Nagaland, una vuelta atras en el tiempo.

El té y la selva juntos, bellísima mezcla.
Alternándose pueblan este montañoso distrito de Mon, el primero en recibirnos en Nagaland. Nunca antes ví una mezcla como esta, me tiene tan maravillada que no siento la dureza de las empinadas cuestas, ni las piedras, ni los baches del camino, nada importa ante tanta belleza.
El sufrimiento que supone este avanzar es el visado para entrar en estas tierras, y viendo lo que nos rodea…. aún dando el 200% me pareceria un chollo.

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Bellos rostros, bellas razas y tribus. Belleza y la más especial, en la gente mayor, los abuelos, las abuelas, esos que vivieron en los tiempos del «head hunting» (los tiempos de los cazadores de cabezas) si, tal y como habéis leido «cabezas, y si, cabezas humanas.

Cuando encontramos en internet la informaciónn a cerca de que en estas tierras se practicaba la caza de cabezas, nuestros ojos hacíann chirivitas:

-¿Que? ¿y eso es verdad? ¿siiiiiii?- no dábamos crédito a lo que leíamos sobre un estado con unas 16 tribus diferentes y rivales, que hasta los años 50 han practicado este «arte» y de entre ellos, los Konyak (la tribu que puebla el estado de Mon) parecían ser los más grandes y valerosos guerreros.

En sus constumbres estaba el tatuarse en relacción a las cabezas cazadas: si el tatuaje está en el pecho, el que lo lleva ha sido entrenado en el arte de cazar cabezas, si el tatuaje es en la cara, el que lo lleva ha cazado alguna y si es un gran cazador el tatuaje cubrirá también su cuello. La reina era la que tatuaba, ella y sólo ella, y se creía, que junto a la cabeza se capturaba el espíritu del guerrero y ciertos poderes mágicos….

¡¡Todo lo que leíamos nos sonaba tan único, tan increible!!,

nos parecía estar leyendo un libro de cuentos o historias fantásticas más que sobre una realidad. Por supuesto, ambos decidimos:

– Dejamos ahora mismo los planes a un lado y ¡¡¡vamos pa”lla!!!.

Ante algo así, todo puede esperar.
Una enorme curiosidad y un gran interés aderezados con un toque de morbo (que todo hay que decirlo) manaban de nuestro interior con este cambio a modo de energía que nos impulsaba, de felicidad que nos hacía sonreir, de agradecimiento, no solo por ir a vivir otra aventura sino, por el hecho de ser libres de cambiar de planes así, de un momento a otro.

El no habernos fijado ninguna meta, nos permitía y nos permite girar el timón sin explicaciones y cambiar de rumbo a nuestra voluntad, a nuestro antojo, y eso nos hace sentir millonarios en fortuna, libres y ligeros, aunque nuestras bicis pesen verdaderamente como un par de enormes camiones.

Así fué que en vez de seguir hacia la frontera con Myanmar (la cual teníamos ya a un tiro de piedra) nos desviamos 400kms para poder entrar en este estado de Nagalad por el norte y tenerlo enterito para ser cruzado, de nuevo un estado de pura montaña.

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Montañas, montañas, montañas es lo que hemos tenido en todo Nagaland: unos 800kms de un subir y bajar constante, de las cumbres a los valles, y a los rios, y de nuevo a la cumbre y al valle y al rio.
Hemos andado rodando por pequeñisimas y perdidas carreterillas junto a la frontera con Burma todo el tiempo, carreteras de esas de las que mas nos gustan:
las que la gente del lugar apenas toma y nadie sabe ni en que estado se encuentran de tan secundarias que han llegado a ser, dejadas, remotas, olvidadas……mmmm…. tan apetecibles.

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En estas tierras y sobre todo en el distrito de «Mon» las antiguas generaciones, los que aún quedan, son de lo mas especial y único que en muchos años vimos, quizá desde los Himba en Namibia no habíamos visto algo tan impactante.
Hombres y mujeres de caras tatuadas, de coloridos trajes, bolsos y sombreros con trozos de cuernos, cabellos enrrollados en madera tallada, collares de calaberas, sonrisas y ojos amables de quienes fueron guerreros y ahora viven en paz.

