Canada

Según nos han dicho, no podemos cruzar esta frontera con nada de fruta o verdura así que nos sentamos a comernos todas las zanahorias y manzanas que nos quedan antes de entrar en la oficina del lado Canadiense. Parece que también te hacen unas cuantas preguntas antes de darte la visa que se saca aquí mismo.

Un policía de unos 40 años nos atiborra a cuestiones…. ¿dónde váis?, ¿cuánto estaréis en el país?, ¿de dónde venis?, ¿lleváis armas?, ¿cual es vuestro oficio?, ¿como os costeáis este viaje?, ¿tenéis web, blog o hay algo sobre vosotros en la red?, ¿y entrevistas?… ni nos registra, ni mira en las alforjas, nada. Parece que hemos pasado la prueba; sello en el pasaporte y visado de 6 meses.

Entramos en el estado del Yukon, el cual según nos cuentan, es el que el gobierno de Canadá devolvió a los Nativos Norteamericanos (que aquí se llaman “first nations” (“primeras naciones”)) en compensación a todo el daño, todo el dolor y las injusticias causadas. Son tierras mucho más salvajes y puras que en otros estados, y aquí son los “primeras naciones” los que ponen las normas y hacen la ley.

Nada más pasar la frontera a nuestra derecha, tras la planicie, aparece un enorme corredor entre dos montañas que hace de puerta a los animales en sus migraciones, sobre todo aves y caribús. Una espectacular y bellísima entrada al país que nos trae como extra un interesante descubrimiento: siempre habíamos pensado ambos, que la zona que una vez estuvo totalmente helada e imposibilitaba el paso a los humanos, fue entre alaska y rusia pero… no, no fue así, sino que esa barrera helada se hallaba en este lugar exactamente; entre Canada y Alaska (por eso esta última fue inicialmente rusa y no americana). Nos quedamos boquiabiertos.

Comienzan los cambios. El principal es que el suelo es mucho menos húmedo que mas al norte, y gracias a ello los abetos son más grandes, sanos y resistentes, las ramas son más gordas y eso es una alegría para nosotros: nos facilita mucho la vida en las noches a la hora de colgar las alforjas, hay muchas más opciones.

 

Vamos descendiendo hacia el sudeste y cuanto más bajamos, más especies de árboles, plantas y flores encontramos; también de animales. Hemos encontrado en la carretera, pegándose su paseo matutino a coyotes e inlcuso un lince que se mantuvo tranquilo cuando paramos a su lado, y continuó como un gatito manso sin intención de escapar o desaparecer entre los arbustos, incluso llegamos a cruzar la mirada, mirarnos directamente a los ojos por un momento.

Instantes como estos valen su peso en oro, valen todo el esfuerzo hecho, todos los duros momentos… esa mirada salvaje y pacífica clavada en la tuya, en el medio de esta explosión de naturaleza en su estado mas puro hace que todo merezca la pena, te hace sentir parte del todo, un animal más en el mundo y feliz por estar vivo.

Las tardes-noches son espectaculares. Imaginad un lugar en el que esa mágica media hora que precede al atardecer en la que los colores cambian y se hacen más cálidos, en la que el cielo, el sol y todo lo que te rodea cobra esa especial belleza… imaginad que eso durara horas y horas… así sucede aquí, cada día, las noches son eternos atardeceres.

Durante el día la luz también es diferente, tiene un brillo muy intenso, tanto, que no hay quien saque una foto bonita.

Kilómetros y kilómetros de tierras salvajes, naturales, en su estado más puro; sin rastros del ser humano.

A penas nadie pone un pie en estos bosques infinitos, tan sólo los “tramperos” los cazadores que usan trampas, pero esos se internan en los bosques a pie (a veces para ir a zonas remotas usan una avioneta o helicóptero) y no dejan rastro de su paso a penas. Están totalmente integrados en el medio y eso saben sobrevivir en él; quedan pocos, son una raza en extinción. Ambos soñamos con encontrar uno y poder compartir un rato con él.

Bosques, glaciares, montañas, lagos… así debió de ser el mundo un día.

Nos lavamos en los ríos y acampamos cerca de ellos, vivimos ahora más que nunca ajenos al tiempo, el cual, si en la normalidad de nuestros días apenas sirve para nada, ahora que la luz es constante… nos es totalmente inservible. Como la noche nunca llega, podemos pedalear en cualquier momento, hasta la hora que nos apetezca.

Uno de los días lo hicimos, no nos podíamos ir hacia el sur sin saborear lo que es pedalear por la noche ¡¡¡entera!!!… de nuevo, esa palabra… no hay otra que lo pueda definir… mágia.

Aparecen los primeros osos a los lados de la carretera, estábamos deseosos y también inquietos. No llevamos el spray (el spray anti-osos ) y nos han contado casi siempre historias llenas de horrores y muertes pero… lo más importante y lo que más nos tranquiliza es saber que nosotros… no somos su comida.

Fue en Africa donde aprendimos que a los animales si los respetas, ellos (de nuevo si tu no eres su alimento) te respetarán a ti también. Hay que conocerlos, saber que hacer y sobre todo, que no hacer en su presencia: ahí está la clave.

