Después del paso por esos países de la península arábiga tan ricos, opulentos, y sí, espectaculares pero… desalmados; volvemos a un país pobre y al calor de sus gentes que sin tener, dan todo y dando, son felices.
Gentes que se vuelcan al parar en cada pueblito, apareciendo a menudo con algo en las manos, siempre ofreciendo. A menudo son chavalines (sabemos que vienen mandados por las madres que nos han visto desde las casas pero, ellas no deben salir), aparecen normalmente con té o un plato de arroz con pescado que, es la comida por excelencia en esta zona del país, y lo preparan de un modo sencillo pero delicioso.
Mujeres tapadas de la cabeza a los pies. En la zona de la costa no llevan la típica bata finita, negra y larga que normalmente usan para cubrir sus coloridas ropas y disimular sus formas, éstas, visten túnicas finas y muy, muy amplias, de colores; en la parte de atrás tienen una pequeña cola que arrastra 4 o 5 cms por el suelo.
Dentro de las casas, en el lado de las mujeres, todo son colores y deliciosos aromas.
El cuidado personal, la belleza, los pequeños detalles para estar más bella, es algo a lo que dedican mucho tiempo en su mayoría.
Al llegar a las casas en las que fuimos invitados, y tras tomar un té con los hombres, normalmente me conducían a la zona de las mujeres dónde curiosas y excitadas esperaban a verme llegar. Sonrisas, colores, alegría, niños, cojines, alfombras, más té y enseguida: a la ducha. Siempre sucedió en Yemen que me trajeron, al entrar en la ducha, una túnica como la de ellas y un pañuelo para que me pusiera limpio. Después de salir te peinan, te pintan, traen un pequeño fogoncillo en que queman incienso y te colocan de pie, con el entre las piernas para que ese deliciosa aroma que sube con el humo y llena todo el interior de la túnica, quede impregnado en tu cuerpo, después lo pasan por el pelo el cual, mantiene la fragancia por varios días. Todo ello, es algo divertido que se vive con mucha alegría y que produce un gran acercamiento entre todas, una relacción muy próxima y dulce.
Todo lo que te ponen se considera un regalo y es imposible intentar devolverselo ni hacerlas entender, que no puedes cargar en la bici los pendientes, la enorme flor de pinza para el pelo, el traje, los pañuelos….. y el montón de complementos que te han colgado. Después de intentarlo en varias ocasiones vi que para ellas el mejor regalo es que te lo lleves y que devolverlo puede suponer incluso una ofensa por lo que es mejor cargarlo y regalarlo más adelante a otra mujer, en otro encuentro. Esa ha sido la constante, un intercambio de pulseras, relojes, pañuelos, horquillas….
Desde que entramos en la zona del país considerada como peligrosa todo ha cambiado. Tan sólo se nos permite pedalear llevando escolta policial, lo cuál finalmente está siendo la mar de interesante pues cada 30 o 40 kilómetros, los policias y el coche van cambiando (debido a que cambiamos de área) y estamos conociendo multitud de curiosísimos personajes. Normalmente van todos mascando enorme bolas de “Gat” para pasar el tiempo, como la mayor parte de gente en este país.
El Gat, son unas hojas verdes, algo así como espinacas pero en pequeño, las cuales se meten dentro de la boca y se mascan, no se tragan, se van almacenando en el hueco que queda entre las muelas y el moflete, el cuál, debido a las enormes cantidades que hay que mascar para conseguir la sensación deseada, se va haciendo más y más gordo llegando a formar bolas en el carrillo de tamaños descomunales y chistosos (si os fijáis bien en las fotos de Yemen que veáis, siempre entre la multitud podréis apreciar algún carrillo inflado por el Gat).
Parece que el efecto que produce es estar algo así como flotando, colgado en otra realidad y aunque están tranquilos anula los síntomas de cansancio, dicen que potencia la concentración y lo normal es consumirlo entre amigos, hablando y hablando mientras meten más y más hojas en un moflete que parece va a explotar.
