El cruzar la frontera de India con Myanmar (o lo que es lo mismo Birmania) fue una celebración por todo lo alto.
Cruzábamos llenos de ganas y de alegría, de energía y expectación, como niños entrando en un parque de atracciones.
Hacía años que le teníamos ganas, años oyendo hablar sobre lo especial y único de éste país que según nos contaban, reside en sus gentes, en ell@s, en su trato. Han dejado totalmente enamorados a tantos viajeros que la curiosidad, las ganas de conocerlo y poder cruzarlo de punta a punta, nos han acompañado esperando pacientemente en las alforjas a que algo pasara, a que todo se sincronizase y pudiéramos por fin un día visitarlo.
Un país budista en su gran mayoría que desde los años 60 ha sufrido el peso de vivir bajo una dictadura militar, cerrados al mundo, censurados al extremo, con luchas tribales internas y la mayor parte del país vetada al turismo, se han mantenido en silencio, como en secreto, viviendo, siendo, sin mezclarse demasiado con otros, sin que esta occidentalización que está arrasando al mundo, haciéndolo perder su variedad y singularidad, les afectara a penas.
Unos meses atrás había sucedido lo impensable: la apertura de fronteras por tierra en el país, y justo, justo, cuando andábamos recorriendo Ladakh en el noroeste Indio, ¡¡perfecto!! como si lo hubiéramos encargado a medida.
Desde que la buena nueva llegó, una fresca alegría y un animado entusiasmo parecían empujarnos, ayudarnos a avanzar.
Por supuesto que éramos conscientes de las restricciones que aún reinaban en el país y entrábamos muy curiosos de qué y cómo iba a ser, debido sobre todo a una ley que nos afectaba muy directamente por nuestro modo de viajar: acampar está totalmente prohibido, también dormir en casa de la gente, o en cualquier templo, escuela, etc… los turistas sólo pueden pasar la noche en hoteles, los cuales son carísimos.
Respecto a esto algunos ciclista nos habían contado historias de todo tipo: la policía que al descubrirlos acampando los había hecho desmontar la tienda y volver a empacar todo en plena madrugada, gente que había hecho muchos kms “obligados” a montarse en el coche policial hasta el siguiente hospedaje y otros que habían sido interrogados por ir a salir en la tarde-noche de un pueblo.
(En la foto: Policía escoltándonos en la carretera: él aburrido de lo que le ha tocado hoy, yo harta de no sentirme libre, ambos deseando que esto acabe. Aitor inmortaliza el momento.)
Había historias de todos los colores a este respecto también, uno, aseguraba haber dormido en monasterios y nada había pasado.
¿Cómo sería para nosotros? ¿Qué hacer? según nos contaban, el problema se incrementa debido a algo más: la población tiene la obligación de informar, si te ven acampando, si sospechan que lo vas a hacer, si pides cobijo o un espacio en cualquier lugar, ellos por ley, han de llamar a la poli, es su deber.
Todo esto sonaba a incordio, era una clara putada diaria pues… ¡¡dormir hay que dormir!! y hay una gran diferencia entre acampar gratuitamente o tener que pagar un mínimo de ¡¡25 dólares por noche en un hotel!!, si, Myanmar es barato pero en cuanto a hoteles se refiere los precios están disparados, sobre todo fuera de los lugares turísticos dónde no hay apenas opciones.
Decidimos, ya que era el primer día, ir directamente a la boca del lobo.
Nuestro plan era el siguiente: en vez de escapar de la policía tratando de no ser descubiertos por nadie, decidimos ir a pedirles cobijo, sí, a ellos.
Sabemos que siempre usan la excusa de la seguridad del turista para tratar de dar sentido a una ley tan absurda, te dicen que no es seguro acampar, que te puede pasar algo, por lo que decidimos usar este pretexto a nuestro favor, les diríamos que como “no es seguro acampar” pues veníamos a pedirles cobijo a ellos, a ver que decían.
Se quedaron muy sorprendidos al vernos aparecer, realmente no lo esperaban y tras unas llamadas a éste y a aquel, nos ofrecieron finalmente no solo quedarnos sino una habitación vacía en una pequeña casita de madera.
Primera noche: ¡¡salvada!!.
