Un episodio terrorífico.

Aqui estamos en Opuwo, un pequeño pueblo que no es más que un cruce con casitas de chapa y barro que lo bordean. Opuwo que significa «suficiente» es el nombre que decidieron poner a este lugar. Nos han contado que la gente andaba (y aun hoy andan) muuuuchos kms para llegar acá. Kilómetros de desierto y de áridas tierras, kilómetros sufridos y al llegar, finalmente al verlo en el horizonte todos decían alegres: “Opuwo” (“suficiente”, ya no se camina más)” .
La útima vez que vimos más de 7 casas juntas fué 500kms atrás y con nuestras alforjas ya vacías casi del todo, estábamos deseando llegar a una tienda que tuviera algo más que arroz. La idea era comprar y continuar pero finalmente Opuwo nos ha cautivado y ya llevamos tres días aquí..

La mezcla de tribus (de esas de documental de la dos, de esas que uno imagina cuando imagina Africa) en este lugar es algo que te supera dejándote boquiabierto la mayor parte del día. Es la sensación de nuevo de andar metido en algún documental del Africa más remota y profunda, gentes que a nuestros ojos parecen vivir en la edad de piedra, que por más que los mires no puedes terminar de creer lo que ves y a ellos, al vernos, les sucede lo mismo. Es un intercambio de incrédulas miradas y sonrisas porque, lo mejor es que de fondo siempre hay alegría.

La mezcla en este punto central de tierras semidesérticas, donde todos estos nómadas viven aún en la misma forma que cientos de años atrás, es lo que nos ha hecho hacer un alto en el camino y quedarnos a ver y conocer más y mejor estas gentes.

-”Ya hemos vuelto a Africa.”- comentábamos el día que entrábamos en el pueblo.
El haber recorrido Sudáfrica y Namibia ha sido un descanso, unas vacaciones del Africa más pura…. y dura. Aquí, en el norte del país, a un paso tan solo de la frontera con Angola, hemos vuelto a encontrar aldeas, mercados, mujeres dando de mamar al niño que cuelga enganchado a la teta, mientras ella camina cargando madera en su cabeza, musica a tope, bailes, suciedad, sonrisas, ojos curiosos, manos que piden, tambien que dan.

Un país apenas poblado con una superficie tres veces la del tamaño de España, tiene tan solo una población de dos millones de habitantes.
Ha sido, como todo desierto, dificil. Terrenos así, viajando en bici, requieren un mínimo de fuerzas fisicas y morales.
Disfrutar en medio del sufrimiento sabe amargo pero al tiempo es dulce y refuerza el alma os lo aseguro.
El momento más dificil no solo del viaje sino (podemos decir) de toda nuestra vida: el momento en que por primera vez pensé que de esta no salíamos, que quizá era el fín, que la muerte finalmente habia venido a hacer su visita, fué en medio de la noche. Una noche, la mas larga de toda mi vida …..la noche en que acampamos inconscientes e ignorantes en el medio de una zona llena de animales salvajes y, guiados por su olfato algunos vinieron curiosos y hambrientos a visitarnos: primero una hiena, después…..leones….
…….si…….
¡¡¡ leones !!!.
Un macho, tres hembras y varias crias estuvieron tan cerca de nosotros que pudimos escuchar como trituraban los huesos y la carne de un animal que, a tan solo a unos metros de y sin saberlo, dando su vida, salvó la nuestra. Pero fueron las tres horas anteriores a esto las que nunca olvidaremos, jamás. Agazapados en la tienda, siendo conscientes de nuestra total y absoluta vulnerabilidad, fuimos escuchándolos aterrorizados acercarse desde al menos un par de kms (cuando los oímos la primera vez) hasta llegar a rondar en círculos la tienda de campaña, donde, con tanto miedo que ya, no se puede llamar miedo, que ya no se puede llamar ni nombrar, nos manteníamos en total silencio y quietud, con todos los músculos del cuerpo tensos, conscientes de que lo único que podíamos hacer era esperar quizá…. la muerte.

Sintiéndonos tan frágiles y desprotegidos ante la presencia de esas fieras…..tan estúpidos e ignorantes por haber acampado allí….tan….tan…..tan difícil de poner en palabras, y más en letras.
Aquel animal que pasó por allí en ese justo momento, fué lo que sació el hambre de los felinos que, tras cazarlo y engullirlo a tan solo unos metros, decidieron marchar una vez llenos y calmados.
La experiencia nos dejó en estado de shock durante varios días en que apenas hablámos. Pedaleamos hasta el primer pueblo y allí acampamos en una especie de camping donde, rodeados de gente nos sabíamos a salvo y, con el pasar de los días todo se fué diluyendo y quedó atrás.

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