían comentado que no tenía nada, que no merecía la pena, pero fue llegar, y nos hizo dar cuenta de algo:
desde que comenzamos a pedalear en Indonesia, han sido bastantes las veces en que hemos tenido la sensación de que si, es un país muy chulo, unas islas bonitas, claro, si muy wapo pero… no sé… como que… algo le faltaba, algo sentíamos que… no se… faltaba.

Aquí nos dimos cuenta de qué:

No le faltaba, le sobraba: gente y tráfico.

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El hecho de que hubiera tanto de lo uno y/o de lo otro, no permitía esa tranquilidad del pedaleo, del acampar, de la cual estamos ambos enamorados hasta la médula y la cual nos hace seguir disfrutando y eligiendo esta forma de vida.

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Sumbawa nos lo brindaba a raudales, ese silencio, esa calma, naturaleza y tranquilidad, mar y costa que pedalear.

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Bella y pacífica Sumbawa, tranquila y humilde en medio del mar.

 

FLORES

Para poder llevar adelante el perfil de la isla de Flores hay que asalvajarse hay que tener…  ganas, hay que ser capaz de sufrir y aguantar, de subir para bajar y de seguido, volver a subir, y seguir de nuevo. Toda la isla es así:

Un cúmulo de volcanes, montones de ellos, uno tras otro y luego otro, en medio del inmenso mar.

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Aquí no valen los miramientos, ni las palabras, esta es una isla de hechos y punto, sino estás dispuesto, mejor saltársela.

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Literalmente Flores nos enamoró, por tener en sus 600 y pocos kms de largo todo lo que hasta ahora habíamos visto en Indonesia: selva, volcanes, playas paradisíacas, terrazas y campos de arroz, gentes tranquilas amables y sencillas, deliciosa y barata comida y si, muchas flores pero de verdad que si hubiera sido yo una de esos portugueses que al colonizarla la dieron el nombre, la hubiera llamado más que flores, montañas.

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Aún así y de nuevo: mereció la pena la dureza física que supuso el recorrerla.

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Como podréis imaginar, a estas alturas estábamos bien en forma, tras todas las islas montañosas recorridas en los últimos meses, las piernas rodaban sin apenas necesidad de descanso, acabábamos las jornadas sin poder creer la cantidad de kms que andábamos recorriendo. Estábamos preparados para el reto final en éste país, para el cuál debíamos tomar un barco, esta vez sería por dos días.

Esta última visita tenía un único fin: ponernos a prueba en la selva.

Nos dirigíamos a realizar una travesía en la plena y pura selva, una ruta que conocíamos  de oídas por dos cicloviajeros que nos habían pasado la información, dos que son dos de esos duros, locos que eligen las rutas más salvajes y bonitas. Sabíamos lo que nos esperaba y aunque sinceramente yo la temía con toda el alma…. estábamos lo más en forma que habíamos estado en mucho tiempo por lo que, si había un momento …. era éste y en barco, partimos hacia Sulawesi.

Mecidos por el mar, acomodados en las hamacas que conseguimos colgar del techo y acoplar justo sobre las bicis en una de las terracitas laterales del barco, repasábamos mentalmente los momentos que hasta ahora habían marcado el pasar por estas tierras Indonesas…

…los momentos vividos en los días de cruzar las selva,

… los gritos de los monos que nos contestaban al imitarles,

… el descubrir curiosidades como que el tronco de la hoja de la papaya (el rabito que la une a la rama) ese trozo, se usa como pajita para beber el agua de los cocos por ejemplo, pues aunque no lo parezca, está totalmente hueco por dentro.

… el seguir sintiendo tan claramente, a diario, que tras tantos años de pedaleo y de recorrer el mundo,  aún seguimos ambos seducidos, cautivados por el viaje a ritmo de pedal.

Y personalmente…. alguna que otra lágrima me escurría por las mejillas al tiempo que el corazón se me hacía una pasa cuando recordaba los momentos en que me informaron por internet de la muerte de mi abuelo… eso también lo tiene el viaje… uno se pierde a los que están lejos y a veces… se van.