Para el resto de los días nos decidimos a hacer como hacíamos en África en los países superpoblados: pedalear hasta el anochecer, cenar, y ya de noche cuando todos han vuelto a casa del campo, buscar un lugar y acampar sin encender ni una vez la linterna, ni la cocinilla, acampar como foragidos, escondidos, agachados, corriendo a veces con la bici dando botes a lo loco para que no nos vieran entrar en este camino, o salir por entre aquellos árboles y si un coche aparece de repente….entonces…. ¡¡cuerpo a tierra!! literalmente, como en la guerra.
Los primeros días de pedaleo fueron duros de narices.
Aitor había trazado una ruta a lo largo del país que nos daba para cruzar los 1.750 kms en los 28 días de visado, escapar de las ciudades y visitar Bagán, el único lugar turístico del país por el que pasaríamos pero, justo el día anterior en el lado de India habíamos encontrado una pareja de ciclistas alemanas que nos recomendaron un cambio para estos primeros kilómetros y nos señalaban una carretera que iba totalmente al oeste y bajaba en vertical, les había gustado decían y no había trafico alguno. Decidimos tomarla… ¡¡catastrófica decisión para nuestros cuádriceps!!. Habíamos cambiado sin saberlo, el llano por una ruta que resultó tener mas sube y baja que una montaña rusa.
Colinas continuas, subidas cortas de alrededor de 1 km pero con un porcentaje de inclinación que daba miedo, incluso a veces, os lo prometo, que al mirarlas de frente nos llegó a dar la risa…..¡¡¡no podía ser verdad lo que veíamos !!!.
En fin, recordando momentos en Mongolia, o Sikkim, trabajábamos la paciencia sabiendo que todo acaba siempre y ésta carretera no sería una excepción…. ¡¡normal que no hubiera tráfico por aquí !!, ¡¡quién va a tomar una carretera así!!, pero… en fin, eso mismo y lo poco poblada que estaba la zona, hizo que los encuentros fueran más interesantes y genuinos que en zonas más acostumbradas a los viajeros, y que el acampar sin que nadie nos viera fue fácil.
Como dice un amigo: “las gallinas que entran, por las que salen”.
Cuando llegamos a Bagán, habíamos recorrido ya casi una tercera parte del país, ya habíamos saboreado el calor de las noches y el fuerte sol de los días y nuestra rutina de pedaleo pasaba por una parada al medio día a la sombra, nuestras armas eran un par de sombreros de paja de los que usan los campesinos y nuestra motivación, el seguir encontrando sonrisas en el camino. Myanmar resultaba ser una tierra sembrada de sonrisas.
Sucede que cada vez visitamos menos los lugares turísticos, no, no somos extremistas de ideas endurecidas y cerradas, es más bien que cuando llegamos al 90% de ellos lo que más nos apetece es….¡¡ irnos lo más rápido posible !!.
Así es, y como es así… pues así hacemos. Cada vez más valoramos muy mucho si acercarnos a alguno de ellos o no. Ésta vez mereció la pena, un lugar mágico, especial de pacífica belleza y frescos rincones.
Casi siempre en cada país o zona que visitamos, ocurre que hay una frase que curiosamente se repite a todas horas, en cada pueblo, cada día, en la mayor parte de los encuentros.
A menudo es el saludo que te gritan al pasar y/o lo primero que te preguntan cuando surge una conversación. Como ejemplo para contaros, aparece al sumergirme en el infinito universo de la memoria, de los recuerdos, el grito de :
-¡¡¡You, you,you,you,you!!!. (Tu,tu,tu,tu.)
De las aldeas etíopes, gritado a coro por un montón de niños que al tiempo que chillaban, corrían a nuestra par, acompañándonos como un revolotear de abejas alrededor de un panal, hasta que salíamos de la aldea.
En Kyrgyzstan lo que se repetía para nuestro asombro, siempre en los primeros minutos del encuentro si no a la primera, a la segunda, era la pregunta:
-Skol´ka dólar?- (¿cuántos dólares?)
señalando a la bici. Lo preguntaban antes incluso del típico ¿de dónde venís?, ¿a dónde váis?, ¿de dónde sois? o el eterno ¿estáis casados? …no dejó nunca de sorprendernos.
Myanmar no ha sido diferente en esto, una era la pregunta que se ha repetido a diario y que solía ser siempre la primera:
-“Are you happy?” (¿estás feliz?) – normalmente preguntado en un tono tranquilo y amable.
