Nueva Zelanda y las sorpresas.

Las cosas son como son y a menudo, nunca cómo imaginabas que serían.

Nos gusta a los seres humanos mirar el futuro y pintarlo a nuestro antojo, ponerle colores y formas, moldearlo como quién coge un pegote de plastilina y comienza a juguetear con él haciendo aparecer a su antojo personajes, formas, animales… pero… hace años me dí cuenta de que eso, lo de imaginar el futuro, lo de planearlo, más bien lo habría de meter en el «cajón de los vicios», o en el de los «entretenimientos» y no tomarlo muy en serio.

En sí no está mal, te da el impulso de avanzar, de seguir con entusiasmo hacia el plan pensado pero… es tan solo un juego y personalmente no me aferro ya a ello ni un segundo, pues sé por propia experiencia y a ciencia cierta que un encuentro, un suceso, un evento… hará que a medio camino todo se transforme hacia lo impensado, y lo inimaginable hará acto de presencia dejando el plan original a un lado, difuminado en el recuerdo. Finalmente… tan sólo un juego.

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Podemos afirmar ambos al mirar hacia atrás en nuestras vidas, que siempre la realidad superó finalmente nuestros mejores y más bonitos sueños, de ahí, de esa definitiva seguridad nace esta profunda y constante sensación de agradecimiento, que aún ante la aparente catástrofe mantenemos, a sabiendas de que no está todo dicho nunca, de que lo uno sigue a lo otro y de que ésto nos llevará a aquello, que nada concluye hasta la muerte y por lo tanto, todo puede suceder en cualquier momento.

Así ha pasado en Nueva Zelanda, lo inimaginable hizo acto de presencia. Atónitos vimos como los sucesos se estiraban, se encogían, giraban y transformaron la realidad hasta convertirla en un inesperado regalo, una oportunidad exquisita.

Os cuento….

El plan era estar casi cuatro meses en este país, y durante ellos pedalear las dos islas tranquilos, como siempre, dándole tiempo y cabida a todo para saborear al máximo el camino. Los padres y la hermana de Aitor vendrían en los últimos 25 días y juntos alquilaríamos una caravana y recorreríamos con ellos lo que más nos hubiera gustado, lo que quedara por descubrir. Tenían muchas ganas de venir, de ver cómo es este «otro lado del mundo», las antípodas de la península ibérica.

Pero todo se transformó…

Ya os contamos todo sobre el pedaleo en la isla norte en la anterior entrada del blog pero, algo quedó reservado y en secreto en ese escrito: todo comenzó con una ligera sensación interna de inapetencia hacia el pedaleo, Aitor lo iba disfrutando como siempre (teniendo en cuenta que tras los dos meses de visita a la familia ambos estábamos fuera de forma, y los principios con las bicis tan pesadas son bien duros) Me sentía fuera de lugar, haciendo algo que… de repente… no quería hacer.

Me descubría ensoñando, pensando en que llegara ya el descanso para… ¡¡escribir!!,

laura y escribir

el impulso superaba las ganas de viajar, de conocer, de ver y hacía perder el sentido a todo lo que no fuera sentarme a ello; continuar, si «continuar»: en la visita navideña a España había por fin, comenzado (tras muchos años de decir que «ya lo iba a hace», que… «ya me pongo en cualquier momento») oficialmente a escribir el libro de… bueno, los primeros 3 años de viaje, desde los comienzos hasta finalizar África.

Fui yo quién decidió el comenzar con ello pero… lo que no esperaba es lo que sucedió: el proceso en sí tomó vida propia y dejé literalmente de estar al mando. Era como si el libro desde otra dimensión necesitase de mis manos para materializarse y me usara para cobrar vida, no era ni soy yo quien se la da, es él quien a través de mí aparece por sí mismo.

Ambos, Aitor y yo éramos espectadores, testigos de esta sensación apareciendo, creciendo en mí hasta tomar tales dimensiones que nos hizo parar y tomar una decisión al respecto, pues seguir avanzando así carecía totalmente de sentido.

Había de parar y escribir. Y nos abrimos a las posibilidades, a mirar, a estar atentos a ver si aparecía algo o alguien…

Lo que estaba claro es que Aitor pedalearía la isla Sur, pero… ¿y yo?.

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Estando en el sur de la isla norte y ya finalizado todo lo que os contábamos en la anterior entrada, decidimos contar a los que habíamos conocido hasta el momento nuestra situación y hacerlos saber que buscábamos un sitio en el que pudiera estar, para seguir escribiendo. Fue así que nuestra historia llego a los oídos de Ron, un maravilloso personaje que hizo realidad lo impensable.

Me ofreció a estar sin limitación de tiempo en su casa de la playa. Un lugar que él solo usa los fines de semana y que superó toda expectativa posible: una de las casas más bellas y especiales que nunca vi. Amplia, rebosante de paz, con vistas al océano sobre el que cada tarde el sol se ponía allí enfrente, cada tarde. He pasado los últimos dos meses y medio allí, recluida en lo que sentía como un palacio de cristal en el que el libro cobraba vida en secreto, en silencio. Volando en el tiempo, jugando a traer recuerdos, contar lo que fue… aquellos ojos y aquellas palabras, el sabor de un momento, el sonido de un silencio, el tacto de una lágrima… todo junto, dolor y libertad, sufrimiento y pasión, logro y pena, adioses y bienvenidas… todo junto saliendo de «el saco de los recuerdos». Ir sacando de él uno a uno, quitándoles el polvo, colocándolos sobre la mesa, en el suelo… por todos lados y con todos fuera; ver y decidir en cual sumergirme para revivirlo y así poder compartirlo; cuál no cabe y había de meter de nuevo en el saco. Y así he ido formando el texto consciente de que un día unos ojos escucharán, al leer esas palabras mi voz silenciosa.

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Y mientras tanto… Aitor tomaba el barco hacia la isla Sur, embarcándose no solo en él sino y al mismo tiempo en una andanza de nuevo solitaria; como en los comienzos de su viaje cuando en el 2006 recorría como único tripulante de  su aventura, Nepal, India, el Sudeste Asiático, China y el Tibet (éste último de manera clandestina).aitor en solitario

De la Isla Sur cuenta maravillas.

Lo mejor, según dice, fue el momento de salirse del asfalto y tomar caminos, senderos para bicicletas que recorren la isla y en los cuales podía rodar totalmente solo sin rastro alguno de humanidad.

Impresionantes lagos que al recibir la luz del sol devuelven como regalo a quién los mira un tono turquesa intenso que deja sin palabras a cualquiera.

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En especial, dice, el lago Pukaki que con el monte Cook al fondo resultó no solo una visión, sino una vivencia que siempre quedará grabada en sus retinas y en el mismo alma. Un acierto fue el decidirse a recorrerlo por su orilla Este la cuál nadie toma pues todos se dirigen al Oeste, al asfalto; por la ruta que las guías de viaje recomiendan y por eso mismo, él se decidió a evitarla. Todo un acierto, repite, sin duda alguna.

El otoño le brindaba un regalo, los colores: rojizos, amarillos y una variedad tal de marrones que pintaban el paisaje, las enormes montañas,  los valles y los árboles de un modo espectacular, indescriptible.

El invierno que comenzaba a hacer acto de presencia hacía duro el acampar; las tardes gélidas y las mañanas heladas hacían muy difícil mantener el calor pero eso sí, con la lluvia tuvo tanta suerte, que nadie le creía cuando contaba que sólo fueron 3 días en mes y medio los que hizo acto de presencia. Afortunado Aitor, siempre.

Recorrido ya todo lo que quería ver, se encontró con unos días extras en que debía hacer tiempo hasta que llegara su familia; decidió entonces hacer una ruta más, una de 300 kms por pista, la «Alp2Ocean trail» que le volvería a llevar a los pies del monte Cook. A tope, a ritmo, sin tener que esperar por mí en las subidas; libre, fuerte y decidido volvía a saborear de nuevo la dificultad y la dureza, el superar límites y el darlo todo entre esas montañas que tras cada curvan le iban regalando un nuevo paisaje, a cual más espectacular, visiones que lo hacía echar el pie al suelo, parar, enmudecer. Abrazado a la soledad y al mundo al mismo tiempo disfrutó cada segundo, según explica, como un tesoro, como un regalo.

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Recogía a su familia con un especial brillo en los ojos que delataba la profundidad de todo lo que había vivido.

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Han sido 16 días de recorrer a lomos de la caravana, de la casa rodante y en familia la isla sur de nuevo, de visitar algún lugar que había quedado pendiente y compartir con ellos los descubrimientos que había hecho. Tras ello y ya en la isla norte, me recogían y en 6 días llegábamos tod@s a Auckland desde dónde ellos volaban de nuevo a casa y nosotros, tras empacar y ajustar en las cajas el peso permitido; tomábamos un avión con el que hemos cruzado el pacífico entero, entre sueño y sueño, y con un profundo dolor de culo y de cuello al mismo tiempo, descendíamos finalmente del avión en nuestro destino final… ¡¡¡Alaska!!!… aún no lo podemos creer y nos lo tenemos que repetir para poder hacerlo…

– ¡¡Eh, que… estamos en Alaska!!.

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Nueva Zelanda, sin más.

Llegamos al aeropuerto por la tarde, con el cuerpo roto y perdido, con sueño, hambre y totalmente desconcertados por el extremo cambio de horario y de posición en el mundo.
Dormimos en las sillas del aeropuerto rodeados de tooodos los bultos y paquetes para no salir a la carretera de noche. Sueños a golpes y raros.
A la mañana siguiente nos tomó 4 horas y media recolocar todo en su sitio: sacar las dos bicis de las cajas y montarlas de nuevo, de eso se encargó Aitor, mientras, yo abría el resto de cajas sacando toooodo lo que llevamos y formaba de nuevo las alforjas. En aquella esquina del aeropuerto estaba desparramado todo lo que usamos, lo que necesitamos para la normalidad de nuestra vida, todo lo que poseemos. Era una sensación parecida a cuando te toca, o te da el siroco, te arremangas y dices….
-Hoy toca limpieza de armarios- y sacas todo para volver a meterlo una vez limpio, pues… igual-igual pero en el medio de un aeropuerto.

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Salimos directamente a carreteras secundarias. Ni tenemos interés en la capital, ni en coger carreteras principales por más que prometan ser llanas o acortar kilómetros, hemos venido a disfrutar, no ha acortar ni a escatimar, esto no es una carrera ni nuestra intención es llegar a ningún lugar.
La primera sorpresa fue el no encontrar gente en la calle, hemos hecho mucha Asia en los últimos años y tanta África en los anteriores, que nos hemos acostumbrado a los lugares donde siempre hay gente en todos lados, incluso caminando en la carretera, gente fuera, haciendo vida juntos, mezclándose.
El no ver a nadie nos resultaba tan chocante y frío que daba hasta repelús.
«Pero…¿dónde están todos?, ¿qué pasa aquí?, ¿cómo funciona ésto?, ¿habrá una fiesta en otra parte?….»

Días más tarde, descubrimos el misterio: la gente se mueve en coches, de su casa al trabajo y después, al supermercado (o a los puntos en que se compra), allí es donde se les puede ver, pero, el tiempo es limitado pues tras comprar vuelven al coche y de nuevo a sus casas. Mayormente así es como funciona todo. En el día a día, son las puertas de los supermercados el mejor sitio para verlos, observarlos.
Hubo algo que al ver a las gentes que pueblan este país nos dejó literalmente mudos, impresionados, fué chocante ver la cantidad de personas obesas que hay, no sólo gordos: obesos. Así es como ambos habíamos imaginado América, pero nunca hubiéramos pensado en Nueva Zelanda de esta manera. Algo enfermizo.
Lo que sucede lo descubrimos también más tarde: aquí se come mucha comida basura, la comida rápida americana hace furor y vale dos reales, la verdura y la fruta son bastante caras y muchos viven de fritos, de patatas de bolsa, galletas y bebidas azucarados. Esta realidad asusta.
En su mayor parte son los más pobres los más gordos, y en su mayor parte son los Maoríes (los nativos de estas tierras) los más pobres.
En los primeros días de pedaleo nos dirigimos hacia el centro de la isla, las montañas.

Nueva Zelanda mosaico a las montañas
Un inciso es necesario aquí, con vuestro permiso, para contaros que tras pedalear las islas Indonesas, nos decidimos a aparcar las bicis por un rato y hacer un par de viajes. Diferentes motivos familiares, (unos tristes y otros alegres) nos hicieron decidir que estas navidades era importante pasarlas con la familia.
El viaje te toma, te lleva, te tiene, te sucede y se alarga en el tiempo, se convierte en tu vida y los años pasan, puede que (como en nuestro caso) pasen muchos, muchos años y que pierdas algunos momentos verdaderamente importantes (quizá más para los otros que para un@ mismo) e irrepetibles. Aquí teníamos uno de esos momentos y encontramos de forma milagrosa, una buena oferta de vuelos, así que como el turrón, volvimos de nuevo…. ¡¡a casa por navidad!! pero antes… hicimos un curso de meditación en Nepal, y un par de meses de yoga en India, total: hemos estado cinco meses sin tocar las bicis que dejamos al marchar, a buen recaudo con un amigo en Kuala Lumpur (capital de Malasia) a la espera de nuestra vuelta.
Notabamos con las primeras montañas de la zona centro de ésta isla norte, los síntomas de la baja forma que especialmente en las cuestas arriba se dejan notar.
El dolor de la baja forma quizá se acuse más en la mente que en las piernas, el no dar, el no poder, el sufrir…. te puede hechar abajo fácilmente. Cuando un@ está fuera de forma, lo que hay que mantener fuerte es la mente, si fallan las piernas, ella, la mente, no puede fallar, sino…. estás perdid@.
Las montañas se iban sucediendo de contínuo y la lluvia pisándonos los talones no nos permitía tomar el tan esperado día de descanso, nos iba empujando, empujando.
La zona central de la isla es muy lluviosa pero una vez se llega a la costa este, todo se transforma y se reseca, apenas llueve y había que cruzar si o si, pues anunciaban grandes tormentas en los próximos días.

tormenta
También eso sucede al viajar así, dependes de los elementos, son el viento, la lluvia, el calor, el frío los que a menudo marcan tus ritmos y descansos, no eres tu quien toma las decisiones. Nada nos hace sentir mas libres, mas vivos, mas seguros y felices, que dejar las decisiones y ritmos en manos de la vida misma, y tomar lo que nos trae, agradeciendo.
Pedalear, es decir cicloviajar, para ambos no es sólo ir en bici y en eso coincidimos, cicloviajar es mucho más, es movernos con absoluta libertad y otra cosa, ha de ir unido a acampar; entonces es total, es un todo, una sensación de unidad con el mundo, con todo lo que nos rodea y por lo que transitamos.
Mear y cagar en el campo, no lo cambiamos por ningún baño, bañarse en un río, si, frío, pero… ¡vivo!. Sentarse en la hierba, mirar las nubes, las estrellas, los pájaros, sentir el viento, refugiarte del sol bajo un árbol, cocinar a un lado del camino… todo eso para nosotros, es viajar en bici.
En multitud de lugares, de paises, de momentos al llegar, al acampar en la tarde, nos hemos dicho:
-¡¡De nuevo estamos en casa!!.

Casa es todo, el mundo en sí, un mundo que personalmente y con el paso de los años percibo más como un Todo y no como algo dividido.
Aunque justo en éste país la división existe, si.
Un país vallado al completo y cuando digo todo, es eso: TODO.

