Nepal

……rodar……rodar…..rodar….y así avanzar……grandes sensaciones pasando, rodando a través de pueblos, bosques, junto a ríos y gentes…bicis y más bicis a nuestro alrededor. Sonrisas.
Bonito lo de viajar en bici, puedes ver, parar, elegir a cada momento el camino…. libertad… por poder incluso puedes escuchar las conversaciones de las gentes al pasar, el olor de los búfalos que tiran de los carros que cargan la paja, puedes encontrar los ojos de las gentes y compartir en tu pasada un momento de conexión, una sonrisa, un saludo… ¡¡namaste!!.
Un gran descubrimiento, un gran encuentro esta forma de viaje.

Comenzar el pedaleo a través del Terai (zona sur de Nepal de clima tropical formada por una enorme llanura) a parte de ser un regalo, es una suerte, pues es el terreno perfecto para que las piernas comiencen a hacerse a describir este círculo continuo, este giro infinito que nos hace avanzar.
Rodeados de campos verde-amarillo, de casas de paja y adobe, de árboles que a lo lejos delimitan la jungla la cual hemos atravesado en varios trozos del camino. En ella vimos montones de animales e incluso cervatillos al borde de la carretera.

Mujeres bellísimas de coloridos saris, hombres de impresionantes ojos, bicis, bicis y bicis, motos que de vez en cuando se acoplan a nuestra velocidad para interrogarnos, niños que saludan a gritos desde todas las partes, sonrisas que reflejan las nuestras, y nosotros las suyas, saludos y bienvenidas…. rodar por estos llanos: maravilloso.

Gentes curiosas de conocer, de ver, de saber, que a cada parada se agolpan a nuestro alrededor y nos hacen mil preguntas. Bonitas gentes sin malicia.
El primer día fueron 30 km, el segundo casi 50km, el tercero para llegar a la frontera 72 km. Esta progresión me lo ha hecho fácil, Aitor es otra historia, pues para él hasta ahora un día normal de pedaleo siempre superaba los cien kilómetros, cuando el primer día le dije que tras 30 ya no podía más…. se quedó atónito, para el simplemente había sido un calentamiento.
Estamos en periodo de adaptarnos: uno a otro, al viaje, a nuevos ritmos, a estar acompañado y que no todo sea lo que tu quieres o como tu lo quieres, pues hay otro ahora que cuenta igual que tú. Enseña, todo esto enseña.

Viajando en bici los encuentros son diferentes: conoces a los de las otras bicis que adaptan la velocidad para tener charlitas, casi siempre las mismas, pero llenas de buena onda y alegría. Sudan para mantener nuestro ritmo con sus bicis sin cambios, y se maravillan de lo rápido que giran nuestras piernas comparadas con las suyas; los niños, al vernos, aceleran todo lo que pueden, Aitor les echa carreras mientras yo sonrío en la distancia y de nuevo agradezco a la vida por esta maravillosa oportunidad.

En tan solo tres días hemos llegado a la frontera. Atrás queda ya este país que a ambos nos trajo un cambio de vida inesperado: yo venía a renovar el visado de India y volver a la escuela en Dharamsala, Aitor recuperaba el cuerpo de la dureza extrema a la que cruzar el Tibet en bici le había sometido; ambos coincidíamos en no tener ganas de compañeros de viaje pues la magia, la libertad y el sabroso sabor de la soledad elegida nos tenía cautivados pero…. aquí estamos. Fue en Bardía que nos conocimos y encaramados a la copa de un enorme árbol acordamos probar a viajar juntos, vamos como dijimos en un comienzo, día a día, que las sensaciones nos guíen y decidan ellas hasta cuando y hasta dónde.