Todos los hombres, desde los mayores a los más jovenes, llevan colgado a la espalda un tipo de machete alargado de mango largo que apenas pesa y que se cuelgan de una especie de funda hecha de madera que queda a su espalda, por supuesto, todo hecho a la manera más tradicional y artesana:

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– Esto no es una herramienta -comentaba Aitor la primera vez que tuvo uno en la mano- esto es un arma, herramienta si, pero de lucha. ¿Sabes porque lo sé? por el peso, está muy centrado, compensado entre las dos esquinas, si fuera un hacha el peso quedaría siempre delante pero estos…..mira, los puedes mover y girar muy rápido- explicaba mientras lo giraba ligeramente, con gracia y estilo.

Sintiéndolo mucho, amigos, hemos de deciros que las fotos que sacamos de estas gentes, o mejor dicho , de esta generación, son todas mentales. No tenemos una sola que colgar en la red, pero seguro que si queréis podéis encontrar imágenes que otr@s viajeros hayan conseguido.

Vimos tan claremente que no querían ser fotografiados, que no quedó ni un momento a la más mínima duda, es más, a menudo escapaban (siempre muy sutilmente) de nuestras miradas incluso, y ante tal actuación, por supuesto que ni sacamos la cámara de la funda ante su presencia.

Todos los días, cada uno de los días, hemos dormido en poblados y con gente.

Ante el aviso constante de que los grupos de guerrilleros que andan luchando por la independencia de Nagaland se hayan ocultos en los bosques, y no serían muy amigables con un par de forasteros, decidimos escuchar y en vez de acampar y retirarnos en la noche, acercarnos y estar, y conocer, y contar y escuchar, escuchar, escuchar…. cada noche junto a un fuego.

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Al igual que en Meghalaya, la constante ha sido esa, las noches junto al fuego, sentados en corro, sobre pequeñas banquetas de madera que no alzan mas que un palmo del suelo
Cercanía y calor en noches frías.

El hecho de que en todos los poblados hubiera alguien que hablaba inglés ha facilitado las cosas, y además ha hecho que la comunicación fuera mucho mas alla de lo superficial y aprendiéramos con ellos, de ellos, cosas como que son descendientes de los mongoles y que sus pueblos, si están siempre en lo alto de las colinas es debido a los continuos ataques que antes eran constantes entre tribus, incluso entre aldeas vecinas. Cada pueblo era considerado un reino y el Angh es el rey o administrador aunque, a la hora de tomar decisiones que afecten al pueblo, estás, aún a día de hoy, se toman en las asambleas de «los ancianos» formadas por un grupo de hombres de avanzada edad pues, debido a su experiencia de vida, son más capaces de decidir sabiamente por el bien de todos.
La voz de los mayores se escucha como consejera y sabia, siempre.

Aldeas impresionantes, hechas de casas de madera y paja con calaveras de búfalo colgando de los muros hacia el exterior en la parte frontal (llegamos a contar hasta diez en alguna casa)

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En el hogar de un joven profesor de inglés que vive con los padres, la mujer y su pequeña hija, nos hospedaron un dia, dormimos en una habitacion donde el escudo y las ropas tradicionales del padre estaban colgados de un perchero a un lado de la habitacion…. nos quedamos ambos con la boca abierta. Algo digno de ver: huesos, calaveras chiquitas, piel de animal y piedras, algo que incluso para ellos ya quedó atrás pero que aún respira, aún tiene vida aunque ya este a punto de extinguirse pues, como nos contaba este joven profe, los jovenes de ahora tienen tele y ven lo que hay fuera y…. lo quieren, no quieren trabajar más en el campo ni quedarse en las aldeas, quieren ciudad, coches, ropa, teléfonos, dinero y vivir como en esas novelas que ven en la tele.