Para nuestra forma de viaje eso significa dificultades: al medio día para cocinar, en los descansos para refugiarnos del fuerte sol (el cuál aquí es especialmente duro debido al agujero en la capa de ozono que… si, se deja sentir y hay que protegerse) pero como siempre, ante la dificultad…. hay que adaptarse, crear soluciones y cambiar hábitos.
Para dormir hemos estado preguntando a los granjeros si podíamos poner la tienda dentro de sus terrenos y así, hemos encontrado que aquí la gente es extremadamente amable y cordial. Siempre hemos recibido sonrisas e incluso alguna invitación a pasar a tomar una ducha y un té, nunca hemos visto un mal gesto ni un desprecio, siempre, siempre bienvenidos y finalmente, las vallas que aparentemente están ahí para separar, nos han traido el acercamiento a estas gentes y poder conocerlos un poquito más.
Interesante dicotomía.

mosaico dormir en casas

Andamos durmiendo también en los bosques, en los pocos trozos que quedan, pues hemos descubierto que allí no hay vallas y son nuestro lugar preferido, evitamos los campings e incluso los que son gratis, pues no hay nada como dormir en plena naturaleza, sonidos nocturnos sin identificar, animales, alguno se acerca y olisquea pero estamos tranquilos…. no son leones (much@s ya sabéis la historia), giramos pal otro lado la cadera y seguimos durmiendo en el mejor hotel de todos: la tienda y el bosque.
También volver a sentir en la mañana el cuerpo roto, cansado, tras haber dormido 9 horas ¡¡aún no me poderse incorporar!!; las muñecas, la espalda, los cuádriceps, el cuello, las manos… dolores y cansancio, pero hay que seguir adelante, y el cansancio, desaparece con los primeros 10 o 15 kilómetros, en cuanto el cuerpo calienta y la mente se despista con el paisaje.

dormir en bosques

Yamas, vacas, ovejas y lo inesperado de cuán parecido es éste otro lado del mundo en cuánto a árboles, flores, plantas… con la media montaña española. Después también nos cuentan que los colonizadores se cargaron los bosques originales y fueron trayendo e introduciendo árboles, plantas y cultivos traidos de sus países de origen, de ahí la aparente semejanza.
Ya se nos está poniendo color de gitanillos y tenemos las piernas picoteadas, también arañadas. El sudor ha dejado de oler y las manchas de importar, algunos churretes negros aparecen por la zona de atrás y abajo del cuello… estamos de nuevo en nuestra zona de confort.

A Nueva Zelanda, los Maoríes (Maorí significa «local» u «original») que son las gentes que habitaban éstas tierras antes de la colonización, la llaman «Aoetaroa» que significa: «larga nube blanca».
Reímos, sí, cada día para nosotros al ver de contínuo en algún lado del horizonte, a diario, una larga nube blanca encaramada en las montañas, cada día está y ha estado en alguna parte, en el horizonte.
Los maoríes ahora son minoría y andan luchando a día de hoy, por sus derechos legalmente con el gobierno y reivindicando sus tierras. Llegaron aquí según cuentan navegando en barcas de madera desde las islas del pacífico.
Grandes, fuertes, de piel y cabellos oscuros y bellos rasgos, siempre fueron fuertes guerreros, se saludan juntando la punta de la nariz y la frente en señal de compartir el aliento de la vida.
Es mucho más el trato que hubiéramos deseado tener con ellos, pero según íbamos descendiendo a la zona sur de la isla, hemos visto como la población maorí ha llegado casi a desaparecer en éste área. De todos modos en el tiempo que nos queda ya haremos por juntarnos, por estar y aprender más de estas gentes y su cultura.
Prometemos contar.

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Tras llegar a la costa este y justo en el cruce en que habíamos de decidir que ruta tomar, aparecen en dirección contraria dos ciclistas que vienen también cargados con bastantes alforjas, si, somos de la misma raza. Paran y comenzamos a charlar, resultan ser un canadiense y un americano que se disculpa por serlo.

El canadiense lleva 8 años viniendo a pedalear por aquí, y conoce todas las rutas, nos regala un mapa y nos indica una carretera que será más larga y si, dice, también más dura y montañosa pero promete la ausencia de coches y camiones, paz y tranquilidad y, por supuesto, cambiamos el plan y nos dirigimos a ella.
Así, por carreteras solitarias y montañosos parajes, seguimos poniendo las piernas en forma para la isla sur.
Llegamos, tras múltiples encuentros con lindas gentes que nos han ido ofreciendo sus casas como refugio, y su amistad como regalo, a Wellington, lugar al que nos dirigíamos llenos de emoción, pues un viejo amigo-hermano Iraní, hace años se traslado a vivir aquí y llevamos desde entonces, diciéndole que «ya llegamos Mehdi», «ya vamos para allá».
Le conocíamos en el 2008 en nuestro primer paso por Irán, en el 2012 tras Africa y salir de nuevo por Europa, pedaleábamos con él en el segundo paso por Irán por dos meses, juntos y a menudo partidos de la risa. Una linda alma, con un irónico y fresco sentido del humor al que por fin hemos vuelto a pegar un abrazo que llevaba años esperando en las alforjas.
Aquí estaremos un par de semanas o tres, compartiendo de nuevo, antes de arrancar a la siguiente aventura que os contamos en breve…. podemos adelantar que lo que viene son… sorpresas inesperadas que os dejaran quizá a mas de un@ boquiabiertos.

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Sulawesi, «La travesia»

A Sulawesi llegamos por un solo motivo: realizar una travesía por la selva, pura, salvaje. Atravesarla por una estrecha senda por la que solo a pie, en moto de campo, o en bici se puede cruzar. Una zona de montañas remota, perdida en el centro de esta isla Indonesa.
Un par de cicloviajeros, Salva y Nico, de esos pocos que se meten por todos los terrenos, por los rincones más inhóspitos, de esos pocos que ya han recorrido muuuuucho mundo por las rutas más perdidas y remotas, son los que nos compartieron la información sobre esta travesía. Ambos ya hicieron otras selvas, también África, pero nos la seguían señalando como: “de lo más impresionante y, sí, duro pero único, inolvidable y puro”
Así… ¿a ver quién se puede resistir?.

Bajamos del barco con todo, todo, todo el material desgastadísimo, desde las alforjas que van recosidas y pegadas, a los componentes de las bicis, de los pantalones hasta las mismísimas bragas y calzones… todo muy viejo a punto de decir ¡¡ya basta, aquí me quedo!! .

Cruzábamos los dedos para no quedarnos tirados en medio de la travesía, seguramente para muchos sería una locura meterse en la selva así como nos metimos: la llanta trasera de Aitor iba rajada, las ruedas tan desgastadas que daban risa, y mis cambios saltando cuando querían (por lo viejos, por el uso) pero era o eso, o nada, o ahora, o nunca y… no lo pensamos demasiado (normalmente ese es el mejor truco).


En Makassar (la capital de la isla a la que llegamos en el barco) nos recibía Elvis en su casa, un amigo de otro amigo que nos había acogido en la isla de Java, el cual a su vez, era también amigo de otro que también nos acogió, así sucede en Indonesia de continuo, uno te pasa a otro y este a otro, y todos te abren las puertas de la casa y del corazón con una naturalidad y sencillez que enseñan. Dando y compartiendo todo.

Allí, en su casa dejamos las cosas que no íbamos a necesitar en la selva para rodar lo más ligeros posibles, sabíamos que iba a ser duro de verdad, que ahí dentro no habría bromas. Cuando el terreno es extremo, el ir ligero es calidad de vida, significa disfrutar más del sitio.
Todo sucedió como a contrareloj, el barco llegó en la noche y pudimos  cruzar la ciudad tranquilos, sin trafico ni calor, Elvis nos ayudó esa misma mañana a conseguir un bus que aceptara las bicis y que saliera esa misma tarde hacia el norte. Con los visados a punto de caducar, teníamos los días contados y solo había tiempo para hacer la travesía y salir rápido de la isla, así que teníamos que recorrer unos 600kms en bus de ida y luego de vuelta para llegar a tiempo a coger el avión y dejar Indonesia.
Llegábamos a Posso con el cuerpo reventado tras 20 horas de autobús. Un puñado de casas y unas cuantas tiendas donde comprar lo necesario, un enorme y precioso lago rodeado por montañas… ¿para que queremos más?.


Un poco de aceite a las bicis aquí… allá… un ligero repaso antes de empezar… todo preparado… y de repente oigo a Aitor blasfemando a lo lejos…

-¡! ** **** ** dios!! La **** *****. ¡¡ ** **** ** dios!!

El eje de su rueda delantera estaba ¡¡partido!!, y la tienda de bicis más cercana a 200kms atravesando las montañas.

-No te imaginas Laura, 6 horas de ida tía y 5 de vuelta y todo para llegar a la tienda sí, pero que vende ¡¡triciclos de plástico!!- comentaba Aitor según entraba por la puerta de la habitación del hostal donde yo esperaba, con cara de reventado y casi a media noche- ¡¡triciclos y juguetes!! una tienda de chiste, no lo podía creer cuando he llegado, pero bueno he conseguido esto, puede que valga…..estoy roto pero no me aguanto, voy a ver si vale ahora mismo.
Y valió, sí que valió, menos mal que valió.

Yo, os confieso que le tenía miedo a la travesía, sí, la temía en secreto, pero sabía que Aitor no se iría completo de indonesia sin haberla hecho, ama los retos, la dureza es algo que él convierte en motivación y por eso no me permití a mi misma alimentar ese sentimiento de “pereza-miedo-madre donde me estoy metiendo”.

No le dije a él nada, simplemente me dije a mi misma…
-Bien, morir no voy a morir, sufrir si, seguro que sí y seguramente bastante por lo que, solo hay que prepararse mentalmente para ello y ya está.


Arrancábamos en la mañana cogiendo la carreterilla que bordea el lago por su lado derecho, un asfalto viejo y roto nos daba la bienvenida. Por ella tan solo motos y muy de vez en cuando, una furgonetilla cargada de gente hasta las orejas.
Tras unos kms de bucólicas playitas escondidas entre la vegetación, pueblitos de cuento (que no pasan de ser una línea de casas al borde de la carretera), bellas vistas y tranquilidad, llegamos finalmente al cruce donde comenzaba la primera y seria ascensión, de órdago a la grande:
En 17 kms una ascensión de 1.500m.
Vamos sin mapa, sin gps ni cosas por el estilo, y esta vez además sin cuentakilómetros (el mío hace mucho pasó a mejor vida y el de Aitor tras las lluvias en las otras islas un día literalmente, se ahogó y no ha vuelto a reaccionar desde entonces).
Llevamos apuntados los nombres de 3 pueblos (Bomba, Gintu y Gimpu) y las ganas, el coraje y la motivación apunto, así comenzamos, ascendiendo desde el primer metro en una dura e interminable cuesta, repechos de quedar sin aliento, empujando a ratos (yo), sentir a veces como las piernas se debilitaban y no dan para terminar la cuesta, ver el final allá pero las piernas… no dan, bajarse y a empujar.

Aitor de nuevo me dejaba en un estado de entre sorpresa, incredulidad y admiración al verle subir los repechazos, siempre montado, dándolo todo, pero sin bajarse, a ritmo, incluso con tiempo para parar arriba y volver atrás de nuevo para echarme una mano a empujar la bici hasta que llegamos a la suya de nuevo. Algo para ver, yo, lo miro de reojo mientras el sudor me chorrea por el cuerpo, escurriendo literalmente al suelo por la punta de la nariz, por los codos, la barbilla….a chorros.

Una parada, respirar y todo cobra sentido de nuevo, la selva, la vida, la paz, ni rastro de gente o aldeas, ni tráfico, entonces te merece la pena el sufrimiento pues nos ha traído hasta aquí, y esto solo acaba de empezar.


y a seguir…. Aún hemos de recorrer bastantes kilómetros para llegar al principio de la travesía.
Una sorpresa, un regalo….¡¡el asfalto no se acaba!!, según nuestra info hace unos años esta carretera estaba reventada, era pista, con arena y piedras y a eso veníamos preparados pero, desde el cruce de abajo hace muchos kms ya, no ha parado el asfalto, sigue y sigue.
Mientras ascendemos y nos elevamos a fuerza de pedaladas, vamos entre risas dando las gracias a los que con su esfuerzo lo pusieron, al que tuvo la idea y al que la aceptó, al que puso el dinero…. tuvimos tiempo durante la larga subida de agradecerles a tod@s.

Montañas repletas de abundante vegetación, una fiesta para los sentidos y para el alma.


Dormimos una vez pasada la cima e iniciado ya el descenso en un claro que afortunadamente encontramos pues en la selva eso es difícil. Pasamos la noche aún en altitud, siempre, si podemos elegir en estas tierras de calor tropical dormimos arriba, es una forma de asegurarse una noche fresquita y sin humedad, lo cual, significa descanso.

Una noche en que la selva nos hizo un regalo inolvidable, luciérnagas pero… ¡¡tantas, tantas!! como nunca antes habíamos visto. Montones de ellas todo alrededor, amontonadas en ciertos árboles, flotando alrededor de la tienda de campaña ¡¡por todos lados!!, algo realmente inolvidable.

Al día siguiente pudimos disfrutar las vistas del valle de Bada, aún desde lo alto nos seguían regalando momentos de exaltación y de felicidad con tan solo mirarlas.

Abajo en una llanura 3 pequeños pueblos y plantaciones de arroz, el resto selva, montañas cubiertas en su totalidad por una selva abundante que no daba espacio a nada mas, ni un claro.
No nos pudimos resistir a hacer un día de descanso en un lugar tan especial por lo tranquilo, tampoco pudimos remediar el impulso de visitar al menos uno de los monolitos que pueblan esta zona como champiñones.


Salimos finalmente, aquí daba comienzo la parte más interesante del recorrido, finalmente era el día, el momento.
Un sendero estrecho de entre 40 a 70 cms aparecía ante nosotros, la selva se cerraba a nuestro alrededor a ambos lados, arriba también, 360º a la redonda, selva, vegetación, abundancia…. algo realmente excitante.

Comenzaba así un sube y baja, sube y baja, que no paro apenas en todos los kms del recorrido.
El sendero iba variando entre piedra, tierra, barro, charcos y riachuelillos que cruzar.

Aún estando en época seca no ha pasado un día en que no lloviera desde que llegamos a esta isla, las gentes nos cuentan que se debe al calentamiento global, que ya nadie sabe cuando lloverá y cuando no, que el tiempo está loco.
Para nosotros, las últimas lluvias significaban más dureza añadida.
Rodeados de tanta, tanta, tanta vida nos movíamos en una especie de éxtasis que de algún modo nos impulsaba…. árboles gigantes, trepaderas, palmeras rarísimas, flores y plantas de todo tipo que unas con otras, sobre otras, entrelazadas, mezcladas, inundaban todo a nuestro alrededor.
En esos momentos por duro que sea, no se piensa, se sigue, se sigue, se da todo y punto, no es momento de pensar, no hay espacio, solo se vive, se es, se sigue, se para, se descansa por un poco y se sigue y ¡¡se da todo!!.
Si te hiciste una herida empujando en la cuesta empedrada, si te caíste al intentar pasar el riachuelo o si te asusta el ver el barranco que tienes justo ahí, al borde del sendero, el cual de repente se redujo a 30cms y abajo el río….. no se piensa, en todo eso no se piensa, se sigue.
Si la bici pesa, o si el barro del charco en el que te acabas de hundir, te sale por entre los agujeros de las sandalias hacia fuera de tanto que te entró: no importa, sigues, avanzas, empujas y ves, y vives el momento atento a todo para no caer, para pasar el siguiente obstáculo como sea posible y después el siguiente.
Si no puedes pasar el rio porque es profundo, pues se quitan las alforjas y se cargan de varios viajes…. ¿y las bicis?…. ¡¡¡se cargan también!!! .

Avanzar es la clave, la palabra y la única directriz. Nada más importa en esos momentos, vas al límite. En esos momentos en que paras a respirar… miras….ves….la selva a todo tu alrededor, que suena, que grita, que ruge, ¡¡que vibra!!.
Giras en una curva y encuentras la siguiente cascada, el siguiente árbol que por lo descomunal, te hace parar, mirarlo un poco más de rato, saludarlo y presentar respetos ante tal descomunal belleza.
Recibes, recibes constantemente con tan solo estar, recibes de la experiencia en sí, del superar esta cuesta o pasar ese derrumbamiento de tierras que bloquea el camino…. recibes.


