Thailandia, un sin fin de choques.

Mirar la cuneta de un país, es como mirar el frigorífico de una persona: puedes ver en él un estilo de vida, incluso una forma de pensar y casi, casi, que se podría hacer un cuadro médico sobre el estado de salud.

Al movernos en bici, las cunetas son algo con lo que tenemos una estrecha relación, un contínuo trato que desde la intimidad y el silencio nos va revelando pequeñas verdades, a través de las que podemos leer a grandes rasgos la realidad del lugar, del país.

En Thailandia de nuevo encontramos algo que hacía mucho no veíamos: trozos de comida tirados, restos en envases a medio acabar sin haber sido arrebañados hasta la última miga, hasta la última gota. Y algo más, una abrumadora variedad de tipos de envases, envoltorios, plásticos, botes, bolsas, cajas, frascos y un largo ecétera….

En la mayor parte del mundo no se encuentra esta garrafal abundancia, un ejemplo claro y reciente de lo que es, podría ser Nagaland.

Lo único que puedes encontrar en aquellas cunetas, es el envoltorio del tabaco de mascar y el de los dos tipos de galletas que se consumen: unas saladas y otras dulces, y por supuesto, siempre todo consumido hasta el fin, sin una sola miga o resto dentro del papel.

Tras cruzar la frontera con Myanmar la visión del primer centro comercial fue algo así como un susto. El ver ese enorme, enorme edificio lleno de tiendas, anuncios, sonidos, luces, coches…. Hizo que en el primer momento de contacto, una bocanada de aire entrara de repente y de forma brusca en los pulmones, de golpe, y que la boca y los ojos se abrieran de un brinco un centímetro más de lo normal, y quedaran ahí fijos, fijo todo: el aire, los ojos, la boca… y el edificio. Todo fijo por unos cuántos segundos, todo detenido tras el golpe recibido por los sentidos ante tal visión.

¡¡ Que grande eso, y cuanto de todo ahí dentro!!… ¡¡ay madre!!.

La abundancia de las tiendas y los interminables menús de los restaurantes también nos dejaban confusos y algo inquietos:

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 – Ey… vamos a ver… que solo tenemos algo de hambre y venimos a comer algo, sin más, tampoco hay que volverse tan loco que… no es pa tanto… ponme…. un poco de… de algo.

(daban ganas de decir cuándo te traían a la mesa la carta, que aparentaba más larga que el mismísimo Quijote).

Esta primera sensación de susto ante la abundancia, de sentirnos sobrepasados ante el exceso, recién llegados como estábamos de un largo tiempo sumergidos en la escasez, nos hacía sentir el mundo de nuevo como un disparate.

También nos hizo surgir de entre los recuerdos, la memoria del momento de entrar en Sudáfrica tras haber recorrido toda la costa éste africana, e ir a comprar pan al primer gran supermercado…. momento de choque, de colisión, de sacudida… casi lo podríamos calificar de accidente, pues para la razón…. lo fué.

Por supuesto que uno se acostumbra fácil y que siempre se agradece el poder elegir, y una vez sumergido en ello y después del primer momento de impresión, se normaliza, pero así, en el momento de paso de uno a otro… ambos nos planteamos muchas cosas y aquello que dábamos por bueno deja de serlo tan claramente, quizá, para nosotros, un término medio sería más saludable, mejor, y además daría para que tod@s, tod@s sin excepción pudiésemos saborearlo y gozar con ello.

 

En esta vuelta a Thailandia nos hemos dado cuenta de cómo y cuánto ha cambiado el mundo a nuestro alrededor. Sucedió en Bangkok pero antes os he de contar el plan, si, el plan para Thailandia.

mosaico-budismo-thailandiaÉste es un país que ya cruzamos de sur a norte,  de oeste a este y luego, de vuelta al oeste en el 2013, justo antes de ser invitados a Dubai.