Fué interesante el ver además, que no era un saludo cortés de esos que se dicen por costumbre o por norma sin más, porque el interlocutor, siempre quedaba esperando a la respuesta.
Bella pregunta como bellas sus sonrisas y su respetuosa curiosidad, simpática como su costumbre de cantar muy, muy alto cuándo viajan en moto que, normalmente es junto al carro de madera, la forma en que tod@s se desplazan. Los oíamos en la noche desde la tienda (aunque hemos estado acampando todo el tiempo distanciados de la carretera y de cualquier camino para no ser vistos), los podíamos oír claramente, el sonido de la moto y muy por encima el canto a capela.
El calor ha sido duro, ya sabíamos que al entrar en febrero el buen tiempo ya había acabado y que no iba a ser fácil pero, nos adaptamos creando ritmos y rutinas que nos lo han hecho más llevadero.
Los baños en ríos, canales, tiendas del borde de la carretera o incluso restaurantes (en los que a veces el lugar de baño está a la vista de todos, a un lado, a tan solo unos metros de las mesas), han sido el alivio diario al calor, una, dos, o incluso tres veces al día.
El baño, al estilo del pais por supuesto: con una especie de pareo cerrado que es más bien un amplio tubo de tela fina de algodón, en el que te metes y con el amarrado a la altura de los sobacos, puedes tomas un baño en cualquier parte,ante cualquier mirada. Este trozo de tela es la que usan los hombres en su mayoría como falda, que junto a la camisa es, se puede decir, el uniforme nacional.
En cuánto a refrescarse han sido las gasolineras las que más nos han sorprendido, quizá os suene raro pero en ellas, el pegarse un baño está asegurado, además lo mejor es que sólo con aparecer entrando, ya hay alguien que sale directamente a la nevera a sacar un par de botellas de agua fresca que en cuanto paras, te ofrecen, como os digo, sin tener que pedirlas. Siempre, en todas, cada día; una costumbre que nos ha regalado refrescantes descansos y lindos encuentros.
Y del seco calor y las áridas tierras del norte, a la abundancia del verde sur.
Humedad y arrozales, árboles y por lo tanto más sombras para escapar del calor al medio día.
Pedaleando todo, cada metro de lo que toca, sin saltarnos nada por ser duro o difícil, vivimos el país tal y como es, lo bueno y lo malo, arriba y abajo, lo pesado y molesto, lo grato o lo fácil; sin sacarle ni ponerle nada, tal y como es.
A suave ritmo y poca velocidad se tiene tiempo de ver más, de descubrir el detalle, de observar las costumbres, y con tanto tiempo para pensar, al comparar te das cuenta de cosas como de que en los sitios fríos las mujeres lavan la ropa temprano, en la mañana, para que así se seque a lo largo del día. Aquí sin embargo, a esas horas tempranas lo que se hace es ir al mercado.
Descubrimos que los mercados abren a eso de las 5 de la madrugada y que el mejor momento de ir son las seis, si, ¡¡ las seis de la mañana !!, con las primeras luces. Si se te ocurre aparecer a las 10, encontraras que ya no queda apenas nada, la mayor parte de los puestos han cerrado y se han marchado.
Aquí se lava al medio día, a la hora del calor, con el pañuelo del baño enrollado y así, van mezclando ducha y colada por momentos: un poco de esto, un poco de aquello, lavo un jersey, me remojo de nuevo…. y así fresquitas, aprovechan las horas de calor al tiempo que las alivian.
De nuevo son las mujeres las que lavan, los hombres a esta hora andan en la siesta, como nosotros.
En Myanmar se come barato y muy variado, la base, como en toda asia, es un plato de arroz blanco acompañándolo de 4 o 5 cuencos en los que normalmente hay diferentes verduras, la variedad es increíble y como vegetarianos disfrutamos de lo lindo. El té siempre está a mano para aliviar el picor de la comida.
Con todo esto de la prohibición de dormir libres hemos tenido algunos encuentros con la policía en los que hemos forzado siempre, negándonos a que nos llevaran en coche a ningún lado al decirles, que nosotros teníamos que hacerlo en bici sin remedio alguno, sin opción posible porque, ese era nuestro sueño. Eso curiosamente los dejaba sin argumentos; lo mismo que al decirles que estoy cansada, que no puedo más y necesito parar ya, que no llego al siguiente hotel (y entonces pongo cara de cordero degollado) ¿entonces?…. se hace una excepción en la ley.