El no tener referencia alguna de kilómetros, el ser conscientes de la amenaza de la lluvia al ver el cielo casi negro (cuando raramente aparece entre las copas de los árboles) y el mal estado de la pista, nos hicieron decidir no  parar mas que lo mínimo, reducir las paradas y el tiempo parados, así nos aseguramos el llegar a la aldea, la cual, está a la mitad del recorrido total de esta pista.
Según sabíamos era el único sitio en que poder acampar, la abundancia y densidad de la selva que no abre un metro de espacio, el calor y los mosquitos hacían casi imposible el pasar la noche aquí en medio…. además llegando nos aseguramos también llegar al día siguiente al siguiente punto donde dormir, conseguir comida y poder seguir….. había que llegar si o si, así que no íbamos a parar a cocinar ni nada por el estilo, con galletas y panecillos nos fuimos arreglando.
Aunque hubo algo que nos hizo parar más de lo esperado y fue, el tener que cambiar las gomas de los frenos, pues debido a tanto barro y a las piedritas que entraban, nos desaparecían ¡¡a la velocidad de la luz!!. Nunca cambiamos tantas en tan poco tiempo, en dos días 7 pares, si ¡¡¡7 pares!!! .
Hubo un momento en que comenzamos a percibir señales de cambio en el sendero, en la selva, como os decía, al no llevar cuentakilómetros no teníamos ni idea de lo que quedaba y fueron esta vez nuestros sentidos los que nos avisaron de la cercanía del pueblo:
unos cuantos troncos cortados y amontonados a un lado del caminito nos indican que hay gente cerca, unos árboles de cacao y después de café entre la maleza también pues, son plantaciones, un estrecho sendero que sale a un lado, sembrado de huellas…..¡¡nos acercamos!!, llegábamos y respirábamos ambos soltando tensión pues el chaparrón que nos amenazaba con caer y liarnos una gorda, finalmente no nos había pillado.
Cayo más tarde, ya en la noche.


Tras una curva apareció en el sendero, un tío caminando descalzo, muy fuerte y delgado al mismo tiempo, de ligeros y armoniosos movimientos, de figura estilizada, con su enorme machete atado a la cintura, en la funda de madera típica de la zona:
-¡¡Jalan bagús!!! (buena carretera)- nos dice cuando pasamos a su lado al tiempo que se retira del estrecho sendero metiéndose entre las plantas para que pudiéramos pasar, nos señalaba al frente, una brillante y bella sonrisa contrastaba con su oscura piel.
Tras la siguiente curva y por los últimos 500m. una capa de cemento de unos 40cms de ancho, nos hacía sentir de repente como «Alicia en el país de las maravillas»… ¡¡Llegamos a Moa!!.
La curiosidad secretamente nos desbordaba de saber quiénes y cómo viven aquí…. ¡¡aquí!!… literalmente en medio de la selva (pues aún teníamos otro día igual por delante para salir de nuevo de lo más denso de ella).
Al llegar, en un segundo teníamos a un buen puñado de vecinos de la aldea agrupados a nuestro alrededor pero a distancia, observando pero tranquilos, sonrientes sin decir palabra. Ojos curiosos y bellas sonrisas.
Tras las primeras preguntas nos dirigieron a la casa del «Kepala Desa» (jefe del pueblo) el cual nos acogió sin apenas mediar palabras. Fue luego más tarde, ya una vez duchados que llegó su hijo el cual, chapurreaba algo de inglés y entre eso y el indoneso que hemos aprendido nosotros, tuvimos para disfrutar de un rato compartiendo ideas, sueños, conociéndonos un poquito mas, hasta que el cansancio del día pudo con nosotros.


Noche de pulgas y de picores.
Desayunamos pronto, muy pronto, nos preparamos y arrancamos ante la curiosa mirada de los de casa, de los vecinos y de alguno más que pasaba por allí.
El primer kilómetro de nuevo cemento, y gracias a él poder rodar y al tiempo observar el paisaje, viendo como los hombres a estas horas, salen a los campos de arroz que bordean el pueblo, o más allá, a la selva a hacer su día. Personajes peculiares éstos, de fuertes rostros y cuerpos, duros, en forma, finos y fuertes, elegantes, lindas y amplias sonrisas.
El día fue exactamente como el anterior, aunque éste, algo más largo en kms, además encontramos mucha, mucha más agua en forma de riachuelos, también un ancho río de corriente bien fuerte.

Uno de los derrumbamientos ésta vez fue duro de superar, de esos que quedan para siempre grabados, nos hizo sudar la gota gorda y jugarnos el pescuezo incluso, al cruzar cargando las alforjas y luego las bicis, caminando sobre un montón de troncos caídos llenos de barro, para llegar al único punto para cruzar había que descender una empinadísima pendiente a la que seguía un barranco.
Más dureza, más selva, mas deleite y sustos, más picaduras y descubrimientos, más belleza y dureza. Dureza y vida, pura vida, 360º a nuestro alrededor por cieeeentos de kms.
¡¡Qué regalo!! !! ¡¡qué gran regalo!!.


Acabamos el día exhaustos, rotos y plenos, todo a un tiempo.


Alegres y tristes, habíamos llegado si, pero eso significaba que aquello ya… quedaba atrás, se acabó. La experiencia había sido tan intensa que era como salir de un sueño.

Nos acogieron esa noche en una iglesia, también al día siguiente dormimos en otra. Los siguientes dos días fueron un ir saliendo de la selva poco a poco, a través de un valle de altas montañas.

Pueblos chiquitos y tranquilos, selva aún alrededor, hospitalidad y poco trafico para volver a la civilización.

Y así con esto acabamos con Indonesia.

Ésta fue la última y más sabrosa aventura en las islas, así decíamos adiós a estas bellas tierras en las que hemos sudado la gota gorda pero que finalmente, nos han dejado un dulcecito regusto en los labios y una suave huella en el corazón.

Una vez mas…. ¿que decir?, no cabe duda:

Terima Kasih!! (muchas gracias).

De isla en isla y tiro por que me toca

 

Seis han sido el total de islas indonesas que hemos rodado, y como suele suceder cada una ha sido un mundo.

El paisaje, la gente, la experiencia… podríamos dedicar un largo escrito a cada una pero hemos decidido resumir y contaros aquí un poquito de cada; así, como uno de esos platos de turrones que en estas fechas aparecen a la hora del postre….. un pedacito de cada isla…..
y… ¡¡que aproveche!!:

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JAVA

¡¡Tráfico!! si, no fue una novedad.
Ya nos lo habían dicho otros ciclistas, y es que hay tanto tráfico en Java (sobre todo en el oeste) que la gente ha comenzado a ganarse la vida con/de él, os cuento:
Se plantan en el medio del atasco, del cruce o del semáforo, se traen un pito de casa y comienzan a intentar organizar, dar vía libre por aquí, parar a aquellos de allá, y así hacer que el enredo se deshaga. Agradecidos los conductores, les brindan alargando la mano por la ventanilla a la que pasan a su lado, unas monedas o algún billete, por su ayuda, por su trabajo.

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Otros (y ésto fue confuso en un principio y chistoso finalmente) son más estratégicos: colocados en las curvas cerradas de los puertos de montaña, las más empinadas, esas en las que los camiones cargados que suben tienen que abrirse para poder tomarlas, esas en las que frenar no es una opción pues si lo hicieran sería un grave problema el arrancar de nuevo: demasiada inclinación para tal carga.
Es por eso que les son tan útiles estas gentes que, colocadas en las curvas, al verles llegar cortan el tráfico del sentido contrario y les dan paso. Los camioneros les lanzan los billetes al pasar y pitan en señal de agradecimiento.

Una vez pasada la zona centro de la isla, empezó lo bueno.
Hasta ese momento lo que habíamos disfrutado de los días de pedaleo no habían sido los paisajes ni el rodar sino la gente en general, pero sobre todo una cosa: las comunidades o asociaciones de bicis, es decir,  los clubes ciclistas.

A través de una página de facebook: «warmshowers indonesia» formada por ciclistas, se van pasando la información y todos saben sobre las novedades en la isla en todo lo referente a bicis.
Así fue como todos se enteraron que andábamos cruzándola, que íbamos a encontrar un amigo que venía a pedalear por unos días con nosotros, y bueno, casi de toda nuestra vida. Nos convertimos en conocidos para todos y día a día, se volcaron en ayudarnos, acompañarnos, hospedarnos, habituallarnos…. todo, todo. Nos vinieron en varias ocasiones a recibir unos 10-15 kms antes de la ciudad, en grupo, y juntos pedaleábamos hasta la casa del que ese día se había ofrecido a hospedarnos.

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En el momento de salida se repetía lo mismo: todos, en grupo salíamos hasta que el tráfico característico de las ciudades bajaba y allí, en ese mismo momento ya estaban pasando la información a los que nos estarían esperando en otro pueblo.

Todo esto, nos ha hecho llevar un ritmo más alto, hacer bastantes más kilómetros y muchas, muchas  menos paradas.

Tener ya en la mañana un sitio al que llegar es algo realmente inusual, atípico para nosotros pero, que nos ha hecho disfrutar, conocer a montones de gente y llevar mejor el tráfico y los atascos.

De algún modo el trato con ciclistas nos ha hecho más ciclistas.

Tras cruzar el centro de la isla, llegó la fiesta, dura pero… fiesta.

En el este de la isla de Java se sitúan dos enormes y espectaculares volcanes activos: el Bromo y el Ijen. Elegimos verlos aún a sabiendas de que cogíamos una ruta muy, muy dura, y que haríamos más kilómetros de los necesarios para cruzar la isla, pero, como cruzar no es el fin y llegar no es el motivo de movernos, la decisión era clara: queremos conocer lo más interesante, lugares de naturaleza en estado salvaje… ¡¡esos son los nuestros!! ¡¡ahí vamos!!.

Nos habíamos reunido finalmente con Angel justo antes de la primera ascensión. Nos conocimos cuando nos hospedó en su casa de Figueres (en nuestro pedalear el norte de España allá por el año 2011) y  justo cuándo iba a comenzar su primer viaje en bici. Desde entonces ha viajado ya unos cuantos buenos kms por el mundo, e incluso ha escrito un par de libros al respecto. Clown (payaso gestual) no sólo de profesión sino de espíritu, trabaja a veces en circos y cuando no tiene bolos, se monta en la bici y recorre el mundo aquí o allá.

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En la ascensión sufrimos todos, sufrimos los tres, era lo esperado, sabíamos de antemano en lo que nos metíamos, una ascensión memorable, de muchos, muchos kilómetros con unos desniveles de esos que te hacen reventar las piernas, los brazos, el cuello, incluso los dientes duelen de apretar la mandíbula, ¡¡nada de broma el bromo!!!. Extenuante pero…. mereció la pena.

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Tras dormir un rato apiñados los tres en la tienda de campaña, justo tras pasar la cumbre, nos despertábamos un par de horas antes del amanecer.

Era de noche si, hacia frío, también, no teníamos referencias y los 11 kms de la caldera del volcán resultaron ser de tierra-arena pero, aún con todo, la experiencia fue de lo más especial.
La luna llena en lo alto, el silencio, el volcán vivo bajo nuestros pies…. y así llegamos a unas casetas colocadas ahí, en el medio de la nada aparente. Un lugar donde unos pocos hacen negocio con los turistas que atrae este espectáculo de la naturaleza como es Bromo.

Dejamos las bicis allí y nos echamos a andar para intentar llegar a tiempo: había que encontrar el lugar por dónde poder subir las paredes del volcán y así, desde arriba contemplar el amanecer: la danza de las luces, los colores y las sombras con las densas nubes de humo que brotaban del centro del volcán, y aunque nos perdimos y salimos rozados, arañados y mojados, llegamos a tiempo.

Mereció la pena, todo, aquello fue simplemente… majestuoso.

java6El Ijen nos tocó al día siguiente, aquí no hay tregua, otra subida parecida a la del Bromo, esta vez lo que nos esperaba arriba nos hizo silenciar pero también tragar saliva y sentir un agujero en el estómago.

La mayor parte de turistas que vienen hasta aquí lo hacen atraídos por «las luces azules»: a eso de las 2-3 de la madrugada y metiéndose dentro de la caldera del volcán puedes ser testigo de un mágico efecto que los gases del volcán generan, luces azules, si, azul como el fuego de las cocinas de gas, un azul que baila y danza entre el humo que emana del volcán y se mueve a un lado, a otro. Algo así como una aurora boreal dentro del crater.

Pero allí hay algo más.

Allí hay gente, gente que trabaja tan duro como nunca vimos.

Allí abajo el ambiente es hostil, dentro de la caldera de un volcán los ojos escuecen, la garganta también, has de cubrirte la cara con mascarillas o como en nuestro caso con un trapo húmedo pero, la mayor parte de estos mineros están desprotegidos, sin guantes, sin calzado adecuado…. se les oye toser, toser, toser.  Son unos 80-90 los kilos de azufre que cargan sobre sus hombros mientras escalan, arriba, por la empinada pared del volcán, sudando, dándolo todo.

Alrededor turistas, hablan, les sacan fotos. Los turistas vienen hacen la foto y se van, ellos estarán aquí hoy y también mañana, ésto es lo único que hay para ellos.

El amanecer, los trabajadores, los turistas, el sudor, las fotos, esos ojos, las risas, la tos… tener todo eso ante nosotros trajo silencio, un profundo y pesado silencio, un silencio que cayó en nuestros hombros cargado de preguntas sin respuesta, de impotencia.

A veces en éste recorrer el mundo hay que tragar saliva, una saliva que sabe amarga y que quema, hay momentos que te hacen replantear todo, que duelen y ante los cuales… nada puedes hacer, solo tragar y aprender.

Abría más, mucho más que contar de Java, siempre son más las historias que se quedan que lo que puede salir pero… sigamos, avancemos, continuemos con el viaje y crucemos en ferry a la siguiente isla:

BALI

Sinceramente de Bali no esperábamos mucho. Un lugar tan turístico… desde hace tantos años… bueno ya se sabe lo que hay en esos lugares, normalmente no algo que nosotros disfrutemos (aunque comprendemos y respetamos que otros si lo hagan, todo depende, siempre … depende. Ni bueno ni malo, ni mejor ni peor. Depende).

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Pero mira tu que esta isla vino a darnos de nuevo en los morros con nuestras expectativas, con nuestros juicios nos sacudió, y quedamos encantados, no solo por la semanita que nos pegamos en un hotel primo hermano del mismísimo paraíso: cabañas de madera y paja, jardines y flores en cada esquina, flores, flores, tantas que las había ¡¡hasta flotando en la piscina!!… Un lugar de reposo para el alma, para los ojos, para el espíritu y lo más sorprendente, a un precio de risa, y es que, entramos directos a recorrer la costa norte, justo el lado opuesto a lo más turístico y conocido de la isla y eso en los precios se nota.

De allá decidimos cruzar la isla por el centro y eso significaba ascender, pues son sólo montañas las que pueblan el interior.
Los hoteles eran caros y ¡¡no teníamos ganas de pagar tanto por dormir solo unas horas!!… mira, dormir, lo que es dormir…. nosotros… dormimos en cualquier lado.

Tras salirnos de la carretera principal y a base de ir improvisando, a sabiendas que la dirección a seguir era siempre hacia abajo, decidimos parar ya de anochecida (pues todo estaba poblado y no había manera de encontrar nada para acampar) y preguntar a unos que nos dieron buena vibración por un lugar para poner la tienda esa noche, y así fue que un vecino nos oyó y salió a ver que pasaba.

Un amable balinés que había trabajado en el pasado con turistas por muchos años, abajo en la costa, y por lo tanto hablaba muy buen inglés, mucho mejor que nosotros.  La noche, finalmente, la pasamos en su casa, charlamos, comimos con toda la familia e incluso visitamos el centro social de al lado, en el que andaban tocando música tradicional.

Amables, abiertos, sencillos nos volvieron a recordar que es mejor no opinar, ni formarse juicios de algo hasta que lo conoces.

En otro día de pedaleo llegábamos al puerto. Bali es una isla pequeñita, no llegábamos siquiera a los 200kms pedaleados y ya, se nos había acabado.

