Botswana

Botswana….eternas rectas, rectas infinitas en esta tierra seca, árida y arenosa dónde en cuanto uno se sale unos metros de la carretera, se hunde en la fina arena grisácea que cubre el 85% del país.
Eternas rectas en las que, cuando miras el punto en el horizonte en que la carretera se une con el cielo, parece que no te mueves del sitio aún por más que le das a los pedales. A los lados el mismo paisaje contínuo intensifica este efecto, como si uno, nunca avanzase en la recta y fuera imposible alcanzar aquel punto que siempre permanece allá, en el horizonte.
Cansada de esta misma visión giro la cabeza a un lado para romper la rutina, entonces descubro que la monotonía del paisaje no es tal, hay mucho más ahí de lo que a simple vista aparenta.
La diferencia entre mirar y ver se torna aquí obvia. Al mirar, tan solo hay paja amarillenta, arbustos de finos troncos marrón oscuro, salpicados de pequeñas hojas verde-amarillo; al ver, uno puede apreciar esos pájaros de pico ancho y curvado, amarillo y naranja que descansan aquí y allá, y planean de un modo tan peculiar que resulta cómico mirarlos. Las cagadas de elefantes pueblan todos los caminos, y el suelo se torna oscuro con manchas blanquecinas en lo que en tiempo de lluvias deben ser lagunas, y así, viendo, aparecen infinidad de pequeñas cosas que vuelven a desaparecer como por arte de mágia, en cuanto uno vuelve a posar la mirada en ese hipnótico punto del horizonte en que la recta incluso pudiera, convertirse en precipicio ¿quien sabe?.

“Una buena similitud, ésta del paisaje con la vida misma.”- pienso mientras las piernas siguen rodando a ritmo- “El futuro, ese momento que siempre esta allá pero nunca llega; el presente, a nuestro lado, lleno de vida y pequeñas y simples cosas por descubrir. Mirando al futuro, el presente se vuelve monótono, aburrido, pareciera desaparecer incluso pues no podemos apreciarlo si nuestra atención esta puesta mas allá. Se convierte la vida en un ir e ir, seguir y continuar pero, cuando uno gira la cabeza al momento presente, entonces la rutina se desvanece dejando paso a las pequeñas cosas, esas que pueden pasar fácilmente desapercibidas pero que son las que hacen especial y único este aquí y ahora en que siempre nos hallamos.

De nuevo una enorme antena telefónica aparece en el horizonte:
-“¿Paramos en ésta?”- me pregunta Aitor que ha aflojado el pedaleo hace rato para dejar que me ponga a su altura – “está a punto de irse el sol.” -” Venga”.
Y nos adentramos por el camino. Todas las vallas que rodean las antenas para protegerlas, hasta ahora, han estado abiertas, tan sólo un gancho mantiene la puerta cerrada y debido a la enorme cantidad de elefantes que rondan esta zona, es el sitio que creemos más seguro para dormir, aunque sea por una cuestión mental, porque ya hemos visto muchas de esas vallas tumbadas al haberle pasado alguno por encima.
Esa misma noche un elefante nos hace una visita, en el momento en que íbamos a dormir empezamos a oir que algo se mueve y a juzgar por el sonido, concluimos que a de ser muy grande. Se va acercando hasta que parece estar justo al otro lado de la valla metálica que tenemos a medio metro, y que sabemos puede tirar sólo con pisarla. Escuchamos como se está pegando un festín con las hojas del árbol que está aquí mismo y podemos escuchar incluso como mastica.
Os confesamos que somos basntante ignorantes en cuánto a elefantes se refiere, y lo único que hemos aprendido hasta ahora es que se enfadan fácilmente, se asustan con ruidos desconocidos y que cuándo lo hacen no huyen sino atacan. También, que si le ves abrir las orejas y sacudirlas, lo mejor es salir zumbando lo más rápido que puedas de allá.
No tenemos miedo pero resulta un tanto angustioso no poder verlo, el saberlo tan cerca y estar en esta postura, tumbados bocarriba sin poder movernos para no asustarlo. Comenzamos a hablar bajito sobre qué hacer, parece que nos oye cuchichear sobre lo que esta pasando y hace el ademán de pegar un soplido de esos chiflando por la trompa, que realmente se queda en un ligero pitido, pero que literalmente nos deja tiesos del susto, y así, casi sin pestañear, nos quedamos agarrados de la mano sacando el susto al espirar, lento y profundo ,sin atrevernos a hacer más ruido que ese y al poco… oimos como se aleja, ¡¡¡ UFFF !!!

Más al sur, Botswana siguen siento eternas rectas de repetido paisaje seco, la diferencia con el norte es que aquí abundan las vacas en lugar de los elefantes.
Seguimos rodeados de pinchos que protegen a cada árbol y arbusto, pero que a nosotros nos tienen hartos de tanto arreglar pinchazos y sentir sus arañazos en la piel.
La luna va creciendo según bajamos al sur y en estas noches que se han tornado más calidas, nos regala su brillo mientras nos deleitamos observándola hasta que los ojos dicen que por hoy, ya han trabajado bastante.

Algo que caracteriza a éste país, es el estar mucho, mucho más desarrollado que ninguno de los que vimos hasta ahora en el continente: escuelas, carreteras, coches de bomberos….podrían ser los de cualquier ciudad europea. Las gentes visten bien y hasta los peor vestidos van a la moda, se acabaron las ropas agujereadas, los parches y algo muy común hasta ahora (sobre todo en los niños/as): el ir vestido con ropa de tallas mucho más grandes.