Hasta hace pocos años eran felices aquí, así. No habían visto otra cosa y por lo tanto no había un… «mejor» y si no hay un mejor tampoco hay un … peor. Ahora si, ahora ha llegado la insatisfación, les ha llegado a traves del virus de la occidentalización, virus que parece no tener vacuna y  que segun vemos, se ha propagado por el mundo como la peste.

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Recordando encuentros, aparece ahora el «Angh» de un pueblecito llamado «Aboi» que nos llevó a dormir a casa de su hermano. Un hombre dulce y tranquilo con el que nos hubieramos quedado hablando por días, por semanas. Nos decía que el problema de los Naga (Nagas son el grupo de todas las tribus que pueblan Nagaland) es que en sus tierras han colocado una frontera y ellos, han quedado divididos en dos países diferentes, con todo lo que eso implica.
-Tambien- nos contaba mientras cruzábamos el mercado, caminando hacia la casa de su hermano- habéis de tener en cuenta, que fué solo en el 1970 que las tribus de este estado nos enteramos de que existía un mundo ahí fuera. Nagaland -nos decía ya con un té en la mano sentados en el porche de la casa- no fué conquistado por India sino por los ingleses, y fué cuando Inglaterra se marchó, cuando este estado pasó a formar parte de India. Nos entregaron a los hindúes y firmamos un tratado con ellos, que más que acuerdo fué un engaño, pues después, nunca se cumplió.

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El resto de distritos que hemos cruzado han sido más suaves en cuanto a la hora de pedalearlos, algo más modernos y con menos dureza que el de Mon donde la lluvia, el barro, el stress de mojarse, las cuestas, los repechos, el frío, la ausencia de pueblos y el extremo de austeridad nos han hecho saborear una dureza generalizada y contínua sin descanso. Eso, nos ha hecho más fuertes.

Piernas duras como columnas de marmol. Después de días de pedaleo en estas tierras, nos siento asalvajados. Pedaleando estamos fuertes, me parece ver a dos jabalíes, nos da igual sube que baja. Avanzamos con ganas.

La mente también está fuerte y es que cuando aceptas mentalmente que hay que subir y bajar, que así va a ser por días y que la carretera es y va a ser mala y punto, entonces…. sí, se sufre pero de otro modo, no esperas nada, ninguna mejoría y por eso deja de importarte la dureza. Es así, es lo que toca y disfrutas también, todo va junto como una empanadilla, la masa y el relleno y en cada bocado, un poquito de cada.

como las empanadillas mosaico

El saludo por excelencia en todo Nagaland varía entre:
– « All the best!! » (todo lo mejor) o el de «-Enjoy your trip !!!» (que disfrutes el viaje).
Las sonrisas y los buenos deseos al verte pasar son diarios, contínuos, casi en cada encuentro.
Un chaval nos comentaba al vernos, que el se da cuenta que hemos venido de muy, muy lejos hasta su pueblo y que ha de ayudarnos siempre que pueda y si no, al menos, enviarnos buenos deseos, eso es lo que ha de hacer, lo mínimo y lo más normal, no se puede concebir otro modo de actuar.

Os prometo que nunca antes, en ningún otro lugar (y mira que ya pasamos por lugares y países) me empujaron tantas veces para ayudarme a subir una cuesta, y han sido sobre todo los niños pero ha habido de todo, hombres y mujeres:
-«Let me help you!!» (deja que te ayude) y comienzan a empujar bien fuerte, triplicando la velocidad que llevo, y se rien, y yo me troncho, y ellos se rien más aún, y subimos, cansados tod@s, y también partidos de risa.

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Sí, Nagaland ha sido bello, un acierto total el habernos desviado y sin prisa alguna por seguir, ni por avanzar, haber tomado el tiempo de cruzar estas bellas, salvajes y tribales tierras de las que aún os podríamos contar algunas cuantas historias más, alguna increíble y de verdadera película, de esas que nos reservamos para los encuentros en vivo y en directo (no son cosas para ser contadas en un blog) y que nos han hecho crecer, aprender y como os decía antes, ser más fuertes.