Llegábamos sin Angel pues éste era el punto final de la convivencia, nos habíamos despedido en el hotelillo pues, desde aquí, su ruta era otra.
Despedida y retome de nuestros ritmos, los cuales habían variado como también los de nuestro amigo.
Aún a pesar de las muchas diferencias en nuestras formas de viajar, el querer estar juntos, hizo que nos adaptáramos para crear un punto medio en común. Un gran personaje, un buen amigo, una experiencia sabrosa, sabrosa la de pedalear con él.

 

LOMBOK

Una isla chiquitilla en la que pedaleamos tan solo 92kms.

De nuevo tráfico pero esta vez venía unido a carreteras estrechas, nada agradable. En una parada escribía en el diario algo que explica muy bien la sensación que ambos compartíamos…. «Lombok, es como un jersey de esos de lana que pican y según te los pones ya te lo quieres quitar, lo mas rápido posible».

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Recién despiertos, antes de tomar el barco en la mañana.

Pues eso, lo bueno es que la experiencia duró un suspiro.

 

SUMBAWA

De esta isla todos nos habían comentado que no tenía nada, que no merecía la pena, pero fue llegar, y nos hizo dar cuenta de algo:
desde que comenzamos a pedalear en Indonesia, han sido bastantes las veces en que hemos tenido la sensación de que si, es un país muy chulo, unas islas bonitas, claro, si muy wapo pero… no sé… como que… algo le faltaba, algo sentíamos que… no se… faltaba.

Aquí nos dimos cuenta de qué:

No le faltaba, le sobraba: gente y tráfico.

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El hecho de que hubiera tanto de lo uno y/o de lo otro, no permitía esa tranquilidad del pedaleo, del acampar, de la cual estamos ambos enamorados hasta la médula y la cual nos hace seguir disfrutando y eligiendo esta forma de vida.

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Sumbawa nos lo brindaba a raudales, ese silencio, esa calma, naturaleza y tranquilidad, mar y costa que pedalear.

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Bella y pacífica Sumbawa, tranquila y humilde en medio del mar.

 

FLORES

Para poder llevar adelante el perfil de la isla de Flores hay que asalvajarse hay que tener…  ganas, hay que ser capaz de sufrir y aguantar, de subir para bajar y de seguido, volver a subir, y seguir de nuevo. Toda la isla es así:

Un cúmulo de volcanes, montones de ellos, uno tras otro y luego otro, en medio del inmenso mar.

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Aquí no valen los miramientos, ni las palabras, esta es una isla de hechos y punto, sino estás dispuesto, mejor saltársela.

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Literalmente Flores nos enamoró, por tener en sus 600 y pocos kms de largo todo lo que hasta ahora habíamos visto en Indonesia: selva, volcanes, playas paradisíacas, terrazas y campos de arroz, gentes tranquilas amables y sencillas, deliciosa y barata comida y si, muchas flores pero de verdad que si hubiera sido yo una de esos portugueses que al colonizarla la dieron el nombre, la hubiera llamado más que flores, montañas.

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Aún así y de nuevo: mereció la pena la dureza física que supuso el recorrerla.

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Como podréis imaginar, a estas alturas estábamos bien en forma, tras todas las islas montañosas recorridas en los últimos meses, las piernas rodaban sin apenas necesidad de descanso, acabábamos las jornadas sin poder creer la cantidad de kms que andábamos recorriendo. Estábamos preparados para el reto final en éste país, para el cuál debíamos tomar un barco, esta vez sería por dos días.

Esta última visita tenía un único fin: ponernos a prueba en la selva.

Nos dirigíamos a realizar una travesía en la plena y pura selva, una ruta que conocíamos  de oídas por dos cicloviajeros que nos habían pasado la información, dos que son dos de esos duros, locos que eligen las rutas más salvajes y bonitas. Sabíamos lo que nos esperaba y aunque sinceramente yo la temía con toda el alma…. estábamos lo más en forma que habíamos estado en mucho tiempo por lo que, si había un momento …. era éste y en barco, partimos hacia Sulawesi.

Mecidos por el mar, acomodados en las hamacas que conseguimos colgar del techo y acoplar justo sobre las bicis en una de las terracitas laterales del barco, repasábamos mentalmente los momentos que hasta ahora habían marcado el pasar por estas tierras Indonesas…

…los momentos vividos en los días de cruzar las selva,

… los gritos de los monos que nos contestaban al imitarles,

… el descubrir curiosidades como que el tronco de la hoja de la papaya (el rabito que la une a la rama) ese trozo, se usa como pajita para beber el agua de los cocos por ejemplo, pues aunque no lo parezca, está totalmente hueco por dentro.

… el seguir sintiendo tan claramente, a diario, que tras tantos años de pedaleo y de recorrer el mundo,  aún seguimos ambos seducidos, cautivados por el viaje a ritmo de pedal.

Y personalmente…. alguna que otra lágrima me escurría por las mejillas al tiempo que el corazón se me hacía una pasa cuando recordaba los momentos en que me informaron por internet de la muerte de mi abuelo… eso también lo tiene el viaje… uno se pierde a los que están lejos y a veces… se van.

En esos momentos se siente uno de repente lejos, cada metro duele, y la impotencia te agarra las manos, te amordaza.
Mi abuelo tenía algo así como un mantra que repetía a menudo y que llevo, y llevaré conmigo en su recuerdo, en su honor:

«Aunque te duela ¡¡camina!!»- decía apretando los dientes.

-Aquí seguimos abuelo, seguimos caminando.

 

 

 

 

 

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Indonesia, la tierra prometida.

La llegada a Sumatra fue de lo más chistosa.

Como no tenemos apenas experiencia en volar con las bicis, las habíamos desmontado y metido en cajas de cartón como mandan los cánones (más tarde encontraríamos una forma más sencilla y menos trabajosa pero… sigamos por dónde íbamos, eso es otra historia) por lo que, al aterrizar en Sumatra teníamos que armar todo de nuevo en el mismo aeropuerto para poder arrancar a pedalear. Sabíamos que iba a hacer un calor de tres pares de narices y que si el aeropuerto era pequeño, podía tocarnos hacer todo el trabajo de montar las bicis y rehacer  las alforjas …  al sol.

Decidimos echarle cara al asunto y como no le hacíamos ningún mal a nadie y el aeropuerto era lo suficientemente grande como para no dar mucho el cante, nos hicimos los locos y dentro, allí mismo, abrimos las cajas, sacamos las herramientas  y nos pusimos manos a la obra, eso sí, con A/C, a la sombra y tranquilitos. Todo un regalo.

Nadie dijo nada, much@s pasaban y se reían, o se quedaban así como entre asustados y confusos  por lo inesperado y estrafalario de la escena.

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Llevábamos tiempo echando más y más cubos de esperanza, entusiasmo y expectación  a la montaña de ilusiones que ya habíamos construido en torno a la idea de pedalear Indonesia. Esperábamos de algún modo África: poblados, tribus, un lugar de esos en que uno siente haber retrocedido en el tiempo.

Las expectativas como ya bien sabemos por pura experiencia, no son más que obstáculos, inconvenientes, lastres que la mente construye y alimenta aún a sabiendas de que son ellas las causantes de la frustración. Un gran error por nuestra parte que nos trajo un gran chasco.

Lo que encontramos al salir del aeropuerto y  entrar en Medan, la capital, no difería apenas en nada con el sudeste asiático que dejábamos atrás. Un país muy desarrollado, con muchas facilidades y ni rastro de esa aventura en lo desconocido y remoto a la que veníamos dispuestos.

Tráfico, polución… nos recordaba a India, una India asiática y empezamos a hacernos teorías de porque el nombre de «Indo-nesia».

Los primeros días fueron del todo insípidos, avanzábamos  por avanzar, porque…  habíamos llegado, porque… estábamos ya aquí y poco más. Pedaleábamos haciendo caso obvio al tráfico, a la extrema y desorbitada expectación que generábamos  por ser extranjeros y a una forma de trato por parte de la gente, con la que no terminábamos de resonar ni de sentirnos a gusto.

Así fue cómo y porqué Sumatra en un principio se nos atragantó.

Día a día, se nos quedaba enganchada en las anginas, como cuando se tiene una espina de pescado de esas finas que no ahogan pero que, a cada trago la sientes, ahí, clavada.

Seguimos pedaleando sin perder la esperanza, sin generar juicios ni proclamar verdades, abiertos.

En una parada a tomar té, nos sinceramos y contándonos descubrimos que ambos sentíamos lo mismo, esto…. aburre. Más sudeste asiático.

El llegar al Lago Toba fue el primer respiro, el primer cambio, el primer saborcito rico.

Un lago dentro del cráter de un antiguo volcán, y en el centro del lago una isla.

Allí cruzamos en un pequeño barco y ya desde el mismo momento en que arrancábamos a pedalear, sentimos ambos como otra energía sin duda diferente, otra clara sensación  lo empapaba todo. Otra realidad.

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Un bucólico lugar de gentes tranquilas, de casas de lo más pintorescas que además, resulto ser  barato. Una habitación con baño al borde mismo del lago, tranquila y amplia: perfecto para el primer descanso en Indonesia,  para olvidar el tráfico y también las expectativas, resetear, vaciarnos y así, estar preparados para poder tomar lo que viniera más adelante, fuese lo que fuese.

Después del descanso empezaron las sorpresas y estas fueron de buenas a mejores: la gente y su trato, el tráfico e incluso la selva que nos rodeaba, ¡¡todo era diferente!! .

Bellos rincones y selva, mucha selva, bella y con tal abundancia que entrar en ella, vivir su interior era duro, a veces casi imposible pero, tan solo con atravesarla, con observarla desde la carretera podíamos sentir la recarga, la energía, tan solo con tomar algo de tiempo para mirarla, claramente, llegaba algo de vuelta.

Café, café y más café pero además del rico. De pueblo a pueblo te hacían notar el toque diferente que tiene el de esta nueva zona o, el olor del de aquella. Rico y baratillo, lo hacen como antiguamente, de puchero o simplemente tipo colacao, con el café ya en el vaso y un chorro de agua hirviendo, remover y reposar….mmmm…. que rico y que gustazo.

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Nasi Goreng (arroz con un huevo frito y algo de especias), Tofu y Temphe: las comidas más típicas y cotidianas. Íbamos de lo uno a lo otro y de vuelta a lo uno de nuevo, poca opción aparte de esto hay fuera de los puntos turísticos. Rico y baratillo, sano y con bastantes calorías para seguir tirando y tirando a pesar de las cuestas, esas, también comenzaron a ser rutina. Ya sabíamos por otros cicloviajeros de las empinadas pendientes de esta isla y al no pillarnos de sorpresa, las pudimos disfrutar con sufrimiento si, pero con alegría también.

Además flores, flores y una gran abundancia de agua. Agua a raudales:

Es impresionante ver cómo van de llenos aquí los ríos, no recuerdo haber visto nunca antes un país en que fueran así, todos  hasta arriba, apunto de rebosar.

Impresionante observar como esas enormes masas de agua  avanzan, observar cómo van creando, generando toda esta abundancia a su paso: abundancia de agua, de vida a borbotones, selva que crece como una explosión, maravilloso, impresionante.

El agua y el calor son  los protagonistas de los trópicos: agua que corre y que nutre, agua que hemos de beber como auténticos camellos debido al calor y a tanto sudar, de la mañana a la noche, hagas lo que hagas… aunque no hagas nada, siempre sudando a chorros. Agua a modo de humedad intensa en el ambiente, agua que cae del cielo en tromba, lluvia monzónica debió ser el diluvio universal, sin duda.

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Y calor, el calor del trópico….ufff, es un calor pesado que se te pega como un chicle a un zapato y no te suelta, ni te deja realmente descansar a no ser que te pongas bajo un ventilador o un chorro de aire acondicionado.

Éste, el calor, ha sido lo más difícil, sobre todo el nocturno. El no poder dormir hasta bien avanzada la noche, el estar sudando sobre la sábana sin saber ya de qué lado ponerte y, tras haber pasado todo el día pedaleando bajo el sol, el calor nocturno sobra, incomoda, no nos permite relajarnos, tampoco descansar. Cuando a veces nos hemos permitido el lujo de coger una habitación con aire acondicionado, algo que siempre se ha repetido ha sido el dormir, como troncos, como lirones, horas y horas y horas…. con todo lo que llevamos en las alforjas extendido por la habitación para que mientras nosotros descansamos por fin, profundamente, el aire seque la humedad que todas las cosas van absorbiendo con el paso de los días.

También contaros que ha habido algo que ha facilitado las noches y esas han sido las estaciones de policía, sí.

Ya otros ciclistas nos habían contado que en Sumatra, al estar superpoblado, no haber apenas hoteles y tener tanta selva, la mayoría habían optado por cruzarlo durmiendo en las comisarías y, quisimos probar.

A Aitor en un principio no le gustó nada la idea, su religión no se lo permite pero,  fue tan fácil, fuimos tan amablemente recibidos y nos simplificaba y abarataba tanto el día a día, que nos hicimos adictos. Nos llevamos un montón de buenos recuerdos, de risas y charlas.

Normalmente tenían una sala, oficina, zona techada o incluso una habitación propia que nos cedían y tras un rato de charlita y beber algo juntos, se ponían a lo suyo, respetaban al extremo el tema de la privacidad. La noche más curiosa y que merece la pena mención, fue cuando nos dijeron que la comisaria era tan pequeña que no tenían un lugar en que pudiéramos dormir pero que, como ese día no había ningún detenido, podíamos dormir en la celda y… así hicimos. Pasamos la noche enchironaos pero eso sí, con la puerta de abierta.

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Mañanas de “gorilas en la niebla”, niebla que hace parecer un sueño las montañas…. entrelazada en los árboles, descansando en las laderas, un espectáculo enmudecedor al que asistíamos en primera línea, también inolvidable fue la aparición del Kerinci.

Un volcán activo de 3800m de altura que apareció allá al frente, como un espejismo, humeante, vivo.

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Parecía observarnos en la continua y larrrrrga ascensión que se nos hizo eterna. Fue sin duda alguna, lo más duro de Sumatra.

Lo empinado de las cuestas, la inclinación de los repechos era tal que nos hacían pensar de continuo….  ”Bueno, después de este… ya tiene que venir un poco de llano, o quizá la cumbre, éstos son repechos de cumbre” pero… lo que había era otro y después otro, y así por muchos, muchos kms en los que nos quedamos sin nada para echarnos a la boca, pues no habíamos ni imaginado que sería tan larga y ni tan dura y no llevábamos comida suficiente.

Se hacía tarde, si parábamos a cocinar nos caería la noche en medio de la ascensión y queríamos terminar, no había ganas de tener que acampar en una curva, tras algún matorral…. Ya que estábamos en ello, lo queríamos rematar.

Llegamos al final de la ascensión con la noche asomando, cansados, hambrientos y satisfechos. Un pequeñísimo pueblo, un grupito de casas y una mezquita, preguntamos por un sitio para acampar y amablemente un hombrecillo de ojos brillantes y bella sonrisa nos ofreció una casa que estaba terminando de construir para pasar la noche:

-¡¡Toda para vosotros!! No acampéis, estamos altos y hará frío. Mañana si os quedáis un poco os llevo a las cascadas que tenemos a unos cientos de metros del pueblo, tenéis que verlas no hay nada igual.

Por supuesto, accedimos y si, verdaderamente hacía mucho tiempo que no veíamos un lugar tan mágico como ese rinconcito al que descendimos por unas largas escaleras rodeadas de verde, de musgo, de flores,  plantas y bellas mariposas. Una enorme cascada que brotaba mágicamente de la tierra y caía a borbotones , se perdía ante nuestros ojos al tiempo que con los rayos de sol que penetraban entre la vegetación nos regalaban un montón de pequeños arco-iris suspendidos en el espacio, aquí y allá.

-Un regalo amigo, no lo olvidaremos, no te olvidaremos, gracias de verdad.

Y como siempre …. marchar, seguir, es la vida del nómada, la dolorosa rutina que sucede a cada encuentro: la despedida.