El 90% de los hombres mascan esta adictiva planta y entre las mujeres está también bastante extendido aunque en menos proporción. Una droga suave, permitida y aceptada socialmente.
Unos alemanes empresarios en Yemen nos contaban entre risas y resignación que aquí hay que aceptar una cosa: a partir de las 12 del mediodía el país se paraliza y todos se sientan a mascar “Gat”.
Volviendo a la escolta policial: van pegados a nuestra rueda, a pocos metros y en la desesperación de ir a 15-20km/h montados en el coche tras un par de cicistas que no dejan de hacer parada, sucede de todo; recuerdo cuando unos se adelantaron y volvieron a aparecer trayendo una sandía que comimos todos juntos en el arcén; otras veces nos esperan en el siguiente pueblo aburridos, los ha habido que nos han invitado a comer, a té y por supuesto, el día acaba en la estación de policía que toque. Allí somos huéspedes y nos tratan como a reyes. Normalmente son sencillos y amables, simpáticos y curiosos pero siempre respetando las distancias y dejándonos tranquilos enseguida para descansar.
Algo más adelante, en Al Mukala (un punto casi en el medio del país) nos dijeron que ya no podríamos continuar, la situación estaba bastante tensa últimamente y a partir de ese punto estaba totalmente prohibido pasar para turistas. Nos dijeron que la única solución era cargarnos en uno de sus coches para cruzar la zona.
En este recorrido vivimos momentos fuera de toda imaginación cuando por ejemplo, cenábamos en un pequeño restaurancillo de carretera rodeados literalmente por 11 policias armados hasta los dientes (el jefe pagó la cena, también sin opción); o cuándo al acercarnos a la zona más “caliente” pararon el jeep, enrollaron las lonas que cubrían la parte trasera, cargaron las kalasnikovs y las asomaron hacia afuera tomando posiciones, dispuestos a disparar en cualquier momento. La tensión y el miedo se podían cortar con un cuchillo mientras avanzábamos en la noche, sus ojos abiertos enormes, sus caras de miedo, y tantas armas, hacían parecer que estábamos dentro de una película de acción… los segundos parecían horas y así estuvimos hasta que pasamos la zona…. ¡¡uff!!.
En Adán nos hicimos amigos de un alto cargo de la policía el cual, nos permitió estar con ellos en el control de entrada a la ciudad, el punto donde controlan el tráfico del Gat. Allí, bajo dos chapas sujetas por 8 palos de metro y medio, un par de viejos colchones, una balanza y un puñao de policías más mafiosos y peligrosos que ninguno de los traficantes, vivimos momentos realmente inolvidables, siendo testigos directos de momentos y situaciones que hubieran dado para hacer un impresionante documental.
Visitamos Sana’a la capital, ciudad con una historia que se remonta 3000 años atrás. Según nos contaron éste es el lugar en el que la raza árabe se originó y el reino de esa mujer que todos oímos nombrar alguna vez: «la reina de Saba».
Maravillosa ciudad. Ambos coincidimos en no haber visto nada nunca tan bello como el centro antiguo, con edificaciones hechas de adobe (por supuesto a mano) de hasta tres pisos de alto. Algo digno de ver.
La verdad que este país nos ha dejado encantado con sus gentes y vamos a dejar atrás a algunos que se han convertido en verdaderos amigos… Mohamad, Alí, Jazmín. Con ellos hemos convivido, conocido y visto muy de cerca la realidad de éste país. Aunque en un principio fué motivo de queja, finalmente estamos agradecidísimos al viento que nos ha mantenido aquí más de lo planeado a la espera de que amaine y los barcos vuelvan a zarpar. En esas estamos, cada día aquí en el puerto de Al Makha (un pequeño pueblo en la esquina más occidental del país) donde cada día, desde hace ya una semana nos dan la misma respuesta cuando preguntamos si hoy saldrá algún barco:
-“Inshallah” (“si dios quiere”). Pero parece que dios… no quiere.