(Ya os compartímos todo lo que nos han ido diciendo en cuanto a comportamiento con los osos en la entrada anterior en el blog: la de Alaska. Por ello preferimos usar este espacio para contaros cosas nuevas y no repetir lo ya escrito.)

Cuando andamos pedaleando y encontramos alguno, frenamos y echamos pié a tierra a una distancia suficiente para que no se ponga nervioso, entonces nos suele mirar. Nosotros le hablamos, agitamos los brazos al aire, arriba, colocados siempre cerca de las bicis para parecer muy grandes; como si la bici y nosotros fuéramos una misma cosa. Normalmente no tardan más de 30 segundos en girarse y perderse en el interior del bosque; a veces se marchan tranquilos, otros corren, de vez en cuando se giran para mirarnos de nuevo, elevándose sobre sus dos patas para después proseguir la marcha.

Los osos grizzleis son bastante más grandes que los negros (que son los que más abundan) y eso hace que no se asusten, por eso no se suelen ir cuando nos ven y la cosa con ellos suele llevar mas rato: todo es cuestión de paciencia, de darles sus tiempos y sobre todo de no intentar forzar pues en cuanto se sienta incomodo, fácilmente atacará.

Honestamente, acojona; hace que la adrenalina se nos dispare pero, al mismo tiempo y, de nuevo, nos hace sentir muy vivos, presentes y por supuesto: en contacto directo con la vida.

En Whithehorse, la primera ciudad canadiense, disfrutamos de paseos, de buena y abundante comida y de la hospitalidad de una amable pareja que nos hospeda de nuevo a través de warmshowers.org. ¡¡Por fín un descanso de un par de días, ducha caliente y camita blanda!!. El cuerpo lo agradece aunque nosotros al tercer día en la mañana estamos deseosos de terminar de empaquetar todo para poder salir de nuevo ahí fuera.

Es un placer inmeso pedalear estas tierras.

Lo único que se nos hace pesado cada noche, es el tener que colgar las alforjas: buscar el árbol que tenga las ramas lo suficientemente altas y fuertes para aguantar el peso, además, no pueden quedar pegadas al tronco pues los osos negros trepan y si las dejas muy cerca de él, podría subir y engancharlas a zarpazos por lo que, la rama… no puede ser una cualquiera, la cosa precisa de ciertos requerimientos. Después, una vez seleccionada, hay que entrar entre el denso follaje y una vez allí, atinar con nuestro enorme candado al que va atada la punta de la cuerda, que entre por el sitio exacto y que luego…. caiga y no se quede arriba enganchado. Atar la alforja, tirar de la cuerda y hacerla subir… ¡¡allí quedan!! hasta la mañana siguiente. 

 

La lluvias nos van pillando y ellas son las que nos marcan los ritmos diarios. No las esperábamos en esta época del año pero… aquí están, y nos toca lidiar con ellas con la mayor filosofía posible.

Lo principal es mantener la tienda y los sacos secos, eso es lo básico, lo más importante del día. Si sale el sol un rato hay que parar y colgar todo lo que esté mojado a secar. Aquí, ahora, no es tanto el avanzar sino, el sobrevivir, el sobrellevar lo que vaya surgiendo, los kilómetros son secundarios.

En estos lugares tan solitarios, de tanta naturaleza y tan poco ser humano, las pequeñas cosas, hacen grandes diferencias” – comentaba Aitor en la noche, antes de dormir- “el tener una galleta o dos para mojar en el café, el encontrar un lugar con techo aunque no tenga paredes donde poder cocinar tranquilo, sabiendo que no te vas a mojar, el tener agua para saber que puedes hacer el desayuno y no vas a salir con la barriga vacía a la día siguiente: eso es aquí la calidad de vida”

Vemos a diario muchos Alces, al principio creíamos que les gustaba nadar en los lagos, después nos fijamos en que buceaban por largos periodos de tiempo, finalmente nos explicaron que lo que hacen es comerse las algas que crecen en el fondo, que por lo visto son muy nutritivas y… ¡¡parece que les chiflan!!.

La «Cassie Higway» (la carretera Cassier) es la recta final del país: resulta bellísima y eso sí, con muchos más osos.

Adrenalina y alegría, paz y calma, esfuerzo y gratificación, naturaleza y vida, ¡vida!, cada día una celebración: así lo puedo resumir.

¡Queda siempre tanto por contar!, intentamos resumiros, ir al grano, quitamos del medio interesantísimas charlas y apasionantes momentos, visiones, detalles, encuentros…. para que esto no se alargue mucho pero… ¡hay tanto, tanto! que un blog no da, ni si quiera dan las fotos; no cuando la belleza del lugar ocupa los 360º, o cuando el glaciar es tan grande que hagas como hagas… no entra en la foto.

Lo intentamos de todos modos, para, aunque sea solo un poquito compartiros algo de lo visto y lo vivido en estas tierras del norte.

No podemos acabar sin por lo menos mencionaros la impactante belleza de las montañas rocosas… fue entrando a Jasper… ¡espectaculares!: de nuevo ese sentirse pequeñito como una hormiga, estos paisajes nos dejan en un profundo silencio físico y mental y, agradecemos el asfalto pues nos permite no tener que mirar la carretera para avanzar y podemos rodar sin quitarle el ojo a las cumbres, a las que uno podría quedarse observando eternamente.