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Planeamos la ruta de tal manera que recorreríamos los 2.500kms que tiene la isla, por montaña, añadimos  algún rodeo con el fin de esquivar en lo máximo posible las plantaciones de palma. Son tan extensas y se están comiendo la selva de tal modo que aun así tuvimos que pedalear por unos 300kms entre ella.

Belleza tétrica la de la palma, a los pies de la que nada crece, pareciera un cementerio, vivo pero… cementerio. La palma que se planta (como ya os contamos en la entrada de Malasia del 2013) para sacar ese veneno para el cuerpo humano que tan extendido está y que es el aceite de palma.

Las zonas de selva más pura, descubrimos, son las de unión de dos estados o comunidades, la zona fronteriza normalmente significa un buen montón de kms a través de ella, una de las veces, encontramos ¡¡ buscadores de oro!!  y por supuesto paramos a ver y enterarnos como, que y de que manera hacían. Resultó interesante pero….ojo,¡¡¡ un trabajo bien duro para unas pepitas tan chiquitas!!!.

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Sumatra ha sido el único país en todo este buen montón de años de kilómetros y de lugares en que nos hemos sentido como estrellas de Hollywood, el pasar por esta isla nos ha hecho entenderlos y apiadarnos de ellos, sentir lástima.

La extrema atención de los locales por el extranjero es algo excesivo , descomunal, desmedido, incluso abusivo. Además, y aquí viene el problema es que en los tiempos que corren todos tienen teléfono, todos los teléfonos cámara y todos quieren un selfie con nosotros. No una foto no, un selfie, han de estar ellos en la foto, sino no les vale, incluso, no la quieren, han de aparecer en una foto que la mayor parte de las veces es algo vacío, una foto sin una historia detrás: no hemos hablado, no hemos cruzado siquiera una mirada y pretenden hacer una foto en que aparezcamos agarrados como viejos amigos.

Esto ha ido sucediendo día tras día, de la mañana a la noche, decenas de veces, fue tal el acoso y nos hizo sentir tal agobio, que un día nos llegamos a plantear no pedalear Indonesia más y largarnos a Australia.

Decidimos una vez pasado el calentón, esperar a ver que encontrábamos en la siguiente isla, Java, y con eso decidir.

Al final atravesar situaciones que no te gustan y tener que soportarlas, sobrellevarlas si o si… enseña y enriquece. Quizá el sabor no es bueno pero es enriquecedor sin lugar a dudas al final es cambiar la forma en que uno lo lleva, en que se toma. Es encontrar la forma de digerirlo  y no permitirse el quedarse rumiándolo pues esto solo vale para hacerlo más grande de lo que es y que además te águe la fiesta.

Y como siempre, cambia, todo cambia y así fue que cambiaron también los encuentros.

Contactamos a través de warmshowers con…… un muchacho bien majete que nos hospedó en su casa y nos ayudó salir de un verdadero marrón:

Tras una zona muy, muy embarrada, el desviador del cambio de Aitor digamos de un modo sencillo y para simplificar la explicación que se arrancó, directamente, entero, así, fuera de una. Esto significa en el 99% de las ocasiones tener que montarse en un camión o algo que te lleve a la siguiente tienda de bicis (que a saber dónde se puede encontrar una) y rezar en el trayecto por que tengan algún cambio en condiciones que poder colocarle a la bici, pero Aitor volvió de nuevo a hacer de lo imposible posible y a crear solución en dónde no había aparentemente alguna.

Dejó el cambio fijo y aunque costó un par de retoques más en el invento creado con una tapa  de un bote de plástico que nos dio una tendera, funcionó perfectamente para pedalear  los 100 y pico kms que quedaban por delante hasta la siguiente tienda de bicis eso si ¡ojo!: la bici iba sin cambios y eso por estas tierras de repechos de aúpa pero, llegamos.

Así fue que debido a la avería contactamos con la comunidad ciclista Indonesa que está formada por muchos pequeños clubs, en Curup por ejemplo, nos vinieron a recibir unos 20 kms antes del pueblo y nos trataron como a reyes desde el minuto uno, recibiéndonos, llevándonos de ruta con ellos, ofreciéndonos una hospitalidad desbordante, sus sonrisas y su amistad la cual guardaremos como un tesoro para el resto de los días.

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Finalmente y debido a esta hospitalidad recibida que se volvió a repetir en un par de ocasiones más con otros clubes ciclistas, mirábamos atrás a la isla desde el ferry que nos conducía a Java agradecidos, emocionados, sabiendo que esos serían días, momentos que siempre que rememoráramos nos traerían una sonrisa y un tembleque en el corazoncito de agradecimiento, alegría y añoranza.

sumatraa (Terima Kasih significa Gracias en Indoneso).

Thailandia, un sin fin de choques.

Mirar la cuneta de un país, es como mirar el frigorífico de una persona: puedes ver en él un estilo de vida, incluso una forma de pensar y casi, casi, que se podría hacer un cuadro médico sobre el estado de salud.

Al movernos en bici, las cunetas son algo con lo que tenemos una estrecha relación, un contínuo trato que desde la intimidad y el silencio nos va revelando pequeñas verdades, a través de las que podemos leer a grandes rasgos la realidad del lugar, del país.

En Thailandia de nuevo encontramos algo que hacía mucho no veíamos: trozos de comida tirados, restos en envases a medio acabar sin haber sido arrebañados hasta la última miga, hasta la última gota. Y algo más, una abrumadora variedad de tipos de envases, envoltorios, plásticos, botes, bolsas, cajas, frascos y un largo ecétera….

En la mayor parte del mundo no se encuentra esta garrafal abundancia, un ejemplo claro y reciente de lo que es, podría ser Nagaland.

Lo único que puedes encontrar en aquellas cunetas, es el envoltorio del tabaco de mascar y el de los dos tipos de galletas que se consumen: unas saladas y otras dulces, y por supuesto, siempre todo consumido hasta el fin, sin una sola miga o resto dentro del papel.

Tras cruzar la frontera con Myanmar la visión del primer centro comercial fue algo así como un susto. El ver ese enorme, enorme edificio lleno de tiendas, anuncios, sonidos, luces, coches…. Hizo que en el primer momento de contacto, una bocanada de aire entrara de repente y de forma brusca en los pulmones, de golpe, y que la boca y los ojos se abrieran de un brinco un centímetro más de lo normal, y quedaran ahí fijos, fijo todo: el aire, los ojos, la boca… y el edificio. Todo fijo por unos cuántos segundos, todo detenido tras el golpe recibido por los sentidos ante tal visión.

¡¡ Que grande eso, y cuanto de todo ahí dentro!!… ¡¡ay madre!!.

La abundancia de las tiendas y los interminables menús de los restaurantes también nos dejaban confusos y algo inquietos:

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 – Ey… vamos a ver… que solo tenemos algo de hambre y venimos a comer algo, sin más, tampoco hay que volverse tan loco que… no es pa tanto… ponme…. un poco de… de algo.

(daban ganas de decir cuándo te traían a la mesa la carta, que aparentaba más larga que el mismísimo Quijote).

Esta primera sensación de susto ante la abundancia, de sentirnos sobrepasados ante el exceso, recién llegados como estábamos de un largo tiempo sumergidos en la escasez, nos hacía sentir el mundo de nuevo como un disparate.

También nos hizo surgir de entre los recuerdos, la memoria del momento de entrar en Sudáfrica tras haber recorrido toda la costa éste africana, e ir a comprar pan al primer gran supermercado…. momento de choque, de colisión, de sacudida… casi lo podríamos calificar de accidente, pues para la razón…. lo fué.

Por supuesto que uno se acostumbra fácil y que siempre se agradece el poder elegir, y una vez sumergido en ello y después del primer momento de impresión, se normaliza, pero así, en el momento de paso de uno a otro… ambos nos planteamos muchas cosas y aquello que dábamos por bueno deja de serlo tan claramente, quizá, para nosotros, un término medio sería más saludable, mejor, y además daría para que tod@s, tod@s sin excepción pudiésemos saborearlo y gozar con ello.

 

En esta vuelta a Thailandia nos hemos dado cuenta de cómo y cuánto ha cambiado el mundo a nuestro alrededor. Sucedió en Bangkok pero antes os he de contar el plan, si, el plan para Thailandia.

mosaico-budismo-thailandiaÉste es un país que ya cruzamos de sur a norte,  de oeste a este y luego, de vuelta al oeste en el 2013, justo antes de ser invitados a Dubai.

Aitor en solitario, cuándo comenzaban sus andanzas en bicicleta allá en el 2007 ya lo cruzó enterito, de cabo a rabo.

Al contrario que por ejemplo Nepal (el cual nunca nos cansa cruzarlo y recruzarlo) Thailandia como ya os contamos en el respectivo relato en este mismo blog, siempre acaba por aburrirnos. Con cariño nos aburre, le falta chispa, aventura, caña, chicha.

Tras Myanmar para nosotros, lo siguiente nuevo es Indonesia, el resto es ya tan conocido y nos resulta tan insulso que nos hizo sentarnos a replantear el tan sagrado: “Todo en bici si o si” y decidimos por mayoría absoluta, hacer aquí una excepción, si, gentes, nos cogimos un tren,

¡¡¡Hay que valer para todo!!!.

Para nosotros esta vez Thailandia, significaba dentista y tren.

Supongo que algun@s sois los que ya sabéis que éste país es un lugar al que mucha gente se viene de vacaciones para visitar al dentista: la calidad es muy buena y el precio comparado con Europa hace que aún con vacaciones incluidas te salga más barato

Cómo os decía fue en los 4 días de parada en Bangkok cuándo recibimos otro choque frontal con el mundo tal y como ahora es, un choque que hizo derrumbarse el mundo que hasta ahora conocíamos, el cuál aparentemente ha dejado de existir.

Al ser autosuficientes, la mayor parte del tiempo no andamos en sitios donde andan otros turistas, al preferir conocer los pueblos y las gentes antes que los monumentos, museos o arquitectura, solemos andar lejos de los lugares turísticos. Los seleccionamos con cuidado a la hora de visitarlos pero esta vez en Bangkok caímos de lleno, a bomba…..¡¡¡zás!!!.

Nos dirigimos a lo que tradicionalmente era el lugar donde los llamados “backpackers” (mochileros) solían dirigirse.

Estos, en el mundo que nosotros conocíamos, solían ser gente de entre 16 a 30, 40 (y a veces incluso más) que viajaban gastando poco, llevando consigo lo mínimo, solían mezclarse con la gente local, intentando vivir la realidad del país, comiendo donde ellos lo hacen, viajando con ellos, codo a codo, con la intención de mezclarse, conocer, ser uno más.

Solían ser gente despierta que no se dejaba engañar, solían por lo general aprender ciertas palabras básicas del idioma, sabían los precios reales para los locales al par de días de llegar y por todo ello se hacían respetar sin tener que pedirlo, allá dónde fueran.

Normalmente había unión entre ellos con un gran intercambio de información en cuanto a rutas nuevas, lugares interesantes, auténticos y era normal mezclarse a la hora de viajar o compartir un trasporte o ruta.

Al llegar a Bangkok descubrimos que todo eso ha pasado a la historia.

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Fue realmente otro susto, otro choque e incluso nos trajo por primera vez en nuestras vidas la sensación de pertenecer a otra generación, a otro mundo que ya…. pasó.

Se sigue llamando por el mismo nombre al que viaja con una mochila colgada a la espalda, pero ahora la mayoría lleva otra colgada delante, y a veces un bolso e incluso ¡¡alguna maleta de ruedas!!.

Los lugares a los que acuden los encuentran a través de internet y antes de haber llegado a la ciudad o incluso al país, la mayor parte ya ha decidido donde alojarse, llegan concentrados mirando sus teléfonos, levantando los ojos cada tanto para ver si la realidad encaja con su pantalla y otros llegan en taxi hasta la misma puerta.

Autobuses locales y furgonetas de todos a mogollón son algo que fotografíar pero no que experimentar.

La mayor parte de ellos no saben ni decir gracias en el idioma nativo y los lugares locales son simplemente eso: para los locales, los nuevos mochileros se mueven en “bussines class”.

El taxi se ha convertido en el medio para desplazarse, de la puerta del hotel al tren o al autobús para turistas por supuesto. El viaje organizado al lugar que te recomienda el del hotel, es lo que todos hacen y la única variación es lo que hayan podido leer en algún blog .

Todo se consulta de ante mano con el dios teléfono y su padrino Google es la fuente de toda sabiduría.

Las calles secundarias, el perderse, el probar lo desconocido, los pequeños rincones, el aventurarse, los puestos de la calle…. parece que todo suena a inseguro, a incierto y esto curiosamente y para nuestra sorpresa se ha convertido en sinónimo de …. peligro.

Los precios de lo que antes eran simples hotelillos ahora suenan a hotelazos, los hostels que antes eran la opción más simple y barata ahora tienen zona chill out, incluso spa, y el precio triplica lo esperado. Ahora los hostels tienen 3 estrellas.

Los backpackers de ahora, en una sorprendente mayoría han dejado de comparar precios, de buscar, parece que fuera real eso que nos decían los angoleños de que en occidente sacamos dinero de las paredes (refiriéndose al cajero automático) y que el gobierno nos subvenciona el viajar. Parece que el dinero creciese en los árboles y aún con todo lo que se le venera, hubiera dejado de tener valor alguno.

Realmente, os prometemos, que no dábamos crédito a lo que veíamos a nuestro alrededor.

El ritmo de viaje fue lo que finalmente nos dejó con la sensación de pertenecer no ya a otro planeta, sino a otra dimensión lejana, muy lejana a ésta.

Una carrera contínua en medios de transporte para visitar el mayor número de lugares en el menor tiempo posible, lo que no hemos entendido finalmente ninguno de los dos, es si lo importante es el número de lugares, de kilómetros, de países, si hay algún misterioso tipo de obligación de hacer un cierto número de cosas por minuto o si quizá lo que se pretende en esta contrareloj es conseguir el mayor y más variado número de «selfies» para de algún modo ser mejor o más o…. o…. no sabemos realmente.

A este respecto aún seguimos confusos y si, lo confesamos, con algo de melancolía por aquello que fue, aquellos personajes que uno encontraba viajando, aquellos encuentros que no dejaban de enriquecer, de sorprender pero que, secretamente no perdemos la esperanza de volver a tener.

No todo el monte es orégano y… al pan, pan, y al vino….¡¡vino!!.

mosaico-tren-thailandiaEl viaje en tren fue algo que aprovechamos a tope cosiendo alforjas y poniendo el material a punto pues con Indonesia en el horizonte, sabíamos que todo tendría que estar de nuevo a prueba de golpes, chaparrones y terrenos escarpados.

Cruzábamos Malasia también con la vista puesta en el horizonte, pedaleando como máquinas queriendo llegar a lo siguiente, como un simple entretanto, no más.

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Esta vez Malasia para nosotros era un lugar en que dejar todo el material de invierno que en los próximos 4 meses en Indonesia no íbamos a necesitar en absoluto, así iríamos además ligeritos como libélulas, volando más que rodando.

Todo quedó en el norte cerca de Penang, en un lugar llamado “Tititeras”, allí a través de «Warmshowers.org» conocimos a un grupo de nuevos amigos que nos hospedaban y nos ofrecían cuidar de nuestro material. Un grupo de gente muy especial de la comunidad china Malaya, una comunidad que nos hace sentir una preferencia clara por sus formas, su trato, sus costumbres y por su deliciosa cultura culinaria.

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Allí quedó un nuevo grupo de amigos y gran parte de nuestro material. El resto, empacado y preparado lo cargábamos en el autobús que nos dirigía al aeropuerto dispuestos a cruzar el trocito de océano que nos separaba del norte de Sumatra (Indonesia).

Con ganas, expectación, y un brillo especial en los ojos sentíamos las ruedas del avión despegar del suelo y una nueva aventura comenzar con ello

¡¡¡Alláaaaaaaaa vaaaaaaamoooooooooossss!!!!

Myanmar, sonrisas y respeto.

El cruzar la frontera de India con Myanmar (o lo que es lo mismo Birmania) fue una celebración por todo lo alto.