Aitor en solitario, cuándo comenzaban sus andanzas en bicicleta allá en el 2007 ya lo cruzó enterito, de cabo a rabo.

Al contrario que por ejemplo Nepal (el cual nunca nos cansa cruzarlo y recruzarlo) Thailandia como ya os contamos en el respectivo relato en este mismo blog, siempre acaba por aburrirnos. Con cariño nos aburre, le falta chispa, aventura, caña, chicha.

Tras Myanmar para nosotros, lo siguiente nuevo es Indonesia, el resto es ya tan conocido y nos resulta tan insulso que nos hizo sentarnos a replantear el tan sagrado: “Todo en bici si o si” y decidimos por mayoría absoluta, hacer aquí una excepción, si, gentes, nos cogimos un tren,

¡¡¡Hay que valer para todo!!!.

Para nosotros esta vez Thailandia, significaba dentista y tren.

Supongo que algun@s sois los que ya sabéis que éste país es un lugar al que mucha gente se viene de vacaciones para visitar al dentista: la calidad es muy buena y el precio comparado con Europa hace que aún con vacaciones incluidas te salga más barato

Cómo os decía fue en los 4 días de parada en Bangkok cuándo recibimos otro choque frontal con el mundo tal y como ahora es, un choque que hizo derrumbarse el mundo que hasta ahora conocíamos, el cuál aparentemente ha dejado de existir.

Al ser autosuficientes, la mayor parte del tiempo no andamos en sitios donde andan otros turistas, al preferir conocer los pueblos y las gentes antes que los monumentos, museos o arquitectura, solemos andar lejos de los lugares turísticos. Los seleccionamos con cuidado a la hora de visitarlos pero esta vez en Bangkok caímos de lleno, a bomba…..¡¡¡zás!!!.

Nos dirigimos a lo que tradicionalmente era el lugar donde los llamados “backpackers” (mochileros) solían dirigirse.

Estos, en el mundo que nosotros conocíamos, solían ser gente de entre 16 a 30, 40 (y a veces incluso más) que viajaban gastando poco, llevando consigo lo mínimo, solían mezclarse con la gente local, intentando vivir la realidad del país, comiendo donde ellos lo hacen, viajando con ellos, codo a codo, con la intención de mezclarse, conocer, ser uno más.

Solían ser gente despierta que no se dejaba engañar, solían por lo general aprender ciertas palabras básicas del idioma, sabían los precios reales para los locales al par de días de llegar y por todo ello se hacían respetar sin tener que pedirlo, allá dónde fueran.

Normalmente había unión entre ellos con un gran intercambio de información en cuanto a rutas nuevas, lugares interesantes, auténticos y era normal mezclarse a la hora de viajar o compartir un trasporte o ruta.

Al llegar a Bangkok descubrimos que todo eso ha pasado a la historia.

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Fue realmente otro susto, otro choque e incluso nos trajo por primera vez en nuestras vidas la sensación de pertenecer a otra generación, a otro mundo que ya…. pasó.

Se sigue llamando por el mismo nombre al que viaja con una mochila colgada a la espalda, pero ahora la mayoría lleva otra colgada delante, y a veces un bolso e incluso ¡¡alguna maleta de ruedas!!.

Los lugares a los que acuden los encuentran a través de internet y antes de haber llegado a la ciudad o incluso al país, la mayor parte ya ha decidido donde alojarse, llegan concentrados mirando sus teléfonos, levantando los ojos cada tanto para ver si la realidad encaja con su pantalla y otros llegan en taxi hasta la misma puerta.

Autobuses locales y furgonetas de todos a mogollón son algo que fotografíar pero no que experimentar.

La mayor parte de ellos no saben ni decir gracias en el idioma nativo y los lugares locales son simplemente eso: para los locales, los nuevos mochileros se mueven en “bussines class”.