En esos momentos se siente uno de repente lejos, cada metro duele, y la impotencia te agarra las manos, te amordaza.
Mi abuelo tenía algo así como un mantra que repetía a menudo y que llevo, y llevaré conmigo en su recuerdo, en su honor:

«Aunque te duela ¡¡camina!!»- decía apretando los dientes.

-Aquí seguimos abuelo, seguimos caminando.

 

 

 

 

 

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Indonesia, la tierra prometida.

La llegada a Sumatra fue de lo más chistosa.

Como no tenemos apenas experiencia en volar con las bicis, las habíamos desmontado y metido en cajas de cartón como mandan los cánones (más tarde encontraríamos una forma más sencilla y menos trabajosa pero… sigamos por dónde íbamos, eso es otra historia) por lo que, al aterrizar en Sumatra teníamos que armar todo de nuevo en el mismo aeropuerto para poder arrancar a pedalear. Sabíamos que iba a hacer un calor de tres pares de narices y que si el aeropuerto era pequeño, podía tocarnos hacer todo el trabajo de montar las bicis y rehacer  las alforjas …  al sol.

Decidimos echarle cara al asunto y como no le hacíamos ningún mal a nadie y el aeropuerto era lo suficientemente grande como para no dar mucho el cante, nos hicimos los locos y dentro, allí mismo, abrimos las cajas, sacamos las herramientas  y nos pusimos manos a la obra, eso sí, con A/C, a la sombra y tranquilitos. Todo un regalo.

Nadie dijo nada, much@s pasaban y se reían, o se quedaban así como entre asustados y confusos  por lo inesperado y estrafalario de la escena.

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Llevábamos tiempo echando más y más cubos de esperanza, entusiasmo y expectación  a la montaña de ilusiones que ya habíamos construido en torno a la idea de pedalear Indonesia. Esperábamos de algún modo África: poblados, tribus, un lugar de esos en que uno siente haber retrocedido en el tiempo.

Las expectativas como ya bien sabemos por pura experiencia, no son más que obstáculos, inconvenientes, lastres que la mente construye y alimenta aún a sabiendas de que son ellas las causantes de la frustración. Un gran error por nuestra parte que nos trajo un gran chasco.

Lo que encontramos al salir del aeropuerto y  entrar en Medan, la capital, no difería apenas en nada con el sudeste asiático que dejábamos atrás. Un país muy desarrollado, con muchas facilidades y ni rastro de esa aventura en lo desconocido y remoto a la que veníamos dispuestos.

Tráfico, polución… nos recordaba a India, una India asiática y empezamos a hacernos teorías de porque el nombre de «Indo-nesia».

Los primeros días fueron del todo insípidos, avanzábamos  por avanzar, porque…  habíamos llegado, porque… estábamos ya aquí y poco más. Pedaleábamos haciendo caso obvio al tráfico, a la extrema y desorbitada expectación que generábamos  por ser extranjeros y a una forma de trato por parte de la gente, con la que no terminábamos de resonar ni de sentirnos a gusto.

Así fue cómo y porqué Sumatra en un principio se nos atragantó.

Día a día, se nos quedaba enganchada en las anginas, como cuando se tiene una espina de pescado de esas finas que no ahogan pero que, a cada trago la sientes, ahí, clavada.

Seguimos pedaleando sin perder la esperanza, sin generar juicios ni proclamar verdades, abiertos.

En una parada a tomar té, nos sinceramos y contándonos descubrimos que ambos sentíamos lo mismo, esto…. aburre. Más sudeste asiático.

El llegar al Lago Toba fue el primer respiro, el primer cambio, el primer saborcito rico.

Un lago dentro del cráter de un antiguo volcán, y en el centro del lago una isla.

Allí cruzamos en un pequeño barco y ya desde el mismo momento en que arrancábamos a pedalear, sentimos ambos como otra energía sin duda diferente, otra clara sensación  lo empapaba todo. Otra realidad.