Cruzábamos llenos de ganas y de alegría, de energía y expectación, como niños entrando en un parque de atracciones.

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Hacía años que le teníamos ganas, años oyendo hablar sobre lo especial y único de éste país que según nos contaban, reside en sus gentes, en ell@s, en su trato. Han dejado totalmente enamorados a tantos viajeros que la curiosidad, las ganas de conocerlo y poder cruzarlo de punta a punta, nos han acompañado esperando pacientemente en las alforjas a que algo pasara, a que todo se sincronizase y pudiéramos por fin un día visitarlo.

Un país budista en su gran mayoría que desde los años 60 ha sufrido el peso de vivir bajo una dictadura militar, cerrados al mundo, censurados al extremo, con luchas tribales internas y la mayor parte del país vetada al turismo, se han mantenido en silencio, como en secreto, viviendo, siendo, sin mezclarse demasiado con otros, sin que esta occidentalización que está arrasando al mundo, haciéndolo perder su variedad y singularidad, les afectara a penas.

carretera Myanmar carros.

Unos meses atrás había sucedido lo impensable: la apertura de fronteras por tierra en el país, y justo, justo, cuando andábamos recorriendo Ladakh en el noroeste Indio, ¡¡perfecto!! como si lo hubiéramos encargado a medida.

Desde que la buena nueva llegó, una fresca alegría y un animado entusiasmo parecían empujarnos, ayudarnos a avanzar.

Por supuesto que éramos conscientes de las restricciones que aún reinaban en el país y entrábamos muy curiosos de qué y cómo iba a ser, debido sobre todo a una ley que nos afectaba muy directamente por nuestro modo de viajar: acampar está totalmente prohibido, también dormir en casa de la gente, o en cualquier templo, escuela, etc… los turistas sólo pueden pasar la noche en hoteles, los cuales son carísimos.

Respecto a esto algunos ciclista nos habían contado historias de todo tipo: la policía que al descubrirlos acampando los había hecho desmontar la tienda y volver a empacar todo en plena madrugada, gente que había hecho muchos kms “obligados” a montarse en el coche policial hasta el siguiente hospedaje y otros que habían sido interrogados por ir a salir en la tarde-noche de un pueblo.

Policia siguiendonos en la carretera, él aburrido de lo que le ha tocado hoy, yo harta de no sentirme libre. Ambos deseando que esto acabe, Aitor inmortaliza el momento.(En la foto: Policía escoltándonos en la carretera: él aburrido de lo que le ha tocado hoy, yo harta de no sentirme libre, ambos deseando que esto acabe. Aitor inmortaliza el momento.)

Había historias de todos los colores a este respecto también, uno, aseguraba haber dormido en monasterios y nada había pasado.

¿Cómo sería para nosotros? ¿Qué hacer? según nos contaban, el problema se incrementa debido a algo más: la población tiene la obligación de informar, si te ven acampando, si sospechan que lo vas a hacer, si pides cobijo o un espacio en cualquier lugar, ellos por ley, han de llamar a la poli, es su deber.

Todo esto sonaba a incordio, era una clara putada diaria pues… ¡¡dormir hay que dormir!! y hay una gran diferencia entre acampar gratuitamente o tener que pagar un mínimo de ¡¡25 dólares por noche en un hotel!!, si, Myanmar es barato pero en cuanto a hoteles se refiere los precios están disparados, sobre todo fuera de los lugares turísticos dónde no hay apenas opciones.

Decidimos, ya que era el primer día, ir directamente a la boca del lobo.

Nuestro plan era el siguiente: en vez de escapar de la policía tratando de no ser descubiertos por nadie, decidimos ir a pedirles cobijo, sí, a ellos.

Sabemos que siempre usan la excusa de la seguridad del turista para tratar de dar sentido a una ley tan absurda, te dicen que no es seguro acampar, que te puede pasar algo, por lo que decidimos usar este pretexto a nuestro favor, les diríamos que como “no es seguro acampar” pues veníamos a pedirles cobijo a ellos, a ver que decían.

Se quedaron muy sorprendidos al vernos aparecer, realmente no lo esperaban y tras unas llamadas a éste y a aquel, nos ofrecieron finalmente no solo quedarnos sino una habitación vacía en una pequeña casita de madera.

Primera noche: ¡¡salvada!!.

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Para el resto de los días nos decidimos a hacer como hacíamos en África en los países superpoblados: pedalear hasta el anochecer, cenar, y ya de noche cuando todos han vuelto a casa del campo, buscar un lugar y acampar sin encender ni una vez la linterna, ni la cocinilla, acampar como foragidos, escondidos, agachados, corriendo a veces con la bici dando botes a lo loco para que no nos vieran entrar en este camino, o salir por entre aquellos árboles y si un coche aparece de repente….entonces…. ¡¡cuerpo a tierra!! literalmente, como en la guerra.

Los primeros días de pedaleo fueron duros de narices.

Aitor había trazado una ruta a lo largo del país que nos daba para cruzar los 1.750 kms en los 28 días de visado, escapar de las ciudades y visitar Bagán, el único lugar turístico del país por el que pasaríamos pero, justo el día anterior en el lado de India habíamos encontrado una pareja de ciclistas alemanas que nos recomendaron un cambio para estos primeros kilómetros y nos señalaban una carretera que iba totalmente al oeste y bajaba en vertical, les había gustado decían y no había trafico alguno. Decidimos tomarla… ¡¡catastrófica decisión para nuestros cuádriceps!!. Habíamos cambiado sin saberlo, el llano por una ruta que resultó tener mas sube y baja que una montaña rusa.

Colinas continuas, subidas cortas de alrededor de 1 km pero con un porcentaje de inclinación que daba miedo, incluso a veces, os lo prometo, que al mirarlas de frente nos llegó a dar la risa…..¡¡¡no podía ser verdad lo que veíamos !!!.

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En fin, recordando momentos en Mongolia, o Sikkim, trabajábamos la paciencia sabiendo que todo acaba siempre y ésta carretera no sería una excepción…. ¡¡normal que no hubiera tráfico por aquí !!, ¡¡quién va a tomar una carretera así!!, pero… en fin, eso mismo y lo poco poblada que estaba la zona, hizo que los encuentros fueran más interesantes y genuinos que en zonas más acostumbradas a los viajeros, y que el acampar sin que nadie nos viera fue fácil.

Como dice un amigo: “las gallinas que entran, por las que salen”.

Cuando llegamos a Bagán, habíamos recorrido ya casi una tercera parte del país, ya habíamos saboreado el calor de las noches y el fuerte sol de los días y nuestra rutina de pedaleo pasaba por una parada al medio día a la sombra, nuestras armas eran un par de sombreros de paja de los que usan los campesinos y nuestra motivación, el seguir encontrando sonrisas en el camino. Myanmar resultaba ser una tierra sembrada de sonrisas.

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Sucede que cada vez visitamos menos los lugares turísticos, no, no somos extremistas de ideas endurecidas y cerradas, es más bien que cuando llegamos al 90% de ellos lo que más nos apetece es….¡¡ irnos lo más rápido posible !!.

Así es, y como es así… pues así hacemos.                                                                                   Cada vez más valoramos muy mucho si acercarnos a alguno de ellos o no. Ésta vez mereció la pena, un lugar mágico, especial de pacífica belleza y frescos rincones.

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Casi siempre en cada país o zona que visitamos, ocurre que hay una frase que curiosamente se repite a todas horas, en cada pueblo, cada día, en la mayor parte de los encuentros.

A menudo es el saludo que te gritan al pasar y/o lo primero que te preguntan cuando surge una conversación. Como ejemplo para contaros, aparece al sumergirme en el infinito universo de la memoria, de los recuerdos, el grito de :

-¡¡¡You, you,you,you,you!!!.    (Tu,tu,tu,tu.)

De las aldeas etíopes, gritado a coro por un montón de niños que al tiempo que chillaban, corrían a nuestra par, acompañándonos como un revolotear de abejas alrededor de un panal, hasta que salíamos de la aldea.

En Kyrgyzstan lo que se repetía para nuestro asombro, siempre en los primeros minutos del encuentro si no a la primera, a la segunda, era la pregunta:

-Skol´ka dólar?- (¿cuántos dólares?)

señalando a la bici. Lo preguntaban antes incluso del típico ¿de dónde venís?, ¿a dónde váis?, ¿de dónde sois? o el eterno ¿estáis casados? …no dejó nunca de sorprendernos.

Myanmar no ha sido diferente en esto, una era la pregunta que se ha repetido a diario y que solía ser siempre la primera:

-“Are you happy?” (¿estás feliz?) – normalmente preguntado en un tono tranquilo y amable.

Fué interesante el ver además, que no era un saludo cortés de esos que se dicen por costumbre o por norma sin más, porque el interlocutor, siempre quedaba esperando a la respuesta.

Bella pregunta como bellas sus sonrisas y su respetuosa curiosidad, simpática como su costumbre de cantar muy, muy alto cuándo viajan en moto que, normalmente es junto al carro de madera, la forma en que tod@s se desplazan. Los oíamos en la noche desde la tienda (aunque hemos estado acampando todo el tiempo distanciados de la carretera y de cualquier camino para no ser vistos), los podíamos oír claramente, el sonido de la moto y muy por encima el canto a capela.

El calor ha sido duro, ya sabíamos que al entrar en febrero el buen tiempo ya había acabado y que no iba a ser fácil pero, nos adaptamos creando ritmos y rutinas que nos lo han hecho más llevadero.

Los baños en ríos, canales, tiendas del borde de la carretera o incluso restaurantes (en los que a veces el lugar de baño está a la vista de todos, a un lado, a tan solo unos metros de las mesas), han sido el alivio diario al calor, una, dos, o incluso tres veces al día.

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El baño, al estilo del pais por supuesto: con una especie de pareo cerrado que es más bien un amplio tubo de tela fina de algodón, en el que te metes y con el amarrado a la altura de los sobacos, puedes tomas un baño en cualquier parte,ante cualquier mirada. Este trozo de tela es la que usan los hombres en su mayoría como falda, que junto a la camisa es, se puede decir, el uniforme nacional.

En cuánto a refrescarse han sido las gasolineras las que más nos han sorprendido, quizá os suene raro pero en ellas, el pegarse un baño está asegurado, además lo mejor es que sólo con aparecer entrando, ya hay alguien que sale directamente  a la nevera a sacar un par de botellas de agua fresca que en cuanto paras, te ofrecen, como os digo, sin tener que pedirlas. Siempre, en todas, cada día; una costumbre que nos ha regalado refrescantes descansos y lindos encuentros.

Y del seco calor y las áridas tierras del norte, a la abundancia del verde sur.

Humedad y arrozales, árboles y por lo tanto más sombras para escapar del calor al medio día.

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Pedaleando todo, cada metro de lo que toca, sin saltarnos nada por ser duro o difícil, vivimos el país tal y como es, lo bueno y lo malo, arriba y abajo, lo pesado y molesto, lo grato o lo fácil; sin sacarle ni ponerle nada, tal y como es.

A suave ritmo y poca velocidad se tiene tiempo de ver más, de descubrir el detalle, de observar las costumbres, y con tanto tiempo para pensar, al comparar te das cuenta de cosas como de que en los sitios fríos las mujeres lavan la ropa temprano, en la mañana, para que así se seque a lo largo del día. Aquí sin embargo, a esas horas tempranas lo que se hace es ir al mercado.

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Descubrimos que los mercados abren a eso de las 5 de la madrugada y que el mejor momento de ir son las seis, si, ¡¡ las seis de la mañana !!,  con las primeras luces. Si se te ocurre aparecer a las 10, encontraras que ya no queda apenas nada, la mayor parte de los puestos han cerrado y se han marchado.

Aquí se lava al medio día, a la hora del calor, con el pañuelo del baño enrollado y así,  van mezclando ducha y colada por momentos: un poco de esto, un poco de aquello, lavo un jersey, me remojo de nuevo…. y así fresquitas, aprovechan las horas de calor al tiempo que las alivian.

De nuevo son las mujeres las que lavan, los hombres a esta hora andan en la siesta, como nosotros.

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En Myanmar se come barato y muy variado, la base, como en toda asia,  es un plato de arroz blanco acompañándolo de 4 o 5 cuencos en los que normalmente hay diferentes verduras, la variedad es increíble y como vegetarianos disfrutamos de lo lindo. El té siempre está a mano para aliviar el picor de la comida.

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Con todo esto de la prohibición de dormir libres hemos tenido algunos encuentros con la policía en los que hemos forzado siempre, negándonos a que nos llevaran en coche a ningún lado al decirles, que nosotros teníamos que hacerlo en bici sin remedio alguno, sin opción posible porque, ese era nuestro sueño. Eso curiosamente los dejaba sin argumentos; lo mismo que al decirles que estoy cansada, que no puedo más y necesito parar ya, que no llego al siguiente hotel (y entonces pongo cara de cordero degollado) ¿entonces?…. se hace una excepción en la ley.

Nos hemos reído mucho, sinceramente con el tema que decidimos tomarnos como un juego, sin más.

Finalmente cada día hemos acampado y muy a nuestro pesar, han sido solo tres veces, las que hemos podido dormir en monasterios, con monjes.

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En uno de ellos, justo antes de dormir, nos encontrábamos junto a un par de monjes ya mayores, tomando la última taza de té. Nos contaban en un inglés muy básico y algo “roto”, que llevaban allí desde los 8 años. El más mayor de los dos era el monje principal, el maestro del monasterio.

– Y en todo este tiempo aquí, como monjes- les preguntó Aitor – que es lo más importante que habéis aprendido como seres humanos, sobre la vida?.

Tras un silencio tranquilo en que ambos parecían estar mirando a algún lugar en su interior, en calma, sin prisa por responder, el más joven dijo:

– Como dice Buda, a no hacer  cosas malas, practicar las buenas, y purificar lamente.

El mayor, con una voz tranquila y el gesto sonriente de un niño dijo seguidamente:

– Vivir estando feliz en mente y cuerpo- y rió como sólo un niño lo haría.

Esa noche nos quedamos dormidos con una sonrisa pegada al rostro.

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El último día en Myanmar rompió con todos los esquemas y planes, con todo lo que hacemos y lo que no hacemos, fue como un órdago a la grande que nos echamos mutuamente, os cuento:

Andaba entrando la noche ya, llevábamos pedaleados no más de 50 kms en todo el día, pues habíamos encontrado en un pequeño restaurante de carretera a otro par de ciclistas, nos habíamos liado a charlar y como historias no nos faltan y a ellos preguntas tampoco…. Nos habíamos tirado unas cuantas horas allí, charlando.

Los kilómetros del día eran pocos y había sido muy llano, estamos en forma y teníamos, llegada la noche, aún cuerda para rato, para mucho rato pero… era ya hora de buscar un lugar para acampar y así andábamos haciendo, mirando aquí y allá allá al tiempo que pedaleábamos en la oscuridad ya, el fresquito de la noche y la ausencia total de gente, de motos, carros, etc … hacía aún más sabroso el pedaleo y no teníamos ninguno ganas de parar, seguíamos tranquilos, a ritmo suave, mirando por un sitio pero sin ganas reales de encontrarlo.

Paramos entonces y al darnos cuenta de que los dos estábamos sintiendo lo mismo, se nos ocurrió la gran idea:

Quedaban 110kms a la frontera con Thailandia, en ese trayecto había que cruzar una zona montañosa con un par de puertos, si seguíamos pedaleando podríamos llegar tranquilamente para las seis de la mañana, tendríamos tiempo para hacer paradas, rodaríamos con el fresquito y además teníamos el mejor añadido de todos: ¡ la luna estaba llena, enorme en el cielo despejado !.

Ninguno de los dos dudamos, ¡¡era la mejor idea de los últimos tiempos!! El poco cansancio que teníamos y las migajitas de sueño que habían aparecido, se extinguieron literalmente y dieron paso al entusiasmo y a una alegre energía:

-¡¡ Aaaaayyyy vamooooossss !! que no cierren la frontera que estamos llegandooooo.

-Yuuuujujuuuuiiiii, hasta el infinito y….¡¡más allá!!.

