China

China ha sido como un suspiro, como un estornudo. La pequeña esquinita de este descomunal país que hemos recorrido, nos ha dejado un riquísimo saborcito.
Ha sido en éste lado chino de la frontera dónde la “Karakorum Higway” (esa mítica carretera que cruza los montes Karakorum y que hemos recorrido desde Pakistán) nos ha resultado más bella. Espectaculares parajes, solitarias comarcas de una inmensidad y grandeza que te hacen sentir tan pequeño que casi te transformases en nada, “un par de pequeñas nadas” que avanzábamos pedaleando entre toda esa descomunal belleza en bruto, y que en estas cumbres, primas hermanas de los Himalayas, saboreábamos la libertad y la felicidad en cada pedalada, y una profunda armonía que parecía emanar de todo aquello impregnaba cada una de nuestras células.

Kasghar. Esperaba encontrar una ciudad milenaria repleta de bazares y rincones, imaginaba que nos sentiríamos trasportados a esos tiempos en que caravanas mercantiles recorrían a camello, a caballo o incluso a pie, la mítica ruta de la seda de la que tanto había oído hablar. Debido a su enorme historia esperaba …. otra cosa.
Fué entonces, al llegar y recorrerla, que entendí lo que oía comentar siempre a los viajeros: los chinos no restauran, ni tan siquiera recostruyen sino que tiran lo viejo y lo convierten todo en una especie de parque de atracciones, con edificios modernos y desalmados rascacielos, cristales y espejos; no respetan lo antiguo ni tampoco la historia, la esencia de los antiguos lugares, la mágia… todo desaparece allí dónde ponen la mano. Ahora, lo tenía ante mis ojos y realmente, causaba tristeza.

Han sido 10 días de contínuo viento en contra, un viento que nos soplaba en la frente directamente, constante y fuerte, sin un segundo de alivio: soplar y soplar. Incluso en las paradas a retomar fuerzas se convertía en algo molesto; buscábamos un lugar resguardado en el que cobijarnos aunque fuera tan sólo por unos momentos, pues el hecho de que los oídos dejaran de sentir ese zumbido resultante del soplar en ellos, era algo que nos producia casi tanto relax como el bajar de la bici y soltar las piernas.
Subida mucha subida, desde Kasghar allá en el enorme llano de las tierras bajas, volvemos a las montañas y es un contínuo ascenso que aunque suave, cuando viene mezclado con el viento va limando contínuamente las fuerzas.

Todo se ha ido sumando y para el día en que llegabamos a la frontera yo estaba mas quemá que la moto un hippie. No daba más, literalmente, el cuerpo no me daba. Necesitaba parar, los cuádriceps, rotos, no podían seguir con esta lucha, con este viento, y aunque por los últimos kilómetros hasta la frontera pude mantenerlos activos a base de despistárlos hablándoles del siguiente descanso y cómo lo iban a gozar; fué cruzar la frontera y mientras andabamos ocupados con el trámite de pasaportes, y el “firma aquí y allá”….. se aunaron entre susurros con el resto del cuerpo y cuando fuí a arrancar de nuevo, me encontré con que todos los músculos se habían declarado en huelga y me dieron un ultimatum: tenía 5 kilómetros, ni uno más para encontrar un sitio en el que acampar, además iban a estar vigilando el cuentakilómetros así que, ya podía abrir bien los ojos.
Le comuniqué a Aitor la noticia y la tomó de la mejor de las formas. El viajar un hombre y una mujer en bici a veces te hace ver que es la fórmula perfecta pero otras… te hace dudarlo y es que la diferencia de la capacidad física es enorme, sobre todo cuándo se entra en terreno montañoso.
Yo me sentía algo frustrada conmigo misma por no poder más, y me autoculpaba por el hecho de parar a Aitor, de refrenarle en su disfrute pero…. no daba más.

Él me repetía lo que siempre dice:
-Somos un equipo, somos como una sola bici: si la rueda de atrás no funciona la bici no vá. Cuando uno va así de cansado no disfruta nada y estamos aquí para disfrutar.

A 5 kilómetros de la frontera paramos en el lecho de un hermoso riachuelo de cristalinas aguas que serpenteaba descendiendo el valle. Al ser una parada imprevista apenas quedaba gasolina para cocinar, ¿que hacer?.
Aitor de repente comenzó a recolectar frente a mis ojos incrédulos cagadas secas de vaca y yak que estaban esparcidos en la pradera al tiempo recordando me contaba:

-Ví muchos nómadas en el tibet. En las mañanas, pude observar muchas veces, como las mujeres recogen de la zona cercana a la yurta en la que los yaks han pasado la noche, todas las cagadas. Después las ponen a secar al sol alrededor de la yurta y cuando están así de secas como éstas…. ¿a que no sabes lo que hacen con ellas?.

-¿Con ellas?…….ni idea, ¿qué hacen?.

-Fuego. Las usan a modo de leña. Si te has fijado en estas altitudes ya no hay árboles, ni gas claro y desde hace cientos de años sobreviven así en estas alturas. Ahora nosotros vamos a hacer lo mismo- seguía comentando mientras colocaba tres grandes piedras en círculo y llenaba el centro de trozos de mierdas secas- pero vamos a usar un truco, estas gotas de gasolina nos lo van a hacer más fácil….. hauxe da!!! (eso es).

Así fué que descansamos, nos divertimos, aprendimos y experimentamos la vida en las alturas en esos tres inolvidables días.