El taxi se ha convertido en el medio para desplazarse, de la puerta del hotel al tren o al autobús para turistas por supuesto. El viaje organizado al lugar que te recomienda el del hotel, es lo que todos hacen y la única variación es lo que hayan podido leer en algún blog .

Todo se consulta de ante mano con el dios teléfono y su padrino Google es la fuente de toda sabiduría.

Las calles secundarias, el perderse, el probar lo desconocido, los pequeños rincones, el aventurarse, los puestos de la calle…. parece que todo suena a inseguro, a incierto y esto curiosamente y para nuestra sorpresa se ha convertido en sinónimo de …. peligro.

Los precios de lo que antes eran simples hotelillos ahora suenan a hotelazos, los hostels que antes eran la opción más simple y barata ahora tienen zona chill out, incluso spa, y el precio triplica lo esperado. Ahora los hostels tienen 3 estrellas.

Los backpackers de ahora, en una sorprendente mayoría han dejado de comparar precios, de buscar, parece que fuera real eso que nos decían los angoleños de que en occidente sacamos dinero de las paredes (refiriéndose al cajero automático) y que el gobierno nos subvenciona el viajar. Parece que el dinero creciese en los árboles y aún con todo lo que se le venera, hubiera dejado de tener valor alguno.

Realmente, os prometemos, que no dábamos crédito a lo que veíamos a nuestro alrededor.

El ritmo de viaje fue lo que finalmente nos dejó con la sensación de pertenecer no ya a otro planeta, sino a otra dimensión lejana, muy lejana a ésta.

Una carrera contínua en medios de transporte para visitar el mayor número de lugares en el menor tiempo posible, lo que no hemos entendido finalmente ninguno de los dos, es si lo importante es el número de lugares, de kilómetros, de países, si hay algún misterioso tipo de obligación de hacer un cierto número de cosas por minuto o si quizá lo que se pretende en esta contrareloj es conseguir el mayor y más variado número de «selfies» para de algún modo ser mejor o más o…. o…. no sabemos realmente.

A este respecto aún seguimos confusos y si, lo confesamos, con algo de melancolía por aquello que fue, aquellos personajes que uno encontraba viajando, aquellos encuentros que no dejaban de enriquecer, de sorprender pero que, secretamente no perdemos la esperanza de volver a tener.

No todo el monte es orégano y… al pan, pan, y al vino….¡¡vino!!.

mosaico-tren-thailandiaEl viaje en tren fue algo que aprovechamos a tope cosiendo alforjas y poniendo el material a punto pues con Indonesia en el horizonte, sabíamos que todo tendría que estar de nuevo a prueba de golpes, chaparrones y terrenos escarpados.

Cruzábamos Malasia también con la vista puesta en el horizonte, pedaleando como máquinas queriendo llegar a lo siguiente, como un simple entretanto, no más.

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Esta vez Malasia para nosotros era un lugar en que dejar todo el material de invierno que en los próximos 4 meses en Indonesia no íbamos a necesitar en absoluto, así iríamos además ligeritos como libélulas, volando más que rodando.

Todo quedó en el norte cerca de Penang, en un lugar llamado “Tititeras”, allí a través de «Warmshowers.org» conocimos a un grupo de nuevos amigos que nos hospedaban y nos ofrecían cuidar de nuestro material. Un grupo de gente muy especial de la comunidad china Malaya, una comunidad que nos hace sentir una preferencia clara por sus formas, su trato, sus costumbres y por su deliciosa cultura culinaria.

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Allí quedó un nuevo grupo de amigos y gran parte de nuestro material. El resto, empacado y preparado lo cargábamos en el autobús que nos dirigía al aeropuerto dispuestos a cruzar el trocito de océano que nos separaba del norte de Sumatra (Indonesia).

Con ganas, expectación, y un brillo especial en los ojos sentíamos las ruedas del avión despegar del suelo y una nueva aventura comenzar con ello

¡¡¡Alláaaaaaaaa vaaaaaaamoooooooooossss!!!!