Íbamos gritando en la noche oscura al tiempo que nos partíamos de risa por la idea, por el romper con lo normal, por el reto, por…. que sí, no más.

Aquí os comparto los datos que al día siguiente copiaba del cuentakilómetros para, en algún momento, por e-mail, pasárselos a mi padre, sabía que iba a disfrutar con ellos, también pedalea, también le gustan los retos.

A eso de las 8 de la mañana al otro lado de la frontera, ya en Thailandia, en un hotel del primer pueblo que encontramos y con Aitor pegando los primeros ronquidos escribía:

Datos del último día en Myanmar:

Horas sobre la bici:  11horas: 48minutos: 38 segundos

Kms:  166“48kms

(con montañas y viento en contra)

Ultima noche: ¡¡salvada!!.

Manipur, momentos y palabras.

La guinda del pastel, el gran final de este recorrido por los estados del noreste de India fue como no podía ser de otro modo: algo grande.
Llegamos sin saberlo en el momento perfecto al lugar adecuado para presenciar el «Festival de la plantación de la Semilla», según nos acercábamos a Ukhrul y mientras tomábamos un té en una pequeña chocita de madera al borde de la carretera, la sonriente y dulce mujer nos contaba en un inglés sorprendentemente bueno, lo que al día siguiente se celebraba: «Una vez al año se reúnen gentes que vienen de todos los estados, incluso del país vecino (Myanmar) y que representan a cada una de las tribus que forman la comunidad Naga. Hemos sido divididos por fronteras y burocracia, pero seguimos siendo una comunidad y este festival se creó en el intento de que ese sentimiento no se pierda. Es un festival de los Naga y para los Naga»- nos decía – «os podéis sentir afortunados pues va a ser algo difícil de olvidar.»
Y así fue.

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Un inesperado cocktail de gentes y tradiciones con una variedad tal que no dábamos crédito a tanta riqueza cultural, por más que lo teníamos ante nuestros ojos.
Todos estos estados del noreste de India nos han asombrado por lo extraordinario de sus gentes y rincones, por su abundante diversidad por lo que ha sido imposible hablar de ellos como un «todo», y decidimos dedicar una entrada del blog a cada uno.

Mucho que contar, que recordar y compartir de cada estado.

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En el último de ellos, Manipur, tan sólo pedaleamos 300kms, pocos para hablar de él como si de algo conocido se tratase. Con una pasada tan superflua uno puede retener imágenes, saborear momentos pero… no da para apenas enterarse de nada. Lo que sí, es que nos trajo la dicha de pedalear de nuevo en el llano.
¡¡Cuánto tiempo sin rodar tan suave y sencillo!! cuánto sin que la inercia nos hiciera avanzar sin darle a las piernas, así, como por arte de magia, sin apenas esfuerzo alguno. Pedaleando en el llano, olvidábamos incluso el peso de las alforjas.

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Tan corto el tiempo en Manipur que hemos decidido contaros en este post algo diferente esta vez.

Queremos compartir con vosotr@s palabras, las que aparecieron en esos encuentros en la noche junto a un fuego, las que surgieron alrededor de una mesa bebiendo una taza de té en una parada durante las horas de pedaleo, palabras que nos susurraron o que nos gritaron, unas pocas de esas que por algún motivo han quedado grabadas en nuestra memoria.

Han sido muchas las noches y días que hemos pasado con los misioneros católicos. Comunidades en las que comida, sonrisas, ducha y cama nunca, jamás son negadas a quienes pasan pidiendo cobijo.
Son muchas las historias que os podriamos contar, interesantes las conversaciones, pero las palabras del padre en la escuela de Ukhul nos resultaron aún más dulces que los pasteles que comíamos mientras charlábamos alrededor de la vieja y redonda mesa camilla:
«La religión es algo que me convierte en mejor ser humano. Para mí, un cristiano es aquel que intenta ser mejor persona cada día. No digo que lo consiga pero si que es aquel que aunque falle, la siguiente vez, vuelva a intentarlo de nuevo.»SAMSUNG CSC

(Un cartel al borde de la carretera que dice así: «Deja EXISTIR y comienza a VIVIR.»)

Un muchacho de vida humilde y tranquila, nos invitaba a dormir esa noche en su casa tras encontrarnos en su pequeña aldea, en la tarde, mientras buscábamos una tiendita donde poder conseguir algo de arroz para la cena.
Esa noche y en la sencilla y tradicional cocina, sentados alrededor del fuego hablamos de muchas cosas del mundo y de nosotros, de sentimientos y de sueños, también de algo que creemos os puede resultar curioso: la situación en relacción al empleo en Nagaland y en toda India.
Ya habíamos oído a otras gentes de otros estados contar exactamente lo mismo, pero este muchacho lo explicó en un tono tan claro y sencillo que no nos podemos resistir a compartíroslo:
-«Aquí casi podemos decir que no existe el trabajo privado.- nos decía-. La gente no tiene dinero y por lo tanto no pueden crear su propio negocio y mucho menos montar una compañía o algo parecido.
Nosotros hemos vivido siempre sin usar apenas el dinero, la tierra lo da casi todo y para vivir, basta con trabajarla.
Si lo que quieres es tener un trabajo para conseguir dinero, entonces la única opción real es conseguir un puesto de funcionario pero… ¿sabéis cómo se consigue aquí un puesto del gobierno?.»
(Aunque ya habíamos oído por otros lo que nos iba a contar, nos hicimos los tontos con la intención de volver a escucharlo por alguien de otro estado, por alguien que no tenía nada que ver con quienes ya nos lo habían dicho, para de algún modo, saber y reconfirmar si ésta es una realidad que se da en toda India).
-«Esos trabajos se compran. Si como suena, esos trabajos cuestan dinero, tienen un precio.»
-«Pero… ¿cómo se le puede poner precio a un puesto de trabajo?»- preguntó Aitor aprovechando la pausa – «¿quién decide cuánto vale?.»
-«Es muy fácil»- contestó al tiempo que le salía una risa sarcástica con un claro toque de indignación- «Todo depende del dinero que conseguirás de tu trabajo, si, lo que se llama «dinero extra». Lo que quiero decir es que, como aquí todo se compra (desde el permiso de conducir, al título universitario, incluso en ciertas áreas de India compras a tu propia esposa) una vez en tu puesto de trabajo, otros vendrán a comprar tus favores y en relación a lo que mensualmente te puedas sacar con esos extras, se calcula lo que vale el puesto. Así es como funciona, es triste pero es la realidad que además os puedo asegurar, se da en toda India.»

Los estados del noreste han sido ricos en encuentros, en momentos, en gentes, en palabras ….demasiadas para ser contadas todas….

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Y la última historia para compartir, un momento simpático en ruta:

Andábamos pedaleando a la par en la carretera (cosa que no sucede a menudo debido a la diferencia de ritmos entre nosotros, que nos lleva por lo común, a ir separados desde unos cientos de metros a algún kilómetro incluso) cuando un pequeño hombre con su vieja bicicleta se puso a nuestra altura de repente.
Estábamos cruzando el estado de Assam, totalmente llano en el que mucha gente se mueve en bicicleta, la carretera estaba vacía porque justo ese día había convocada una huelga general (algo común en estos estados del noreste los cuales, en muchos aspectos, han sido dejados de lado y olvidados por la «gran India»).
Ocupamos los tres, por completo el carril en línea, avanzando entre la suave niebla mañanera que parecía no querer llegar a desaparecer por completo esa mañana.
Aitor a un lado y yo al otro, comenzamos a charlar con aquel hombrecillo. Tras las típicas preguntas de siempre que normalmente llevan hasta el mismo orden de aparición, nuestro amigo nos dijo que él era un hombre pobre, con un gesto de melancólica aceptación.
-¿Pobre?- le dijo Aitor- ¿estás seguro?.
-Si- contestó.
-Vamos a ver amigo- le dije yo desde el otro lado- ¿tienes casa?.
-Si- afirmó mientras le daba a los pedales.
-¿Y esposa?, ¿estás casado?- le preguntó Aitor desde el otro lado haciéndole girar la cabeza.
-¡Por supuesto!.
-¿Y hijos, tienes hijos?- era mi turno.
-Tengo dos, un chico y una chica.- dijo con un claro todo de orgullo.
-Y tus hijos…. ¿van a la escuela?- le volví a preguntar buscando que respondiera lo que era obvio pues en India, hay escuelas públicas por todas partes.
-Si, en nuestra aldea tenemos una escuela.
-¡Que bien!…¡Ah! y además tienes una bonita bicicleta- dijo Aitor apuntando a ella- y por lo que parece funciona a la perfección.
El asintió con la cabeza y sonrió.
El gesto, la mirada e incluso la postura de aquel hombre iban cambiando, transformándose con cada pregunta su cuerpo iba delicadamente estirándose hacia arriba, creciendo literalmente, la barbilla se elevaba y los hombros giraban hacia atrás, dándole un aire totalmente diferente, incluso comenzó a agarrar el manillar con más fuerza, con más brío. Aparentemente todo esto sucedía sin que él mismo fuera consciente de ello pero para nosotros, era realmente asombroso y nos animaba a seguir.
-Y parece, amigo, que tu salud es buena ¿cuántos años tienes si se puede saber?.
-Por supuesto, no hay problema, tengo 43 años.
-Asi que, aún te quedan muchos años por vivir- dijo Aitor en un todo de felicitación- y para cambiar, transformar las cosas.
-Si, es cierto, aún me siento joven y con fuerzas.
-Nosotros, amigo- le dije yo desde el otro lado acercándome un poco más a él, justo a unos centímetros de su bici mientras seguíamos, todos avanzando- hemos visto en el mundo gente realmente pobre, gentes que no tenían que llevarse a la boca ni que dar de comer a sus hijos, hemos visto familias enteras que vivían bajo un plástico en plena ciudad, sin nada más que desesperación por pertenencia. Hemos visto personas que ancianas, muy debilitadas y solas, caminaban al borde de la carreter, buscando algo que comer, perdidos, solos y sin rumbo, sin nadie ni nada. Esos amigo, esos son pobres.
-¿Sabes lo que eres tú?- me cortó Aitor desde el otro lado con un tono brillante de excitación- tu eres un tío con suerte, ¡¡fíjate en todo lo que tienes!!.

Tras tan sólo unos pocos metros que seguimos avanzando en silencio, nuestro amigo nos señaló la derecha y dijo que era la dirección a su casa, nos invitó a acompañarle pero habíamos de seguir, ahí nos despedíamos. Con una linda sonrisa, con otro gesto, e incluso pedaleando con más confianza, lo vimos avanzar y desaparecer por el estrecho camino de tierra que lo dirigía a su casa.
Continuamos nosotros también camino, hacia delante como siempre, con una traviesa y pilla sonrisa asomando al rostro.

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Nagaland, una vuelta atras en el tiempo.

El té y la selva juntos, bellísima mezcla.
Alternándose pueblan este montañoso distrito de Mon, el primero en recibirnos en Nagaland. Nunca antes ví una mezcla como esta, me tiene tan maravillada que no siento la dureza de las empinadas cuestas, ni las piedras, ni los baches del camino, nada importa ante tanta belleza.
El sufrimiento que supone este avanzar es el visado para entrar en estas tierras, y viendo lo que nos rodea…. aún dando el 200% me pareceria un chollo.

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Bellos rostros, bellas razas y tribus. Belleza y la más especial, en la gente mayor, los abuelos, las abuelas, esos que vivieron en los tiempos del «head hunting» (los tiempos de los cazadores de cabezas) si, tal y como habéis leido «cabezas, y si, cabezas humanas.

Cuando encontramos en internet la informaciónn a cerca de que en estas tierras se practicaba la caza de cabezas, nuestros ojos hacíann chirivitas:

-¿Que? ¿y eso es verdad? ¿siiiiiii?- no dábamos crédito a lo que leíamos sobre un estado con unas 16 tribus diferentes y rivales, que hasta los años 50 han practicado este «arte» y de entre ellos, los Konyak (la tribu que puebla el estado de Mon) parecían ser los más grandes y valerosos guerreros.

En sus constumbres estaba el tatuarse en relacción a las cabezas cazadas: si el tatuaje está en el pecho, el que lo lleva ha sido entrenado en el arte de cazar cabezas, si el tatuaje es en la cara, el que lo lleva ha cazado alguna y si es un gran cazador el tatuaje cubrirá también su cuello. La reina era la que tatuaba, ella y sólo ella, y se creía, que junto a la cabeza se capturaba el espíritu del guerrero y ciertos poderes mágicos….

¡¡Todo lo que leíamos nos sonaba tan único, tan increible!!,

nos parecía estar leyendo un libro de cuentos o historias fantásticas más que sobre una realidad. Por supuesto, ambos decidimos:

– Dejamos ahora mismo los planes a un lado y ¡¡¡vamos pa”lla!!!.

Ante algo así, todo puede esperar.
Una enorme curiosidad y un gran interés aderezados con un toque de morbo (que todo hay que decirlo) manaban de nuestro interior con este cambio a modo de energía que nos impulsaba, de felicidad que nos hacía sonreir, de agradecimiento, no solo por ir a vivir otra aventura sino, por el hecho de ser libres de cambiar de planes así, de un momento a otro.

El no habernos fijado ninguna meta, nos permitía y nos permite girar el timón sin explicaciones y cambiar de rumbo a nuestra voluntad, a nuestro antojo, y eso nos hace sentir millonarios en fortuna, libres y ligeros, aunque nuestras bicis pesen verdaderamente como un par de enormes camiones.

Así fué que en vez de seguir hacia la frontera con Myanmar (la cual teníamos ya a un tiro de piedra) nos desviamos 400kms para poder entrar en este estado de Nagalad por el norte y tenerlo enterito para ser cruzado, de nuevo un estado de pura montaña.

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Montañas, montañas, montañas es lo que hemos tenido en todo Nagaland: unos 800kms de un subir y bajar constante, de las cumbres a los valles, y a los rios, y de nuevo a la cumbre y al valle y al rio.
Hemos andado rodando por pequeñisimas y perdidas carreterillas junto a la frontera con Burma todo el tiempo, carreteras de esas de las que mas nos gustan:
las que la gente del lugar apenas toma y nadie sabe ni en que estado se encuentran de tan secundarias que han llegado a ser, dejadas, remotas, olvidadas……mmmm…. tan apetecibles.

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En estas tierras y sobre todo en el distrito de «Mon» las antiguas generaciones, los que aún quedan, son de lo mas especial y único que en muchos años vimos, quizá desde los Himba en Namibia no habíamos visto algo tan impactante.
Hombres y mujeres de caras tatuadas, de coloridos trajes, bolsos y sombreros con trozos de cuernos, cabellos enrrollados en madera tallada, collares de calaberas, sonrisas y ojos amables de quienes fueron guerreros y ahora viven en paz.

Todos los hombres, desde los mayores a los más jovenes, llevan colgado a la espalda un tipo de machete alargado de mango largo que apenas pesa y que se cuelgan de una especie de funda hecha de madera que queda a su espalda, por supuesto, todo hecho a la manera más tradicional y artesana:

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– Esto no es una herramienta -comentaba Aitor la primera vez que tuvo uno en la mano- esto es un arma, herramienta si, pero de lucha. ¿Sabes porque lo sé? por el peso, está muy centrado, compensado entre las dos esquinas, si fuera un hacha el peso quedaría siempre delante pero estos…..mira, los puedes mover y girar muy rápido- explicaba mientras lo giraba ligeramente, con gracia y estilo.

Sintiéndolo mucho, amigos, hemos de deciros que las fotos que sacamos de estas gentes, o mejor dicho , de esta generación, son todas mentales. No tenemos una sola que colgar en la red, pero seguro que si queréis podéis encontrar imágenes que otr@s viajeros hayan conseguido.

Vimos tan claremente que no querían ser fotografiados, que no quedó ni un momento a la más mínima duda, es más, a menudo escapaban (siempre muy sutilmente) de nuestras miradas incluso, y ante tal actuación, por supuesto que ni sacamos la cámara de la funda ante su presencia.

