Omán

Cogimos la carretera del interior y por 1200 kms hemos cruzado eso: puro desierto. Desierto de arena clara, casi blanca, formando por suaves y redondas dunas; rectas que se pierden ante tí sin aparente cambio.

En los últimos de estos 13 días de pedaleo cruzando el desierto sin un solo pueblo, parece que la belleza se nos tornó rutina y así exactamente es como amenudo se pierde la magia: la rutina es como un filtro que alguien colocase ante nuestros ojos y no nos permite ver más, el brillo de las cosas.

El baile de sombras y luces, de colores y brillos de los atardeceres y amaneceres nos hacían despertar, nos daban una sacudida haciéndonos con su belleza, conscientes de nuevo de lo único de cada metro, de cada momento y de lo impresionante de todo lo que nos rodea.

El único encuentro con un Omaní fué algo sorprendente y digno de mencionar: le conocimos en una gasolinera y nos dijo, tras preguntar un poco sobre el viaje, que nos invitaba al día siguiente a una carrera de camellos. Tal como lo dijo desapareció, nos quedamos a cuádros preguntándonos por la extraña actuación del tipo: nos invita y desaparece sin más….. – En fín…..hay de todo- y continuamos.

Al día siguiente, al mediodía vimos un coche que venía desde muy lejos a través de las dunas a toda velocidad hacia la carretera.
-“¿De dónde vendrá?”- nos preguntábamos curiosos
Cuando el coche se acercaba a nosotros, vimos la cabeza del hombre del día anterior saliendo por una de las ventanillas, agitaba su mano y nos gritaba algo que no lográbamos entender. Paramos y con bastante prisa se acercó caminando y nos dijo:
-Dejad aquí mismo las bicis y venid conmigo, vamos a la carrera, está a punto de comenzar, hay que darse prisa.
(Y ahí si que nos quedamos a cuadros)
-Pero amigo, ¿las bicis? ¿cómo las vamos a dejar en la carretera y marcharnos? No, no es posible.
-Es posible- nos dijo con una total seguridad- quedan bajo mi responsabilidad.
Aitor y yo nos miramos conscientes de lo único de la oportunidad y decidimos arriesgar. Sacamos de la carretera las bicis y allí quedaron mientras nos alejábamos a toda velocidad en el lujoso 4×4, hacia el interior del desierto.

Unos 10 o 12 hombres de blanco impoluto, con sus largas túnicas y pañuelos cubriéndoles cabeza y cuello, se hallaban allí parados con sus lujosos jeeps y unos pocos Pakistaníes que se ocupaban de los camellos. La carrera estaba apunto de dar comienzo. Cambiamos unas palabras y nuestro anfitrión les explicó sobre nosotros, tras ello, la carrera comenzó:
algo curioso era que nadie montaba a los camellos, corrían ellos solos en una recta de alrededor de 1 km, delimitada por una barandilla de hierro a los lados. Por fuera de ésta, a ambos lados todos avanzábamos en los cohes y observamos como muchos de ellos apuntaban con algo en la mano a los camellos que, seguían corriendo como si hubieran visto al mismísimo demonio. Terminaron la recta y paramos…… ¿¿¿¿¿¿¿…????.

Algo se nos escapaba, no habíamos entendido realmente y fué sólo a la segunda, que nuestro amigo nos explicó mientras de nuevo los camellos corrían despavoridos.

-Al principio, usábamos pakistaníes para que montaran los camellos -nos decía a gritos mientras conducía parejo a la carrera- pero había muchos accidentes y algunos morían. Decidimos entonces usar otro sistema. ¿Véis esa pequeña caja que llevan los camellos atadas a la joroba?al apretar ésto -continuó diciendo mientras nos mostraba un pequeño mando distancia- les provocamos descargas eléctricas que les impulsan a correr, así es como funciona. ¿No es genial?.
(Y la cara de tontos se volvió a enganchar en nuestros rostros).
En la desierta carretera mientras cruzábamos el país, nada ni nadie, tan sólo encontramos a cada 100-140 kms gasolineras. Por suerte siempre tenían o una sencilla tienda dónde comprar lo básico, o un pequeño restaurante. Los trabajadores: Hindúes y sobre todo Pakistaníes. Al igual que en UAE son éstos los que aquí trabajan, los que crean y mantienen el país mientras los Omaníes se limitan a gastar su dinero.

De nuevo la hospitalidad Pakistaní nos superó; es increible como esas gentes te dan todo, te abren las puertas para que pases y te quedes lo que quieras, y cobrando una verdadera miseria siempre están queriendo invitarte a té, a comer, a…. a algo , lo que sea.

La constante ha sido el viento y éste en el desierto arrasa. Soplaba fuerte, muy fuerte, un par de días nos tocó de espaldas y llegamos a los 140 kms pero….cuando tocó de cara, los días fueron duros de verdad.

Este cruzar países, tener encuentros y dejar atrás grandes seres, curiosos personajes, desconocidos que se tornaron familia, extraños que nos pusieron a prueba, espacios, momentos …… es un dejar atrás que no acaba pues siempre delante hay más que recorrer.
El alma parece no cansarse de este dejar y encontrar, descubrir y partir, es más, descubrimos que se cansa si paramos demasiado. Tras ello, tras una parada, siento al subirme a la bici un volver al hogar, la sensación del que tras un día duro, se sienta en el sillón de su casa y respira……mm mm mm.
Parece que éstas compañeras de dos ruedas, se hubieran convertido en una prolongación de nosotros mismos y ya no pudiéramos estar sin ellas.