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Un bucólico lugar de gentes tranquilas, de casas de lo más pintorescas que además, resulto ser  barato. Una habitación con baño al borde mismo del lago, tranquila y amplia: perfecto para el primer descanso en Indonesia,  para olvidar el tráfico y también las expectativas, resetear, vaciarnos y así, estar preparados para poder tomar lo que viniera más adelante, fuese lo que fuese.

Después del descanso empezaron las sorpresas y estas fueron de buenas a mejores: la gente y su trato, el tráfico e incluso la selva que nos rodeaba, ¡¡todo era diferente!! .

Bellos rincones y selva, mucha selva, bella y con tal abundancia que entrar en ella, vivir su interior era duro, a veces casi imposible pero, tan solo con atravesarla, con observarla desde la carretera podíamos sentir la recarga, la energía, tan solo con tomar algo de tiempo para mirarla, claramente, llegaba algo de vuelta.

Café, café y más café pero además del rico. De pueblo a pueblo te hacían notar el toque diferente que tiene el de esta nueva zona o, el olor del de aquella. Rico y baratillo, lo hacen como antiguamente, de puchero o simplemente tipo colacao, con el café ya en el vaso y un chorro de agua hirviendo, remover y reposar….mmmm…. que rico y que gustazo.

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Nasi Goreng (arroz con un huevo frito y algo de especias), Tofu y Temphe: las comidas más típicas y cotidianas. Íbamos de lo uno a lo otro y de vuelta a lo uno de nuevo, poca opción aparte de esto hay fuera de los puntos turísticos. Rico y baratillo, sano y con bastantes calorías para seguir tirando y tirando a pesar de las cuestas, esas, también comenzaron a ser rutina. Ya sabíamos por otros cicloviajeros de las empinadas pendientes de esta isla y al no pillarnos de sorpresa, las pudimos disfrutar con sufrimiento si, pero con alegría también.

Además flores, flores y una gran abundancia de agua. Agua a raudales:

Es impresionante ver cómo van de llenos aquí los ríos, no recuerdo haber visto nunca antes un país en que fueran así, todos  hasta arriba, apunto de rebosar.

Impresionante observar como esas enormes masas de agua  avanzan, observar cómo van creando, generando toda esta abundancia a su paso: abundancia de agua, de vida a borbotones, selva que crece como una explosión, maravilloso, impresionante.

El agua y el calor son  los protagonistas de los trópicos: agua que corre y que nutre, agua que hemos de beber como auténticos camellos debido al calor y a tanto sudar, de la mañana a la noche, hagas lo que hagas… aunque no hagas nada, siempre sudando a chorros. Agua a modo de humedad intensa en el ambiente, agua que cae del cielo en tromba, lluvia monzónica debió ser el diluvio universal, sin duda.

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Y calor, el calor del trópico….ufff, es un calor pesado que se te pega como un chicle a un zapato y no te suelta, ni te deja realmente descansar a no ser que te pongas bajo un ventilador o un chorro de aire acondicionado.

Éste, el calor, ha sido lo más difícil, sobre todo el nocturno. El no poder dormir hasta bien avanzada la noche, el estar sudando sobre la sábana sin saber ya de qué lado ponerte y, tras haber pasado todo el día pedaleando bajo el sol, el calor nocturno sobra, incomoda, no nos permite relajarnos, tampoco descansar. Cuando a veces nos hemos permitido el lujo de coger una habitación con aire acondicionado, algo que siempre se ha repetido ha sido el dormir, como troncos, como lirones, horas y horas y horas…. con todo lo que llevamos en las alforjas extendido por la habitación para que mientras nosotros descansamos por fin, profundamente, el aire seque la humedad que todas las cosas van absorbiendo con el paso de los días.

También contaros que ha habido algo que ha facilitado las noches y esas han sido las estaciones de policía, sí.

Ya otros ciclistas nos habían contado que en Sumatra, al estar superpoblado, no haber apenas hoteles y tener tanta selva, la mayoría habían optado por cruzarlo durmiendo en las comisarías y, quisimos probar.