Todos los días, cada uno de los días, hemos dormido en poblados y con gente.

Ante el aviso constante de que los grupos de guerrilleros que andan luchando por la independencia de Nagaland se hayan ocultos en los bosques, y no serían muy amigables con un par de forasteros, decidimos escuchar y en vez de acampar y retirarnos en la noche, acercarnos y estar, y conocer, y contar y escuchar, escuchar, escuchar…. cada noche junto a un fuego.

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Al igual que en Meghalaya, la constante ha sido esa, las noches junto al fuego, sentados en corro, sobre pequeñas banquetas de madera que no alzan mas que un palmo del suelo
Cercanía y calor en noches frías.

El hecho de que en todos los poblados hubiera alguien que hablaba inglés ha facilitado las cosas, y además ha hecho que la comunicación fuera mucho mas alla de lo superficial y aprendiéramos con ellos, de ellos, cosas como que son descendientes de los mongoles y que sus pueblos, si están siempre en lo alto de las colinas es debido a los continuos ataques que antes eran constantes entre tribus, incluso entre aldeas vecinas. Cada pueblo era considerado un reino y el Angh es el rey o administrador aunque, a la hora de tomar decisiones que afecten al pueblo, estás, aún a día de hoy, se toman en las asambleas de «los ancianos» formadas por un grupo de hombres de avanzada edad pues, debido a su experiencia de vida, son más capaces de decidir sabiamente por el bien de todos.
La voz de los mayores se escucha como consejera y sabia, siempre.

Aldeas impresionantes, hechas de casas de madera y paja con calaveras de búfalo colgando de los muros hacia el exterior en la parte frontal (llegamos a contar hasta diez en alguna casa)

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En el hogar de un joven profesor de inglés que vive con los padres, la mujer y su pequeña hija, nos hospedaron un dia, dormimos en una habitacion donde el escudo y las ropas tradicionales del padre estaban colgados de un perchero a un lado de la habitacion…. nos quedamos ambos con la boca abierta. Algo digno de ver: huesos, calaveras chiquitas, piel de animal y piedras, algo que incluso para ellos ya quedó atrás pero que aún respira, aún tiene vida aunque ya este a punto de extinguirse pues, como nos contaba este joven profe, los jovenes de ahora tienen tele y ven lo que hay fuera y…. lo quieren, no quieren trabajar más en el campo ni quedarse en las aldeas, quieren ciudad, coches, ropa, teléfonos, dinero y vivir como en esas novelas que ven en la tele.

Hasta hace pocos años eran felices aquí, así. No habían visto otra cosa y por lo tanto no había un… «mejor» y si no hay un mejor tampoco hay un … peor. Ahora si, ahora ha llegado la insatisfación, les ha llegado a traves del virus de la occidentalización, virus que parece no tener vacuna y  que segun vemos, se ha propagado por el mundo como la peste.

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Recordando encuentros, aparece ahora el «Angh» de un pueblecito llamado «Aboi» que nos llevó a dormir a casa de su hermano. Un hombre dulce y tranquilo con el que nos hubieramos quedado hablando por días, por semanas. Nos decía que el problema de los Naga (Nagas son el grupo de todas las tribus que pueblan Nagaland) es que en sus tierras han colocado una frontera y ellos, han quedado divididos en dos países diferentes, con todo lo que eso implica.
-Tambien- nos contaba mientras cruzábamos el mercado, caminando hacia la casa de su hermano- habéis de tener en cuenta, que fué solo en el 1970 que las tribus de este estado nos enteramos de que existía un mundo ahí fuera. Nagaland -nos decía ya con un té en la mano sentados en el porche de la casa- no fué conquistado por India sino por los ingleses, y fué cuando Inglaterra se marchó, cuando este estado pasó a formar parte de India. Nos entregaron a los hindúes y firmamos un tratado con ellos, que más que acuerdo fué un engaño, pues después, nunca se cumplió.

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El resto de distritos que hemos cruzado han sido más suaves en cuanto a la hora de pedalearlos, algo más modernos y con menos dureza que el de Mon donde la lluvia, el barro, el stress de mojarse, las cuestas, los repechos, el frío, la ausencia de pueblos y el extremo de austeridad nos han hecho saborear una dureza generalizada y contínua sin descanso. Eso, nos ha hecho más fuertes.

Piernas duras como columnas de marmol. Después de días de pedaleo en estas tierras, nos siento asalvajados. Pedaleando estamos fuertes, me parece ver a dos jabalíes, nos da igual sube que baja. Avanzamos con ganas.

La mente también está fuerte y es que cuando aceptas mentalmente que hay que subir y bajar, que así va a ser por días y que la carretera es y va a ser mala y punto, entonces…. sí, se sufre pero de otro modo, no esperas nada, ninguna mejoría y por eso deja de importarte la dureza. Es así, es lo que toca y disfrutas también, todo va junto como una empanadilla, la masa y el relleno y en cada bocado, un poquito de cada.

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El saludo por excelencia en todo Nagaland varía entre:
– « All the best!! » (todo lo mejor) o el de «-Enjoy your trip !!!» (que disfrutes el viaje).
Las sonrisas y los buenos deseos al verte pasar son diarios, contínuos, casi en cada encuentro.
Un chaval nos comentaba al vernos, que el se da cuenta que hemos venido de muy, muy lejos hasta su pueblo y que ha de ayudarnos siempre que pueda y si no, al menos, enviarnos buenos deseos, eso es lo que ha de hacer, lo mínimo y lo más normal, no se puede concebir otro modo de actuar.

Os prometo que nunca antes, en ningún otro lugar (y mira que ya pasamos por lugares y países) me empujaron tantas veces para ayudarme a subir una cuesta, y han sido sobre todo los niños pero ha habido de todo, hombres y mujeres:
-«Let me help you!!» (deja que te ayude) y comienzan a empujar bien fuerte, triplicando la velocidad que llevo, y se rien, y yo me troncho, y ellos se rien más aún, y subimos, cansados tod@s, y también partidos de risa.

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Sí, Nagaland ha sido bello, un acierto total el habernos desviado y sin prisa alguna por seguir, ni por avanzar, haber tomado el tiempo de cruzar estas bellas, salvajes y tribales tierras de las que aún os podríamos contar algunas cuantas historias más, alguna increíble y de verdadera película, de esas que nos reservamos para los encuentros en vivo y en directo (no son cosas para ser contadas en un blog) y que nos han hecho crecer, aprender y como os decía antes, ser más fuertes.

Inolvidable Meghalaya.

Tras recuperar fuerzas volvemos decididos al ataque. De nuevo y sin pensarlo dos veces nos encaramamos a las montañas, sabemos que el llano de Assam sería más facil pero el perdernos en los bosques de los Khasi y conocer a esta tribu del estado de Meghalaya, que se rige por un sistema matrialcal, es una de las razones por las que hemos venido hasta aqui, por lo que, no serán unas cuantas cuestas las que nos paren.

Tranquilos y felices de dejar atrás el tráfico del llano, tomamos una estrecha y solitaria carreterilla que entre un verde y frondoso bosque, nos iba a dirigir hacia las montañas de la tribu Khasi.

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Nos costó una veintena de pequeños cruces de vecindario (en los que al preguntar por la dirección, los vecinos nos invitaron a té con galletas y nos hicieron regalos como arroz, limones y una especie de fular de algodón típico de la zona llamado «gamusa») y también un par de rectas en las que si o si, cualquier hijo de vecino tendría la seguridad de estar totalmente fuera de ruta, perdido entre los campos de arroz ya cosechado en esta época del año.

La encontramos finalmente cuando el maestro de la aldea nos dirigió con su bici al último cruce en el que ya no teníamos forma de perdernos. Cuando terminó de explicar y traducir a todos los chavales del pueblo (que se habían venido uniendo a lo que ya parecía una cabalgata) quienes erámos, lo que hacíamos, los porqués y lo que el añadía de propia mano, entonces y solo entonces marchamos viendo como un montón de gente desde el cruce, agitaba sus manos al aire en gesto de despedida.

«De nuevo- me decía Aitor- otra experiencia que nos vuelve a enseñar que no hay color entre carreteras generales y secundarias, de unas a otras uno encuentra dos lugares totalmente diferentes, opuestos. Incluso estando a unos pocos kms una de otra. Recuerda ayer – el día anterior habíamos cruzado por unos kms una general- no solo el tráfico, sino la gente, los encuentros.Esto es calidad, no en el avanzar, sino en el resto que al final, para mí es lo más importante.»

Bosques, cuestas, bosques, sonrisas, cuestas, jungla y sonrisas y así subimos de nuevo a Meghalaya, esta vez más fuertes, con el ritmo del viaje ya cogido y preparados para lo que viniese.

La sencillez, simplicidad y los ritmos naturales aunados a la limpieza y el respeto por el entorno se trasformaron a más y a mejor según ascendíamos, la cosa era directamente proporcional, la mejor de las motivaciones para seguir subiendo a ritmo y con ganas. En esta zona incluso los lugares de descanso son de alta calidad…

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La simpatía que los Khasis nos iban provocando y el interés por el tema del matriarcado y de saber más sobre como eso marca una diferencia o no en una sociedad, nos hicieron ir acampando siempre, cada día, cerca de gente.
En la tarde y aún con unas cuantas horas de luz, nos parábamos en alguno de los escasos pueblos y dejábamos que sucediera algún encuentro, algún acercamiento, entonces y tras una charlita en la que el otro saciaba su curiosidad y se enteraba de quienes somos, de dónde venimos, de que es lo que tenemos ahí dentro de las alforjas… les acababamos explicando lo de siempre:

-Tenemos todo aqui, no os tenéis que preocupar por nosotros. Esto que parece una bicicleta es realmente una casa andante, solo necesitamos un sitio, un lugar en el que instalarnos y pasar la noche a salvo.

Sabemos de sobra que a salvo estamos pero es la forma o excusa que se nos ocurre (o la de «un sitio a cubierto») para que nos dejen un lugar, lo cual siempre han hecho encantados.

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Ha habido de todo: en una iglesia, en casas con familias, en centros comunales…. pero siempre fuera donde fuera no ha faltado el fuego, la hoguera en la noche alrededor de la cual tod@s, nos hemos sentado como cada día ellos hacen: muy juntitos, en sillas bajitas, juntando nuestras manos al frente para que el calor en las palmas (y en las puntas de los pies) ayudara a calentar el resto del cuerpo.
Cercanía, roce, tranquilidad y sensación de aún tan lejos: estar en casa.

Sonrisas y siempre alguien que hablaba inglés para comunicarnos y traducir. Dulces e inolvidables momentos en las noches junto al fuego en los que íbamos aprendiendo sobre ellos, sus vidas y algunas curiosidades como que el bambú, si es verde, para quemarlo en la hoguera hay que romperlo o hacerle un agujero pues sino, estalla. Bambú que aquí crece por doquier y que usan para todo… construir casas, mesas, sillas, bancos, cucharas, cocinar dentro de el colocado sobre las brasas, calentarse….

Una de las cosas más diferente a todo lo que nunca antes vimos, fué a los hombres cuidando de los niños, cargando los bebés incluso en el trabajo (llegamos a ver hasta un zapatero liado en la faena con el niño dormido) siempre colgados a la espalda con una manta alrededor.

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Y algo más sorprendente e inesperado: los chavales, los de entre 9 a 15, 16 años. Nunca antes vimos chicos de esa edad lavando la ropa de toda la familia; siempre hemos visto esa tarea en niñas, mujeres o incluso hombres, nunca antes en chicos.
Pero la mayor diferencia de todas la vivimos en nuestras carnes y a menudo nos hizo reir, nuna antes he escuchado tanto la palabra «madam». Aquí era yo la que decidía, la que había de hacer los registros en los hoteles y firmar cualquier cosa oficial o papel que hubiera que firmar, es la mujer la que está al cargo, la que hereda, la que pasa el apellido, la figura principal y por lo tanto yo lo era. Aitor es simplemente mi marido, un añadido sin demasiada importancia.

Habíamos descubierto en una de las paradas en un pueblito sin hotel de ningún tipo, que existen unas casas del gobierno las cuales usan sus oficiales como hoteles y que pidiendo permiso de antemano en las oficinas correspondientes, podíamos acceder a ellos: baratos, lujosos, limpios y tranquilísimos. Por eso tras cruzar las montañas y llegar a la Shillong (la capital) decidimos intentarlo de nuevo.

Esto nos llevó a las oficinas, en este caso y al ser ciudad, un par de enormes edificios y como siempre en todos los paises….
– Ahora a aquella ventanilla, no, ahora a aquella otra…
De pasillo en pasillo y siempre yo con los pasaportes en mano, era la que hablaba y a la que se dirigían, Aitor era invisible y estaba encantado con el tema.

Finalmente llegamos a la jefa principal, una mujer de unos 50 años de pelo negro y formas anchas, tranquila, elegante y segura de sí misma, con la que tomamos un té mientras todo el tema burocrático se iba haciendo y la que nos contó algo interesante:

-Nosotras- nos decía mientras nos miraba tras sus gafas de pasta- a veces delegamos responsabilidad en los hombres, en eso no tenemos problemas. Como siempre hemos tenido el mando y el poder, no tenemos miedo a perderlo, por lo tanto no tenemos miedo a que los hombres nos quiten el puesto y por eso no nos importa delegar, hay hombres que también tienen poder, a nosotras no nos importa, a veces lo compartimos. Ellos también pueden hacer.

Encantados salimos de aquella oficina y casi enamorados de aquella mujer gracias a la cual, tuvimos una estancia a precio de risa en una de las mejores habitaciones que nunca vimos.

Y de ahí a la guinda del pastel: los puentes vivientes de Meghalaya.

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Un buen amigo fué quién nos habló de ellos pues nosotros, no sabíamos ni que existían.
Hechos con las raices de los árboles que dirigidas con el bambú se van entrelazando unas con otras y finalmente, tras muchos años, forman estos increíbles puentes en los que uno se siente trasportado a mundos de duendes, elfos y magia.

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Algo increíble y realmente digno de ver, pues por más que lo expliquemos o más fotos que colguemos nunca podremos hacer honor al lugar, al espacio, a los puentes, al estar allí. Maravilloso.

Merecieron la pena las cuestas, y las más de 3.000 escaleras que tuvimos que subir y bajar para acceder a ese lugar en el fondo del valle en que la jungla esconde dicho tesoro.

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Y como siempre, todo continuamente cambia, también tuvimos un buen susto que nos hizo temblar de miedo y, no, no fué el terremoto del vecino estado de Manipur (que si, que nos hizo temblar en la noche y pasar bastante miedo) sino la noticia de que el gobierno Hindú había decidido de la noche a la mañana pedir un permiso especial a los turistas que quisieran estar en estas zonas, y que debido a esa ley si queríamos seguir con nuestro viaje teníamos que cruzar India entera en tren (mas de 2000 kms) para conseguir el permiso en Delhi, de otro modo, teníamos de repente cerrado el acceso a Mianmar.

La pesadilla duró unos días y fuimos bastantes los turistas y viajeros que nos encontramos en un buen marrón pero, debido a presiones burocráticas, los Hindúes se arrepintieron y deshicieron de nuevo de la noche a la mañana tal ley y así, se pasó el susto.

¿Lo bueno del caso?…que mientras buscábamos e intercambiábamos desesperados con otros viajeros información de lo que estaba pasando, nos encontramos con un enlace en la red de un estado vecino del que hasta ahora no habíamos oido ni hablar: Nagaland.
Fué ver el reportaje de un español que estuvo allí y decidir que costara lo que costara queríamos ir y ver eso con nuestros propios ojos.

Asi fué que de un plumazo, borramos de nuestras mentes todo plan y reinventamos el viaje, ¡¡¡ plis, plas !!!: en vez de seguir hacia Myanmar nos iríamos al norte (un desvío de 800kms).

Aún relamiendonos de tanta belleza y hospitalidad, emprendimos un nuevo e inexperado camino que nos iba a trasportar no tanto en el espacio sino en el tiempo, pero eso….
eso dejémoslo para la siguiente, que por hoy, ya hemos charlado bastante.