Mongolia

Con los ojos cansados de tanto marrón, entramos en Mongolia; éstos, sedientos de verdes, se abrían ya desde la frontera misma buscando esa estepa con la que tanto habían soñado, los ríos y el agua de los que habían oído hablar y así, se mantuvieron buscando cada día, esperando a que detrás de esa colina apareciera finalmente el frescor y la abundancia de hierba y pastos. Hemos pasado los límites ya de resistencia mental al desierto y el alma nos pide ya casi desesperada que se acabe y cambie, este horizonte seco que aunque no deja de ser bello la está resquebrajando de tanta aridez.

Ha tenido que esperar casi 20 días de pedaleo para empaparse de tierras más frescas de ríos y verdes.

Toda la parte oeste ha sido desértica pues las lluvias no llegan hasta finales de Julio y el país en ésta época, acaba recién de quitarse el traje blanco del invierno que aquí dura ocho meses en que esa capa helada lo cubre todo y las temperaturas pueden llegar hasta los -30ºC. Aún está el mundo aquí suspirando aliviado, celebrando el calor del sol y la subida de las temperaturas, éstas varían de tal forma en un solo día que tenemos que andar con todo a mano pues se pasa de pedalear con el gorro de lana y los guantes, el abrigo y las mallas de invierno, a la manga corta y estar achicharrados bajo el sol en cuestión de horas, a veces minutos pues, basta con que una nube cubra el sol para que el frío viento te deje tieso, tiritando.

País de extremos. Duro y extremo clima que azota sin piedad.

Dicen que es debido a eso mismo, a lo extremo de estas tierras, de dónde viene la afición de los mongoles a la risa, al humor. Es lo que para nosotros más los caracteriza, su curiosidad pero sobre todo, su buen humor. Ha sido eso también lo que más hemos compartido cuando por un motivo u otro hemos entrado en las yurtas: risas, carcajadas y alegría.

Son en su mayor parte budistas, religión que aquí se mezcló con el chamanismo que tiene su origen, según nos cuentan, en esta parte del mundo. Nos vienen a recordar muchísimo a los africanos en su naturalidad y «bruscas» formas, simpleza y alegría. Nos hacen recordar a los musulmanes por su trato en cuanto a hospitalidad y ese saber que ante cualquier problema o necesidad están ahí al cien por cien.

El viento, que aún fortísimo azota el país, continuó acompañándonos cada día y nos hizo pasar unas cuantas noches con el alma en vilo pidiendo por favor que no nos partiera la tienda en dos pues sin ella…. estamos vendidos.

Así, aventurándonos por pistas que uno no sabe nunca al cien por cien a dónde llevan ni en que estado están, hemos ido recorriendo el país. La brújula en estas tierras no puede faltar ni guardarse muy abajo en las alforjas pues aquí no hay carreteras ni señalización, uno se guía por la dirección a la que va y, en relación a eso, elige la pista que aparentemente se dirige hacia allá; si comienza a desviarse demasiado y te hace sospechar, lo mejor es parar a ver si alguien pasa en moto o a caballo (que es la forma más común de desplazarse en este país en que moverse en grandes distancias no es ni barato, ni común y por lo tanto cruzarse con un coche o furgoneta a veces no sucede en el día entero), si nadie pasa lo mejor es acercarse a alguna yurta o ger aunque para eso haya que caminar a veces hasta un kilómetro pero no queda otra si uno quiere asegurarse verdaderamente de a dónde lleva la pista que eligió.

 

Siempre que te acercas a una ger, eres bienvenido y un té con leche y un toque de sal te espera. Estas tiendas redondas formadas por finos palos de madera, cuerdas y un tejido que varía desde algo parecido a alfombras de lana, hasta tela fuerte y gorda parecida a la de saco con las que lo recubren por fuera, son las casas de la población que vive fuera de los escasos pueblitos que forman el país. Las «gers» o «yurtas» tienen un orden interno en que todo está colocado obedeciendo a un significado y normas que vienen de una tradición cultural muy antigua.

Los dos palos centrales que sostienen el arco central en el que se sujetan todos los otros que forman el techo, simbolizan al hombre y mujer de la casa y nunca se ha de pasar por el medio, al entrar, los invitados se sientan en la parte izquierda de la yurta y el hombre de la casa en la parte central derecha. La mujer es la que prepara el sabroso té y lo ofrece a los invitados, junto a unos pequeños y alargados trozos de masa frita (harina, levadura, agua y grasa animal, a veces un toque también de azúcar) que es, junto a la carne y la pasta la base de su alimentación.

Ahora que llega la primavera y las vacas comienzan a parir, aparecen los lácteos que toman en forma de yogurt o en unos sabrosos y fuertes trozos de queso seco curado que hacen en forma de rectángulos.

Dureza, eso se ha repetido cada día hasta ahora. Dureza.

Cada día éramos conscientes de que había que olvidarse de contar kilómetros, de esperar llegar o no a algún punto o incluso de hacer planes pues no sabíamos lo que el día nos podría traer pero seguramente sería un nuevo reto diferente.

Han sido días de encontrar mucha arena en las pistas y eso significa empujar, con bicis tan pesadas la arena literalmente te absorbe, parece querer engullirte como si de arenas movedizas se tratara.

 

No hay otra que empujar, incluso a veces en zonas, éramos los dos que teníamos que arrastrar las bicis sobre la arena debido normalmente a los empinadísimos repechos que hasta a veces nos hacían reír al verlos, como si se tratase de una broma de mal gusto el ver que era por ahí que teníamos que continuar.

Estas pistas en su mayor parte fueron marcadas por hombres que se desplazaban a caballo y no por coches o gente caminando por lo que el encontrar que cruza la parte más alta de la montaña es algo muy normal.

Mongolia te pide el cien por cien cada día, físico y mental, sobre todo este último no se puede venir abajo, no en estas tierras, aquí no hay términos medios.

En los últimos días los huracanados vientos han ido cesando y es que, en esta época es cuando comienzan a aminorar y dan paso poco a poco a las lluvias. En la última semana las tormentas nos han hecho desarrollar nuevas técnicas y formas pues hemos andado cada día con un ojo en la tierra y otro en el cielo vigilando las nubes, estirando el pedaleo hasta el último momento en que el chaparrón era ya inminente, entonces, el plástico que usamos para colocar debajo de la tienda de campaña cuando acampamos nos ha servido de paraguas: sentados sobre una de las bolsas-mochila nos cubríamos con él, hechos como una bola de plástico, agachados, aguantábamos el chaparrón hasta que la tormenta pasaba y nos permitía volver a nuestro pedalear y avanzar. El viento frio del norte nos ha estado avisando continuamente de que aquí, uno no puede andar mojado por la estepa, no con este frio.

La última semana nos brindó un regalo y ha sido llegar a esa Mongolia ensoñada de caballos y pastos, de verde y amplitud.

Estamos deseosos de que terminen estos días de burocracia (extensión de visado mongol, visado de china) en la capital, para volver al pequeño pueblito en que las bicis nos esperan, y esta vez sí, sumergirnos en las verdes estepas del norte.

Este país en que los días son tan largos que uno puede contar con los dedos de una mano las horas de oscuridad, en que la mirada se pierde en la grandeza de las zonas deshabitadas, de los espacios abiertos, en los enormes rebaños, y sobre todo en la impresionante, impresionante belleza de la amplitud y grandeza de un espacio que aquí es espectacularmente bello: el cielo.