A Aitor en un principio no le gustó nada la idea, su religión no se lo permite pero,  fue tan fácil, fuimos tan amablemente recibidos y nos simplificaba y abarataba tanto el día a día, que nos hicimos adictos. Nos llevamos un montón de buenos recuerdos, de risas y charlas.

Normalmente tenían una sala, oficina, zona techada o incluso una habitación propia que nos cedían y tras un rato de charlita y beber algo juntos, se ponían a lo suyo, respetaban al extremo el tema de la privacidad. La noche más curiosa y que merece la pena mención, fue cuando nos dijeron que la comisaria era tan pequeña que no tenían un lugar en que pudiéramos dormir pero que, como ese día no había ningún detenido, podíamos dormir en la celda y… así hicimos. Pasamos la noche enchironaos pero eso sí, con la puerta de abierta.

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Mañanas de “gorilas en la niebla”, niebla que hace parecer un sueño las montañas…. entrelazada en los árboles, descansando en las laderas, un espectáculo enmudecedor al que asistíamos en primera línea, también inolvidable fue la aparición del Kerinci.

Un volcán activo de 3800m de altura que apareció allá al frente, como un espejismo, humeante, vivo.

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Parecía observarnos en la continua y larrrrrga ascensión que se nos hizo eterna. Fue sin duda alguna, lo más duro de Sumatra.

Lo empinado de las cuestas, la inclinación de los repechos era tal que nos hacían pensar de continuo….  ”Bueno, después de este… ya tiene que venir un poco de llano, o quizá la cumbre, éstos son repechos de cumbre” pero… lo que había era otro y después otro, y así por muchos, muchos kms en los que nos quedamos sin nada para echarnos a la boca, pues no habíamos ni imaginado que sería tan larga y ni tan dura y no llevábamos comida suficiente.

Se hacía tarde, si parábamos a cocinar nos caería la noche en medio de la ascensión y queríamos terminar, no había ganas de tener que acampar en una curva, tras algún matorral…. Ya que estábamos en ello, lo queríamos rematar.

Llegamos al final de la ascensión con la noche asomando, cansados, hambrientos y satisfechos. Un pequeñísimo pueblo, un grupito de casas y una mezquita, preguntamos por un sitio para acampar y amablemente un hombrecillo de ojos brillantes y bella sonrisa nos ofreció una casa que estaba terminando de construir para pasar la noche:

-¡¡Toda para vosotros!! No acampéis, estamos altos y hará frío. Mañana si os quedáis un poco os llevo a las cascadas que tenemos a unos cientos de metros del pueblo, tenéis que verlas no hay nada igual.

Por supuesto, accedimos y si, verdaderamente hacía mucho tiempo que no veíamos un lugar tan mágico como ese rinconcito al que descendimos por unas largas escaleras rodeadas de verde, de musgo, de flores,  plantas y bellas mariposas. Una enorme cascada que brotaba mágicamente de la tierra y caía a borbotones , se perdía ante nuestros ojos al tiempo que con los rayos de sol que penetraban entre la vegetación nos regalaban un montón de pequeños arco-iris suspendidos en el espacio, aquí y allá.

-Un regalo amigo, no lo olvidaremos, no te olvidaremos, gracias de verdad.

Y como siempre …. marchar, seguir, es la vida del nómada, la dolorosa rutina que sucede a cada encuentro: la despedida.

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Planeamos la ruta de tal manera que recorreríamos los 2.500kms que tiene la isla, por montaña, añadimos  algún rodeo con el fin de esquivar en lo máximo posible las plantaciones de palma. Son tan extensas y se están comiendo la selva de tal modo que aun así tuvimos que pedalear por unos 300kms entre ella.

Belleza tétrica la de la palma, a los pies de la que nada crece, pareciera un cementerio, vivo pero… cementerio. La palma que se planta (como ya os contamos en la entrada de Malasia del 2013) para sacar ese veneno para el cuerpo humano que tan extendido está y que es el aceite de palma.

