India

India en la carretera….. ¡¡ aaaaahhh !!….
…coches, motos, baches, pitidos, y mas pitidos, camiones, vacas , humo neeeegro negro, bicis, rickshaws, gente caminando, niños que cruzan corriendo, pitidos y mas pitidos, mas vacas, mas humo, mas baches…. autobuses que adelantando en plena curva aparecen invadiendo el carril contrario, una expresión que aquí carece de sentido pues parece haber tan solo un carril único, en el que cada uno circula como buenamente puede. A menudo hemos de salirnos de la carretera para esquivar o para evitar un choque, lo malo es que a veces entre el asfalto y la tierra, hay alturas vertiginosas que da hasta miedo encarar pero… cuando un camión te viene de frente, no hay otra que saltar pues en estas carreteras impera la ley del más fuerte, del más grande.
Sudando entre el caos, el polvo, el humo negro y rompiéndome el culo en los baches, empecé a experimentar lo que Aitor me había contado: el caos de las carreteras indias.

El tráfico tampoco es continuo por lo que se puede llevar, es mas, últimamente ya mas acostrumbrados al desbarajuste de las carreteras, cuando viene un pueblo con su caos nos divertimos de lo lindo y lo atravesamos rápido, sorteando los obstáculos a veces como auténticos camicaces. La enorme concentración y atención que requiere mantener el equilibrio y pasar a través de todo ese caos, verlo todo y reaccionar, te hace entrar en un semitrance que se multiplica cuánto más rápido vas, y se intensifica con los constantes pitidos y el ensordecedor sonido de los viejisimos motores.
Esta sensación hace que el cansancio disminuya (o al menos la conciencia de el) como si todo ese desorden nos empujara de alguna forma, y pequeños en el medio de todo, pero grandes internamente, continuamos avanzando sin darnos cuenta, de que la carretera sigue pasando bajo nuestras ruedas

Calor y cuestas nos acompañaron en el último tramo hasta el primer punto que teníamos como referencia interna, por ser el lugar en que haríamos el primer descanso: Risikes, tierra de “Risis” (antiguos sabios, maestros ya iluminados) que venían a este lugar a retirarse y meditar en las cuevas de los alrededores del río. Turístico pero tranquilo fué el lugar perfecto para descansar, comer, e incluso pegarnos un baño en las aguas del Ganges, río sagrado en la India el cual, en esta zona aún baja limpio.

Tras el descanso entramos en el Punjab, la tierra de los Sicks (esos hindúes de barba y largos bigotes enrollados, que llevan un turbante en la cabeza colocado con arte y sumo cuidado) hombres con los ojos más vivos y profundos que nunca ví. Una raza mas grande y fuerte que el resto de los hindúes que, en sus tiempos, fueron los guerreros. Ahora son, como nos decían, guerreros de paz. Tienen una curiosa religión en la que no adoran imágenes ni dioses sino los libros sagrados. Estos se hallan en los templos, llamados Gurduaras dónde 3 veces al día, se reparte comida y té a cualquiera que se acerque dando igual su raza, religión o clase social, también te permiten pasar la noche. La hospitalidad y el ayudar a los viajeros es algo muy importante en su religión, y en todo el paso por éste estado lo hemos vivido cada día, cada momento.

Hemos cruzado el Punjab sin abrir la tienda de campaña ni un día, siendo acogidos en templos y casas. Amistosos y afables, familiares y entregados nos ofrecieron no solo sus casas sino deliciosas comidas, interesantes charlas y por suspuesto su amistad. Han sido dias de continuos encuentros y despedidas pues hay algo que ante todo continúa….. el avanzar y eso conlleva el despedirse.

Avanzando llegamos a Dharamsala, las empinadísimas cuestas de los últimos kilómetros fueron las primeras que encaré con la bici cargada. Al principio iba a la par de Aitor, que con paciencia me iba esperando a cada rato, el avanzar se tornó duro y con los kilómetros la elevación del terreno se intensificaba más y más, tanto que en una curva sucedió algo que nunca antes me había pasado: la bici me hizo caballito. Sería por llevar el peso atrás y nada en la parte delantera, por no haberme puesto de pie sobre los pedales, por lo empinado del terreno, o por todo ello junto pero en ese mismo momento sucedió algo más, apareció ante mí la estación de autobuses y no tardé un segundo en girar el manillar y meterme en ella. Lo tuve claro, los 10 kilómetros que quedaban los haría en autobús, había vivido ya varios meses en ese lugar y sabía perfectamente que aún quedaba mucho por subir hasta llegar a Mcleon Ganj en la cumbre. Cuando pasaba en el autobús a Aitor, me arrepentí de haberme subido, y esta sensación se acrecentó cuando una vez arriba y ya con todo descargado lo ví aparecer sudado y feliz, cansado y satisfecho….. entonces me dije: “Nunca más, no tenemos prisa, no es un todo o nada, también existe el termino medio de parar, descansar, empujar y subir en vez de en una hora en dos.”

Aún me queda mucho por aprender, tanto que a veces me asombro.
Tras un descanso de tres días en que pasé por la escuela y recogí mis cosas, mandé algunas a España y me despedí de algunos, que ya eran grandes amigos, nos marchamos con un nudo en la garganta y dolorcillo en el corazón por lo que dejaba atrás, y es que a eso es dificil hacerse, queda el recordarse que se dejan atrás “vidas abiertas” con sus gentes y sus rutinas, sus ritmos y el espacio que allá te abriste; para seguir abriendo caminos que lleven a nuevas vidas y es que viajar es como renacer, pero en este renacimiento uno no pierde la memoria sino que la mantiene por siempre en un rinconcito del corazón.
Llegamos a Amristad batiéndo records: el de horas pedaleadas y el de kilómetros (110 en un día). La ciudad del “Templo dorado” (Golden Temple), lugar sagrado y de peregrinaje para los Sikhs. Un enorme templo dorado en el medio de un lago enmarcado éste por escalinatas de marmol. Los alrededores del pequeño lago están también formados por marmol y forman un edificio que lo separa de la ciudad. Como en cada templo de los Sicks dan comida y cobijan al que llega.
La estancia en él fue la más bella despedida de India, un lugar cargado de una energía especial, que uno no vé pero que siente vibrar en cada rincon.
Ananda una persona muy especial, que conocimos en el camino cuando llegábamos a la ciudad, nos acompañó el último día hasta la frontera con Pakistán. El iba en su coche con otros amigos y Bob Marley sonando a tope en el stéreo, nos habían ataviado con un par de collares echos de flores frescas que endulzaban el aire a nuestro alrededor, así, entre sonrisas y abrazos dejamos India atrás, de nuevo atrás, pero el dejar atrás es solo un instante porque al siguiente ya estas en ruta de nuevo y otra realidad se abre ante tus ojos, ésta vez un pais excitante y misterioso por lo desconocido y exótico. Pakistán.

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