Nos hemos reído mucho, sinceramente con el tema que decidimos tomarnos como un juego, sin más.
Finalmente cada día hemos acampado y muy a nuestro pesar, han sido solo tres veces, las que hemos podido dormir en monasterios, con monjes.
En uno de ellos, justo antes de dormir, nos encontrábamos junto a un par de monjes ya mayores, tomando la última taza de té. Nos contaban en un inglés muy básico y algo “roto”, que llevaban allí desde los 8 años. El más mayor de los dos era el monje principal, el maestro del monasterio.
– Y en todo este tiempo aquí, como monjes- les preguntó Aitor – que es lo más importante que habéis aprendido como seres humanos, sobre la vida?.
Tras un silencio tranquilo en que ambos parecían estar mirando a algún lugar en su interior, en calma, sin prisa por responder, el más joven dijo:
– Como dice Buda, a no hacer cosas malas, practicar las buenas, y purificar lamente.
El mayor, con una voz tranquila y el gesto sonriente de un niño dijo seguidamente:
– Vivir estando feliz en mente y cuerpo- y rió como sólo un niño lo haría.
Esa noche nos quedamos dormidos con una sonrisa pegada al rostro.
El último día en Myanmar rompió con todos los esquemas y planes, con todo lo que hacemos y lo que no hacemos, fue como un órdago a la grande que nos echamos mutuamente, os cuento:
Andaba entrando la noche ya, llevábamos pedaleados no más de 50 kms en todo el día, pues habíamos encontrado en un pequeño restaurante de carretera a otro par de ciclistas, nos habíamos liado a charlar y como historias no nos faltan y a ellos preguntas tampoco…. Nos habíamos tirado unas cuantas horas allí, charlando.
Los kilómetros del día eran pocos y había sido muy llano, estamos en forma y teníamos, llegada la noche, aún cuerda para rato, para mucho rato pero… era ya hora de buscar un lugar para acampar y así andábamos haciendo, mirando aquí y allá allá al tiempo que pedaleábamos en la oscuridad ya, el fresquito de la noche y la ausencia total de gente, de motos, carros, etc … hacía aún más sabroso el pedaleo y no teníamos ninguno ganas de parar, seguíamos tranquilos, a ritmo suave, mirando por un sitio pero sin ganas reales de encontrarlo.
Paramos entonces y al darnos cuenta de que los dos estábamos sintiendo lo mismo, se nos ocurrió la gran idea:
Quedaban 110kms a la frontera con Thailandia, en ese trayecto había que cruzar una zona montañosa con un par de puertos, si seguíamos pedaleando podríamos llegar tranquilamente para las seis de la mañana, tendríamos tiempo para hacer paradas, rodaríamos con el fresquito y además teníamos el mejor añadido de todos: ¡ la luna estaba llena, enorme en el cielo despejado !.
Ninguno de los dos dudamos, ¡¡era la mejor idea de los últimos tiempos!! El poco cansancio que teníamos y las migajitas de sueño que habían aparecido, se extinguieron literalmente y dieron paso al entusiasmo y a una alegre energía:
-¡¡ Aaaaayyyy vamooooossss !! que no cierren la frontera que estamos llegandooooo.
-Yuuuujujuuuuiiiii, hasta el infinito y….¡¡más allá!!.
Íbamos gritando en la noche oscura al tiempo que nos partíamos de risa por la idea, por el romper con lo normal, por el reto, por…. que sí, no más.
Aquí os comparto los datos que al día siguiente copiaba del cuentakilómetros para, en algún momento, por e-mail, pasárselos a mi padre, sabía que iba a disfrutar con ellos, también pedalea, también le gustan los retos.
A eso de las 8 de la mañana al otro lado de la frontera, ya en Thailandia, en un hotel del primer pueblo que encontramos y con Aitor pegando los primeros ronquidos escribía:
Datos del último día en Myanmar:
Horas sobre la bici: 11horas: 48minutos: 38 segundos
Kms: 166“48kms
(con montañas y viento en contra)
Ultima noche: ¡¡salvada!!.