Las zonas de selva más pura, descubrimos, son las de unión de dos estados o comunidades, la zona fronteriza normalmente significa un buen montón de kms a través de ella, una de las veces, encontramos ¡¡ buscadores de oro!!  y por supuesto paramos a ver y enterarnos como, que y de que manera hacían. Resultó interesante pero….ojo,¡¡¡ un trabajo bien duro para unas pepitas tan chiquitas!!!.

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Sumatra ha sido el único país en todo este buen montón de años de kilómetros y de lugares en que nos hemos sentido como estrellas de Hollywood, el pasar por esta isla nos ha hecho entenderlos y apiadarnos de ellos, sentir lástima.

La extrema atención de los locales por el extranjero es algo excesivo , descomunal, desmedido, incluso abusivo. Además, y aquí viene el problema es que en los tiempos que corren todos tienen teléfono, todos los teléfonos cámara y todos quieren un selfie con nosotros. No una foto no, un selfie, han de estar ellos en la foto, sino no les vale, incluso, no la quieren, han de aparecer en una foto que la mayor parte de las veces es algo vacío, una foto sin una historia detrás: no hemos hablado, no hemos cruzado siquiera una mirada y pretenden hacer una foto en que aparezcamos agarrados como viejos amigos.

Esto ha ido sucediendo día tras día, de la mañana a la noche, decenas de veces, fue tal el acoso y nos hizo sentir tal agobio, que un día nos llegamos a plantear no pedalear Indonesia más y largarnos a Australia.

Decidimos una vez pasado el calentón, esperar a ver que encontrábamos en la siguiente isla, Java, y con eso decidir.

Al final atravesar situaciones que no te gustan y tener que soportarlas, sobrellevarlas si o si… enseña y enriquece. Quizá el sabor no es bueno pero es enriquecedor sin lugar a dudas al final es cambiar la forma en que uno lo lleva, en que se toma. Es encontrar la forma de digerirlo  y no permitirse el quedarse rumiándolo pues esto solo vale para hacerlo más grande de lo que es y que además te águe la fiesta.

Y como siempre, cambia, todo cambia y así fue que cambiaron también los encuentros.

Contactamos a través de warmshowers con…… un muchacho bien majete que nos hospedó en su casa y nos ayudó salir de un verdadero marrón:

Tras una zona muy, muy embarrada, el desviador del cambio de Aitor digamos de un modo sencillo y para simplificar la explicación que se arrancó, directamente, entero, así, fuera de una. Esto significa en el 99% de las ocasiones tener que montarse en un camión o algo que te lleve a la siguiente tienda de bicis (que a saber dónde se puede encontrar una) y rezar en el trayecto por que tengan algún cambio en condiciones que poder colocarle a la bici, pero Aitor volvió de nuevo a hacer de lo imposible posible y a crear solución en dónde no había aparentemente alguna.

Dejó el cambio fijo y aunque costó un par de retoques más en el invento creado con una tapa  de un bote de plástico que nos dio una tendera, funcionó perfectamente para pedalear  los 100 y pico kms que quedaban por delante hasta la siguiente tienda de bicis eso si ¡ojo!: la bici iba sin cambios y eso por estas tierras de repechos de aúpa pero, llegamos.

Así fue que debido a la avería contactamos con la comunidad ciclista Indonesa que está formada por muchos pequeños clubs, en Curup por ejemplo, nos vinieron a recibir unos 20 kms antes del pueblo y nos trataron como a reyes desde el minuto uno, recibiéndonos, llevándonos de ruta con ellos, ofreciéndonos una hospitalidad desbordante, sus sonrisas y su amistad la cual guardaremos como un tesoro para el resto de los días.

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Finalmente y debido a esta hospitalidad recibida que se volvió a repetir en un par de ocasiones más con otros clubes ciclistas, mirábamos atrás a la isla desde el ferry que nos conducía a Java agradecidos, emocionados, sabiendo que esos serían días, momentos que siempre que rememoráramos nos traerían una sonrisa y un tembleque en el corazoncito de agradecimiento, alegría y añoranza.

sumatraa (Terima Kasih significa Gracias en Indoneso).